Temporada de diarios: el género literario que se mira en el espejo
El confinamiento impuesto por el coronavirus ha dado el impulso definitivo al género que mejor ilustra la normalización de las letras en español tras siglos de represión de la intimidad. Andrés Trapiello, Elvira Lindo, Laura Freixas y Héctor Abad Faciolince hablan sobre su experiencia como autores y lectores
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
16 MAY 2020 - 05:12 COT
Héctor Abad Faciolince está en Medellín (Colombia); Andrés Trapiello, en su casa de Las Viñas, en los campos del Pago de San Clemente (Cáceres); Elvira Lindo y Laura Freixas, en Madrid. Los cuatro son autores de diarios y Babelia los ha reunido por videoconferencia para conversar sobre un género que vive un tiempo de esplendor en la literatura en español. El confinamiento producido por la epidemia de coronavirus ha terminado de confirmar ese éxito.
PREGUNTA. ¿El confinamiento es un tiempo propicio para escribir un diario?
HÉCTOR ABAD FACIOLINCE. Es un género que parecía minoritario, y de repente mucha gente está publicando diarios en los periódicos y en la Red. A lo que más se me parece esto es a 1816. En 1815 hubo una erupción del volcán Tambora, en Indonesia, y al año siguiente en el hemisferio norte nevó en verano. La gente se tuvo que encerrar y Lord Byron se juntó con otros escritores en el lago de Ginebra: de allí sale la historia de Frankenstein. Mientras, en Alemania se inventa la bicicleta. Hay que comerse los caballos porque la gente se muere de hambre y un señor se inventa un palo con dos ruedas. De situaciones así, algo bueno habrá que sacar.
ELVIRA LINDO. Mucha gente que no escribía diarios los está escribiendo para certificar lo que ocurre, que es algo común a todos. Pero lo que hace un escritor es traducir el presente y hacer de ello algo único. Yo tomo notas y me doy cuenta de que se parecen a lo que se escribe por ahí, por eso me interesa lo que hacen los no profesionales y los dibujantes. Ofrecen cosas diferentes.
ANDRÉS TRAPIELLO. Los diarios son la escritura de un tiempo excepcional. Si Ana Frank no hubiera estado confinada, probablemente nunca habría escrito. Y si se hubiera salvado, es posible que no hubiera vuelto a escribir. Un diario es como una huella digital. Todas se parecen y todas son diferentes.
LAURA FREIXAS. Hay un subgénero que es el diario de una experiencia concreta: de guerra, de cárcel, de enfermedad, de conversión. Lo que sucede es que —a diferencia de esas otras experiencias, que son traumáticas en sí— en un confinamiento no pasa nada. Todos los diarios van a contar ahora más o menos lo mismo. No creo que sea una época de especial interés para escribirlos, pero sí para leerlos porque el tiempo se ha detenido.
El gato encerrado. Andrés Trapiello. Pre-Textos. Publicado hace 30 años, es el primero de los 22 tomos del gran diario español actual. Abrió muchas puertas al género del yo.
Pregunta. ¿Cuánto tiempo debe pasar desde que se escribe un diario hasta que se publica?
Laura Freixas. Para mí, mucho. He estudiado sistemáticamente el tema del diario en España —algo relativamente fácil de hacer porque el corpus es muy pequeño— y he observado que cuanto menos se tarda en publicarlo, menos intimidad hay en él. El diario íntimo en el sentido más clásico es póstumo o se publica mucho después de escribirse.
Pregunta. Héctor Abad dice en el prólogo de los suyos que son póstumos.
Héctor Abad. Ya eran casi póstumos para mí porque los empecé a los 27 años, cuando tenía el pelo negro, y los dejo en 2006. Un tiempo prudencial en el que ya me siento casi otra persona. Pero se escriben en presente. Es la diferencia con una autobiografía.
Andrés Trapiello. El criterio para juzgar un diario es la naturalidad. Que pase mucho tiempo no va a hacer que un libro sea mejor. Los diarios están llenos de excepciones. Está Elias Canetti, que dice que no se abra hasta que pase un siglo —como si fuera un secreto de Fátima—, y está el que dice que no toca nada, pero lo toca, claro, porque es comprometedor para sus hijos o para su mujer. Lo que tenemos que juzgar es lo que leemos. Si nos transmite una emoción, es suficiente. Yo no le pido al lector que me crea, sino que encuentre por sí mismo una verdad. Raramente escribo nombres completos. Los sustituyo por una X o por iniciales. Cuando dices “me he encontrado con X, que es una persona inteligente”, nadie se da por aludido. Pero si dices “me he encontrado con X, que me parece un idiota”, hay 20 personas que se postulan a esa X.
