lunes, 31 de agosto de 2020

Angélica Gorodischer / “La vida real no me interesa”

Angélica Gorodischer



Angélica Gorodischer

“La vida real no me interesa”

En una entrevista de Liliana Colanzi y Mariano Vespa, Angélica Gorodischer, autora de Kalpa Imperial, Trafalgar y Las señoras de la calle Brenner, entre otros títulos, habla de sus búsquedas literarias, la relación con la tecnología y anticipa el próximo libro de cuentos.
“La vida real no me interesa”
Por Liliana Colanzi y Mariano Vespa.
Llegamos a la casa de Angélica Gorodischer siguiendo la pista de Rafael Pinedo, el autor de la novela posapocalíptica Plop, que ganó el premio de Casa de las Américas en 2002. De alguna manera queríamos descifrar el enigma Pinedo, que falleció de un melanoma en 2006. Habíamos leído que era tal su admiración hacia Gorodischer que uno de los personajes de Plop —la vieja Goro, un personaje fuerte y terrible, la única persona del clan que sabe leer en un mundo devastado— le rendía homenaje. La encontramos en su casa en Rosario, ciudad donde vive desde la infancia: nos recibió apoyada en un bastón de madera maciza que —dijo— posiblemente haya pertenecido a Manuel Belgrano, y que compró en Mercado Libre. Mientras esperaba al técnico que le arreglaría una heladera arruinada, conversamos sobre sus lecturas (y constatamos que Plop ocupa un sitio especial en su biblioteca, separado en un altarcito propio), sus proyectos, sus inquietudes y sobre la ciencia ficción, un género que cada vez cobra mayor importancia, y en el que ha sido pionera en Latinoamérica. Su libro Kalpa Imperial fue traducido por la destacada autora norteamericana Ursula K. Le Guin. Con ochenta y siete años y una treintena de libros publicados, Gorodischer dijo estar terminando Las nenas, “un libro de cuentos bastante siniestros”.
—Oesterheld me deslumbró. Lo conocí y dije: “Qué maravilla”. Ahora le regalé al segundo de mis hijos el libro de Oesterheld con sus cuentos inéditos (Más allá de Gelo, Planeta, 2015). También me lo leí antes. Oesterheld fue un tipo sensacional. Qué destino, ¿no? Para la época fue revolucionario. Hubo mucha gente que no quiso ni acercarse: “Ah, no, esas cosas de aventuras fantásticas…” A mí los marginales me interesan, hay algo por lo que el establishment los pone un poquito de lado. Ahí pasa una cosa graciosa que algún autor marginal se convierte en central y resulta que a todos siempre les pareció maravilloso y lo valoraron. De alguna manera le pasó a Cortázar.
» He tratado de leer a los últimos [autores de ciencia ficción] y no me entusiasman mucho. Estoy metida en otras cosas, escribo mucho y no estoy bien de salud, así que hay muchas cosas que ignoro. Pero Plop, de Rafael Pinedo, siempre me dejó deslumbrada. La impresión que tengo como lectora —ya no les hablo como escritora— es el color negro, porque todo es negro. Todo es de una negrura impresionante, estamos en medio de una noche de la que no vamos a salir jamás. Esa impresión de negrura, de telón, de un color que es casi concreto, es tremenda. En esa noche negra lo que crece es el barro, la no-visión, la no-existencia de un horizonte, una cosa que es terrible. Plop es una novela descarnadamente escrita, porque el hueso y la médula están ahí a la vista. No hay una concesión. Hay novelas crueles, por supuesto, que una ha leído —yo empecé a leer a los cinco años y todavía no me detuve—, pero es difícil encontrar una pieza narrativa en la que no haya ni una sola concesión. No hay ni siquiera lo que se llama el feísmo. Es una cosa seca, como concentrada, como puños cerrados. El lenguaje sirve para comunicar lo que está acá, pero lo que está más allá no tiene nombre ni lo tendrá quizás nunca. La ciencia ficción tiene novelas muy descarnadas, muy crueles, pero esto creo que es lo más cruel que leí. Después me enteré que el autor había muerto; tampoco supe cómo. Yo creo que Pinedo está solo dentro de la literatura latinoamericana. No se puede decir que este muchacho sale de allí, o que abreva de allá, o que tiene relaciones con eso… Yo no le encuentro nada. Esa cosa monstruosa de toda la humanidad no lo encuentro en otra parte. Puede haber, quizás, en un texto medieval, qué sé yo. A mí me parece que ese hombre está solito, lo cual es un gran honor.
» El Negro Fontanarrosa fue alumno de mi marido. Mi marido es arquitecto y enseñaba en el Politécnico acá. Fontanarrosa era un muchachito que estaba en segundo o tercer año, pero no quería seguir arquitectura, quería dibujar. Entonces se iba al último banco y dibujaba sus viñetitas, vieras lo que eran. Por supuesto, el Goro, mi marido, se ponía furioso y le daba un cero, lo retaba. Y después Goro me decía: “Si yo pudiera haber hablado con los padres, les habría dicho: Saquen a este chico, este chico no quiere estudiar”. Una vez el Negro le llevó unos deberes que eran un desastre total, entonces el Goro se los tiró y le dijo: “Mirá, Fontanarrosa, ¿sabés adónde vas a terminar vos? ¡Vendiendo choripanes en la cancha de Central!” Pasó el tiempo, el Negro fue lo que fue, y el Negro decía: “¿Conocen al que fue mi profesor de dibujo?” Y Goro decía: “¡Yo le enseñé a dibujar a Fontanarrosa!” ¡Se cargaban…! Y cuando hicieron acá una retrospectiva del Negro –el Negro estaba vivito y coleando—, había viñetas que no se habían publicado nunca, y abajo decía: “De la pinacoteca del arquitecto Gorodischer”. Era muy gracioso, lo quería mucho al Negro.


