Lionel Davidson
BAJO LOS MONTES DE KOLIMA
INTRODUCCIÓN
de Philip Pullman
Acabo de leer este libro por cuarta vez, y estoy más convencido que nunca de que es el mejor thriller que he leído
en mi vida y de que, con Lionel Davidson fallecido, es poco
probable que lea otro que lo supere.
Tiene una estructura clásica. Adopta la antigua forma
de la búsqueda: el protagonista viaja a un lugar remoto, consigue algo valioso y regresa. Jasón y los Argonautas, La isla
del tesoro y Las minas del rey Salomón son sólo tres de la
multitud de relatos que siguen este patrón básico. Quizá el
ejemplo moderno más famoso sea El señor de los anillos;
el valioso objetivo que consigue el protagonista, Frodo, en el
momento culminante de su peligroso viaje, es la destrucción del Anillo Único, con el que sólo se puede acabar arrojándolo al Monte del Destino.
La idea de la búsqueda ha sido objeto de numerosos
análisis, llevados a cabo prácticamente desde todos los
puntos de vista, incluidos el psicológico, el antropológico y
el literario. En cuanto a la técnica del relato, en mi opinión
existen tres normas que toda buena narración debe respetar: la búsqueda debe ser ardua, debe ser fácil de entender
y el desenlace debe dejar muchas cosas pendientes.
No sé si Lionel Davidson tuvo en mente alguno de estos
elementos de manera consciente, pero Bajo los montes de
Kolima es una de las búsquedas mejor contadas que he
leído. El protagonista, Johnny Porter, tiene que viajar desde Canadá hasta un instituto científico de Siberia, oculto en un
lugar remoto y protegido por un fuerte sistema de seguridad, y averiguar la razón por la que un antiguo amigo suyo
le ha pedido con tanta urgencia que acuda a un sitio tan
desolado. Y luego, naturalmente, debe regresar. De modo
que el relato se divide, de forma natural, en tres partes: la
llamada y el viaje de ida, lo que sucede allí y el viaje de
vuelta. Un relato con esta estructura tiene un atractivo irresistible... si se cuenta bien.
Sin embargo, se han escrito y publicado miles de historias de búsquedas, y la mayoría de ellas se olvidarán. Una
estructura clásica no lo es todo por sí sola. Que esté «bien
contada» implica varias cosas, por supuesto, y la calidad de
esas cosas es lo que hace que Bajo los montes de Kolima sea
un relato tan memorable. Una de ellas, muy importante, es
el protagonista. Jean-Baptiste Porter, o el doctor Johnny
Porter, es un indio de etnia gitksan, originaria de la región
del río Skeena, en la Columbia Británica. Dotado de un
talento prodigioso para los idiomas, a los trece años no sólo
habla la lengua de su tribu e inglés, sino también varias más,
entre ellas el tsimshian, «una lengua tan singular que los
lingüistas no han logrado relacionarla con ninguna otra del
mundo». También domina el coreano, el japonés, el ruso y
varios dialectos de los pueblos nativos de Siberia. Además,
está licenciado en Biología, le conceden una beca Rhodes
para estudiar en Oxford y, antes de graduarse, publica Silabario de tsimshian corregido, obra con la que gana una
medalla de oro. Por si fuera poco, sabe luchar y es un ingeniero hábil y con experiencia. Y encima resulta sumamente
atractivo a las mujeres.
Los héroes tienen que ser notables. Únicos y extraordinarios. Si conociéramos a alguien como Johnny Porter, nos
quedaríamos menos impresionados al encontrarnos con un
héroe en un libro. Supongo que un lector particularmente
escéptico alzaría una ceja ante esta increíble lista de logros;
en cambio, a mí me ha convencido, siempre.
Los demás personajes de la novela también son vívidos, cada uno en su estilo. Rogachev, el anciano director del misterioso centro científico, con su oscuro secreto;
Lazenby, el académico de Oxford de cabeza bamboleante;
la coqueta y provocativa Lidia Yakovlevna, que quiere irse
a casa con Johnny y «hacer de todo» con él; la dulce y ciega
Ludmila, que quizá sea el personaje más extraordinario de
todo el libro; Komarova, la fría y reservada doctora, que
sabe más de lo que parece; el brutal contramaestre japonés
del Suzaku Maru... Todos ellos están bien dibujados y llenos de vida.