Elvira Lindo. Pensar en la posteridad me parece de una vanidad insoportable. En mi caso, al diario se unía una voluntad de cronista. Fue el diario de unos meses en que se dieron las temperaturas más bajas en Nueva York desde que hay registros. Lo escribí como manera de aferrarme a algo. No quería hablar sobre mí, sino sobre un tiempo. Igual que si leo los diarios de Morla Lynch estoy leyendo algo sobre la historia de mi país [la Guerra Civil]. El diario es una forma de salvarse en un tiempo hostil.
Laura Freixas. La diferencia entre autobiografía y diario de la que habla Héctor es muy interesante. Cuando escribimos una autobiografía lo hacemos con una cierta idea rectora: como la novela, es más redonda, más unitaria, tiene un sentido global y tal vez por eso es estéticamente más satisfactoria. El gran atractivo del diario es cómo refleja lo cambiantes que son las ideas, la incertidumbre. No sabes cómo va a acabar. Es interesante comparar el mismo incidente en una carta de Rousseau y en sus Confesiones. O en una novela de Annie Ernaux y en sus diarios.
Noches sin dormir. Elvira Lindo. Seix Barrral. De enero a mayo de 2015, la autora de ‘A corazón abierto’ tomó notas de su último invierno en Nueva York tras 10 años en la ciudad.
Pregunta. ¿Hay límites para lo que se cuenta? Héctor reconoce que ha preferido publicar lo sombrío de su vida, no lo luminoso.
Héctor Abad. Andrés ha escrito que no hay diarios verdaderamente íntimos. No sé si lo sigue pensando.
Andrés Trapiello. Digo que no creo en el diario íntimo porque se puede hablar con intimidad de casi todas las cosas. En todo pones tu corazón al desnudo. Lo más difícil es escribir de escritores, pero son las personas con las que más me relaciono. Ojalá fuera carpintero.
Héctor Abad. Uno siempre escoge, primero lo que escribe y luego lo que publica. En el ejercicio de honradez que traté de hacer suprimí lo más aburrido, pero no lo que me hacía quedar peor, lo más vergonzoso. Los diarios suelen hablar de las peores facetas de la vida porque cuando uno está feliz no los escribe. Andrés dice que son como una huella digital. Para mí son como un tatuaje: episodios de la vida que quedan para siempre.
Elvira Lindo. Uno siempre es consciente de lo que publica. Y de los daños colaterales. Solemos escribir sobre nuestros padres porque hablamos con más libertad sobre ellos que sobre nuestros hijos, a los que podemos hacer un daño de por vida. No me creo eso de escribir con total libertad. Uno sabe hasta dónde puede llegar. Como sabéis, convivo con un escritor, y escribe diarios no para publicar, sino para él. Yo los veo acumulados en el armario y le digo que tenga ordenado lo que quiere que se publique y lo que no, porque, si le sobrevivo, no quiero esa herencia.
Laura Freixas. A mí me interesan los diarios que son a la vez íntimos y cotidianos, como los de André Gide, Virginia Woolf o Sylvia Platn. En los míos me interesa reflejar episodios en los que no salgo especialmente bien parada porque dan credibilidad. Los daños colaterales son algo muy serio. En España no, pero en Francia ha habido juicios por denuncias de aludidos.
Lo que fue presente. Héctor Abad Faciolince. Alfaguara. Ejemplo perfecto de diario íntimo, retrata todas las miserias de su autor y del mundo de la literatura.
Pregunta. ¿A qué atribuyen la eclosión actual del género en español y su anterior escasez?
Andrés Trapiello. Somos de una generación cuyos padres eran poco menos que seres herméticos, y eso se ha traducido en la literatura, cómo no. A medida que en un país hay más democracia, más laicismo y menos tabúes, el diario tiene más presencia.
Laura Freixas. La explicación de la ausencia de intimidad en nuestra literatura es la Contrarreforma. Santa Teresa había empezado a explorar su vida interior, pero la Inquisición lo corta de raíz. Mal puedes explorar tu intimidad cuando no hay libertad para dudar, cuando hay una ortodoxia revelada que impone una única intimidad correcta: la que te dice tu confesor. El diario se desarrolla sobre todo en países protestantes —donde no existe la confesión— o donde hay libertad religiosa, como en Francia. En el caso de España, el diario íntimo empieza en Cataluña y ya entrado el siglo XX. Y casi a la vez en 1918, con Josep Pla, Marià Manent y Joan Estelrich. Tanto esa generación como Max Aub, Rosa Chacel y luego Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma tienen algo en común: su vinculación a culturas extranjeras. Por estudios, viajes o exilios. Otro factor sería la presencia de las mujeres en la cultura, que también se traduce en una mayor exploración de las emociones.
Elvira Lindo. Las mujeres lo hemos tenido más difícil para expresarnos sin pudor. Por eso me interesa más lo que cuentan: es muy revelador. Por otro lado, percibo que hay géneros que están interesando cada vez más a los lectores: diarios, memorias, autoficción. ¿Por qué? Porque la literatura ha dejado de contar historias. La experimentación está muy bien, pero en un libro uno quiere encontrar a otros seres humanos.
