George V. Higgins |
“Los amigos de Eddie Coyle”,
de George V. Higgins
Francisco J. Ortiz
27 de diciembre de 2011
27 de diciembre de 2011
A Hernán Sabaté, in memoriam
La etiqueta de “novela de culto”, como la de “película de culto”, se ha convertido en una mención de honor, una medalla que se cuelgan orgullosas en el pecho determinadas novelas (y películas) que no han llegado a un público verdaderamente masivo, pero alrededor de las cuales se ha ido desarrollando -con mayor o menor merecimiento- un aura que no todos perciben y que las acredita como obras de méritos mucho mayores de los generalmente reconocidos.
Cuando se hace referencia a The Friends of Eddie Coyle enseguida surge la etiqueta de “novela de culto”. ¿Realmente lo es? Qué duda cabe, teniendo en cuenta por un lado la altísima calidad literaria de la misma, de sobra perceptible para cualquiera que tenga ojos en la cara; y por otro, que cuando toca el momento de confeccionar los consabidos listados con los mejores títulos de la novela negra rara vez se la menciona, como rara vez se cita a George V. Higgins, su autor, entre los más sobresalientes escritores de narrativa policíaca.
Hasta ahora, The Friends of Eddie Coyle se había editado en España con el muy libérrimo título de El chivato (Noguer), un lema cuya concreción no solo no es fiel al original -este cargado de un amargo cinismo-, sino que tampoco hace justicia a la pluralidad de voces de una novela coral con la que debutaba su autor y donde el Eddie Coyle titular es solo el núcleo alrededor del cual pivotan otros muchos personajes memorables: de Dave Foley, el agente para el que Coyle trabaja de confidente, a los atracadores Artie Van y Jimmy Scalisi, pasando por Dillon, barman de día y asesino a sueldo de noche, intermediario full time de los negocios más sucios. Si en su día se dijo de Reservoir Dogs que era una tragedia griega en formato de serie B, los caminos de este bestiario humano, memorablemente descritos por Higgins a partir de sus actos y su forma de dialogar, se entrecruzan formando un entramado de intereses creados que hace de Los amigos de Eddie Coyle una suerte de adaptación del drama benaventino en clave pulp.
Ahora, con esta nueva (y espléndida) traducción de Montserrat Gurguí y el malogrado Hernán Sabaté, Los amigos de Eddie Coyle debería empezar un viaje cuyo destino final es el de ser reconocida como una de las mejores novelas policíacas de todos los tiempos. Porque lo merece: el prologuista de esta edición de Libros del Asteroide y autor de obras como Mystic River o Adiós pequeña, adiós, Dennis Lehane, ya se ha dado cuenta de ello; también Quentin Tarantino, que tituló su tercera película, Jackie Brown, con el nombre del traficante de armas con cuyos negocios arranca el libro. Pero no es suficiente: Los amigos de Eddie Coyle no merece ser una novela de culto, sino un clásico consolidado como tal. Esperemos que su concisión formal, la abundancia de diálogos y lo sencillo de su anécdota no juegue en su contra de cara a ese lector hipermétrope que no alcanza a ver más allá de donde acaba su apéndice nasal. Porque algo parecido le ocurrió a la adaptación cinematográfica de 1973, de idéntico título pero que en España se rebautizó, de nuevo a traición, como El confidente. El film, dirigido por Peter Yates y protagonizado por un soberbio Robert Mitchum que le dio al personaje de Eddie Coyle un adecuado tono crepuscular, es una de las muestras más solventes (que ya es decir) del cine policíaco norteamericano de los 70… aunque hoy en día pocos se acuerden de ella, ensombrecido su recuerdo por el de otros títulos mucho más celebrados como French Connection, Harry el Sucio, Serpico o los primeros filmes de Martin Scorsese.
Así pues, recuperemos este film de Yates, a la postre paradigma del cine negro contemporáneo, y por supuesto pongamos de nuevo en circulación la novela de George V. Higgins… pero ya con el marchamo de clásico. Sin necesidad de otras etiquetas.
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