martes, 31 de agosto de 2021

Joan Margarit / “El lenguaje poético es el más duro de todos”

Joan Margarit, en Sant Just Desvern el pasado 4 de enero. 

Joan Margarit: “El lenguaje poético es el más duro de todos”

El escritor y arquitecto catalán publica en prosa ‘Para tener casa hay que ganar la guerra’, la explicación autobiográfica, el epílogo, de sus poemas


Juan Cruz
24 de enero de 2019

Al frente de la autobiografía de sus años jóvenes (Para tener casa hay que ganar la guerra, Austral), Joan Margarit, poeta y arquitecto, catalán de 80 años, expone esta frase de su colega arquitecto José Coderch: “Una casa no debe ser ni independiente, ni hecha en vano, ni original ni suntuosa”.
Para describir a Margarit, el poeta y la persona, bastaría decir que nada de lo que toca está en vano o es suntuoso. No rehúye ni la ironía ni la carcajada, tiene el aire juvenil con el que a veces se producen, como un deshielo, los finales de sus poemas más humanamente heridos, pero es exacto, en el gesto y en las palabras, ni suntuoso ni vano.

Desde la conquista de Granada ves lo mismo. Nada ha cambiado, ¡ni siquiera hemos sacado a Franco del Valle de los Caídos!

