domingo, 18 de julio de 2004

Isaac Bashevis Singer / Cien años sin la verdad


Isaac Bashevis Singer


ISAAC BASHEVIS SINGER
BIOGRAFÍA

Cien años sin la verdad


Marcelo Birmajer
17 de julio de 2004

Tuvo Singer tal deseo por conocer la verdad que llegó a desear la muerte en caso de no conseguir su propósito.

Desde octubre de 2002 y hasta mayo de 2003 no hice otra cosa más que traducir del inglés al castellano el libro de cuentos La muerte de Matusalén, de Isaac Bashevis Singer -quien siendo el más grande de mis maestros, tiene la suerte de no saber que soy su alumno-, publicado en estos días por la editorial Norma. Luego de estos siete meses de espiritismo mudo y obsesión sorda, me sobrevino una de las mayores depresiones de mi vida adulta. En su autobiografía, Amor y exilio, Singer le pide a la Providencia que, o bien le revele la verdad, o bien lo deje perecer. Tal parece que la verdad nunca nos será revelada, pero a todos nos es permitido morir. Y por eso hoy celebramos los cien años de un hombre que existe sin estar vivo. Pero nada había dicho Singer acerca de que encontrar la verdad en sus escritos podía llevarnos al vacío.



Sean los judíos de izquierda y el estalinismo o el amor después de la Shoa, cualquier tema vale en sus manos

El libro que traduje comienza con una nota de autor que podría ser un libro en sí misma, por su inusual parcela de esperanza y consistente sabiduría; un párrafo reza: "El arte no debe ser sólo rebelión y resentimiento; puede incluir, también, el potencial de la construcción y la corrección. El arte puede, en su discreto modo, intentar enmendar los errores del Eterno Constructor a cuya imagen el hombre fue creado".
Pero este mismo libro, que me robó el corazón y el alma y me los reintegró sólo después de otros siete meses, se cierra con una verdad demoledora. Se refiere al título del libro, la muerte de Matusalén, situada por Singer en las vísperas del Diluvio, y dictamina: "...finalmente Él prometería por medio del Arco Iris entre las nubes nunca más lanzar un Diluvio para destruir toda carne. Resultó claro para el Todopoderoso que cualquier castigo era vano, pues carne y corrupción eran lo mismo desde el origen y continuarían siendo siempre la escoria de la Creación, el exacto opuesto de la sabiduría divina, de su misericordia y esplendor. Dios había dotado a los hijos de Adán con un exceso de amor propio, el precario don de la razón, como así también con la ilusión del tiempo y del espacio; pero sin ningún sentido de propósito o justicia. El hombre podía arrastrarse de un modo u otro, por la superficie de la Tierra, avanzando y retrocediendo, hasta que el Pacto establecido entre Dios y él finalizara, y su nombre fuera borrado para siempre del libro de la vida".
De entre las mujeres que conozco, la que más sabe de literatura vive en Barcelona, y como soy un caballero no pienso revelar su nombre, pero sí una verdad que una vez me dijo y yo no olvidé: "La literatura consiste en el punto de vista del autor". El propio Singer podría refrendar sus palabras con su trilogía de mandamientos sobre lo que un autor debe poseer para serlo: a) El autor debe poseer una historia que valga la pena contar. b) El autor debe sentir un deseo apasionado de escribirla. c) Ha de tener la convicción, o al menos la ilusión, de que es el único capacitado para abordar este tema concreto.
Lo cierto es que con Singer ocurre, en el lector, una sensación inversa: cualquier tema que aborde, pareciera que él es el más capacitado para abordarlo: ya sea la relación entre los judíos de izquierda y el estalinismo, la salida de los judíos religiosos al siglo XX laico o el amor después de la Shoa. En mi siempre falible opinión, Singer es el más grande de los escritores judíos de los siglos XIX, XX y XXI, aunque sólo haya vivido en uno de ellos. El modo en que lidia con el amor, el suspenso que logra imprimirle a los más imperceptibles sucesos y su ritmo inimitable lo vuelven el narrador que, junto al fuego, convierte a los humanos en una tribu hambrienta de historias que no se sabe si son inventadas o reales.
Maestro, en su primer centenario, le escribo desde este siglo en desconcierto, para decirle que yo tengo para usted un reclamo menos exigente que el que usted elevó a la Providencia: si no puedo encontrar la verdad, al menos déjeme vivir.
Marcelo Birmajer (Buenos Aires, 1966) es autor de Tres mosqueteros (Debate) y Últimas historias de hombres casados (Alfaguara); y coautor del guión de la película El abrazo partido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de julio de 2004


