Augusto Monterroso
Un escritor de bolsillo
Javier Rodríguez Marcos
1 de marzo de 2003
Si hubo alguna vez un escritor de bolsillo, ése fue Augusto Monterroso (1921-2003). "Sin empinarme, mido fácilmente un metro sesenta", escribió en su autorretrato. La verdad es que Monterroso siempre tuvo mejor humor que los monterrosianos. Cuando un periódico publicó una imagen en la que se veía al guatemalteco junto a otro escritor, una multitud de conocidos le llamó escandalizado por el pie de foto, que decía: "A. M. al lado de una persona de estatura normal". El autor de La letra e se apresuró a tranquilizarlos: el pie lo había escrito él mismo. Por suerte, además, Monterroso es mucho más que el cuento impenitente del dinosaurio -incluido en Obras completas (y otros cuentos)- (que no es cuento sino novela, decía su propio autor rizando el rizo), es también el mismo narrador patafísico que abría Movimiento perpetuo diciendo que en la literatura había tres temas fundamentales: el amor, la muerte... y las moscas; el mismo que reflexionó con acidez sobre la fe y las montañas en La oveja negra y demás fábulas y sobre los patinazos del colonialismo en 'El eclipse'; sin olvidarse de aquella vaquita vista desde el tren, "muerta muertita sin quien la enterrara ni quien le editara sus obras completas". Aparte de esa falsa novela fragmentaria llamada Lo demás es silencio, Monterroso no escribió más que relatos, ensayos y notas de diario. Cuando en una ocasión le preguntaron cómo se llegaba a una escritura tan concisa, contestó: "Tachando. Tres renglones tachados valen más que uno añadido". Si hubo alguna vez un escritor portátil, leve, trascendente sin ponerse estupendo, ése fue Augusto Monterroso, un escritor -más que hiperbreve, hipercrítico- que sabía que el humor es triste y que en literatura lo que no suma, resta: "Me aterroriza la idea de que la tontería acecha siempre a cualquier autor después de cuatro páginas". Habrá que aplicarse el cuento.
EL PAÍS
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