¿Fueron Bill Clinton y Ghislaine Maxwell amantes? El otro escándalo detrás del documental sobre Jeffrey Epstein
Un libro de reciente aparición revela que el multimillonario acusado de proxenetismo y abusos sexuales a menores servía de coartada a los encuentros de su novia y el expresidente de EE UU
Aitor Marín
14 de junio de 2020
Uno de los actores de reparto más ilustres de Jeffrey Epstein: asquerosamente rico (Netflix) es Bill Clinton. La serie documental pasa un poco de puntillas sobre la relación que unía al 42º presidente de Estados Unidos con el millonario pederasta que supuestamente se suicidó en el Centro Correccional de Nueva York el 10 de agosto de 2019, poco después de que un juez le denegara la libertad bajo fianza. Aunque Steve Scully, uno de los empleados que este financiero hecho a sí mismo tenía en su isla privada de Saint James, en las Islas Vírgenes, asegura en varias ocasiones del reportaje que vio a Clinton junto a su jefe en el porche de su lujosa mansión, algo que él desmintió el pasado mes de julio, nadie a lo largo de sus cuatro episodios le relaciona sexualmente con ninguna de las jóvenes víctimas a las que Epstein y su ex novia, Ghislaine Maxwell, llevaban hasta allí en su avión privado, conocido como Lolita Express.
El documental también muestra un viaje a África en el mismo aparato en el que el expresidente estuvo acompañado de alguna joven, así como de los actores Chris Tucker y Kevin Spacey en 2002 como parte de una de las giras que llevaba a cabo con su fundación, dedicada a la lucha contra el sida. De aquel episodio queda una foto que se muestra en el documental, Clinton y Ghislaine Maxwell posando sonrientes en la escalerilla del jet de Epstein, que 18 años después sirve para que los periodistas de investigación Alana Goodman y Daniel Halper aclaren por fin a qué se debía la cercanía, hoy negada, entre el que en su día fue el hombre más poderoso del mundo y el ricachón abyecto que durante años esquivó todas las leyes para convertir su vida y sus numerosas mansiones en una orgía continua en la que las menores de edad eran sus víctimas favoritas.
En A convenient death: The mysterious desmise of Jeffrey Epstein (Una muerte conveniente: el misterioso fallecimiento de Jeffrey Epstein), publicado en EE UU por Penguin Random House, estos dos autores sostienen que el nexo entre ambos era, precisamente, Ghislaine Maxwell. “Ella fue la razón por la que Clinton permitió que Epstein lo paseara por todo el mundo”, aseguran Goodman y Halper. “En aquella época”, añaden, "era imposible salir con ella sin estar también con él”. Y, además, al ser Maxwell oficialmente la novia del financiero, la coartada para la infidelidad del esposo de Hilary Clinton estaba servida, argumenta el libro.
Lo de estos periodistas y Clinton podría ser algo personal, algo que demuestra que en uno de sus capítulos afirman que el también exgobernador de Arkansas llegó a confesarle en 2002 a Epstein que se había acostado con Monica Lewinsky “porque era la única mujer joven que había en la Casa Blanca”. El multimillonario ya no está entre nosotros para confirmarlo o desmentirlo, y su suicido en la cárcel, además, ha dado pie a todo tipo de teorías conspiranoicas, como la que afirma que Epstein es solo la punta del iceberg de una red internacional de pederastas de la que forman parte las personas más poderosas del mundo (la presencia de Clinton y el príncipe Andrés en la isla de Saint James no ayudan precisamente a desmentirlo). La ultraderecha estadounidense ha llevado esta fábula aún más lejos. Según QAnon, solo Donald Trump se enfrenta e investiga esta todopoderosa organización secreta que estaría preparando un golpe de Estado contra su gobierno, obviando interesadamente la estrecha relación que durante años unió a los entonces magnates estadounidenses.
