domingo, 30 de julio de 2000

Sergio Pitol / "Mi lema es no estar a la moda"








Sergio Pitol: "Mi lema es no estar a la moda"


JOSÉ F. BEAUMONT
Madrid 30 MAY 1997
El escritor mexicano Sergio Pitol (Puebla, 1933) tiene a gala vivir alejado de las corrientes de pensamiento o literarias que se pretenden imponer desde diversos frentes. "Mi lema es no estar a la moda", dijo ayer el autor en Madrid, donde presentó su libro El arte de la fuga, que ha sido editado por Anagrama."No hay nada que me desagrade tanto como la pomposidad, el egotismo de algunos escritores o el borreguismo de muchos lectores que se apuntan a determinadas tendencias porque sí". En esta línea de crítica estima que la moda del boom de la literatura latinoamericana ha sido un corsé muy fuerte. "Parecía que la novela latinoamericana hubiera nacido con García Márquez, Cortázar o Vargas Llosa, cuando lo más importante ya lo habían escrito Borges, Rulfo o Carpentier".
Pitol, incansable viajero (ha vivido en Moscú, París, Praga, Budapest, Barcelona), diplomático y traductor del inglés, italiano, polaco y ruso, se ha apoyado en su experiencia personal para sustentar su faceta de creador literario. Entre viaje y viaje ha publicado una veintena de libros (novelas, cuentos, ensayos) y desde hace cinco años vive "en la tranquilidad" de Xalapa "tras quemar las naves" porque la ciudad de México, a la que volvía después de 27 años, le resultaba demasiado agobiante.
Se califica a sí mismo como un escritor nocturno y dice que El arte de la fuga es una "casi novela" nacida de una experiencia hipnótica y psicoanalítica que conectó con su infancia a través de una herida no cerrada desde la muerte de su madre cuando él tenía cuatro años. "La escritura me viene de los recuerdos de la infancia", dice Pitol, para quien los autores españoles actuales más interesantes son Álvaro Pombo, Enrique Vila-Matas, Antonio Masoliver, Félix de Azúa, Justo Navarro y Eduardo Mendoza.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de mayo de 1997
EL PAÍS



FICCIONES

viernes, 28 de julio de 2000

Vargas Llosa / La trompeta de Deyá

Julio Cortázar

La trompeta de Deyá

MARIO VARGAS LLOSA 28 JUL 1991

Aquel domingo de 1984 acababa de instalarme en mi escritorio para escribir un artículo, cuando sonó el teléfono. Hice algo que ya entonces no hacía nunca: levantar el auricular. "Julio Cortázar ha muerto -ordenó la voz-. Dícteme su comentario".Pensé en un verso de Vallejo -"Español de puro bestia"- y, balbuceando, le obedecí. Pero aquel domingo, en vez de escribir el artículo, me quedé hojeando y releyendo alguno de sus cuentos y páginas de sus novelas que mi memoria conservaba muy vivos. Hacía tiempo que no sabía nada de él. No sospechaba ni su larga enfermedad ni su dolorosa agonía. Pero me alegró mucho saber que Aurora había estado a su lado en estos últimos meses y que, gracias a ella, tuvo un entierro sobrio, sin las previsibles payasadas de los cuervos revolucionarios.
Los había conocido a ambos un cuarto de siglo atrás, en casa de un amigo común, en París, y desde entonces, hasta la última vez que los vi juntos, en 1967, en Grecia -donde oficiábamos de traductores, en una conferencia internacional sobre algodón- nunca dejé de maravillarme con el espectáculo que significaba ver y oír conversar a Aurora y Julio, en tándem. Todos los demás parecíamos sobrar. Todo lo que decían era inteligente, culto, divertido, vital. Muchas veces pensé: "No pueden ser siempre así. Esas conversaciones las ensayan, en casa, para deslumbrar luego a los interlocutores con las anécdotas inusitadas, las citas brillantísimas, las bromas que, en el momento oportuno, descargan el clima intelectual".
Se pasaban los temas el uno al otro como dos consumados acróbatas y con ellos uno no se aburría nunca. La perfecta complicidad, la secreta Inteligencia que parecía unirlos era algo que yo admiraba y envidiaba en la pareja tanto como su simpatía, su compromiso con la literatura -que daba la impresión de ser exclusivo, excluyente y total- y su generosidad para con todo el mundo, y sobre todo, los aprendices como yo.