» Terminé una novela que se publicó en noviembre de 2014 [Palito de naranjo, Emecé]. Y entonces empecé a escribir otra. Pero hace poco, buscando cuentos, porque me habían pedido cuentos y no tenía ganas de escribir uno, descubrí que tenía otro libro. Es un libro que tiene varios cuentos de la misma laya, de la misma raza. No son cuentos muy felices, son bastante siniestros. Se llama Las nenas. Algunas son víctimas y algunas son victimarias. Terminé un cuento y después otro más, y ahora tengo siete.
» Yo no puedo ver películas de terror porque soy miedosa. Salvo que sea realmente una obra maestra, pero si no, prefiero no mirar. Tengo ciertos miedos —he sido carne de diván también— que mi marido, que es lo lógico, lo intelectual, lo racional con dos patas, no entiende. Tengo miedo a la oscuridad, tengo miedo a la noche. Entonces él me explica y cree que ya está, que ya se me pasó. Entonces le digo: “Esto va por otros carriles”. Y él: “No, no, no, mirá, yo te voy a volver a explicar…” [Se ríe]
» Celular no uso. Todo el asunto del celular y de ver que la gente está como loca ahí, eso me horroriza. El tipo ese que puso el cartel en el bar que decía “No tenemos wifi, hablen entre ustedes”, me parece espléndido. El otro día vi que pasaban tres chicas por la calle. Tenían dieciséis, diecisiete. Supongo que serían amigas porque iban juntas, pero cada una iba con su celular haciendo tiqui-tiqui. Eso ya a mí me pone loca. ¿Dónde mierda vamos? En un cumpleaños mis hijos me regalaron un Blackberry. Me enseñaron a usarlo, pero yo vivía de esclava del Blackberry. Entonces lo tiré. Una amiga me dijo: “¿Y si te pasa algo en la calle?” Le dije: “Mirá, si me pasa algo leve en la calle, al primer señor que pase le pido que me ayude. Y si me pasa algo grave, van a llamar a la ambulancia, ¡así que dejame de jorobar!”. Así que no, el celular, no. Pero todo lo demás sí: tengo computadora, por supuesto, me gusta navegar en internet, descubro cosas. Kindle sí, eso leo perfecto, sus páginas no tienen el brillo que tiene la pantalla, con eso me llevo bien.
» A mí me interesa cómo fue el momento en que hicimos clic y dejamos de ser simios. ¿Qué pasó con ese antepasado común? Hubo un momento en el que ocurrió algo. En un libro que estoy leyendo, De animales a dioses, el autor (Yuval Noah Harari) dice que hubo una revolución cognitiva, pero no se sabe qué sucedió. Decenas de miles de años después vino la revolución agrícola, pero para ese momento ya éramos casi intelectuales.
» La ciencia ficción te deja una marca muy fuerte. Yo siempre digo: a mí la vida real no me interesa. Hay autores y autoras que con la vida real han hecho maravillas. A mí no me sale porque la vida real no me interesa. “¿Y a usted qué le interesa?”, me dicen. Me interesa lo inexplicable, lo inefable, lo que no se puede decir, esas cosas por las que hay que pasar de lejos. [En mis historias] siempre pasa algo raro. A veces no se sabe muy bien de qué se trata, pero hay algo siempre que está fuera de la experiencia diaria.

sábado, 29 de agosto de 2020

El que hombre que no quiso ser Gabriel García Márquez





El periodista Eligio García Márquez.El periodista Eligio García Márquez.ARCHIVO DE MYRIAM GARZÓN


El hombre que no quiso ser Gabriel García Márquez

Periodista y escritor, el hermano del premio Nobel colombiano trató de esconder el parentesco familiar


Juan Cruz
Tenerife, 19 de agosto de 2020

Cuando, a los nueve años, el maestro le preguntó a Eligio Gabriel García Márquez (Colombia, 1947-2001) si de mayor querría ser un escritor como su hermano, el muchacho respondió: “No, porque a mí no me gusta meter mentiras”. Eligio fue bautizado Gabriel porque el padre de los García Márquez quería esa duplicidad en su familia, pero a lo largo de los años, hasta 2001, en que Eligio murió en Bogotá, ese descendiente que llevaba también el nombre del Nobel hizo todo lo posible para que no se supiera en público ni ese patronímico ni mucho menos el inmediato parentesco.
Así que Eligio, que sí terminó contando mentiras pues es autor de algunas novelas y fue un importante periodista en su país, firmaba Eligio García y así se presentaba ante los entrevistados (hizo grandes entrevistas literarias, como las contenidas en Son así. Reportaje a nueve escritores latinoamericanos, editorial La Oveja Negra, 1982; El Áncora Editores, 2002) y de esa manera pasó a la historia del periodismo y de la literatura de esta lengua.