Tal vez los pasajes más destacables del relato sean los
que cuentan cómo llega Johnny Porter a Siberia y su partida. El viaje de ida es espantoso, no sólo tiene que soportar
dolor —una violenta pelea con el abominable contramaestre, maravillosamente relatada—, sino también un sufrimiento todavía peor, tan repugnante como ingenioso. El
viaje de vuelta, en el que Porter intenta hasta desesperarse
llegar al estrecho de Bering con temperaturas de cincuenta
grados bajo cero, mientras sus enemigos se acercan cada vez
más, es una de las mejores persecuciones que se han escrito.
Son los detalles lo que más impresiona. Por ejemplo, no
tengo ni idea de si existe un bobik; Wikipedia cree que es el
apodo de un vehículo blindado, pero eso no tiene nada que
ver. A lo mejor a Davidson le gustó el nombre y se inventó
un vehículo para llamarlo así. Pero ese todoterreno feo, cuadradote, inmensamente duro y capaz de soportarlo todo,
con neumáticos medio inflados, y que además cuenta con
una excelente calefacción, es justo lo que haría falta para
viajar por esas regiones, y cuando Porter necesita uno... En
fin, en manos de un escritor menos dotado, se limitaría a
robarlo. Sin embargo, aquí hace algo mucho mejor. Y debido a la acumulación de detalles de ingeniería convincentes,
acabamos creyéndonos hasta la última palabra, y nuestra
admiración por Porter —y por el autor— crece aún más.
Dondequiera que miremos, sea cual sea el pasaje que
estemos leyendo, hallamos profundidad en los detalles,
están pensados a fondo, resultan del todo verosímiles. Para
un escritor, el peligro de los detalles radica en cargar demasiado las tintas en ellos: el autor está tan enamorado de la
investigación que ha llevado a cabo que desea que el lector
se enamore también. Sin embargo, rara vez lo hace. En el
momento en que el cariño del autor por tanta información
sobrepasa el interés del lector, éste deja el libro y enciende
la televisión.
En Bajo los montes de Kolima hay mucha descripción
del ambiente, pero en este caso los detalles no son sólo un
elemento decorativo. ¿Cómo finge Porter que es un marinero
coreano y se incorpora a la tripulación de un barco japonés?
¿Cómo, tras haber llegado a Siberia con un disfraz, cambia
su apariencia física y sus modales de forma tan creíble?
¿Cómo penetra al fin en la fortaleza del instituto científico,
situado cerca de las negras aguas del lago Tchorni Vodi?
Cada paso es necesario, cada detalle hace que el argumento
avance. Si el resultado ha sido fruto de la investigación, nos
inclinamos ante la diligencia de Lionel Davidson. Si, en cambio, ha sido fruto de su imaginación, nos inclinamos todavía
más. (Cuando se escribe ficción, el objetivo de la investigación siempre es llevar la imaginación hasta un punto en
el que sea capaz de inventar cosas tan parecidas a la realidad
que el lector no pueda notar la diferencia.)
Venga de donde venga, ya sea porque Davidson viajó a
lo más remoto de Siberia, pasó muchas horas en la biblioteca o porque simplemente se sentó a su mesa y se lo inventó
todo, la totalidad del material está al servicio de uno de los
talentos narrativos más grandes del mundo del thriller.
Como relato puro de aventuras, esta novela tiene muy pocos
rivales. Como historia de amor, valentía, peligro y un frío
terrible, es una obra maestra. Ahora bien, el breve episodio
que tiene lugar en el corazón del misterio, el callado encuentro entre Johnny Porter y la tierna y herida Ludmila, eleva
Bajo los montes de Kolima por encima de cualquier otro
thriller que yo haya leído. Éste es el mejor que existe.
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