domingo, 23 de julio de 2000

Raymond Chandler / El hombre que quiso ser Yeats


Raymond Chandler
Ilustración de Fabrizio Cassetta

Raymond Chandler

El hombre que quiso ser Yeats



"La obra de Chandler, como la de Hammett, me parece tan imprescindible literariamente como pueda serlo la de Hemingway o Scott Fitzgerald, por poner ejemplos que le fueron próximos y porque hoy no tengo ganas de escandalizar."


MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN
23 DE JULIO DE 1988


Raymond Chandler nació en Chicago (Ilinois) el 23 de julio de 1888 y murió en La Jolla (California), en marzo de 1959. De formación académica británica, esta circunstancia influyó en su estilo, lleno de un humor que, mezclado con su oficio de escritor en revistas pulp, como Black Mask, saltó a la celebridad a raíz de la publicación de su primera novela, El sueño eterno, en 1939, que abrió una de las carreras más brillantes de la literatura de este siglo, jalonada por obras de fama mundial, como El largo adiós y Adiós muñeca.
Cuando era adolescente Chandler quería ser Yeats. Era el poeta de habla inglesa de más prestigio y, por tanto, el más instalado en la conciencia de la sociedad literaria, en es justo punto en el que la tradición se convierte en modernidad sin dejar de ser tradición.Residente en Inglaterra, tras el divorcio de sus padres, realizó estudios académicos y escribió versos yeatianos que han pasado a la historia, pero no a la historia de la literatura. Los biógrafos de Chandler insisten en resaltar lo casual de su acercamiento al género policiaco en busca de un modo de vivir literario fácil de mercantilizar en pleno desarrollo de los pulps en el período de entreguerras.
Buena parte de los escritores norteamericanos de ese período consiguió sobrevivir, así en Nueva York como en París, gracias a la publicación de cuentos pagada en dólares, que era, y es, la mejor manera de cobrar. Había cuentos de cejas altas para revistas de cejas altas y había cuentos de cejas bajas para revistas de cejas bajas. Chandler tardó en descubrir la dignidad de su literatura, y vivió desde la conciencia de escritor insuficiente que no había conseguido ser Yeats.

Cincuenta o sesenta años después, una visión de la llamada literatura negra norteamericana nos descubre un doble plano que se nos revela obvio. De una tradición literaria policiaca basada en la fórmula esperable por el receptor, algunos cultivadores del género obtienen un mutante estético, y en algunos casos consiguen darle ese valor de singularidad que exige la literatura desde el romanticismo. Los novelistas al conseguir ser singulares dejaron de ser negros, verdes, fucsias o grises, y en segundo plano, el género en sí, convertido en un fenómeno de sociología literaria y de literatura sociológica.

