domingo, 18 de marzo de 2007

El rostro joven de Sergio Mendes


Sergio Mendes

El rostro joven de Sergio Mendes

Carlos Galilea
18 de marzo de 2006

Diez años sin grabar un disco. El músico brasileño que se instaló en California en 1964, y convirtió en éxito mundial la canción Más que nada, regresa con Timeless, producido por el rapero Will.i.am, de The Black Eyed Peas, y con invitados como Stevie Wonder, Erykah Badu o Justin Timberlake.

Me telefonearon de una discográfica para decirme que tenían un grupo llamado Black Eyed Peas y que su líder quería conocerme. Yo no sabía quiénes eran, pero mis hijos, tengo uno de 19 y otro de 12, sí. '¡Claro, papá, los Guisantes del ojo negro!".
"Will.i.am llama un día a la puerta, y me lo encuentro cargado con una pila de vinilos míos, discos instrumentales que yo había grabado para Atlantic Records. Entró y me contó que ya escuchaba mi música cuando tenía 16 años", dice. "Tenía muchas ganas de que yo participara en su nuevo disco. Me cayó bien y le dije que sí aunque no conocía su música. Pero soy curioso. Pensé 'vamos a oír de qué va esta historia".
"En el estudio de grabación había un piano maravilloso, un Steinway, con los micrófonos, todo perfecto, y él estaba en la otra sala con protools. La canción que sonaba, para mi sorpresa, era Insensatez, de Jobim. '¡Vaya!, qué bien, ya la he tocado, me sé la armonía', pensé. Hice un pequeño solo y le encantó".
A Sergio Mendes (Niterói, 1941) le fascinó la experiencia de tocar con una base rítmica diferente. "Volví a casa y le dije a mi mujer que iba a hacer un disco. Me habían entrado ganas de grabar de nuevo. Llamé a Will y le dije 'óyeme, ya que te gusta tanto la música brasileña, ¿por qué no organizamos un encuentro con el mundo del hip-hop, tu mundo? Invita a quien quieras y yo también traeré invitados".
"Timeless empezó a grabarse en São Paulo porque Will actuaba allá. En el estudio tenían un Fender Rhodes, uno de aquellos antiguos pianos eléctricos de los años setenta, y comenzamos con Más que nada. Era medio simbólico grabar esa nueva versión". Cuarenta años después de la primera: con la canción de Jorge Ben arrancaba su disco Sergio Mendes & Brasil '66.
"Creo que el mundo del hip-hop, en términos generales, es poco melódico. Y la bossa nova, los clásicos brasileños, aportan al beat la alegría de la melodía. El hablar sobre la melodía, como hace el hip-hop, me parece muy interesante. Y es lo que hoy gusta a los chicos. Que vivamos un momento poco melódico igual se debe a las prisas. Todo el mundo en el ordenador, con los jueguecitos", dice riendo. "Pero lo que se nos queda de las grandes canciones son las melodías. Cuando oyes Más que nada o Consolação no las olvidas. Son eternas".
En Timeless hay temas de Antonio Carlos Jobim, Baden Powell, João Donato
... Algunos los había grabado con anterioridad, otros no. El carioca está acostumbrado a trabajar sin productor. "Desde el primer disco que me produjo Herb Alpert yo había producido todos los demás. Es interesante trabajar con la visión de otra persona porque pasa a ser el director de la película y tú únicamente un actor", afirma. "Nunca había terminado un disco tan rápidamente. No tuvimos ni un desacuerdo. Will tiene una percepción de las cosas que me sorprendió. Trabaja con el ordenador en los trenes, los aviones... No para".
La lista de invitados no fue algo premeditado. "Stevie Wonder estaba en un estudio al lado, entró, oyó la canción de Baden Powell y Vinicius y me dijo que quería traer su armónica para tocar. Se llevó una cinta y al día siguiente grabó su parte en cinco minutos, una sola toma", asegura. "Will convocó a la gente del rhythm and blues y el hip-hop. Cuando llegó Justin Timberlake, yo estaba jugando con la introducción de cuerdas de una canción mía que grabé hace mucho, So many stars, y Justin empezó a canturrear la melodía por encima".
La selección brasileña es de Sergio Mendes: los músicos de su banda y su mujer [la cantante Gracinha Leporace], Marcelo D2 -que ha contribuido a popularizar en Brasil la mezcla entre samba y hip-hop-, el Quarteto Mahogani de guitarras y Guinga. A principios de los noventa, Mendes viajó a Brasil con idea de grabar la poderosa percusión que se oye en las calles durante el carnaval. El trabajoso resultado, Brasileiro, le valió en 1993 un grammy. Lo abría una explosión de tambores: "Una escuela de samba entera en un patio, que grabamos con micros colgados de los árboles". En el disco estaba Carlinhos Brown. "Prácticamente fue su estreno. Montó la timbalada en la calle del Candeal para tocar para mí. Me caí de espaldas", recuerda. También apadrinó a Guinga: "Su música es una mezcla de Villa-Lobos y Cole Porter. Muy cinematográfica. Mi gran amigo Henry Mancini oyó una de sus canciones y exclamó '¿quién es ese tipo? Sergio', me dijo, 'ya no se hace música como ésta en el mundo".
En los primeros años sesenta, en Río de Janeiro, el pianista lideraba el influyente sexteto Bossa Rio, samba y jazz con los trombones de Edson Maciel y Raul de Souza y Edison Machado a la batería. En la carátula de Timeless hay una fotografía coloreada de aquel jovencísimo Sergio Mendes. Sin barba.