sábado, 17 de julio de 2004

Isaac Bashevis Singer / El premio Nobel más solitario

Isaac Bashevis Singer
Poster de T.A.


Isaac Bashevis Singer

El premio Nobel más solitario

Rafael Conte
17 DE JULIO DE 2004

Si se respeta el día que él mismo adoptó como fecha de nacimiento, el pasado miércoles se cumplieron cien años del natalicio de Isaac Bashevis Singer, en Polonia. Con cerca de cincuenta libros y miles de artículos, el escritor en lengua yídish era hijo de un rabino, vivió la Gran Guerra en Varsovia y años después huyó de la persecución nazi rumbo a Estados Unidos. El autor de Sombras sobre el Hudson narró magistralmente el conflicto de los exiliados entre las tradiciones de su fe y el empuje del laicismo moderno.

El último y por ahora más persistente intento por reasegurar a la literatura en su vocación de eternidad ha sido durante el último siglo el Premio Nobel de Literatura. Y lo ha hecho a través de dos características -su cuantía y su independencia- que ha llegado a cobrar, aunque de manera bastante desigual, una relevancia que, a pesar de su prestigio, parece rozar a veces el patetismo, disuelto entre el impacto repentino de su concesión y lo efímero de sus propuestas. Unas propuestas que ni siquiera perviven en los habituales concursos de esas caprichosas preguntas y respuestas con las que nuestras televisiones al uso intentan falsamente autoconvencerse (y de paso a nosotros mismos) de que cumplen una función cultural, pues vaya. Pues nuestra fundamental contradicción está en que la abundancia de la información se autodestruye en una presión donde la densidad de la actualidad desemboca en la pura y simple aniquilación de la cultura, por la falta de reposo, de valoración y estabilidad de los valores que intenta comunicar. La universalización de la información desemboca en la muerte de esa misma información de la que decimos vivir, aunque sólo se pueda vivir en ella descreyendo de ella, para así mordernos la cola sin parar, mientras pensamos enseñarla y mostrarla como una bandera victoriosa que yace siempre en el polvo de la derrota.