Injerto al realismo

Cuatro autores mutantes que consiguieron la singularidad literaria fueron Hammett, Chandler, Hymes y Patricia Highsmith. El género se convirtió en una propuesta de narrativa del neocapitalismo, y ha servido de injerto del realismo crítico, cuando llegó a Europa y alcanzó cimas como las que ha sabido escalar el mismísimo Sciascia. Tanto en Estados Unidos como al sur del río Grande, el género inspira la penúltima posibilidad de literatura voluntaria explícitamente crítica, dentro de sus reglas de distanciación lúdica consustanciales: como muestra ahí están las obras de Roger L. Symon, Paco Ignacio Taibo o Sasturain, entre muchísimos otros. Pero no le huyamos a Chandler. De los cuatro grandes de la novela negra, tan grandes que perdieron el color clasificador para los archivos mentales de la crítica más puñetera, es el que más trampas se hace, y, sin embargo, sabe sacar partido literario de esas trampas. Hammett cree en lo que hace, sin vacilaciones, y adopta el punto de vista de una cámara ultimando el behaviorismo hasta los límites de lo que luego sería el objetivismo de le nouveau roman.Hymes se identifica con la negritud de Harlem desde la mirada éticamente mestiza de sus policías negros vendidos a los blancos, y su mirada juega desde el cinismo de la situación, no desde la duda de la escritura como conocimiento autolegitimado.
La Highsmith parte de la misma gravedad creadora: ella ve el mundo así y ha de encontrar un portador de esa mirada, el punto de vista verosímil que haga verosímil la propuesta de verdad contenida en las 200 o 300 páginas de una novela. En cambio, Chandler se distingue de sus compañeros en que el relativismo juguetón de su punto de vista, de Marlowe, es el revelador de su propio relativismo ante la legitimidad del género. Un aristócrata de la cultura se ve obligado primero a trabajar como manager en una compañía petrolífera y después a escribir relatos y novelas de literatura considerada menor en los cenáculos más establecidos. Su dignidad profesional le lleva incluso a redactar un decálogo, hoy inservible, como todos los decálogos, sobre cómo debe ser una novela policiaca, pero la sensación de destierro de la literatura noble la transmite desde el propio Marlowe, que es algo más que un detective cínico o irónico: es un cuestionador constante de sí mismo y de las situaciones que vive. Sin embargo, la buena educación literaria de Chandler, su buen gusto, le permitió acceder a algo más de lo jue explícitamente se proponía. Él quería demostrar que a pesar del género sabía escribir, sin darse del todo cuenta que había obtenido un mutante estético con estilo propio, una obra autolegitimada en su propia lectura, más allá de los valores presumidos en toda obra de género. De hecho, su decálogo era su poética y traducía más su singularidad que la generalidad de una fórmula; esa singularidad que le permite ser hoy un autor más universal y revelador que cientos de autores que le fueron contemporáneos y que le miraron por encima del hombro de una estatura literaria convencional. No es que sostenga yo que el diseño de una olla a presión es equivalente a una tragedia de Shakespeare, pero la obra de Chandler, como la de Hammett, me parece tan imprescindible literariamente como pueda serlo la de Hemingway o Scott Fitzgerald, por poner ejemplos que le fueron próximos y porque hoy no tengo ganas de escandalizar.






miércoles, 12 de julio de 2000

El enigma Graham Greene continúa descifrándose


Graham Green y Catherine Walston


El enigma Graham Greene continúa descifrándose

El libro cuenta cómo el escritor dejó su país en 1966 .
Según el autor de la biografía, Graham Greene descubrió cómo su amigo Kim Philby, jefe de los servicios secretos, trabajaba para Moscú.