Mendes tocó con músicos de jazz como Art Farmer, Bud Shank o Cannonball Adderly, y es el brasileño que más discos ha vendido en Estados Unidos con aquella fusión de samba y pop con voces femeninas de sus grupos Brasil '66 o '77. "Puede ser", contesta con una sonrisa, sin querer entrar en cifras. Piensa crear un pequeño sello para producir discos de Guinga, Mahogani, Hermeto Pascoal
... "Algo como lo que Creed Taylor hizo en A & M con CTI".
En 1971 fue uno de los primeros de Los Ángeles que tuvo estudio de grabación en casa. "Un amigo me recomendó a un carpintero. Llegó a casa con el pelo larguísimo, barba, el pantalón roto. '¿Has construido alguno?', le pregunté. 'No', contestó. 'Entonces estás contratado'. El carpintero era Harrison Ford. Hay fotos y todo. El otro día nos vimos y nos reímos mucho toda la noche tomando sake".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de marzo de 2006


sábado, 17 de marzo de 2007

Frank Miller / ¿Qué hiciste en la guerra, Leonidas?






Frank Miller
¿Qué hiciste en la guerra, Leónidas?

Los historiadores debaten sobre la batalla de las Termópilas y la verdad de las guerras entre griegos y persas


Jacinto Antón
17 de marzo de 2007

Leónidas, el bravo y sufrido rey espartano, libra una nueva batalla. Correoso y con ganas de bronca como era, al héroe de las Termópilas seguramente le hubiera encantado el lío que se ha montado en torno a su última epifanía, la película 300, basada en el salvaje, arrebatadoramente violento y hermoso cómic de Frank Miller (Norma Editorial) sobre la batalla en la que cayeron frente al Ejército persa él y todos sus hoplitas de mantos encarnados. La polémica que envuelve al filme -las críticas por su retrato "racista" y denigrante con los persas y la abundancia de tópicos (el valor y la hombría espartanos frente a la cobardía y traición persas, el enjambre asiático ante la individualidad griega)- amplifica una discusión científica que aunque se libra en el discreto escenario de las publicaciones y los despachos universitarios no deja de emanar un inconfundible fragor bélico.





Desde hace unos años, las posiciones se han radicalizado entre los estudiosos que defienden una visión más tradicional y digamos prohelénica de las guerras médicas -las que enfrentaron a griegos y persas en el siglo V antes de Cristo- y los orientalistas, proiránios para entendernos, que reclaman una visión más equilibrada, justa y realista, a su entender, del conflicto. Estos especialistas, como el historiador Pierre Briant, autor de Histoire de l'Empire perse (Fayard), recalcan la importancia de las realizaciones culturales de la civilización persa y su cariz tolerante. Deploran "la negativa concepción eurocéntrica" que ha estigmatizado a los antiguos persas como los malos, y -aunque Briant no ha visto aún la película y no suele leer cómics- abominan, como se puede suponer, de estampas del estilo de las que brinda 300, con un Jerjes afeminado, cruel y cubierto de piercings, con más aspecto de salir de Hellraiser que de Persépolis.




"¡Ay de mí! ¡Con qué rigor se abatió el destino sobre la nación persa!", exclama Jerjes, "en cuyos ojos brilla el fuego sombrío de la mirada del sangriento Dragón" en Los Persas, la tragedia de Esquilo. Esa imagen de una terrible derrota del imperio persa no se corresponde, señala Briant, con la realidad: el imperio aqueménida (el de los persas) no entró en absoluto en declive tras las derrotas de Jerjes en la Segunda Guerra Médica (Salamina, Platea), sino que, de hecho, se mantuvo en la cima del poderío mundial todavía durante más de un siglo. En ese sentido, las derrotas habrían sido picaduras de mosquito en la piel del elefantiásico imperio de los Reyes de Reyes.