Héctor Abad. Yo añadiría un matiz. El hecho de que haya más o menos diarios depende no solo del grado de libertad o represión que haya en cada cultura, sino en cada familia. En las nuestras se usa mucho lo de que la ropa sucia se lava en casa, pero no se habla de ella. A la casa de Tolstói la llamaban la casa de los diarios. Todos los escribían y todos se los leían unos a otros. Como eso produce una neurosis espantosa, Tolstói llevaba tres diarios: uno público para que la gente lo leyera, uno privado para que creyeran que estaban leyendo algo especial y uno secreto cosido en la bota. El diarista muestra más cómo es cuando habla de los demás que cuando habla de sí mismo. Hay estupendos diarios de admiración, como el de Bioy Casares sobre Borges o el de Boswell sobre el doctor Johnson. O diarios de curiosidad, como el de Darwin a bordo del Beagle.
Elvira Lindo. Es verdad, hablamos mucho de diarios literarios, pero hay otros que son tanto o más importantes que los de los escritores: los de Thoreau, por ejemplo.
Todos llevan máscara. Laura Freixas. Errata Naturae. Segunda entrega de los cuadernos de los años 90 de toda una especialista en literatura autobiográfica.
Andrés Trapiello. Los peores son los exhibicionistas: por cursis o por cipotudos. Lo que contaba Héctor de Tolstói me recuerda lo que decía González-Ruano cuando volvió de visitar a Sánchez Mazas: “¡Qué casa tan rara! Todos hablan mal de todos y todos tienen razón”. El diario de Ruano, por cierto, era de un mercadeo exhibicionista que repugna. Escribe: “He comido con el doctor tal, una eminencia de la medicina” para que no le cobre la factura. Me gustan los diarios de amor por las cosas. Las mejores páginas de los de Jünger son las de su pasión por los insectos. Cuando muestra su gran cultura, me distancio.
Héctor Abad. Luego está el de Thomas Mann, que es aburridísimo porque habla siempre de su digestión, aunque de repente cuenta que le encandila el hijo adolescente de un amigo. Esas partes hoy llevarían a un escritor a la cárcel. O el de Gil de Biedma, que ya cansa buscando muchachitos en Filipinas. Ese es el exhibicionismo del que hablas.
Pregunta. ¿Qué diario recomendarían?
Laura Freixas. El de Sylvia Plath, que encarna una gran virtud del diario: ser un laboratorio para afrontar vivencias que todavía no han sido aceptadas ni elaboradas socialmente. Lo empezó a los 17 años y lo terminó a los 30, poco antes de suicidarse, si bien los dos últimos volúmenes los destruyó su marido, Ted Hughes. Su gran tema es la dificultad de ser mujer y tener una vocación literaria y el deseo de que esa vocación la lleve al éxito. Ella lo vive de forma atormentada. Queda mal decirlo, pero es una suerte que muriera tan joven. Eso ha permitido que el diario nos llegara tal cual. De haber vivido, no se habría atrevido a publicarlo o lo habría edulcorado.
Elvira Lindo. Habría que explorar cuántas mujeres plasmaron en una novela lo que no se atrevían a contar en un diario. Elena Fortún, por ejemplo. A mí me gusta mucho el diario-confesión de John Cheever sobre su homosexualidad, al margen de su matrimonio y de sus hijos, y sobre su alcoholismo, al que le condujo seguramente no solo la época, sino también esa vida en el armario. Es el diario de una represión. Hay una película con Dennis Quaid basada en él: Lejos del cielo.
Andrés Trapiello. Yo acabo de descubrir un diario fílmico por gentileza de Jonás Trueba: el de un cineasta judío, David Perlov. Son seis horas, de los últimos años setenta a 1983, sobre su familia en Tel Aviv y Jerusalén. Al que se anime le digo lo mismo que me dijo Trueba: que llegue al final. Cuando terminas piensas: caramba, esto es lo que me hubiera gustado hacer a mí con lo que no me ocurre.
Héctor Abad. A mí el diario que más me gusta es el de Stendhal, Vida de Henry Brulard. Abro al azar y sale un dibujito de Don Quijote. Cuenta que desde la muerte de su madre no se había reído. Y que cogió el Quijote y se moría de la risa. El padre le quitaba el libro y le prohibía leerlo porque se reía demasiado. Cuando lo leí pensé: si a Stendhal le servía escribir un diario, tal vez a mí también me sirva. Y por eso empecé el mío.
Andrés Trapiello. ¿Tú sabías, Héctor, que el de Stendhal fue el que me inició a mí en los diarios? Tiene una frase maravillosa que dice: “Cuando miento, me aburro”. Eso es lo que me hizo pensar que contar la verdad era más divertido que inventarse las cosas.
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