“Este libro”, dice, “es el epílogo de mi obra completa”. Esto lo llevó a ello: “El interés en averiguar por qué mi vida ha sido la que ha sido y no otra. No hay persona que haya meditado y utilizado su mente que no se haga esta pregunta”. Es, pues, el retrato de una persona que, para entenderse, y para entender un tiempo y un país que sucedía durante el franquismo, inmediatamente después de la Guerra Civil, necesita explicarse. “Hemos nacido en un país que no es cualquier cosa y en una época que no es cualquier cosa. Nos ha costado muchos muertos, muchas peleas, mucha gente infeliz y muy desgraciada”.
—Una guerra. Estás con alguien, comes con él una ensalada, de pronto es tu enemigo y lo matas…
—Una guerra. Y lo matas porque, si no lo haces, te mata… Mira esta frase que un chico de 30 años me dijo desconocer hace poco: “Pasas más hambre que un maestro de escuela”. Eso se decía en la guerra y después. Mi madre era maestra de escuela. Se te vuelven a helar los huesos sabiendo que esa frase se puede decir otra vez en este país o en el país de Bolsonaro. Conocí a mi abuelo en una checa, las prisiones de las brigadas comunistas en la guerra. Por no delatar. Salió de la checa con el pelo blanco habiendo entrado seis meses antes con el pelo negro. Y muere. Es muy bestia de donde venimos.
La atmósfera de esta autobiografía aparece intrépida y triste, enseguida. “El niño aprendió a utilizar la soledad para hacer frente al dolor y al infortunio, pero a la memoria hay que tratarla con dureza”. “Es que si no”, dice el poeta, “es una excusa para todas las falsedades. La falsedad, la mentira, es también una manera de sobrevivir que tiene el animal que somos. ¡Hay que ver qué sencillo es engañarnos! Mentir e ilusionarnos, somos el único animal que tiene ilusiones”.
—El libro es el relato de cómo nacieron todos sus poemas, marcados por esa guerra.
—De hecho investiga por qué he escrito esos poemas y no otros, como Cernuda o García Lorca: porque esta ha sido mi vida. Es una justificación —y no me asusta la palabra, a mi edad ya no saco ningún beneficio—, lo he escrito porque yo he sido este y mi país ha sido este. Y me doy cuenta de que ni el país ha cambiado tanto ni yo tampoco.
No, no ha habido tanto cambio. “Ha habido una guerra, franquismo, democracia. Pero te vas a una punta, que es la conquista de Granada, y a la otra, que son las últimas elecciones, y ves lo mismo, nada ha cambiado, ¡si ni siquiera hemos podido sacar a Franco del Valle de los Caídos!”.
—Las experiencias que cuenta incluyen miedo, silencio, la fragilidad de la madre, el silencio del padre…
—Pero junto a esas dificultades hay belleza y tranquilidad. No es un libro triste. Habla de una infancia y una adolescencia que tienen unas características muy sencillas: no tengo amigos porque mi familia va de un lado a otro cada día y así es imposible tenerlos. Tampoco tengo tiempo para ir a la escuela. Este niño es un solitario. Pero un niño solitario no tiene por qué ser infeliz, yo no tengo el recuerdo de una infancia infeliz. Si a un niño le das de comer y no le pegas, no sabe qué es ir de un sitio a otro. La infelicidad la producen los celos, porque un vecino tiene un juguete que tú no tienes, una madre que tú no tienes…
—La ausencia de la madre también le genera miedo…
—… pero hay una abuela que aguanta el tipo. Cuento, también en mi libro Un asombroso invierno, una historia de mi abuela; en un poema muy breve la sitúo en medio del campo orinando de pie. Aquellas mujeres no llevaban bragas, levantaban un poco la falda, meaban y veías el chorro cayendo en la tierra. El poema dice: “Esa mujer es la que me enseñó que hace falta coraje para ser feliz”. Y éste es su último verso: “Y no es literatura porque no sabía leer”.
Había, escribe Margarit, “una guerra cruel y fratricida que sigue ejerciendo su fuerza sobre la vida y la política de este país, llámese España o Cataluña”. ¿Fatalmente, pues, estamos en ese territorio todavía? “Si la fatalidad se puede enunciar, vemos que desde el siglo XV hasta ahora sólo hemos tenido un momento ideal de libertad, la República, tres años de ensayo para un país civilizado”.
—¿En qué convierte eso a su generación?
—En que somos una gente que valora cualquier resquicio de libertad. Nos engañamos bastante en el traspaso del franquismo a la democracia. Duró más el franquismo. La democracia se nos está estropeando con menos tiempo.
—¿Cuáles son las causas de ese destrozo?
—Seguramente que esta sociedad nunca dejó de ser algo franquista. Hemos exagerado lo de “una persona, un voto”; de jóvenes nos impresionaba, ahora ya no impresiona tanto. ¿Cómo puede impresionar que los 150 millones que votaron a Lula años después votaron a Bolsonaro, que es como Franco? Y mire el fracaso de la URSS, aquí la teníamos como la esperanza roja y allí se mataban hasta entre los comunistas… Son fracasos que hay que tener en cuenta.
En el libro de Margarit está la media luz pobre de la época, los tiempos oscuros bajo cuyo resplandor opaco, como decía Brecht, también se podía cantar. Y hay, al final, una luz, Tenerife, donde vivió el tiempo más feliz de su adolescencia, y acaso de su vida. Un alivio de otros dolores. Un abuelo que a los 14 años descargaba sacos en el mercado, un padre que provenía del peor barrio de Barcelona que, cuando ya se va a hacer arquitecto, se halla huyendo de su país y acaba preso en Santoña, amparado por el sueldo de maestra de su mujer… El hijo, mientras tanto, nace y crece y se hace poeta y ahora explica, casi página a página, como un largo epílogo, el mapa rabiosamente humano de todos sus poemas.
—Y Tenerife…
—Adonde me llevan mis padres. ¡Tenías que ver cómo era aquel Santa Cruz comparado con la España triste de los cincuenta! “Verdad, belleza y bondad, el horizonte más amplio que veré jamás”. Eso escribo ahí. Y eso pasó, un tesoro en la vida.
El libro está escrito, dice Margarit, “con técnica de poeta; y el lenguaje poético no es lo que la gente piensa, dulzón, tonto. No: el lenguaje poético es el más duro de todos”.
El lector puede dar fe.
Para tener casa hay que ganar la guerra / Per tenir casa cal guanyar la guerra. Joan Margarit. Austral. 304 páginas. 13,95 euros. Grup 62 (en catalán). 296 páginas. 18,50 euros.


Luis Cernuda / Quisiera estar solo en el sur

Luis Cernuda

Luis Cernuda
Quisiera estar solo en el sur

Quizá mis lentos ojos no verán más el sur
de ligeros paisajes dormidos en el aire,
con cuerpos a la sombra de ramas como flores
o huyendo en un galope de caballos furiosos.

El sur es un desierto que llora mientras canta.
Y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
hacia el mar encamina sus deseos amargos,
abriendo un eco débil que vive lentamente.

En el sur tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz, son bellezas iguales. 




Angel Gonzàlez / El poeta de la amistad



El poeta de la amistad

Homenaje al autor de ‘Áspero mundo’. Amigos de Ángel González, fallecido hace diez años, se reúnen para cantar y leer sus versos



Juan Cruz
11 de enero de 2018


La madrugada era su tiempo, y la amistad y la noche jugaban con él hasta las tantas. Y de madrugada murió en un hospital de Madrid el poeta Ángel González a los 82 años, hace de esto hoy 10 años exactamente.