De hecho, el reportaje que incluyó en ese libro en torno a la figura privada y pública de su hermano el Nobel apareció en prensa sin firma alguna, y solo se reveló la identidad del autor para la publicación de ese volumen que ahora se lee, en muchos aspectos, como una novedad sobre un fenómeno que él vivió de cerca sin más estridencia que la que podía desatar su trabajo.
Su amigo Gustavo Tatis, escritor que siguió su vida y su obra hasta el final y que escribió un libro ya célebre sobre Gabo y su familia, La flor amarilla del prestidigitador (Navona 2019), contaba esta semana desde Colombia: “Eligio luchó por ser él, no quería vivir de la fama de su hermano mayor; en algunos casos, como Vargas Llosa, con el que estuvo en Caracas cuando a Gabo le dieron el Rómulo Gallegos, no podía disimular, pero ante otros, como Guillermo Cabrera Infante o Alejo Carpentier, se presentaba como Eligio García, y como Eligio García firmaba luego esos reportajes”.
En el libro, que es ahora una rareza sobre el boom visto desde dentro cuando ya queda solo, en Vargas Llosa, un superviviente de la explosión, narra Eligio la extraña situación creada con el autor de Consagración de la primavera. Entonces Carpentier estaba en la cumbre antipática de la fama, le concedió a Eligio una entrevista que nunca se llegaba a celebrar, por distintas indisposiciones del genio cubano. Y así anduvo en peregrinación, sobre todo en París, Eligio García, sin que el reportaje tuviera lugar, hasta que, en esa ciudad, pareció que las cosas se enderezaban. Falsa alarma, porque de nuevo este hombre mucho más hosco que su literatura le dio portazo, aunque lo quiso obsequiar con un libro firmado. “¿Cómo se llama usted?”. Eligio le dijo su nombre propio, y Carpentier le pidió más concreción. Hasta que terminó por decirle sus dos apellidos. “¡¿Y por qué no me lo dijo antes?!” “Nunca a nadie le decía”, cuenta Tatis.


Los hermanos Eligio y Gabriel García Márquez.
Los hermanos Eligio y Gabriel García Márquez.

Era, sigue Tatis, “de una sencillez impresionante”. Y añade: “Ayudó a escritores jóvenes a sentirse cerca de Gabo, estudió Física para no acercarse a la literatura, o quizá para acercarse a Sábato, que fue su amigo [y es uno de los grandes retratos del libro], y acabó escribiendo uno de los libros clave sobre la escritura de su hermano, Tras las claves de Melquíades, además de La tercera muerte de Santiago Nasar, sobre la novela que Gabo situó en Sucre, el lugar de nacimiento de Eligio”.
Su pasión por hacer periodismo, “como los norteamericanos”, está presente sobre todo en el texto que dedica a su hermano en Caracas, en aquella ocasión del Rómulo Gallegos. Poseído por aquella aspiración de totalidad que tenían los contemporáneos de Norman Mailer o Truman Capote, y el propio Gabriel García Márquez, Eligio terminaba ese retrato con un monólogo que podría entenderse como una búsqueda psicológica de los orígenes literarios del autor de Cien años de soledad. “Entonces, ahí está él, el autor, como si no lo fuera, como si fuera otro y no él, su doble, sabiendo por boca de Carmen Balcells esas noticias, recordando quizás como ella esos recuerdos, cómo pasa el tiempo, madre mía, Bendición Alvarado, sabiendo también por boca del poeta Álvaro Mutis, quien anoche lo llamó de México y le gritó vociferante duerma tranquilo mi general porque hoy es una fecha histórica, esa cabrona obra me dejó sin aliento, sabiendo cómo los lectores devoraban el libro con muchísima más furiosa ansiedad con que fueron devorados vivos Leticia Mercedes María Nazareno y su minúsculo general de división por los sesenta perros iguales de mis desventuras”.
Ese reportaje de Eligio, que incluye otras crónicas de épocas concomitantes, tiene esta nota al pie: “Esta crónica fue publicada en la revista Flash de Bogotá, en febrero de 1971, sin firma y con el título de Gabriel García Márquez se hunde en la soledad de la gloria, y así también fue reproducida en Chile y en Venezuela. Esta es por lo tanto la primera vez que mi nombre aparece vinculado a este texto”.
De semejante envergadura, como estudio literario de un periodista que se sabe la lección antes de hacer preguntas, es el trabajo que hizo Eligio en Londres con Guillermo Cabrera Infante a finales de los setenta. El autor de Tres tristes tigres estaba saliendo aún de un nervous breakdown, ya era un exiliado molestado peligrosamente por la dictadura cubana y el joven García acudió a su casa y consiguió de él tal cantidad de detalles sumamente literarios que de ahí surge uno de los más hermosos retratos de Cabrera Infante como escritor. Cómo no, por algún lado sale el boom del que el cubano fue esquinado.
“¿Cómo se llama usted?”. Eligio le dijo su nombre propio, y Carpentier le pidió más concreción. Hasta que terminó por decirle sus dos apellidos. “¡¿Y por qué no me lo dijo antes?!” “Nunca a nadie le decía”, cuenta Tatis

Hablando del origen del término y también de sus integrantes, le dice Guillermo a Eligio: “La palabra boom aplicada a la literatura y no a la economía fue una invención argentina. Concretamente, de una revista de Buenos Aires: de ahí la atribución a Rayuela de su inicio. Creo que se comete una injusticia con Vargas Llosa. Fue La ciudad y los perros, que ganó el premio Biblioteca Breve y compitió por el Formentor en 1962, la novela que hizo interesar al público en España y en América Latina por una literatura de ficción escrita en español. Pero ese mismo año, no hay que olvidarlo, Jorge Luis Borges ganó ex aequo con Beckett el premio Formentor, que lo convirtió en una figura literaria internacional, llevando la literatura escrita en español más lejos que Vargas Llosa”.