Es un judío rebelde contra los dictados de un Yahvé al que siempre se sometió

Los premios llamados "literarios" no tienen en verdad nada que ver con la literatura, ni aun el Nobel: son un reconocimiento social, político y económico, sin más. Ha habido premios Nobel que no lo han sido -de Tolstói a Borges, involuntariamente- o por propia voluntad (Sartre) o no escritores (Churchill), o no reconocidos en su tierra (Gao Xin Jian), que se han quedado sin patria (Ivo Andric en Yugoslavia), que apenas duran (Eucken) y la lista de no reconocidos (Deledda) o protestados (Echegaray), olvidados y efímeros (desde el primero, Sully Prudhomme, hasta Gjellerup, Heyse, Sillanpäa y así sucesivamente) lo niegan sin parar. Aunque se dice que la historia no se repite nunca salvo en forma de autoparodia (ahí está la de los premios Nobel para justificar la moda de la novela histórica) siempre reincide en su sentido y hoy he venido, aunque no lo parezca, para insistir con motivo del centenario de otro Nobel descolocado, y quizá el que más, el del que considero un gran escritor, Isaac Bashevis Singer, galardonado en 1978 (el año siguiente al de nuestro Vicente Aleixandre) y del que aunque ha gozado de muchos lectores y algunos de sus libros siguen todavía vivos (incluso entre nosotros, qué sorpresa) no se está muy seguro de casi nada.
Para empezar, de la fecha misma de su nacimiento, pues si se sabe que fue en 1904, nunca se ha sabido muy bien en qué día. El propio Singer dijo en broma que fue un 14 de julio, pero todo su rastro ha desaparecido de la historia (dicho día, en la escuela, un compañero le dijo que era su aniversario, el niño Singer se entristeció y le preguntó a su madre cuándo era el suyo y ambos decidieron que el mismo). Los más de tres millones y medio de judíos polacos desaparecieron reducidos a 150.000 tras el Holocausto mal llamado "nazi", pues muchos polacos colaboraron alegremente en él, según mostró Claude Lanzmann en su estremecedora Soah (que por aquí seguimos sin ver ni en cine ni en la televisión, ahora que hay tantas y todas iguales). Sabemos el lugar, un pueblecito a treinta kilómetros de Varsovia llamado Leoncin, donde hoy -reconstruido en sus mil quinientos habitantes étnicamente puros- existe un impasse inhabitado que lleva su nombre, de donde su familia de rabinos askenazíes se trasladó a Radcymin y finalmente a la capital, donde su padre trabajó en una escuela judía que también era tribunal como "de paz" o algo así. Y hasta ahí, cuando marchó a Estados Unidos en 1935 de la mano de su hermano mayor, modelo y "patrón" Israel Yeoshua Singer, también escritor importante en su misma lengua, el yídish, todo fue una rápida sucesión de lecturas y escrituras, de periodismo sobre todo, que sin embargo le cargó de contenidos para una larga obra de una no menos larga vida, en la que se casó tres veces, tuvo un hijo, publicó casi cincuenta libros, miles de artículos, obtuvo un premio Nobel inesperado y terminó, rodeado de un respeto a veces bastante reticente, el 24 de julio de 1991.
¿Quién fue Singer, de qué nacionalidad, en qué lengua escribió, quién puede apuntar en su balanza su nombre, por qué y en calidad de qué? Era un judío, desde luego, aunque bastante heterodoxo en ocasiones con relación a sus propias raíces de la pureza askenazi, tan importantes desde luego para él. Un polaco por el lugar de su nacimiento, del que ya ha sido borrado, o casi: nunca escribió en polaco. Terminó su vida siendo ciudadano norteamericano, pero apenas escribió en inglés, la gran mayoría de sus libros fueron escritos en yídish, que no es un idioma canónico de verdad, sino una "lengua", un lenguaje mezcla de alemán y hebreo con aportación de algunos otros: una lengua del exilio apoyada y promocionada por un puñado de centenares de miles de lectores y espectadores, aunque ya en vía de extinción, tras haber alcanzado algún esplendor, sobre todo en el exilio americano. Es un escritor sin duda alguna pero no se sabe -ni se sabrá en el futuro- de dónde, ni en qué, ni por qué. Es pura memoria, sobre todo de su infancia y juventud, que alcanzó fama y popularidad por sus traducciones al inglés en las que él mismo intervenía para al final modificar el original, que conste (y eso le fue y le es reprochado por sus propios compañeros y colegas). Pero Sombras sobre el Hudson es una novela judía y americana maravillosa, que se mantiene pura y dura al lado de aquellas anteriores de La mansión, Un amigo de Kafka, El esclavo, Enemigas, una historia de amor, La familia Moskat, Gimpel el tonto, Satán en Goray, El mago de Lublin y las relatos de Krochmalna, 10 o sus memorias de Amor y exilio tan recientes entre nosotros. Es un judío enamorado de las mujeres, a veces erótico y hasta suavemente pornográfico, rebelde contra los dictados de un Yavhé al que siempre se sometió y defendió hasta de sus propios ataques. Un espectáculo emocionante, al que podrán acercarse, creo, pues algunos de sus libros todavía siguen por ahí, vivitos y más coleando que casi todos los demás.