Volviendo a las revelaciones del libro recién publicado, en sus páginas se relata que Clinton y Maxwell no solo se veían a escondidas en los viajes organizados por Epstein. El expresidente “visitó en múltiples ocasiones la casa privada de Maxwell en el exclusivo barrio de Upper East Side, una vivienda adosada valorada en 11 millones de dólares situada a escasas manzanas de la mansión palaciega del propio Epstein”.
También es cierto que lo que menos puede sorprender de este nuevo libro es que uno de sus autores, Daniel Halper, cargue contra los Clinton. Este periodista cercano al argumentario de Donald Trump y exredactor del sensacionalista New York Post ya los criticó duramente en su anterior investigación: Clinton Inc.: The audacious rebuilding of a political machine (Clinton Inc: la audaz reconstrucción de una máquina política), donde escarbaba en los medios no siempre ortodoxos, según él, que el matrimonio utilizó para volver a la primera línea de la vida política estadounidense.
La pareja de periodistas sostiene que Clinton y Maxwell no solo se veían a escondidas en estos viajes organizados por el financiero. El expresidente “visitó en múltiples ocasiones la casa privada de Maxwell en el Upper East Side. Una vivienda adosada valorada en 11 millones de dólares situada a escasas manzanas de la mansión palaciega del propio Epstein”.
“La complicidad entre Clinton y la encantadora socialité británica llamó la atención en los círculos sociales de Nueva York. El expresidente y Maxwell fueron vistos cenando en el restaurante italiano Nello, en Madison Avenue, y ella se convirtió en una presencia habitual en las galas benéficas organizadas por la Fundación Clinton”.
Si las víctimas de Epstein exoneran a Clinton en el documental de Netflix, no ocurre lo mismo con Maxwell, a quien acusan de jugar un papel activo en muchos de los episodios de abusos sexuales descritos, además de ser una de las principales captadoras de mujeres menores de edad para los turbios deseos de quien, durante años, fue su pareja oficial a ojos de la sociedad estadounidense. Tanto es así que, según se relata en otro libro, TrafficKing, de la periodista Conchita Sarnoff, “en septiembre de 2009, un funcionario público atravesó el abarrotado vestíbulo del Hotel Sheraton de Nueva York y se acercó a Ghislaine Maxwell, que departía animadamente en un corrillo. Cuando el agente la llamó, la pilló desprevenida y pudo hacerle entrega de una notificación. Estaba relacionada con el caso de abuso sexual de Epstein”. ¿Qué hacía Maxwell en el Sheraton? Era una de las ilustres invitadas de Iniciativa Global Clinton, otra de las fundaciones del que fuera gobernador de Arkansas. Más difícil aún de entender es la presencia de la mujer en la boda de Chelsea Clinton y Marc Mezvinsky el 31 de julio de 2010 en Rhinebeck, Nueva York, pues la lista de invitados fue bastante exigua (solo 400) para el pedigrí de los contrayentes.
Si la asistencia de Ghislaine Maxwell a todo tipo de actos de postín pasaba inadvertida era en realidad porque, además de su relación con Epstein, ella pertenecía a ese mundo desde la cuna. Nacida el 25 de diciembre de 1961 en Francia, era la hija más joven del controvertido magnate de la prensa británico Robert Maxwell. Tras la misteriosa muerte de este en 1991 (oficialmente se ahogó al caer de su yate en aguas cercanas a las Islas Canarias) y el colapso de su imperio, Ghislaine huyó a Estados Unidos, donde conoció a Jeffrey Epstein y se convirtió en su novia y protegida.
Aunque Clinton reconoce haber subido “unas cuatro veces” al avión del multimillonario, ha negado siempre conocer sus “terribles crímenes”. A la pregunta de si ha mantenido algún tipo de relación con Ghislaine, la respuesta de sus portavoces ha sido igual de tajante: “Es una mentira absoluta hoy, es una mentira absoluta mañana y será una mentira absoluta dentro de unos años”.
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