Vargas Llosa, naturalmente, es objeto de los retratos de Eligio; y no, no sale aquí la famosa pelea. El reportaje se titula El bueno, el malo y el feo, está publicado en 1967 tras el paso del joven autor peruano por Bogotá y es, otra vez, un retrato veloz, pero profundo, de una de las personalidades claves del boom. “Trabajador incansable, peón de la literatura, como él mismo se califica, Vargas Llosa no se estuvo quieto un solo instante. (…) Tuvo tiempo para indagar todo lo referente a la obra de García Márquez anterior a Cien años de soledad, un libro que le habría gustado mucho haberlo escrito él, como lo confesó públicamente en un reportaje. Y también en privado sus elogios hacia el colombiano fueron aún mayores y entusiastas, ya que según Vargas Llosa esa novela convierte a García Márquez en una especie de Amadís de Gaula de América, el autor de una de esas novelas de caballería que tanto le gustan al escritor peruano”.

Eligio acompaña al cine al que luego sería Nobel, como su hermano, y va a ver una de Clint Eastwood. “Se oyen murmullos en la sala, alguien intenta aplaudir, otro silba. Pero un silbido más potente lo opaca: viene de la pantalla. Es la música de la película que se inicia: es Clint Eastwood, en compañía de otros dos forajidos, a la búsqueda de algunos dólares más”. Ennio Morricone poniendo silencio en la sala.

Este tesoro del nuevo periodismo hispanoamericano, compadre de Los nuestros, de Luis Harss, contiene otras delicias, como la conversación con Jorge Luis Borges, el retrato con Cortázar, el dibujo al desnudo de Carlos Fuentes o el impar relato de sus horas con Onetti en el apartamento que el uruguayo tuvo en la Avenida de América de Madrid. En ninguna de esas avenidas que transitó dejó Eligio García rastro de que hablaba desde una tribu, de un nombre o de un apellido que hiciera su voz más potente que las de cualquier otro. Era el hombre que no quiso ser sino Eligio García, un escritor, un periodista. El libro tendría que ser enseñado en las escuelas de los que quieren aprender a preguntar a los escritores.

Una vez concurrió a un premio literario. “Si no es bueno, no lo premien”, dijo su hermano. No lo premiaron. Cuando se le presentó el tumor que acabaría con su vida, Gabo le proporcionó toda su ayuda. “Él lo amaba”, dice Tatis, “y no quería ser él”. En todo caso fue, cuenta su amigo, “un puente hacia él”.

Vargas Llosa / Paseo solitario por Madrid



Mario Vargas Llosa
Foto de Francisco Guerra

Mario Vargas Llosa

BIOGRAFÍA

Paseo solitario por Madrid
Mientras espera participar en el Festival de Literatura de Berlín, el escritor peruano pasea con barbijo en el verano español.
19 de agosto de 2020

Después del éxito de su último libro "Medio siglo con Borges", Mario Vargas Llosa se toma un descanso en el verano de Europa. Su próxima actividad en agenda es participar de la vigésima edición del Festival Internacional de Literatura de Berlín, según informa la agencia DPA. Allí tendrá a cargo el discurso inaugural, el próximo 9 de septiempbre, en la Sala de Música de Cámara de la Filarmónica de Berlín.

Al día siguiente, Vargas Llosa conversará sobre Europa y América Latina en tiempos pandémicos con el presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier.

El festival se desarrollará con público y teniendo en cuenta las restricciones por la pandemia de coronavirus que incluyen una distancia mínima de 1,50 metros entre los participantes y el uso de mascarillas protectoras antes y después de los eventos.

Hasta el 19 de septiembre se espera la asistencia de 150 invitados de 50 países, entre ellos la ganadora del Nobel de Literatura, la polaca Olga Tokarczuk.

Si bien el centro del festival será en el barrio cultural Silent Green, el festival ha previsto también un programa online.

NOTICIAS



Ovidio / El exilio más cruel y triste para el poeta más mundano

Estatua de Ovidio en Constanza, la antigua Tomos de su confinamiento.
Estatua de Ovidio en Constanza, la antigua Tomos de su confinamiento.

Ovidio

El exilio más cruel y triste para el poeta romano más mundano

Augusto desterró a Ovidio, autor de las ‘Metamorfosis’, a los confines del imperio por causas que aún no se han aclarado



Paisajes del poeta Ovidio en el destierro
Sexo, amor y deseo en la Roma de Ovidio

Jacinto Antón
24 de abril de 2020


Que te encierren en toda una ciudad no parece un confinamiento muy severo, visto lo que estamos pasando. Pero si eres un ingenioso poeta mundano, algo frívolo y fiestero (y ligón) acostumbrado al bullicio y el cosmopolitismo de Roma y el lugar al que te envían es la fría y sobria Tomos, la actual Constanza en Rumanía, la Mesia de entonces, una ciudad de provincias en los confines del imperio, con una vida cultural y social casi inexistente, rodeado de bárbaros que ocasionalmente lanzan flechas por encima de las murallas y obligado a afrontar un clima terrible, la situación puede ser muy claustrofóbica, como pasar mes y medio en un piso, sin perro.

Eso es lo que le ocurrió a nuestro confinado de hoy, Ovidio, nada menos, uno de los más grandes poetas de la antigüedad, el autor de las Metamorfosis, desterrado fulminantemente, de un día para otro, por Augusto al sitio más lejano al que podía llegar el emperador con el estricto dedo sobre el mapa. El escritor hubo de pasar el resto de sus días allí, ocho largos y llorosos años (del 9 al 17) , en la remota ciudad situada en la costa del Mar Negro, el Ponto Euxino –“a nadie se le asignó nunca un lugar más alejado o más horrible”- , suspirando por regresar a su amada Roma, suplicando (por carta) que le permitieran abandonar el encierro y obligado por el frío hasta a ponerse pantalones, lo que para un romano acostumbrado a ir a la moda como un Petronio debía ser el acabóse.