GUILLEM BALAGUE
4 DE ENERO DE 1997


LIVERPOOL.- ¿Hay todavía espacio en las librerías para una nueva biografía de Graham Greene? En los últimos dos años, tras la publicación de los dos primeros volúmenes de Norman Sherry sobre la vida del escritor británico y tras el libro más controvertido y menos respetuoso de Michael Shelden, W. J. West está convencido de que todavía quedan cosas por decir sobre el autor de El tercer hombre.
En marzo, la editorial Weidenfeld publicará la nueva biografía de West, más de 300 páginas con «nuevo material sobre las razones por las cuales Greene se vio obligado a marchar de su país para vivir en el extranjero en 1966», además de la revelación de una «nueva novia», según afirma el propio biógrafo.
Aunque el escritor se reservará el último dato hasta la publicación del libro, West detallará la razón por la cual Greene abandonó el Reino Unido, a donde tan sólo regresó muy ocasionalmente durante los últimos veinticinco años de su vida. Al parecer, el novelista fue la víctima de una trampa elaborada por un asesor fiscal inglés que residía en Suiza y que tenía conexiones con la Mafia de Hollywood.
Más de 700 cartas de su amigo y también escritor Headley Chase, encontradas en Londres y subastadas recientemente, revelan que ambos fueron engañados por el asesor financiero. Chase conoció a Greene en Hollywood en los años cuarenta, en donde ambos escribían guiones para películas.
ADIOS AL ESPIONAJE.- La biografía -que lleva por nombre La búsqueda de Graham Greene y será publicada por Weidenfeld & Nicholson- revela además el motivo del abandono de su labor como espía. El escritor inglés supo que Kim Philby, su amigo y jefe en el MI6 -los servicios secretos británicos- trabajaba para el KGB soviético.
Su rechazo a seguir colaborando con el MI6, justo cuando Philby le ofrecía un ascenso, dice tanto de su lealtad al amigo como de su instinto de espía: Greene averiguó el doble trabajo de Kim Philby quince años antes de que fuera descubierto por sus superiores y tuviera que abandonar el Reino Unido para establecerse en la Unión Soviética.
West defiende que Harry Lime, uno de los grandes antihéroes del cine británico, tenía una identidad secreta. Greene, que escribió el cuento primero y luego el guión de El tercer hombre, basó el villano interpretado por Orson Welles en Philby y en Chase, cuyo nombre verdadero era René Raymond.
El escritor inglés reinició su amistad con Philby tras recibir, a finales de los setenta, una postal suya desde Moscú que tan sólo decía «A nuestro hombre en la Habana».
Durante los siguientes años, el autor de El poder y la gloria y El americano impasible se reencontró con su amigo con la intención de conocer los detalles de su traición al Reino Unido.
Greene, cuenta West, comenzó a obsesionarse con el espionaje desde el momento en que un profesor de su escuela le forzó a seguir y denunciar en secreto el comportamiento de sus compañeros, un trabajo que le creó un remordimiento que no le abandonó el resto de sus días.
Desde su muerte en 1991, el escritor británico ha recibido tantos elogios como reprobaciones. ¿Era Graham Greene uno de los grandes?, se preguntan la casi media docena de biografías publicadas en esta década. Las idas y venidas de su reputación ha sido uno de los temas más seguidos por académicos y comentaristas culturales.
CLASICO Y POPULAR.- En vida, Greene estaba considerado como uno de los más importantes escritores del siglo, al enlazar estereotipos populares con otros procedentes de la literatura clásica. La palabra Greeneland se creó para describir el mundo de duda moral y conflicto creado por su conversión al catolicismo.
Sin embargo, existía la tendencia crítica y académica a despreciar la popularidad y el talento literario de Graham Greene, tendencia que pareció mayoritaria tras su muerte.
Hoy, en todo caso, la hora oscura parece pasada, como confirman el aumento de ventas de sus novelas. Incluso en el mundo universitario, Greene parece recuperar cierto respeto. Recientemente, el Boston College norteamericano se gastó más de 200 millones de pesetas en la compra de sus papeles.
El novelista Malcolm Bradbury está convencido de que el autor de El americano impasible disfrutó jugando con la falta de estima hacia su obra. «Graham Greene no quiso ser un gran escritor a la manera del grupo de Bloomsbury y resistió siempre los intentos de intelectualizar su trabajo. Greene comenzó a escribir cuando el ser autor estaba de moda y era algo importante. Sin embargo, rechazó ese concepto y prefirió la popularidad que le daba su papel de outsider y de persona enigmática».




Perenne objeto de deseo biográfico

Hace casi tres años, tras la publicación de las biografías de Norman Sherry y Michael Shelden, los dos escritores se dedicaron a lanzarse puñetazos por escrito en varios medios de comunicación. La guerra fue continuada por otros expertos en Greene y uno de ellos llegó a enviar por correo a otro una amenaza de muerte. El estudio serio de Sherry, su biógrafo más respetado, fue eclipsado por la historia alternativa de Shelden, que descubría la homosexualidad oculta del novelista. West no está convencido de la veracidad de la hipótesis gay. «Nadie va a poder encontrar un sólo amante de Greene. No existen», afirma el biógrafo. La resurrección de Greene, tras unos años dominados por las críticas, se ha traspasado al mundo de la pantalla grande. Oliver Stone corre el riesgo de irritar a los puristas cuando este año termine su versión de El tercer hombre, traspasado al Berlín moderno. La cinta iniciará una recuperación de guiones del novelista, incluidos El americano impasible y El final de la aventura. La única novela intocable de Greene sigue siendo A burnt-out case, la historia de una leprosería en Africa.



