Maj Sjöwal y Per Wahlöö |
Maj Sjöwall y Per Wahlöö
El policía que ríe
La investigación avanzará sobre la hipótesis de que el autor es un psicópata - como en las frecuentes matanzas norteamericanas -. Pero se estancará y Beck y los suyos abrirán nuevas líneas de investigación; ¿qué hacía Strenströn en el autobús?
Sin conocimiento de nadie, Strenström llevaba desde el verano - apenas han tenido trabajo desde que detuvieron al hombre del balcón - investigando un viejo crimen que había quedado sin resolver en 1951. Seguir los pasos de esa investigación llevará a Beck y los suyos a resolver aquel asesinato y esta matanza.
El policía que ríe, que toma su título de una vieja canción de 1922 de Charles Penrose, es una obra maestra del subgénero del procedimiento policial. Maestría que radica en la técnica narrativa objetivista (de la que ya hemos hablado respecto a las novelas anteriores de la serie) y en el estilo conciso y directo que mantiene al lector ansioso por saber. En cuanto a saber; de la vida de Martin Beck, se nos dice poco esta vez, pero sabemos mucho; ahora duerme en el sofá del salón.
La novela, como las otras de la serie, nos enseña que mientras nosotros pensábamos que Suecia era el paraíso y de allí venían aquellas turistas rubias que llenaban nuestras playas, Suecia era, en realidad, algo igual de lejano para nosotros entonces; una sociedad capitalista desarrollada. Y eso implica que en sus calles campan niños que ya no aprenden buenos modales en el colegio, policías que se dejan barba, la delincuencia, la prostitución, los inmigrantes extranjeros que se hacinan en pisos de camas calientes por las que pagan precios abusivos... y, naturalmente, el consumismo navideño:
La sociedad de consumo y sus agobiados ciudadanos tenían otras cosas en las que pensar. Aunque todavía faltaba más de un mes hasta Navidad, la orgía publicitaria había comenzado ya y la histeria consumista se extendía rauda e inexorable como la peste negra por las calles comerciales engalanadas. La epidemia resultaba irresistible y no había lugar alguno al que huir. Invadía casas y pisos, envenenando y sometiendo todo a su paso. Los niños lloraban de hartazgo y los padres de familia estaban ya endeudados hasta el verano siguiente. Venía a ser una especie de tocomocho legal que alcanzaba en estos momentos su pleno apogeo.
- Se debe a que la policía es un mal necesario - sentenció Melander-. Todas las personas, incluidos los criminales profesionales, saben que en determinadas situaciones la policía es su único recurso. Cuando un ladrón se despierta por la noche y oye ruidos raros en el sótano de su casa, ¿qué hace?. Por supuesto, llamar a la policía. Pero cuando no se dan tales circunstancias, la mayor parte de la gente reacciona con miedo o desprecio cuando la policía, de un modo u otro, se mete en su vida o viene a perturbar su tranquilidad.
- O sea, que si tuviéramos poco, debemos sentirnos como un mal necesario - dijo Kollberg malhumorado.
- El quid de la cuestión - continuó Melander imperturbable - es el carácter paradójico del propio oficio de policía: por un lado, presupone el más alto nivel de inteligencia, así como unas cualidades físicas, psíquicas y morales extraordinarias en quienes lo desempeñan; pero, por otro lado, no ofrece nada capaz de atraer a personas semejantes.
UN DÍA LEÍ UN LIBRO
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