De lo mal que llegó a pasarlo en ese confinamiento Ovidio dan fe sus hermosas Tristes, una de las colecciones de elegías más melancólicas e infelices que se han escrito jamás y que son una buena lectura cuando uno cree que esto de la pandemia no se acabará nunca. Bien, en realidad pobre consuelo encontraremos en las Tristes, aparte de ver que hay quién lo ha pasado peor, pues Ovidio murió en Tomos consumido por la pena y sin ser redimido ni perdonado, sin ser desconfinado del Ponto Euxino, vamos. Algunos fragmentos de las Tristes, así como de su otra conmovedora creación en el exilio, las Pónticas (traducción de ambas de José González Vázquez, Gredos, 1992), suenan muy pertinentes en la actualidad del confinamiento: “La avara naturaleza me ha encerrado en un reducido espacio y ha dado a mi inspiración unas fuerzas demasiado exiguas”, “me dices que distraiga con el estudio mi lamentable situación, a fin de que no se consuma mi espíritu en una vergonzosa ociosidad”, “el tiempo de la inactividad será para mí la muerte; ni me agrada estar borracho hasta al amanecer a causa del excesivo vino, ni el seductor juego de los dados ocupa mis inseguras manos; y una vez que he dedicado al sueño las horas que el cuerpo pide, ¿cómo emplearé en vela el largo tiempo?”. En pleno arrebato de ganas de salir de Tomos, Ovidio se siente “como la nave podrida que es devorada por la invisible carcoma, como los acantilados socavados por el agua marina, como el hierro abandonado atacado por la mordaz herrumbre, y como el libro archivado devorado por la polilla”, que es como uno se describiría cualquier tarde de estas, de tener el talento del poeta.

Un paseante solitario en la playa de Constanza, antigua Tomos

Publio Ovidio Nasón (43 antes de Cristo-17 después de Cristo), era originario de Sulmo (actual Sulmona, en los Abruzos), como hijo de una adinerada familia de rango ecuestre, clase social de prestigio, fue enviado a Roma para su educación y estudió allí retórica. Tras el preceptivo largo viaje por Grecia se dedicó a la carrera judicial para complacer a su padre, pero pronto, al mantener una activa vida social y conocer a Horacio, Tíbulo y Propercio, ingresando en el círculo de Mesala (el patrón de las artes, no confundir con el malo de Ben-Hur), que fue su mentor, abandonó el derecho por la poesía (por lo visto todo lo que escribía le salía en verso) , ganando rápidamente prestigio hasta convertirse en el poeta más apreciado de Roma. Vivía en una casa de campo rodeada de jardines, en las afueras de la ciudad, y se casó tres veces, la última con una joven viuda, Fabia, que no lo siguió al lejano confinamiento pero con la que -quizá precisamente por eso- mantuvo una muy buena relación (epistolar).

Entre su producción antes de tener que marcharse de Roma figuran sus obras amatorias, que dan fe de que se lo pasaba en grande. Entre ellas están los Amores, que giran, con todos los deliciosos triunfos y ligeros contratiempos del amor, en torno a su amante Corina (poseedora de un papagayo como la Lesbia de Catulo de un gorrión: ambos pájaros murieron para dar pie a sendos poemas). En los Amores, Ovidio se muestra muy sensual -hay que ver qué tórridamente describe un encuentro con Corina tras quitarle la túnica, mostrando las grandes posibilidades de la elegía erótica: “Cuán a propósito era la forma de sus pechos para apretarlos” (¡y que vivan los clásicos!). Y confiado en su savoir faire: “Ninguna mujer se ha visto defraudada por mis servicios. Muchas veces he pasado disolutamente la noche entera y todavía por la mañana estaba dispuesto para el amor y con fuerza en el cuerpo”. Aunque en el Libro III tenemos la más sincera confesión de un gatillazo de la historia de la literatura latina, un tema que difícilmente encontraremos en el austero Virgilio o en La Guerra de las Galias: “Me dio besos provocadores con apasionada lengua, y puso su lascivo muslo debajo del mío, diciéndome ternezas, llamándome su señor y añadiendo las palabras comunes que en estos casos nos gusta oír. Pero mi miembro perezoso, como inficionado por la fría cicuta, no correspondió a mis intenciones” (traducción de Vicente Cristóbal, Gredos, 2010). Ovidio se lamenta, “¿cómo va a ser mi vejez cuando me llegue si mi juventud ya falta a sus deberes?”. Y añade, para compensar y quizá echándole un poco de literatura: “Y sin embargo hace poco dos veces la rubia Clide, tres veces la pálida Pito y tres veces Libas disfrutaron una tras otra de mis favores. Me acuerdo de que en el corto espacio de una noche Corina me pidió que nos amáramos y yo aguanté nueve veces”. Hummm. Menos lobos Publius Ovidius. Parecería que nos estamos desviando del tema y que el confinamiento hace mella, pero todo esto es relevante para entender el carácter de Ovidio y que sufriera tanto lejos de Roma.

