“Ellas son tan dignas, tan lúcidas, que van hasta el final y terminan todas muertas. Aman tanto la vida, que saben que si no es digna, es mejor perderla”. La persecución que orquesta una ciudad sumamente conservadora -“tiene una iglesia en cada cuadra”- hacia ellas, las lleva a encerrarse, a ocultarse, a suicidarse. “Eso ya no lo hacemos. Ya no nos escondemos, sabemos que si tenemos que perder la vida peleando, la perdemos”, asegura. “La lucha de las travestis latinoamericanas no es solo por la vida, es por una vida que sea digna de ser vivida”.
La amenaza de la muerte -impuesta por “la heterosexualidad como producción política”- que recae sobre ellas es una constante en el libro. “Un día van a venir a golpear esa puerta para avisarme que te encontraron muerta, tirada en una zanja”, le decía su padre. “Aún persiste esa amenaza”, asegura. “No asesinan así ni a las vacas que se comen”. Qué curiosa es la transfobia, comenta. “Dicen tener miedo de nosotras, cuando en realidad lo que tienen es un odio profundo. Cómo puede ser que terminen así mujeres tan importantes, yo las he visto morir bajo una excusa tan estúpida como la del miedo”. Por primera vez en la entrevista detiene su habla.
- ¿En quién pensás?
- Yo misma. Siendo niña, adolescente. Me hicieron muchísimo daño. Pero seguimos naciendo, seguimos dando batalla, seguimos resistiendo. Ya no somos más esas víctimas que todo lo aceptaban.
Las malas presenta al cuerpo de las mujeres trans como el campo de batalla donde quedaban las marcas de todo eso que aceptaban. Pieles arañadas por la violencia. Uno de sus personajes, una travesti de 178 años que funge de matrona del grupo, lucía moretones por el aceite de avión que se había inyectado para moldearse. “Eso somos como país también. El daño sin tregua al cuerpo de las travestis. La huella del odio”, se lee en el libro. “Yo me forjé en una época en la que solo se podía ser mujer de una manera, que era la manera en la que te deseaban los hombres. Por eso hay travestis de cierta edad, todas gravemente operadas. Eso ya no sucede más, las chicas trans ahora no se depilan, se visten como quieren, no les importan cosas que para nosotras eran de vida o muerte”.
En pleno apogeo de las escritoras argentinas, la literatura nacional se volteó a aplaudir a Las malas, que se publica este mes en España. Por primera vez un relato que venía a contar de una forma tan cruda la realidad de las chicas trans “que se tuvieron que ir de sus casas, que fueron castigadas físicamente por la policía, por los clientes [de la prostitución]”, entraba de lleno a los espacios ocupados por la literatura tradicional. Para Sosa Villada es un triunfo en un terreno “eternamente negado” a las travestis. “De repente se encuentran con una imaginación, con un manejo de la palabra, con un estilo. Yo estoy dando una batalla en el territorio del lenguaje, de la ficción. De repente las travestis comenzamos a generar conocimiento, a producir ficciones, historias”.
A dos décadas de las experiencias narradas en el libro, situado a principios de los 2000, Sosa Villada reconoce que algunas cosas en Argentina han cambiado. Pero queda mucho por hacer, reclama. “Las travestis tenemos que poder dejar de estar confinadas a la esquina, al departamento oscuro. ¡Que nos amen a plena luz del día! Que reconozcan que nos aman. No queremos que nos eduquen, nos golpeen o nos maten, lo que queremos es que nos deseen, porque estamos privadas a la imaginación de las personas. Si existiera una revolución travesti sería en el campo del deseo”.
En un país en el que se abre paso el lenguaje inclusivo, y hasta el presidente usa por momento expresiones como “todes”, Sosa Villada incide en la necesidad de nombrar a las travestis por su nombre. “Nos vemos en la obligación de ver cualquier limosna como si fuera la gran cosa: ay, el presidente dijo ‘todes', el presidente tiene un hijo drag queen o le dieron un contratito a una travesti para que recoja la basura, qué bueno. Gracias por no matarme, gracias por no insultarme”, ironiza. “Hay que romper con ese discurso porque seguimos teniendo un promedio de 35 años de vida, y es una muerte absolutamente evitable”.
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