Anoche, en la sala Galileo de Madrid, amigos suyos de todas partes, y de todas las canciones, desde Joan Margarit a Ángel Gabilondo, de Benjamín Prado a Javier Rioyo y Chus Visor, Pedro Guerra, Almudena Grandes, Miguel Ríos y Luis García Montero, con otros, le dedicaron un homenaje con sus versos a la misma hora en que, en otro tiempo, él comenzaba a transitar la noche de las ciudades, Madrid, Oviedo, donde nació y donde vivió el miedo de su madre al sonido de los bombardeos en la guerra. Se sumaron tres cantantes, Marwan, Luis Ramiro y Rozalén. Y un gentío que desbordó la sala; mucha gente fuera, al relente. Y el poeta ausente, visible en los versos, en las anécdotas que se airearon, en el espacio infinito que ya habita su poesía.

Gabilondo vino desde la filosofía a darle entonación ética a su tocayo y Joan Margarit leyó en su lengua catalana y en el español de González un in memoriam. “Así es para mi tu poesía:/ un lugar limpio, bien iluminado”. Almudena Grandes contó que se hizo de los sonetos por uno de los de Áspero mundo. Allen Josephs, hispanista de Florida, relató uno a uno los lugares en que el poeta puso trono a la noche: La Corralada, Oliver, Bocaccio, Conde Xiquena, la madrugada hasta el alba de la geografía que Ángel transitaba “con su paciencia insondable”… Y así, música y verso, controlados por la otra paciencia, la de la editora Ángeles Aguilera, que hizo de maestra de ceremonias…

Luis García Montero (izquierda) y Marwan en el homenaje de este miércoles al poeta Ángel González, en Madrid.
Luis García Montero (izquierda) y Marwan en el homenaje de este miércoles al poeta Ángel González, en Madrid. ÁLVARO GARCÍA

En Oviedo, también celebran hoy su huella de la amistad y de la madrugada. Será en el Teatro Campoamor, donde Ángel recibió un día el premio Príncipe de Asturias. Allí estarán Josefina Martínez, viuda de Emilio Alarcos, uña y carne de Ángel; Aurelio González Ovies, Ángeles Carvajal, Javier Almuzara, Rocío Acebal... Y al tiempo aparece en Oviedo un monográfico que recoge textos de otros incondicionales: Luis Antonio de Villena, José Ramón Ripoll, Javier Bozalongo, Ben Clarck, Verónica Aranda... En ese homenaje escrito su editor, Mario Vega, ha contado con cinco poemás inéditos del autor de Palabra sobre palabra. La viuda del poeta, la profesora Susana Rivera, los cedió para esta ocasión.

Su muerte dejó en sombra a mucha gente, no solo a los poetas que le seguían desde la noche hasta el alba. Pero él fue amigo también de las calles de una ciudad que, como decía su amigo y compañero Juan García Hortelano, notaba en la alegría que mostraban los bares que Ángel había regresado de sus clases en Nuevo México.

Almudena Grandes, este miércoles en el homenaje a Ángel Gabilondo.
Almudena Grandes, este miércoles en el homenaje a Ángel Gabilondo. ÁLVARO GARCÍA

Para él era más fructífero un amigo que un verso, una conversación a las tantas que un libro entero de poemas. Y, cuando se fueron yendo sus amigos antes que él, Hortelano entre ellos, acuñó una frase como una lágrima arrojada sobre los calendarios: “Se me adelgaza el tiempo”.

De esa vena afectiva se benefició el alma de mucha gente: Alarcos, los jóvenes poetas, Juan Marsé, las madrugadas en las que rasgó la guitarra junto a su amigo Pedro Ávila (que, como Sabina y como Pedro Guerra o Joaquín Pixán, hicieron canciones de sus versos) en el café Libertad de Madrid... Siempre tuvo, además, la hospitalidad tranquila de Pepe y Pepa Caballero Bonald, y hasta el último instante, y hasta ahora, la compañía y el amor de Susana Rivera, a quien dedicó La primavera avanza: “Si sale amor, la primavera avanza”.

En su último libro, de retratos de seres inolvidables de la cultura del siglo XX, Examen de ingenios (Seix Barral, 2017), Caballero dedica este párrafo a su amigo sobre la frecuencia con la que reavivaban, según el propio Ángel, el más preciado de los logros de su generación: “Los encuentros con Ángel siempre suponían una lección entre irónica y erudita. Alcanzó una solvente madurez sin abandonar nunca la ruta emprendida con Áspero mundo, su primer libro. Fue avanzando sin dejar de ser fiel a sus orígenes”.

