jueves, 4 de junio de 2020

Marc Behm / La mirada del observador / Reseña




«LA MIRADA DEL OBSERVADOR»: MARC BEHM

Lorena Lacaille
18 de noviembre de 2017 
Marc Behm nunca fue amigo de la fama, por lo que su obra apenas ha tenido seguidores salvo un reducido grupo de aficionados que han elevado su trabajo no ya a la irritante condición de culto, sino como un autor de referencia con el que disfrutar de sus constantes e inteligentes reinterpretaciones genéricas. Guionista y escritor, su muerte el pasado 12 de julio en Fort Mahon-Plaguet, Francia, ha cogido por sorpresa a los lectores que cayeron bajo su influjo tras devorar (literalmente) casi todos sus libros, la mayoría de ellos publicados en España, aunque difíciles de conseguir por estar descatalogados.

Marc Behm nunca fue el americano impasible, afortunadamente. De hecho abandonó su país que lo ahogaba para buscar refugio en un pequeño pueblecito de la campiña francesa, donde escribía sin planes fijos. No deja, resaltamos, una bibliografía prolija, pero sí unos cuantos títulos que a su manera han supuesto un antes y un después dentro de los géneros que abordó. La mirada del observador, su obra maestra, es un libro policíaco que trasciende las fronteras del género donde por una vez se explota hasta límites pocos sospechados el elemento voyeur del detective privado, un hombre en la novela que lo abandona todo mientras persigue a una asesina múltiple en la que cree reconocer a su hija perdida.

En la divertidísima La doncella de hielo, Behm haría algo parecido pero con la novela tradicional de vampiros, huyendo de las penosas actualizaciones de Anne Rice, Behm contempla a sus criaturas de la noche como un hatajo de perdedores que viven (o no viven) como pueden, mientras son acosados por discípulos de Van Helsing, fanáticos de la cruz y de la estaca.

El escritor, nacido en Trenton, Nueva Jersey en 1925, reinterpretó también las claves de la literatura erótica en La reina de la noche, historia en la que recrea la vida de una atractiva mujer alemana que se hace nazi por vocación asesina. Quizá en esta obra se revele con mayor intensidad una de las constantes de este escritor: la belleza monstruosa e inocente, la fascinación por el mal, sin ataduras morales de ningún tipo, una obsesión por la belleza que ha sido tallada a golpe de crueles hachazos.