Más radical, George Cawkwell, profesor del University College de Oxford, afirma en su revulsiva The Greek Wars (2005) que los griegos fueron sólo "una distracción menor" de los soberanos persas, que tenían "problemas más importantes" en la administración de su vasto imperio.




Frente a esta visión pendular se alza la moderna ortodoxia que representan libros sabrosísimos como La batalla de Salamina, de Barry Strauss, de reciente publicación por Edhasa, o Termópilas, de Paul Cartledge, que aparecerá el próximo día 27 en Ariel, ambos de un pulso narrativo excelente aunque muy ceñidos a la visión tradicional del conflicto -Cartledge, profesor de Cambridge en el que despiertan unos sorprendentes entusiasmos los espartanos, incluso usa la secular comparación del imperio persa con el turco en decadencia, algo que aborrece Briant-.

Heródoto es uno de los blancos principales de los proiránios. Cawkwell no duda en asegurar que el historiador en el que se basa en buena medida nuestra visión tradicional de las guerras médicas simplemente "no entendió la compleja realidad del imperio persa". El profesor de Oxford enmienda la plana a Heródoto y defiende que los persas eran mucho más capaces militarmente de lo que aquél dio a entender, pues a ver si hubieran podido si no ganar y sujetar un imperio de tres millones de kilómetros cuadrados. "Las realizaciones militares persas no podrían haberlas efectuado hombres blandos y afeminados, a golpe de látigo, como los retratan las fuentes griegas", subraya. Es verdad que llevaban pantalones, el acabose de lo barbilindo para los espartanos. El número de tropas es un tema que lleva agua al molino de los revisionistas propersas: esas abigarradas hordas de millones que se mueven como nubes de langostas y se beben los ríos a su paso... Para Cawkwell, literalmente, Heródoto no sabía contar. Los persas habrían llevado, en su opinión, las tropas justitas, y éstas no serían inferiores en calidad a las griegas.



El silencio de las fuentes persas es para los unos la prueba de que las guerras significaron poco para los persas. Para los otros indica todo lo contrario: que un imperio autocrático no podía admitir la derrota.

Sea como fuere, resulta innegable que los griegos ganaron al fin y Grecia no se convirtió en una satrapía. Pero vencieron, apuntan los proiránios, porque el Ejército persa sufrió un problema irresoluble de abastecimiento. Los persas, sintetiza Cawkwell, perdieron por sus propios errores: fallos del alto mando y folie de grandeur. ¿Y las Termópilas? Si Leónidas y los suyos pudieron aguantar un tiempo los embates enemigos antes de convertirse en alfileteros de los persas, arguye el estudioso, fue por razones de geografía, no de valor.



El topógrafo de la antigüedad y novelista Valerio Manfredi defiende que el relato de Heródoto de la batalla, heroísmo incluido, está, pese a la sobredosis de épica, muy próximo a la verdad. "Los persas, obviamente, no eran millones pero sí 200.000 o 300.000, una enormidad, lo que tienen EE UU en Irak. Entiendo la moda de la persofilia, admito que la persa fue una civilización maravillosa, pero los griegos tenían conciencia del valor de su libertad. Lucharon y vencieron porque estaban dispuestos a morir antes que someterse. Eso no es un tópico. Y está en la raíz de la cultura occidental. Es el legado de las Termópilas. No lo vamos a cambiar por una mal entendida sensibilidad de lo políticamente correcto".Los orientalistas abominan de la imagen de Jerjes cruel y lleno de 'piercings'





Gerard Butler, Leónidas en la película <i>300,</i> de Zack Snyder.Gerard Butler, Leónidas en la película 300, de Zack Snyder.