EL MUNDO




martes, 11 de julio de 2000

Un nuevo libro sobre Graham Greene destaca la pasión religiosa 'unamuniana' del escritor



Un nuevo libro sobre Graham Greene destaca la pasión religiosa 'unamuniana' del escritor

La obra del sacerdote español Leopoldo Durán ofrece una visión inédita del autor


Lola Galán
Londres, 17 de octubre de 1994

La vida del escritor inglés Graham Greene (1904-1991) dio de sí para todo. Para desplegar una ingenua afición de espía, de esposo infiel y de apasionado amante, junto a una prolífica carrera de escritor. Pero también, como demuestra el libro de Leopoldo Durán publicado en Londres, Graham Greene. Amigo y hermano, para apurar hasta el final el cáliz de la pasión religiosa en una vertiente totalmente unamuniana. Durán, amigo personal del escritor durante los últimos 27 años de su vida, completa el enigma de una personalidad brillante y controvertida.


El 20 de agosto de 1973, Leopoldo Durán un sacerdote gallego que completaba en el King's College de Londres su doctorado sobre el escritor inglés, se entrevistó por primera vez con su ídolo, Graham Greene. Durán se había escrito con él en relación con su novela El poder y la gloria y, para su sorpresa, Greene en persona le llamó por teléfono para invitar le a cenar en el hotel Ritz de Londres. A partir de aquella cena memorable se estableció entre ellos una amistad sólida que les embarcó juntos en la aventura de recorrer España y Portugal en busca de placeres gastronómicos y escenarios de singular significación literaria. Greene plasmaría después la experiencia vivida de sus viajes por España en su última gran novela, Monseñor Quijote. Cuenta Durán que las primeras líneas del texto, llevado des pués a la pantalla, fueron re dactadas ante la tumba -o quizás el nicho- de escritor vasco castellano Miguel de Unamuno. A lo largo del libro de Durán, -no una biografía sino un relato de conversaciones y anécdotas en torno a la tormentosa personalidad de Greene- emerge la estatura moral de un escritor modesto, que contemplaba la vida con profundo desapego, atravesado como Unamuno por un pro fundo dolor místico.

Fe irracional

Greene y su fe en Dios, una fe sin creencia racional, está presente a lo largo del texto. Pero hay más. A través de las páginas del libro cobra fuerza poco a poco la naturaleza humana de un hombre atormentado al final de su vida, por una intensa batalla con las mafias de la Costa Azul, donde residió en la última etapa de su vida y por el futuro de su alma inmortal. Si las biografías sobre Graham Greene publicadas este año en el Reino Unido -a cargo de Michael Sheldon y de su biógrafo oficial, Norman Sherry respectivamente- cargan las tintas en sus pecados de juventud -adultero, incluso una re primida tendencia homosexual-, el libro de Durán pone el acento en su vertiente de con versador infatigable, apasionado por la política y la religión. Haciendo uso de un material de primera mano -miles de interminables conversaciones de sobremesa en Galicia, Madrid, Valladolid o Londres- Durán se limita a trazar el perfil del hombre que conoció y al que, el último día de su vida, el 3 de abril de 1991, ad ininistró por expreso deseo suyo los últimos sacramentos.
Su curioso respeto, casi fijación amorosa por la reina Isabel II de Inglaterra, o por la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, corren paralelos, pese a lo opuesto de las personalidades, con su admiración por el cura guerrillero Camilo Torres o por el malogrado presidente panameño Omar Torrijos. Durán anota, lo mismo que el biógrafo de Greene Norman Sherry, las curiosas dotes premonitorias del autor de El tercer hombre.
En uno de los capítulos del libro, -Slado más oscuro- relata cómo Greene era propenso a sufrir enormes, repentinas depresiones ligadas a menudo a la premonición de terribles dramas que estaban a punto de consumarse. Por ejemplo, en agosto, de 1984, mientras viajaba desde Antibes a España en avión, uno de esos tremendos ataques de angustia sobrecogió al escritor inesperadamente.
Durán recuerda que ambos tenían previsto salir desde España hacia Sintra, en Portugal, para visitar a María Newall, una, vieja amiga de Greene. Cuando telefonearon al domicilio de Newall la angustia del escritor británico cobró la forma de una premonición telepática, en Sintra, por teléfono, una voz les informó de que María había fallecido. La visión de Durán, positiva, teñida de admiración y afecto, no se detiene sólo en el lado oscuro o en el dilema religioso.
Greene, que no pudo alcanzar el reconocimiento literario que otorga el Premio Nobel, se muestra en estas páginas como un escritor de gustos muy personales, escasamente contaminados por lugares comunes. Admira, por ejemplo, y contra la opinión generalizada, únicamente los trabajos menores de autores consagrados como James Joyce o Ernest Hemingway y no sus obras mayores".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 17 de octubre de 1994