Otras novelas suyas son Crab y No pretendas saber más, títulos que si bien son atractivos por extravagantes, no resultan tan fascinantes como los anteriormente reseñados. Marc Behm compaginó su faceta como errático escritor con la de también errático guionista, entre otras películas es responsable de los libretos de Charada, de Stanley Donen y Help, dirigida por Richard Lester a mayor gloria de The Beatles. Yo lo prefiero, sin embargo, en su faceta como escritor, donde ocupa un lugar privilegiado en mi galería de narradores desconocidos por esa mayoría y también minoría silenciosa que no se ha cansado todavía de despreciar el talento de los que viven al margen y nos miran desde el otro lado sin dejar de asombrarse.
Como escritor fue tardío. Empezó a publicar a los cincuenta y dos años novelas poco convencionales como La reina de la noche o La doncella de hielo, pero sin duda es La mirada del observador, recuperada por la magnífica colección RBA Serie Negra dirigida con buen criterio por la canadiense Anik La Pointe, su indiscutible obra maestra. Porque pocas novelas de género negro tienen una capacidad de perturbar como ésta, de llevar al lector por un tortuoso itinerario trufado de crímenes y que éste establezca la misma complicidad con la sangrienta mantis religiosa que la del protagonista, el misterioso el Ojo, que la sigue a todas partes y la protege cuando es menester.
El Ojo, un detective en horas bajas, que vierte muy poca información sobre sí mismo salvo su afición por los crucigramas y relaciones sentimentales fracasadas, recibe el encargo de unos padres para que investigue a la novia de su hijo. Lo que descubre acerca de la personalidad de esa atractiva muchacha, que le recuerda a una hija a la que no ha vuelto a ver, le sorprende. La mujer es una asesina en serie implacable que adopta un sinfín de personalidades y va cambiando caprichosamente su nombre al mismo ritmo que el color de su peluca. Pronto el Ojo se olvida de su encargo para seguir las andanzas de esa peligrosa mujer y recorre con ella, durante diez años, Estados Unidos, de costa a costa (Una tarde se encontró en la playa de Halfmoon y no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí; otra noche se quedó dormido en su coche en un aparcamiento de San Lorenzo y despertó cinco horas más tarde al otro lado de la bahía, en la sala de espera de una terminal de autobuses en Belmont. Una mañana se miró al espejo y se quedó asombrado de tener bigote) y de cadáver en cadáver, protegiéndola cuando su vida peligra o cuando está a punto de ser apresada por la policía que le sigue la pista.
Se levantaron y fueron a la pista de baile. El Ojo se reclinó en la silla, cruzó los brazos y los miró. Pasaron bailando junto a su mesa. Permaneció meciéndose justo enfrente de él, con los ojos cerrados. Nunca había estado tan cerca de ella. Su mano izquierda, sobre el hombro de Brice, señalaba en su dirección. El dedo índice estaba deformado, doblado como una hoz. El maquillaje de los ojos a media luz daba a su rostro la misteriosa extrañeza de una máscara. Perlas diminutas colgaban de los lóbulos de sus orejas. Su carne repelía la oscuridad, iluminándola, arropándola en un halo de incandescencia.
Porque la fascinación que siente el Ojo por ese personaje frío y amoral es muy superior al rechazo que pueda sentir por su implacable y sangriento proceder en un proceso de identificación absoluto. La mirada del observador es una novela negra contundente, repleta de cínica violencia y áspero sentido del humor, pero es también una historia de amor absoluta, entendiendo por absoluta que una de sus partes, el Ojo, no recibe nada a cambio ni espera a ser correspondido por esa pasión enfermiza e irracional que le lleva a hipotecar diez años de su vida.
Paradogicamente bajo la piel de esta dura y seca novela negra, una road movie, utilizando el término cinematográfico tan preciso para definir esta novela de múltiples escenarios, trufada de muerte  por disparos, apuñalamientos, estrangulamientos, ahogamientos, envenenamientos (El doctor número dos fue asfixiado con la almohada mientras dormía bajos los efectos de su champagne de bodas)  resulta ser el recorrido alrededor de una obsesión amorosa, (La había encontrado. En recompensa por todas sus pérdidas le había sido concedido este premio: una chica dormida en un cuarto sombrío. El mundo entero era un abismo lleno de los hombres que ella había asesinado, pero también era su gracia y su redención. Le había llamado y él había venido. A partir de ahora nunca la abandonaría) hay una gran historia de amor, la que el Ojo experimenta por esa mujer en la que, irracionalmente, o no, ve el fantasma de su desconocida hija. Y esa relación intangible entre los dos protagonistas de la novela, el narrador Ojo y la asesina mutante, que apenas llegan a rozarse en algún instante, cuando la toma en sus brazos después de quedar malherida, es una de las bazas más fuertes de La mirada del observador.
Con prosa seca, sin artificios (El Hogar Municipal de Niñas Mercer era puro Charles Dickens. Paredes mugrientas, un patio sucio de hollín, ventanas puercas, arcadas de mazmorra. Parecía una imagen retrospectiva de la época victoriana), dominio perfecto de los diálogos, descripciones precisas y habilidad para el dibujo de los secundarios (las víctimas, los policías, los dueños de los moteles…) Marc Bhem edifica esta extraordinaria arquitectura literaria y construye esta original historia policial en la que el lector va de la mano del Ojo siguiendo los pasos de esa bella e inmoral ejecutora guiada sólo por su afán de dinero.
El tiempo pasa. Nada queda. Excepto viejas fotografías de rostros jóvenesBhem perfila el desarraigo de unos personajes y el de toda una nación, la suya con frases magistrales. Behm es un  Hopper literario que pinta la frialdad de una nación sin historia en el lienzo de su novela, porque un sentimiento de derrota y frustración, de búsqueda de la felicidad sin rozarla nunca, pivota sobre esas 235 páginas de lectura adictiva.
Un clásico. Una novela extraordinaria y sublime. Una de las cinco mejores novelas policiales de todos los tiempos, sin duda. Sobresaliente.




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