La otra gran obra amatoria del poeta es, claro, El arte de amar, el Ars amatoria o Ars amandi, un poema didáctico en tres libros sobre las técnicas del cortejo y las intrigas eróticas, con entradas como Conoce a ti mismo y explota tus dotes, Cómo eludir la vigilancia del marido o ¡Qué no se entere de tu aventura con otra! (nunca hubiera dicho uno que cerca está Ovidio del Sandro Giacobbe de Jardín prohibido). No debemos olvidar otras obras del poeta como las Heroínas, cartas de mujeres mitológicas a sus esposos o amantes, los Fasti, un calendario poético de las festividades romanas, o, por supuesto, las famosas Metamorfosis, una deliciosa colección de historias del mito y la leyenda concernientes a casos de transformaciones de humanos en otros seres o cosas. Se ha perdido su tragedia Medea.

Monumento en la ciudad de Constanza, antigua Tomos romana.

El caso es que Ovidio se las prometía muy felices cuando de repente, zas, un día en el año 8, contando 52 años, le cayó encima, como un rayo, el enfado del emperador Augusto. El poeta estaba de viaje en la isla de Elba y allí recibió la fatal orden. Consistía ésta en una relegatio, una condena al exilio más leve que la deportatio pues no comportaba la confiscación de la fortuna ni la pérdida de la ciudadanía, pero era de por vida y había de cumplirse con efecto inmediato. El poeta regresó sin dilación de Elba a Roma para pasar la última noche en la ciudad en compañía de la familia y los amigos y al amanecer tomó rumbo a Tomos, de donde no regresaría jamás. Podemos imaginar la pena de esa noche y del largo viaje, pero no hace falta, porque la describió minuciosamente con mucha carga poética el propio Ovidio en las Tristes.

Es un misterio qué diablos hizo el escritor para contrariar y poner furioso de esa manera a Augusto. Hacer cábalas y elaborar teorías sobre el asunto ha sido tradicionalmente uno de los grandes entretenimientos de la historia de la literatura latina. El mismo Ovidio nos dio algunas pistas. Dice que la causa de la ira del emperador fueron carmen et error. Una obra y una equivocación (una metedura de pata). La primera ha de ser El arte de amar, que era un torpedo en la línea de flotación de la nueva moral que había decidido instaurar en Roma Augusto. El poeta, mecido en su fama y el ambiente liberal de su círculo, se habría pasado por el forro las advertencias del emperador y las leyes sobre el matrimonio. En cuanto a lo segundo, que seguramente fue lo que de verdad le condenó, parece haber sido una indiscreción, haber visto algo que no debía, y que ofendió al emperador. Se ha señalado que quizá el poeta pudo haber visto a la esposa de Augusto, Livia, bañándose desnuda en todo su esplendor de Mrs. Robinson romana (de ser así tuvo suerte de que Livia no lo envenenara). O descubrió casualmente algo escandaloso relacionado con las pillastras de las dos Julias, la hija y la nieta de Augusto, quizá el supuesto incesto de la primera con el emperador o el adulterio de la segunda. A mí me hace particular gracia que quizá fuera, como han dicho algunos estudiosos, haber pillado el poeta al emperador en un ataque de rabia particularmente sonrojante tras la derrota de sus tropas en Teutoburgo -igual lo de “¡Varo, Varo, devuélveme mis legiones!” lo dijo echando espuma por la boca y en calzoncillos (subligaculum)-. Se ha apuntado también que pudo haber sido un asunto religioso, que Ovidio se hubiera colado en una ceremonia sagrada reservada a las mujeres, o participara en algún ritual mágico prohibido, quizá de los pitagóricos, a los que frecuentaba. O acaso fue un tema político, y se apuntó a alguna iniciativa que postulara a Agripa Póstumo para la sucesión imperial en contra de Tiberio. En este caso, de todas formas, no habría llegado a ser una conspiración, pues a Ovidio no le hubiera significado el destierro sino que le hubiera costado la cabeza.

En fin, que es un misterio que quizá no se resuelva nunca. A lo mejor fue una mezcla de varias cosas, con el punto final de una ofensa al emperador y a la familia imperial, y resultado de que Ovidio se le atragantara a Augusto, a Livia o a Tiberio, o a los tres a la vez. El proceso fue secreto y solo se conoce la sentencia. Lo sancionó Augusto sin la participación del Senado ni de juez ni tribunal algunos. El tono del edicto imperial fue muy severo e incluyó la condena también del Arte de amar, obra que pasaba a estar prohibida y se retiraba de las bibliotecas públicas. Sea como fuera, el poeta se lo tomó muy mal, como si lo enterraran en vida. Roma no solo era su lugar de recreo y la razón de su existencia, sino también su inspiración. Pese a que en algunos de los textos de las Tristes y Pónticas que hizo llegar a la capital, incluido un poema dirigido a Augusto, no dudó en humillarse, ponerse de rodillas y adular rastreramente al emperador solicitando su clemencia, nunca lo perdonaron.

Una imagen de la costa de Constanza, lugar ideal para leer las 'Tristes' de Ovidio.