* Este artículo apareció en la edición impresa del sábado, 17 de marzo de 2007
EL PAÍS


viernes, 2 de marzo de 2007

El desconocido realismo de un profeta de la ciencia-ficción

Philip K. Dick


El desconocido realismo de un profeta de la ciencia-ficción



A los 25 años de su muerte se destapa la faceta oculta de Philip K. Dick

Jordi Costa
Madrid, 2 de marzo de 2007

Se cumplen hoy veinticinco años del fallecimiento de Philip K. Dick, el escritor que la canónica Enciclopedia de John Clute y Peter Nichols define como "una de las dos o tres personalidades más importantes en la ciencia-ficción del siglo XX". Víctima de un infarto que le mantuvo cinco días en coma, Dick fue enterrado por su padre bajo la lápida que le había esperado cuarenta y tres años, esculpida el día del temprano fallecimiento de su hermana gemela Jane, que murió con tan sólo cinco semanas de vida.
A Dick le hubiesen faltado cuatro meses para poder asistir al estreno mundial de Blade Runner, el clásico de la ciencia-ficción cinematográfica que Ridley Scott basó en su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? O quizás, tal y como le hubiese gustado a un escritor que siempre cuestionó todo consenso sobre lo real, nada de esto sea cierto: en 2005, la empresa Hanson Robotics construyó una réplica del escritor manejada por control remoto, de la que se perdió toda pista en 2006, mientras viajaba entre el equipaje de un avión con destino a la Comic Con de San Diego. Quizás el simulacro de Dick esté vivo... en alguna parte.
Con la edición de En busca de Milton Lumky, una de las desconocidas obras realistas del escritor, el sello Bibliópolis celebra la efemérides reivindicando una faceta creativa que Dick nunca logró ver reconocida en vida. El autor invirtió la mayor parte de sus esfuerzos creativos en los 50 en el empeño de ser reconocido fuera del género que amparó sus primeros pasos. No lo logró: Confesiones de un artista de mierda, que en España editó Valdemar, fue el único título ajeno a la ciencia-ficción que logró ver publicado en vida, en 1975, a pesar de que el original era de 1959. Dick no tuvo otro remedio que guardar en un cajón estos trabajos que no vieron la luz en el mercado anglosajón hasta después de su muerte. El ya desaparecido sello Alcor publicó en 1988 otra de esas novelas, Ir tirando, crónica de un adulterio en una pequeña ciudad de provincias.
Escrita con el modelo de La muerte de un viajante de Arthur Miller en la cabeza, En busca de Milton Lumky es otra historia de vidas minúsculas dominada por el compromiso de Dick con el hombre común y sus anhelos, siempre frustrados por una realidad que parece conspirar sutilmente en su contra. Con la publicación de este trabajo, Bibliópolis inicia la recuperación de la oculta obra realista de Dick, que los exégetas del autor sólo consideran levemente menos interesante que sus trabajos mayores en el terreno de la ciencia-ficción, escritos después de esa etapa: Tiempo desarticulado, El hombre en el castillo, Tiempo de Marte, El doctor Moneda Sangrienta o Los tres estigmas de Palmer Eldritch.
Alucinógeno profeta de la era del simulacro, delator de los espejismos de realidad que conforman nuestra cultura, místico tocado por la gracia y la paranoia a partes iguales, Dick tendrá también su biopic cinematográfico, producido por Paul Giamatti y con guión de Tony Grisoni, autor que ya se atrevió con Miedo y asco en Las Vegas de Hunter S. Thompson.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de marzo de 2007

Philip K. Dick / Inmobiliarias en Marte

Philip K. Dick
Ilustración de Robert Crumb


Inmobiliarias en Marte


JUSTO NAVARRO
2 MAR 2007

El primer cuento de Philip K. Dick se llamó La cosa-Padre: un animal viene del extramundo, consume el ser del padre, se hace padre, lo usurpa, va a meterse en la madre, y en el propio hijo, que, descubriéndolo todo, quema antes a su padre con gasolina. El enemigo ronda cerca, padres o Estado, agentes del FBI perseguidores de comunistas, o agentes comunistas y neofascistas disfrazados de vecinos. Dick tomaba tranquilizantes para quitarse la angustia de escribir, anfetaminas para escribir, y alucinógenos para borrar las alucinaciones. Imaginó a un presidente de EEUU simulacro electrónico manejado por plutócratas. Imaginó que japoneses y nazis habían ganado la guerra. Anticipó la llegada del negocio inmobiliario a Marte. Vio que yo, u otros como yo, éramos máquinas construidas para negar que son una máquina. Tuvo la pesadilla de un astro televisivo que despierta del coma y descubre que nadie lo conoce: no existen ni el astro ni su programa. Supo que hay recuerdos en venta que no se distinguen de los verdaderos, con la ventaja de que los verdaderos tampoco se distinguen de los falsos. Empiezan a conocerse novelas de Dick antes de ser Dick, como Gather Yourself Togheter, de 1949: en la China en guerra civil una mujer y dos hombres recibirán a los maoístas para entregarles una fábrica americana que ha ido cayendo en el abandono a la espera de la llegada de los nuevos bárbaros. Verne se llama el héroe de la historia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de marzo de 2007