Campo de margaritas al pie de la Torre de Hércules, en A Coruña, el 24 de abril.FOTO DE CABALAR |
PASEOS LITERARIOS
Pasear sin rumbo fijo es un ejercicio que durante siete semanas ha estado prohibido. Autores como H. D. Thoreau, Walter Benjamin, Guy Debord o Rebecca Solnit sostienen que es una forma de pensar.
A Coruña, el paseo de los abrazos
Manuel Rivas
1 de mayo de 2020
El verdadero bautismo coruñés era y es escapar a una ola vagabunda en la Coraza de Riazor, o en la orillamar de Monte Alto, donde los farallones tienen el nombre de las Ánimas, o en el lugar del punkismo mágico, allí donde galopa el mar la roca llamada Cabalo das Pradeiras y donde los menhires tienen ventanas. La mejor forma de acabar la escapada es siempre un abrazo.
La primera gran aventura es subir a la torre de Hércules o faro de Breogán. El más antiguo del mundo en funcionamiento (nomás me matarían si no lo digo). Un paseo mítico, 234 escalones, con un descanso de cripta onírica, para subir al Aleph marino, el mejor mirador del atlántico. En la rosa de los vientos, Noroeste Cuarta Oeste, el lugar situacionista de la imaginación. Al lado de la gran linterna, se puede ver lo invisible. Irlanda o América, depende de los días. Pero lo mejor, después de la escalada, el vértigo y el viento ebrio, es imaginar el abrazo.
El faro forma un triángulo psicogeográfico con la antigua prisión provincial y con el cementerio marino de San Amaro. La cárcel está abandonada por los humanos, guardias o presos. Al ojo panóptico del poder solo le queda la nostalgia de vigilar las aves migrantes que anidan tan interesante arqueología. El cementerio marino, como atestiguan generaciones, es uno de los más sanos del mundo. La cárcel y el cementerio son otros dos buenos lugares para abrazarse. Toda la borda del faro lo es, con sus grutas, playas y calas de felicidad clandestina. Ese espacio de ciudad acantilada, orillera, donde la gente al andar traza su propia línea del horizonte, tiene la hipnosis del origen, del sentimiento oceánico.
A Coruña es una ciudad anfibia y tuvo su pintor anfibio. Urbano Lugrís. Quiso pintar el fondo marino con un escafandro. Lo hizo en lienzos, tablas y murales inolvidables, y también con tinto ribeiro en la mesa de los bares. El paseo por Lugrís, por esa Coruña intemporal, ese paraíso inquieto, pintado con el deseo y la pena del mar, tal vez es lo más real, frente a la usura del tiempo.
Y ese paseo surreal te ensancha la mirada. Te permite ver una Coruña oculta tras las esquinas, o escondida en una redoma de saudades. Ese paraíso inquieto de las pequeñas plazas y jardines de la Ciudad Vieja, como la plazuela de las Bárbaras o el Jardín Romántico. Allí donde está enterrado John Moore, un militar héroe en salvar vidas, a quien visita los días de niebla su amante y aventurera lady Stanhope. No he visto por allí las cámaras de los programas del corazón. Pero es un lugar para el abrazo intemporal.
Hubo un tiempo en que, en el escudo de la ciudad, las luces del faro sostenían un libro. En el paseo de las saudades, el andar te lleva a la calle Sinagoga. A Coruña es una ciudad de impresores y librerías. ¿Y qué me dice usted de las panaderías? ¡Donde hay buen pan, hay librerías! Es una ciudad musical, con una ruta de navegación al desvío. A Coruña siempre tuvo fama de dormir de pie. Lo que nunca ha estado en crisis es la producción de bohemia y la brújula de las vanguardias.
El paseo, en sí, es una vanguardia. Una multitud dadaísta, a su manera, pasea por los Cantones coruñeses, la cubierta de la ciudad trasatlántica, con sus fachadas de galerías acristaladas y sus casas barco y los ensayos utópicos de ciudad-jardín.
Pero el mejor paseo coruñés es el excéntrico. Hay una línea axial que une el faro con el Castro de Elviña, la citania celta, la primera ciudad y, ahora, la última aldea. Desde la infancia recuerdo que justo en el ara solis habían espetado una gran torre de alta tensión, por lo que deducimos que los celtas, en Galicia, habían muerto electrocutados. Ahora la han quitado. No hace falta ir al solsticio a Stonehenge. Cómo no abrazarse en este lugar donde un día apareció el tesoro de un ánade de oro.
UN LIBRO: La tribuna, de Emilia Pardo Bazán. Las cigarreras coruñesas protagonizaron la primera gran huelga feminista en el mundo. Esta es la historia de una joven líder, Amparo, y su lucha por libertad social y personal. Aquí, doña Emilia es una escritora salvaje. Escribe una obra insólita y valiente en la historia de la literatura española, incluido nuestro tiempo. ¡Publicada en 1883! La protagonista, Amparo, rompe todas costuras, para apostar por una libertad radical.
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