lunes, 10 de julio de 2000

Los pecados secretos de Graham Greene


Graham Greene
Ilustración de T.A.

Los pecados secretos de Graham Greene

Dos biografías sobre el escritor británico desvelan los amores con una bella millonaria



LOLA GALÁN
Londres 10 JUL 1994

La memoria de Graham Greene ya no tiene secretos. Dos reveladoras biografías, que se publicarán en otoño, pero sobre las que ya se han adelantado algunos detalles, han levantado la polémica: ¿Es el pecado, y el subsiguiente sentimiento de Culpa, un motor de incalculable potencia para la inspiración creadora? A juzgar por lo que cuentan sus biógrafos, sí. La etapa de máxima y más rica producción literaria del escritor católico británico, uno de los grandes nombres del siglo, se produjo durante los 13 años -entre 1946 y 1958- en los que vivió entregado a una devoradora pasión adúltera. La que le inspiró la bella y liberal millonaria norteamericana Catherine Walston.
La historia de Graham Greene (1904-1991) ha pasado a ser del dominio público. Ya no queda secreto alguno de la peripecia personal de uno de los autores de más éxito de su generación,' con varias de sus novelas convertidas en auténticos clásicos de la pantalla cinematográfica (El tercer hombre, Nuestro hombre en La Habana, El americano impasible, entre otras).Además de las dos biografías, -Graham Greene: el hombre, de Michael Shelden, y La vida de Graham Greene, por Norman Sherry, su biógrafo oficial-, que narran sus amores con la esposa del millonario terrateniente laborista Harry Walston, Sotheby's subastará este mes las cartas en las que la bella Catherine contó los pormenores de su pasión por Greene a su hermana Brontë Duran.
Para muchos de los admiradores de Greene, el espectáculo de sus pasiones aireadas en letra impresa, es cualquier cosa menos una buena noticia. El editor Max Reinhardt, se lamentaba de la carnicería sentimental sufrida por Greene en unas recientes declaraciones al diario The Guardian: "Mucha gente se está aprovechando de estas cosas. Greene fue un escritor notable. Ahora que está muerto pueden escribir lo que les dé la gana sobre él. Me parece francamente triste".
¿Qué otra cosa se puede esperar de un tiempo que ha apostado por la destrucción de cualquier clase de mitología humana?
Catherine Crompton Walston y Graham Greene construyeron, entre ambos, una relación de naturaleza casi literaria que resultó extraordinariamente rentable para la obra del escritor. Catherine era una fuente inagotable de inspiración. Sin embargo, y pese a que Greene se separó de su esposa en 1948, nunca llegaron a vivir bajo el mismo techo, salvo en escapadas ocasionales. Catherine vivió siempre con su marido, aunque fuera su amante el que le abrió las puertas de una subsidiaria fama.
Para Vivien, la esposa del escritor, la presencia de Catherine alteró por completo la personalidad de Greene. "Antes de conocerla Graham era un hombre muy dulce. Pero ella tuvo una pésima influencia sobre su carácter. Se volvió irritable, indiferente con los niños. Ella era la culpable. Una mujer extraordinariamente poderosa, con un gran gancho sexual, no es que yo no lo tuviera, pero ella había tenido muchos amantes y con todo ese dinero...".
Catherine Walston murió alcoholizada en 1978. En su escritorio guardaba todas las cartas enviadas por su famoso amante. Su marido, en un gesto de generosidad para la posteridad y con su propio bolsillo, las vendió a la Universidad de Georgetown (Washington).