Ángel Gabilondo, en el homenaje.
Ángel Gabilondo, en el homenaje.  EL PAÍS

Y el mismo Ángel González explicó esos orígenes en uno de sus más bellos poemas, Para que yo me llame Ángel González, reconstrucción histórica y lírica del universo difícil al que amaneció en Asturias. Está en Áspero mundo: “Para que yo me llame Ángel González, / para que mi ser pese sobre el suelo, / fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo: / hombres de todo mar y toda tierra, / fértiles vientres de mujer, y cuerpos / y más cuerpos, fundiéndose incesantes / en otro cuerpo nuevo”. Un cuerpo nuevo que deviene, al fin, en “un escombro tenaz, que se resiste / a su ruina, que lucha contra el viento, / que avanza por caminos que no llevan / a ningún sitio. El éxito / de todos los fracasos. La enloquecida / fuera del desaliento”.

El poeta de la amistad y de la noche. Dijo García Montero: “Fue uno de esos milagros que a veces suceden. El maestro verdadero se convierte en amigo. Ángel representó la calidad de una poesía cívica imprescindible, la verdad de los que vivimos sin esperanzas, pero con convicciones. Mi melancolía es una forma de vitalidad gracias a él”.

La melancolía de Ángel: una herencia innumerable que se disfruta invariable hasta hoy mismo. Con esa melancolía acabó la noche esta vez. Rozalén cantó a los republicanos represaliados en homenaje a los hermanos de Ángel. Miguel Ríos y Pedro Guerra le pusieron música al poeta. El granadino leyó Pequeña evocación, uno de los grandes poemas de Ángel. Y el tinerfeño acabó con Me basta así. Terminaron antes de lo que tardaban las noches del poeta. Pero es que las noches de Ángel ya sólo son posibles en el amor a su recuerdo.

EL PAÍS


Francisco Brines / La cerradura del amor



Francisco Brines
LA CERRADURA DEL AMOR

Soluciona la noche con monedas:
pagas así la cama.
Mas aquello por lo que tanto dieras
(o quizás dieras poco):
la promesa del cielo (que es lo eterno)
o esta vida final (el desengaño),
por el amor lo dieras casi todo.
Mas si lo ves venir aguarda altivo
porque el don que te llega lo mereces.
No le opongas dureza, mas que llame
a la puerta cerrada. No te fíes
de la belleza de un semblante joven,
y escruta su mirada con la tuya;
ayude la experiencia de los años
para tocar el alma. Si algo sabes
debe servirte mucho en esas horas.
Puede que, a quien esperas, le despidas,
y te quedes más solo.
Mas el amor no pagues con monedas,
no mendigues aquello que mereces.



sábado, 28 de agosto de 2021

William Klein / El pistolero está en la ciudad


Gun I, Nueva York, 1954
Fotografía de William Klein

William Klein

 “Una buena foto debe contar sentimientos”

El pistolero está en la ciudad

El gran autor, célebre por retratar Nueva York en toda su crudeza en los cincuenta, es objeto de una retrospectiva en Madrid