Así que ahí tenemos a Ovidio confinado en Tomos tras un largo y peligroso viaje en el que ya empezó a escribir elegías desgarradoras nada más poner un pie fuera de casa -“salgo, o más bien aquello era ser llevado al sepulcro sin haber muerto, escuálido, con el pelo desgreñado sobre mi intenso rostro”, dejando a su esposa (que, recordemos, no quiso acompañarlo: habría leído lo de Clide, Pito, Libas y Corina) “enloquecida por el dolor, perdidos los sentidos, desvanecida”-. El lugar de destierro le pareció un horror. Tomos, “en los golfos de los getas y los sármatas”, era un destino espantoso para alguien como Ovidio. El confín del universo. “Longius hac nihil est, nisi tantum frigus et hostes, et maris adstricto quae coit unda gelu” (más allá, ninguna otra cosa hay, sino frío, enemigos y agua de mar que se congela en apretado hielo). Aunque nominalmente una colonia griega fundada por gente de Mileto en la costa del Mar Negro, en Escitia, que mira que suena siniestro, un poco al sur del delta del Danubio, estaba solo superficialmente helenizada y según le pareció al poeta romano había tantos bárbaros fuera de la ciudad como dentro. En la época que pasó bajo el dominio romano, Tomos tenía unas veinte hectáreas (en comparación con las casi dos mil de Roma). Era un lugar pequeño en un país inhóspito en una esquina del imperio (véase Cities of the classical world, de Colin McEvedy, Penguin, 2011). El clima era atroz y se vivía en constante alarma por los ataques de los getas y sármatas que depredaban el territorio de la ciudad y lanzaban flechas por encima de las murallas, como cuenta, alucinado, Ovidio: eso en el Foro de Roma no pasaba. Apenas se hablaba el latín, o no el refinado de Ovidio: “No puedo mantener conversación alguna con este pueblo salvaje”, escribe mientras sueña con la primavera en Roma.

La ciudad se convirtió en el 82 en la capital de la provincia de Moesia Inferior y fue también capital de la federación del Ponto. En el siglo IV decayó mucho. Fue renombrada Constantia (de ahí Constanza) en honor de Constantino el Grande, sobrevivió a las invasiones de godos y hunos y fue tomada por los eslavos. Pasó a ser una ciudad rumana al crearse ese Estado en 1878 y es hoy el puerto más grande del país, con 350.000 habitantes. Fue uno de los destinos finales de Patrick Leigh Fermor en su largo viaje iniciado con El tiempo de los regalos. En El último tramo (RBA, 2014), explica que los marinos griegos cambiaron para conjurarlo el nombre originalmente ominoso de Ponto Axeinos (el mar hostil o anti extranjeros), por el de Ponto Euxinos, el mar que da la bienvenida (Ovidio hubiera firmado el primero). Y describe el color azul intenso del Mar Negro, “con la luz del sol de invierno, o gris acero, o cobalto, sombreado de nubes raudas, estremecido por las gotas de lluvia, agitado por el viento que formaba en él súbitas olas enojadas”. Mantiene Constanza un ambiente melancólico como muestran algunas de las fotos que ilustran este texto, obra del notable viajero, guía y arqueólogo de la Complutense Ángel Carlos Pérez Aguayo, y tiene entre sus atracciones turísticas la estancia de Ovidio. Es el lugar ideal sin duda para ir a leer las Tristes y Pónticas y darte un revolcón de esplín y nostalgia.

Se desconoce el emplazamiento de la tumba de Ovidio que debió ser enterrado en su lugar de destierro, prorrogando despiadadamente su confinamiento a la eternidad. Un cuadro de 1640 de Johan Heinrich Schönfeld en el Museo Nacional de Budapest muestra imaginativamente a un grupo de escitas junto al sepulcro en Tomos, ilustrando el triste vaticino de las Tristes: “Una tierra bárbara cubrirá este cuerpo al que nadie ha llorado, y mi sombra vagará entre las de los sármatas y siempre será extraña en medio de dioses salvajes”. Se ha especulado con que las cenizas del poeta hubieran sido trasladadas a Roma. Solo podemos desear que haya sido así.



EL PAÍS

viernes, 28 de agosto de 2020

Nora Ness / El espejo erótico


Nora Ness© – “Black Face”
Nora Ness
EL ESPEJO ERÓTICO


“La creación del Arte Erótico es como un experimento científico, tiene que ser planeado muy cuidadosamente, y sin embargo el resultado es siempre desconocido.”

Nora Ness© – “Red Ball”
Nora Ness© – “Cigarrillos”

Nora Ness es una artista nacida en Munich, Alemania en 1961. De formación autodidacta, Nora es fotógrafa y modelo a la vez. Su trabajo altamente erótico y provocador, con una elevada carga vouyerística, se basa en autorretratos realizados delante de un espejo que buscan profundizar en el sentimiento erótico y la belleza femenina, buscando emociones reales y sin complejos que nos permitan disfrutar de esos sentimientos que muchas veces ocultamos por el pudor de una sociedad que en demasiadas ocasiones ve con malos ojos algo natural en el ser humano.

Nora Ness

Christian Weiss / Mujeres

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Christian Weiss
MUJERES

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Karya Photo Digital Art Cristian Weis

Marianne Breslauer / La fotógrafa truncada por el nazismo

Foto de Marianne Breslauer

Marianne Breslauer

La fotógrafa truncada por el nazismo

El MNAC dedica una muestra a Marianne Breslauer, que viajó por España en 1933


JOSÉ ÁNGEL MONTAÑÉS
Barcelona 30 OCT 2016 - 19:43 COT


Autorretrato realizado en Berlín en 1933. 
MARIANNE BRESLAUER




El nazismo no solo acabó con la vida de miles de personas. También con la carrera profesional de jóvenes con talento que podrían haber continuado sus actividades artísticas si el régimen y la guerra no las hubiera truncado de forma brusca. Es lo que le ocurrió a Marianne Breslauer (Berlín, 1909-Zúrich, 2001), una joven de la alta burguesía de origen judío con formación fotográfica y gran sensibilidad para capturar instantes con su cámara que el ascenso del nazismo obligó a exiliarse y refugiarse con su familia en Suiza; una experiencia traumática que le hizo abandonar su cámara para siempre tras realizar apenas medio millar de instantáneas. Reivindicada en su país natal y en el de adopción a partir de 1980, el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) le dedica la primera exposición individual en España, con 127 de sus imágenes, la mayoría inéditas, del viaje que Breslauer hizo durante dos semanas en la primavera de 1933 por Cataluña, Navarra, País Vasco y Andorra en compañía de su amiga, la periodista y escritora suiza Annemarie Schwarzenbach (1908-1942), otra enigmática figura de aquellos tiempos. Casi ninguna de estas imágenes pudieron publicarse a causa del régimen nacionalsocialista por ser Breslauer judía, tras negarse ella a hacerlo bajo un pseudónimo, ya que se prohibió imprimir obras de los "no arios".