ADULTERIO Y SANTIDAD


Cuando Catherine Walston y Graham Greene se conocieron, a finales de 1946, él era ya un escritor reputado; ella una belleza de 30 años, extravertida y aficionada a usar sus armas de mujer con todos los hombres que se cruzaban en su camino. Demasiado dinero y demasiado tiempo libre, probablemente. Las relaciones con su marido -con el que había contraído matrimonio a los 18 años- habían entrado en un capítulo de estricta camaradería.Catherine Walston lo tenía todo para seducir a los hombres y Greene no fue una excepción. Cuando se conocieron, después de que Catherine le escribiera para pedirle que fuera su padrino de bautismo al convertirse a la fe católica, el autor de El poder y la gloria quedó deslumbrado. "Estoy enamorado de una mujer tipo Bacall" diría después.
En años de penuria económica, cuando el escritor vivía en Londres, mientras su esposa, Vivien Dayrell-Browning seguía en Oxford con sus dos hijos, la exhibición de vitalidad y riqueza de la señora Walston, para entonces madre de cinco hijos, era casi una provocación.
Según el biógrafo Michael Sheldon, los tortuosos caminos del placer pasaban, para la joven madre de familia numerosa, por una divertida inclinación a la corrupción de sacerdotes católicos. Pero era la propia noción católica de pecado la que le resultaba extremadamente excitante. El pecado y la redención, la posibilidad de caer, para elevarse más tarde hasta una altura casi mística.
Catherine Walston no fue la primera amante de Greene, pero su llegada arrasó completamente el paisaje de su vida. Entre finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, Greene le escribió casi diariamente, mientras daba forma a algunas de sus novelas más famosas. La amaba y al mismo tiempo detestaba su pecado. Su vida alcanzó ese punto de angustia morbosa que le hacía tocar el cielo con las manos un día y al día siguiente desear ardientemente la muerte. Durante todos esos años la idea del suicidio no se apartó de su cabeza.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 10 de julio de 1994
EL PAÍS


RETRATOS AJENOS

FICCIONES

DE OTROS MUNDOS

DRAGON

RIMBAUD

sábado, 8 de julio de 2000

Vargas Llosa / Pájaro tropical / Reinaldo Arenas


Mario Vargas Llosa
BIOGRAFÍA

REINALDO ARENAS

Biografía

PÁJARO TROPICAL


El País, 15 de junio de 1992

Todo el que haya leído Antes que anochezca, la autobiografía póstuma de Reynaldo Arenas que ha publicado Tusquets Editores, comprende que se trata de uno de los más estremecedores testimonios que se hayan escrito en nuestra lengua sobre la opresión y la rebeldía, pero pocos se atreverán a reconocerlo, pues el libro, aunque se lee con apetito incontenible, tiene la perversa facultad de dejar a sus lectores incómodos y maltratados, como despertando de una pesadilla infernal de la que, por lo demás, no están excluidas la carcajada, la ternura y la ironía.Que muchas de sus páginas, dictadas deprisa por un hombre al que un sida terminal iba pudriendo en vida y abrumaba de terribles dolores, estén escritas con el desmaño y crudeza de un material de trabajo sin elaborar, no empobrece el libro. Al contrario, refuerza su naturaleza transgresora, imprime a sus episodios esa peculiar autenticidad de ciertos libros malditos que deben su grandeza no, como las buenas creaciones literarias, a la pericia formal, a un arte de la palabra capaz de insuflar vida a la ilusión, sino a la inmolación del que escribe, que en ellos se desnuda y entrega en una especie de sacrificio religioso del propio yo. Que, al poner el punto final a este libro, Reynaldo Arenas se matara, para acabar de una manera más digna que aquella que la enfermedad le reservaba, fue un simple trámite. Porque su verdadero y espléndido suicidio es Antes que anochezca.