Carlos Ruiz Zafón |
Carlos Ruiz Zafón: la carrera de un cometa de órbita singular
Con su muerte, reservada y lejana, finaliza el trayecto más insólito de un escritor por el accidentado circuito de la narrativa española contemporánea
Eduardo Mendoza
19 de junio de 2020
En su carrera, tan fecunda como breve, varias cosas se conjuraron para que su paso fuera el de un cometa de órbita singular: visto y no visto. Carlos Ruiz Zafón nació y creció en Barcelona. Trabajó bastante tiempo en publicidad; se inició en la ficción con relatos juveniles; se estableció en Hollywood y frecuentó el mundo del cine; componía música con seriedad y talento. Con este bagaje no es de extrañar una eficacia narrativa que ha funcionado maravillosamente bien en todo el mundo. En el aspecto de la teoría literaria, iba a su bola. Tomó lo que le convino de donde le pareció bien, sin adscribirse a ninguna escuela literaria; ni siquiera al nutrido grupo de los que rechazan cualquier etiqueta. En su obra lo metió todo: autores clásicos y populares, épica y kitsch, sin olvidar películas, series de televisión y cómics, tres campos que conocía a fondo. Con estos elementos construyó un mundo personal cargado de artificio, que, sin embargo, conservaba la inocencia y la nostalgia de su infancia en una Barcelona de barrio y de los veranos felices en la playa de Sant Pol.
Trabajaba a distancia, incluso cuando en Barcelona pasaba temporadas casi de incógnito: su centro de gravedad era Los Ángeles. Más que entrar se coló en la hacinada nómina de la novela española y de la noche a la mañana, sin que nadie se explicara cómo ni por qué, se convirtió en un fenómeno universal. Un éxito tan sonado por fuerza agobia al creador, que lo ha de administrar con prudencia para seguir creando. Más cornadas da el fracaso. La celebridad, por el contrario, solo aporta molestias y suscita envidias. Hizo lo que pudo. Acertó al permanecer al margen de un colectivo que nunca fue el suyo. Antes no era de la tribu y luego el éxito ya no le dejó ingresar, porque su caso era difícil de encajar y, en el fondo, de perdonar. Él mismo contribuyó en parte a consolidar su condición de extraterrestre. Era poco sociable y veía con suspicacia tanto el halago como el rechazo. Evitaba las entrevistas y las apariciones públicas, al menos en España. Las veces que acudió a firmar libros, en Sant Jordi o en la Feria de Madrid, lo instalaban en una caseta apartada, con un aparatoso despliegue de seguridad para evitar las avalanchas. Nadie se le podía acercar ni él se podía acercar a nadie.
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Un último apunte frívolo sobre su vestuario. Unas veces llevaba unas prendas chillonas, como de surfista californiano; otras veces, sin motivo alguno, un elegante traje negro que le daba un aire distinguido, como de obispo anglicano. Este y otros detalles similares me hacían pensar que él se veía a sí mismo como un personaje escapado de una novela juvenil o de la viñeta de un cómic o de un story board. Quizá me equivoco y la imagen que proyectaba era una forma más de protegerse. Lo mismo da. A estas alturas lo que yo piense y lo que piensen los demás ya no tiene importancia.
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