jueves, 27 de agosto de 2020

El mundo según Annemarie Schwarzenbach, viajera existencial

Annemarie Schwarzenbach Legacy Swiss Journalist - CR Muse: The ...
Annemarie Schwarzenbach

El mundo según Annemarie Schwarzenbach, viajera existencial

De Persia a los Estados Unidos de la Gran Depresión, recorrido por la intensidad vital y narrativa de la escritora suiza


PATRICIA ALMARCEGUI
15 ENE 2019 - 08:25 CET

La escritora y viajera suiza Annemarie Schwarzenbach es una autora de culto desde hace más de dos décadas. Nacida en Zúrich en 1908 y muerta en Sils en 1942, publicó más de 20 títulos incluyendo novelas, libros de viaje, poemas, ensayos y relatos. A pesar de su valor literario, se la sigue recordando sobre todo a partir de sus hechos biográficos. A ello contribuye el éxito de la novela sobre su vida de Melania G. Mazzucco, Ella, tan amada (2000), y el personaje que construye la otra gran viajera suiza, Ella Maillart, en El camino cruel. Un libro que cuenta el viaje juntas por Asia Central, en coche desde Suiza hasta Afganistán, publicado cinco años después de la muerte de Schwarzenbach, y cuya imagen no podrá cuestionar.

Annemarie Schwarzenbach / Fotógrafa



Erika Mann y una mujer desconocida (1933)
Fotografía de Annemarie Schwarzenbach


Annemarie Schwarzenbach
FOTÓGRAFA

Annemarie Schwarzenbach "USA, Tuskegee/AL: Menschen; Junge Mädchen vor einem Schaufenster", 1936-1938

Österreich, Salzburg: Menschen; Eine Gruppe von Männern mit Hakenkreuz-Armbinde, 1. März 1938

Schweden, Mariefred: Schloss Gripsholm; Eine Gruppe Knaben in Pfadfinderuniform, 1. Juni 1937

Annemarie Schwarzenbach / La chica que retrató al ángel

Annemarie Schwarzenbach en el Pirineo en 1933.
Annemarie Schwarzenbach en el Pirineo en 1933. 

Annemarie Schwarzenbach

La chica que retrató al ángel

Breslauer es la autora de la icónica fotografía de la escritora Annemarie Schwarzenbach


Jacinto Antón
1 de noviembre de 2016



Annemarie Schwarzenbach.
Annemarie Schwarzenbach. MARIANNE BRESLAUER

¡Qué hermosa, maravillosa sorpresa la exposición del MNAC sobre Marianne Breslauer! Interesante por tantas cosas, la fotógrafa judía alemana era para algunos de nosotros sobre todo la autora del retrato icónico, seráfico, de una escritora rodeada del aura de leyenda, leyenda a la vez bella y maldita: Annemarie Schwarzenbach. Creadora de algunos de los textos más arrebatadores, melancólicos y desgarradores de la literatura de viajes (y de la literatura en general), la suiza Schwarzenbach (1908-1942), niña bien, lesbiana, antifascista, culta, chic, irredenta adicta a la morfina, voluntarista arqueóloga, paseó su mal de vivre y su agónica hipersensibilidad por una época y unos paisajes que le devolvían la imagen de su alma herida. Sus escritos sobre Persia y Afganistán (que recorrió en 1939-40 con Ella Maillart, que la convirtió en la inolvidable Christina de La Voie cruelle),especialmente, destilan una poesía oscura de una emoción inconmensurable.

La ciudad como protagonista literaria







Vista de Roma con el monumento a Víctor Manuel II, en la plaza de Venecia, al fondo a la izquierda.
Vista de Roma con el monumento a Víctor Manuel II, en la plaza de Venecia, al fondo a la izquierda.  GETTY IMAGES

La ciudad como protagonista literaria

Los paisajes urbanos evocan los recuerdos y sostienen una trama. Cuatro escritores llevan de viaje al lector por los escenarios de Nápoles, Roma y Marsella


Javier Aparicio Maydeu
31 de julio de 2020

Manhattan Transfer es la sinfonía que John Dos Passos le compuso a Nueva York humanizando esos desolados espacios urbanos que retrató Berenice Abbott. También el Ulises, de James Joyce, es una guía lingüística de Dublín, y Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin, una guía etológica de Berlín, y El zafarrancho aquel de Via Merulana, de Carlo Emilio Gadda, la guía guiñolesca de Roma. Entre La hierba de las noches y En el café de la juventud perdida, con su topografía urbana, sus plazas, bulevares, cafés de barrio y estaciones de metro, Patrick Modiano construye un plano de París por el que merodean sus personajes cuando salen de incógnito de inmuebles como el que Georges Perec reveló en La vida instrucciones de uso, convirtiendo por sinécdoque un edificio en un mundo.