miércoles, 6 de mayo de 2020

Rubem Fonseca / El violador



Rubem Fonseca 

BIOGRAFÍA

EL VIOLADOR

Traducción de Basilio Losada



Júlia siempre lleva vestidos sin escote y, si llevaba blusa, cerraba el cuello totalmente. Tenía un cuerpo hermoso, principalmente los senos. Hay quien dice que el seno ideal debe ser duro y arrogantemente empinado, o escarpado en sentido ascendente, o en todo caso grande y redondo como un melón. Pues no, el seno perfecto debe caber en la mano de un hombre sin que sobre hacia los lados, y blando y un poco pendiente, muy poco, en leve sinuosidad para alzarse luego dulcemente de modo que la punta quede por encima de la línea del horizonte. Las finas camisas de malla que ella usaba, sin sostén, indicaban que los senos de Júlia pertenecían a esta última categoría.
    Júlia llevaba siempre el cuello del vestido cerrado, y sólo me dejaba besarle el pescuezo, que era muy bonito. A mí me gustaba ir a la playa, pero Júlia detestaba la playa y las piscinas. Cualquiera podría pensar que Júlia tenía celulitis o las piernas torcidas, pero los shorts que se ponía a veces demostraban que no era ése el motivo.

    Yo estaba loco por ella. Me pasaba noches enteras despierto pensando en Júlia. A veces me levantaba de la cama e iba a la ventana a gritar allí su nombre. A decir verdad, había gritado también a veces otros nombres de mujer para que los oyeran desde la calle, pero nunca lo hice tan alto como cuando decía el de Júlia. Con todo, en los tiempos que corren no puede uno darse por satisfecho acariciando los senos y besando el cuello de la mujer amada. Le pedí a Júlia que se casara conmigo y ella respondió que no estaba preparada para asumir ese compromiso. Aparte de gritar su nombre por la ventana hacia la calle, también a veces me daba de cabezadas contra la pared pensando en Júlia. A decir verdad, también me había dado cabezadas por otras mujeres, pero nunca con tanta fuerza.
    Cuando le tocaba los senos, Júlia agarraba con fuerza el cuello del vestido o de la blusa, y yo tenía la impresión de que no sentía ningún placer con mis caricias. Para acabar de fastidiarlo todo, Júlia era huérfana y no tenía yo posibles aliados a quienes ir a ver y pedirles la mano de la hija. No me quedaba más que una medida drástica.
    Compré unas cuerdas gruesas que escondí bajo la cama. Si la cosa no funciona, pensé, al menos podré ahorcarme. Nunca había pensado en ahorcarme por ninguna otra mujer.
    Júlia venía siempre a mi casa a ver películas que luego comentábamos animadamente. Un día, después de una de esas sesiones, la agarré con todas mis fuerzas, la dominé, me la llevé a la cama y la amarré con las cuerdas.
    Cuando le abrí el cuello de la blusa, ella se puso a gritar, no, por amor de Dios, no hagas eso.
    Y Júlia continuó gritando mientras yo le arrancaba la blusa. Cuando quedó desnuda, con los senos al aire, empezó a llorar. A la altura de la clavícula tenía un pequeño tumor purulento.
    No quería que vieras eso, dijo sollozando convulsivamente.
    Eso no es nada, yo te quiero.
    Me incliné, y lamí y chupé la pequeña pústula varias veces. A un hombre enamorado no le da asco nada de la mujer amada. Ella se quedó inmóvil, parecía haberse desmayado. Enseguida la liberé de las amarras y la vestí, cerrando cuidadosamente el cuello de la blusa. Ella siguió tendida algún tiempo. Luego se levantó y se fue sin decir palabra.
    Me quedé en casa, desesperado, sintiéndome un asqueroso violador.
    Un mes después Júlia me telefoneó para decirme que se sentía muy feliz, que durante mucho tiempo se había puesto inútilmente una porción de remedios contra aquella pústula que la avergonzaba, pero que ahora había desaparecido. Ya estaba bien, y quería encontrarse conmigo.
    Empezamos a ir a la playa y las piscinas. Continuamos viendo en mi casa los clásicos del cine, y luego nos íbamos a la cama. Ella se quitaba la ropa para que yo contemplase su cuerpo desnudo antes de hacer el amor. Decía que podíamos casarnos, si yo quería, pero yo le respondía siempre que era mejor que esperásemos un poco.



Rubem Fonseca
Secreciones, excreciones y desatinos
Seix Barral, Barcelona, 2003, pp. 55-58

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