Manuel Morales
Madrid, 7 de junio de 2019

El pistolero está en la ciudad. William Klein, uno de los fotógrafos más grandes de la historia, el que puso patas arriba el arte de la imagen con sus crudas instantáneas callejeras de Nueva York, es objeto de una retrospectiva en la Fundación Telefónica, de Madrid, en la que pueden verse unas 250 de sus obras entre fotografías, pinturas, películas, libros... Todas las vidas creativas de este neoyorquino de 91 años, que prefiere hablar en francés -se instaló en París en 1947-, se reúnen en la exposición Manifiesto, dentro del festival PHotoEspaña, hasta el 22 de septiembre. En su breve estancia en Madrid acudió ayer a la inauguración de la muestra, ha concedido pocas entrevistas y hoy, sábado, firmará ejemplares de su nuevo libro, Celebration, en el Botánico de Madrid. Con fama de ser algo complicado en el cara a cara, Klein recibe en la terraza de un hotel de la Gran Vía, con barba de tres días, camisa azul con rayas blancas y jersey. 
Pregunta. Ha dicho alguna vez que una buena fotografía debe ser como un puñetazo. ¿Puede serlo también si es algo delicado?
Respuesta. Yo no he dicho eso...
P. ¿Qué van a encontrarse quienes acudan a su exposición?
R. Lo que quieran ver... Picasso explicaba que el Guernica no era una declaración, ni siquiera una posición ante algo, sino lo que la gente decida qué es. Del mismo modo, mi exposición no es una fotografía, es un conjunto de lo que llevo dentro y he intentado expresar.
P. Su libro más célebre es el revolucionario Life is Good and Good for You in New York: Trance Witness Rebels (1956), en el que retrató a los neoyorquinos. ¿Cómo se movía entre el gentío?
R. Tenía la sensación en ese momento de que la ciudad de Nueva York explosionaba ante mí y que toda esa gente, ese movimiento, venía hacía mí. Al verlo podía utilizarlo para fotografiar porque me transmitía emociones, sentimientos. Para mí, todo son sentimientos.
P. Esas mujeres, niños o miembros de comunidades antes apenas fotografiados, ¿les decía algo, les hacía posar?
R. Ambas cosas. Era una combinación de posados y de robados.
P. Luego fotografió, como puede verse en la exposición, las calles de Roma, Moscú, Tokio... ¿qué diferencia hay entre el ambiente de aquellas ciudades y el que ve hoy?
R. Hay una muy grande, hoy la gente está muy acostumbrada a que les fotografíen en la calle. Sin embargo, cuando yo lo hacía, se sorprendían de que estuviera ahí y me pegara tanto a ellos. Las emociones me inspiraban. A la vez, iba planificando, tenía mis ideas, creaba en mi cabeza cómo iba a maquetarlo, a prepararlo todo, pensaba en un conjunto...
William Klein muestra su lado más bromista, toma la mano de la traductora presente en la entrevista y le escribe con un rotulador "I love you".
P. De las distintas disciplinas que ha practicado, ¿cuál le ha llenado más?
R. Todo es lo mismo...
Alguien le avisa de que Rafa Nadal acaba de derrotar a Federer en Roland Garros (en tres sets) y que se ha clasificado para la final. ¿Ha pasado Nadal?, pregunta.
P. ¿Le gusta el tenis?


'Highschool demonstration', fotografía tomada en París en 1995.ampliar foto
'Highschool demonstration', fotografía tomada en París en 1995. WILLIAM KLEIN


R. Sí, solía jugar...
P. De todos los tenistas que ha visto, ¿cuál es el mejor?
R. Federer [se ríe].
P. Usted nació en Nueva York, pero es ciudadano francés. ¿Cómo vivió la llegada al poder de Trump?
R. ¡Es un escándalo! No sé si será reelegido.
P. ¿Qué consejo le daría a un joven fotógrafo que empiece?
R. Que se case con una mujer rica...
P. ¿Es un consejo solo para fotógrafos?
R. Para todos, excepto para las mujeres.
P. Dígame qué es una buena foto.
R. Algo que me cuente algo.
P. Y qué debe contar.
R. Sentimientos.
P. Cuando ve su obra expuesta, qué sensación le produce.


'Dorothy + white light stripes' (1962).ampliar foto
'Dorothy + white light stripes' (1962). WILLIAM KLEIN


R. Estoy muy contento, satisfecho, porque veo todos los elementos que me embargaron cuando creaba un proyecto. Y las personas pueden contemplar lo que yo había visto antes  en mi cabeza.
P. Para terminar, dígame si dijo esta frase o también estoy equivocado: "Hay que filmar las bodas como manifestaciones y las manifestaciones como bodas.
R. ¿Yo dije eso? Bueno, no digo que haya que hacerlo de esa manera... pero yo sí lo he hecho así.


CONTACTOS PINTADOS


La exposición Manifiesto, en la Fundación Telefónica, no comienza precisamente con fotos, sino con los cuadros abstractos y naturalezas  muertas que William Klein pintó a finales de los años cuarenta, con títulos como Cuadrados movidos o Bolas negras rodando.
Después llegan las fotos de Nueva York, "las que hizo cuando se echó a la calle con un gran angular y acercándose a la gente", dijo ayer la comisaria, Raphaëlle Stopin. Son imágenes desenfocadas, planos cortados, como la icónica 4 cabezas, en la que, dijo, se representaba a la perfección la ciudad neoyorquina, porque había "un judío, un afroamericano, un irlandés y un latino". Tras las imágenes de Roma, Moscú y Tokio, se llega a los contactos que pintó, en colores muy vivos, en los años noventa.
El último apartado es para su trabajo sobre moda. "Sacó a las modelos a las calles, era un tema que, a la vez, le incomodaba y le divertía, pero también fue original, al utilizar espejos para sacar múltiples perspectivas de las modelos", explicó Stopin.

EL PAÍS