Carlos Ruiz Zafón |
Un ermitaño en la ciudad de las estrellas
El escritor Carlos Ruiz Zafón, fallecido esta semana, vivió con extrema discreción un cuarto de siglo en Los Ángeles, adonde se mudó para trabajar en Hollywood años antes de alcanzar el éxito mundial
Pablo Ximénez de Sandoval
Los Angeles, 20 de junio de 2020
El centro del luto por la muerte de Carlos Ruiz Zafón era el viernes una moderna mansión de dos plantas entre Sunset Boulevard y el océano Pacífico, en una sinuosa colina de un barrio privilegiado al oeste de Los Ángeles, la ciudad de la que se enamoró y en la que vivió durante 26 años. El autor español más vendido de este siglo miraba Barcelona desde 10.000 kilómetros de distancia. Quería vivir del cine en el lugar que forjó su imaginación. La ciudad que iba buscando no existía, encontró otra cosa. Y acabó viviendo de escribir de la ciudad de su infancia.
La casa en la que murió, de seis habitaciones, en una parcela de 1.400 metros, con vistas al océano de Santa Mónica desde la terraza del segundo piso, viene a dar idea del estatus de Ruiz Zafón en la literatura española de las últimas dos décadas. Su fallecimiento a causa de un cáncer fue un choque para millones de lectores y para la industria editorial. Y, sin embargo, apenas un puñado de amigos podían contar anécdotas sobre él. Era tan famoso como reservado. Su alejamiento del mundo literario no era solo físico. En Los Ángeles encontró el mejor lugar para no ser nadie.
Se mudó a Los Ángeles con su pareja, Mari Carmen Bellver, a los 29 años, dejando atrás una carrera en publicidad en Barcelona. En 1994 cayó en la ciudad de los disturbios raciales y O. J. Simpson. Ese enero, un terremoto había dejado decenas de muertos. Por qué, era la pregunta recurrente que tenía que contestar una y otra vez años después. “Yo me fui a Los Ángeles porque desde pequeñito supe que tenía que irme muy lejos”, dijo en una entrevista con El País Semanal en 2004. “No sabía qué estaba haciendo en Barcelona, cuando montones de cosas que me interesaban venían de fuera y lo que me interesaba de mi ciudad resulta que estaba en el pasado. La gente que me gustaba había muerto hacía cien años. No encontraba referentes. Y en cambio encontraba todo eso en cosas que me llegaban de la cultura imperial americana, como el jazz, la literatura, el cine, la novela negra”.
Emili Rosales era en 2000 un editor recién llegado a la editorial Planeta. Trabajó en La sombra del viento y se hizo amigo de Ruiz Zafón. “Él se fue a vivir a Los Ángeles por su fascinación por el cine. Curiosamente, ninguna de sus novelas fue llevada a la pantalla y eso que le llegaba una oferta cada 15 días. Su obra estaba concebida como un homenaje a los libros, por eso nunca quiso que sus historias se contaran con un lenguaje distinto al de la escritura”.
Vino a Los Ángeles a trabajar en Hollywood. Y lo hizo. Pero ninguno de sus proyectos terminó de concretarse. Por lo poco que ha contado de esa época, no supo navegar la cruel y pragmática realidad de Hollywood. A finales de los noventa había escrito tres novelas en Los Ángeles, pero no había metido la cabeza en el cine.
El éxito le llegó en un apartamento en Franklin Avenue cerca de La Brea, en el Hollywood más clásico, a un paseo de la oficina imaginaria del detective Philip Marlowe. Si se veía a sí mismo como guionista fracasado y novelista en crisis, ese era el sitio. Después, Zafón y Bellver se mudaron a un apartamento doble de 1,8 millones de dólares en Beverly Hills. No tuvieron hijos.
Los que son alguien
“Los Ángeles es ese lugar donde los que son alguien se convierten en nadie, y los que no son nadie se convierten en alguien”, dijo en una entrevista con The Independent en 2012. Él vivió las dos cosas. En esa ciudad se convirtió en alguien. Y allí se recluyó para pasar desapercibido. Decía Joan Didion que California siempre mira al futuro porque nadie recuerda el pasado. Ruiz Zafón parecía verlo igual: “En Los Ángeles, a veces tienes la sensación de que hay una patrulla misteriosa que pasa por las noches. Cuando las calles están vacías y todo el mundo está dormido, pasan borrando el pasado. Es como un cuento malo de Ray Bradbury”.
Alcanzado el éxito, pasaba temporadas en Barcelona, pero siempre acababa huyendo. En los últimos años, se planteó buscar una casa en Londres. A pesar de su amor por Estados Unidos, confesaba que Los Ángeles no era la mejor base profesional de un escritor europeo. Así se lo dijo a Marla Norman, exjefa de ventas de Planeta en Estados Unidos, en una correspondencia en 2011. “EE UU ha dejado de ser una cultura de libros”, le escribió. “Cuando se trata de libros, el lugar es Europa. Soy consciente de ello desde hace tiempo ya, y aunque me da tristeza ver cómo América se convierte en un lugar sin libros, sigue habiendo muchas cosas que me gustan y sigue siendo mi casa. Francamente, me gustaría que fuera una casa más literaria, pero…”.
Al final, siempre que tuvo que elegir, ganó Los Ángeles. Para vivir, para disfrutar del éxito y para esperar la muerte. Decía Eduardo Mendoza en un obituario en este periódico: “Consiguió fama y dinero, pero la suerte le dejó poco tiempo para disfrutarlos”. Compró junto a su esposa la mansión de la costa angelina en 2019. El precio registrado en los portales inmobiliarios es de 13 millones de dólares. Después de Hollywood y Beverly Hills, esta era su casa definitiva, la de sus sueños, según confirmó una fuente familiar que pidió privacidad en el duelo, apenas horas después de la noticia.
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