BIBLIOGRAFÍA


LA OBRA de Isaac Bashevis Singer ha tenido buena suerte editorial en España. Así es sobre todo desde que Rhoda Henelde y Jacob Abecassis la traducen directamente del yídish, aunque el Nobel de 1978 tenía ya varios de sus libros traducidos al castellano, catalán, gallego y euskera. Entre los últimos aparecidos entre nosotros destacan algunos de los más importantes: desde Amor y exilio, sus memorias, hasta El certificado, pasando por Sombras sobre el Hudson, con prólogo de Bernardo Atxaga (todos en Ediciones B). Por su parte, no hace tanto que Debate rescató Los herederos y La casa de Jampol, mientras Lumen había hecho lo propio con Cuentos judíos de la aldea de Chelm, Mazel y Schimazel, y Cátedra, con los relatos de Un amigo de Kafka. Desgraciadamente, por las librerías de viejo andan ya muchos de los títulos publicados por Plaza & Janés: Enemigos. Una historia de amor, El esclavo, El rey de los campos, El Spinoza de la calle Market y El Mago de Lublin. Pero se encuentran. Como se encuentran los libros que contienen algunos de los trabajos sobre Singer debidos a uno de sus mejores lectores, Claudio Magris: desde el ensayo 'La vida y la Ley', en El Anillo de Clarisse (Península), hasta las referencias recogidas en Ítaca y más allá (Huerga & Fierro) y Lejos de dónde (Eunsa). R. B.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de julio de 2004



Meg Wolitzer / La esposa / Detrás de un gran hombre



Meg Wolitzer
LA ESPOSA

Detrás de un gran hombre

Ignacio Martínez de Pisón
17 de julio de 2004

Segunda novela que se edita en España de Meg Wolitzer. Con habilidad literaria, la autora estadounidense cuenta los mecanismos que utiliza una escritora para pasar a la sombra y favorecer que su marido se lleve los laureles. El beneficiario de tales esfuerzos no es especialmente brillante. Un relato cuyo valor se ve disminuido por causa de un giro final inesperado.

Que Meg Wolitzer es una de las novelistas norteamericanas más interesantes del momento quedó claro con la excelente Ríndete, Dorothy, la única de sus novelas aparecida hasta ahora en nuestro país. Si en Ríndete, Dorothy exploraba con tino y sutileza el impacto que la repentina muerte de una mujer provocaba entre sus allegados, en la recién publicada La esposa indaga los motivos por los que una joven y prometedora escritora acepta pasar toda su vida a la sombra de su marido, un novelista que no anda sobrado de talento y que, dominado por una vanidad casi enfermiza, le es sistemáticamente infiel con cuantas admiradoras se le ponen a tiro. Como en la anterior novela, Wolitzer nos traslada en ésta a un mundo de norteamericanos cultos, tolerantes, liberales, mayoritariamente judíos, y acierta a mezclar la caracterización comprensiva y generosa de los personajes con un vigoroso cuadro de costumbres que en ocasiones deriva hacia la sátira.



LA ESPOSA

Meg Wolitzer
Traducción de Enrique de Hériz
Roca. Barcelona, 2004
261 páginas. 17 euros

En La esposa están presentes todos los ingredientes de las grandes novelas sobre los sentimientos: hay humor, hay ternura, hay penetración psicológica

... En La esposa están también presentes muchas de las virtudes de los grandes novelistas: facilidad para la recreación de atmósferas, pulso narrativo, capacidad de observación, atención a los detalles, buenos diálogos, una prosa limpia que fluye con naturalidad... La esposa lo tiene todo para ser una gran novela, y sin embargo no llega a serlo. El problema con este libro es que tiene trampa, y que esa trampa no la descubrimos hasta el final. Expresado de otra manera, la novela nos invita a entrar en la historia de esas mujeres hartas que suele haber detrás de todos los grandes hombres, y sólo en el penúltimo capítulo nos enteramos de que la historia que nos han estado contando es otra: la de una gran mujer que durante décadas ha aceptado colaborar en la colosal impostura de su marido, al que de repente descubrimos como un monstruo lastimoso. No desvelaré el engaño por consideración hacia los posibles lectores del libro, pero sí diré que la novela habría sido muy diferente (y, sin duda, mucho mejor) si la autora no se hubiera guardado ninguna carta en la manga y hubiera hecho de esa impostura el punto de partida de la historia. Abundan en esta novela los momentos de buena literatura, pero muchos de ellos quedarían desvirtuados en una relectura hecha a la luz de esa revelación final.


* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de julio de 2004