Nélida Piñon Hotel Palace, Madrid, 2017 Fotografía de Oscar del Pozo |
Nélida Piñon: «Cervantes es una institución mucho más importante que los derechos humanos»
La novelista brasileña de raíces gallegas, que acaba de publicar «La épica del corazón», manual de caligrafía de su vida y obra, se pregunta: «Si la humanidad elige la barbarie como manera de vivir y de borrar todo lo que ha sido, ¿qué se puede hacer?»
Alfonso Armada
Madrid, 5 de enero de 2018
Hablamos bajo la rotonda del madrileño Hotel Palace, que es como merendar en un Vaticano laico, mientras la luz va aclimatando el mundo. Ese rincón parece a salvo de las batallas, por las alfombras, los vitrales, y la obsequiosidad, nunca unánime, de los camareros. Nélida Piñon (Vila Isabel, Río de Janeiro, 1934) es una clienta fiel a este hotel y a este Madrid que aquí parece menos ruin, más ilustrado. Sus padres y abuelos emigraron desde Cotobade, en la provincia de Pontevedra, lugar en el que, cuando lo conoció de niña, supo que sería escritora. En «La república de los sueños», su obra más ambiciosa, mezcló las aguas de sus orígenes. Graduada en periodismo por la Pontifícia Universidade Católica de Río de Janeiro, fue la primera mujer en presidir la Academia Brasileña de Letras. Entre otros, ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, el Juan Rulfo y el Internacional Menéndez Pelayo. Acaba de publicar en Alfaguara «La épica del corazón», unas memorias llenas de vida y escritura.
Habla casi como escribe. Pasa la mano, que es la del tiempo que lleva explorando el mundo con palabras, por la superficie barnizada de una mesa del Palace: para imitar cómo la mano rugosa del cantero gallego acaricia el granito. Para asegurarse de que ha quedado verdaderamente pulido. O como acariciaba la frente de las vacas con las que subía al Pé da Múa, en Cotobade. Habla con sus ojos achinados, rendijas con más bondad que malicia, y con los que escucha como si, todavía, le fuera la vida en ello. Por eso ríe con facilidad. Así se deja encantar por la luz que sus propias palabras encienden. Como si abrieran un sutil surco en la oscuridad, pero sin darse la menor importancia. La belleza de Nélida Piñon, de la que estuve enamorado hace siglos, cuando empezaba a vislumbrar lo que la literatura puede hacer, sigue viva en esta mujer niña que habla el idioma de las vacas gallegas y de la selva brasileira, lúcida, llena de pasión y de compasión, de curiosidad y de amor por todo lo que existe.
Al inicio de «La épica del corazón» dice que «no hay narrativa inocente». ¿Los escritores que han convertido los best-sellers en su forma de estar en el mundo estarían de acuerdo, serían los representantes del utilitarismo más burdo del arte de escribir, en el que el arte contaría menos que la alienación por un lado y el beneficio económico por el otro?
No menciono que un autor no esté comprometido, pero con todas las capas del mal y del bien no puedes tomar partido. Yo creo que lo mejor de la estética es impedir la expurgación, porque la creación viene, a mi juicio, del caos, de todas las instancias humanas, de todo lo que se ha producido y también lo que somos, ¿no? Por lo tanto de allí se elige, pero se elige con mucha cautela, para no tomar partido. Y ahí en en ese sentido el orden viene del caos, pero condena el orden natural de las cosas. El orden es antisocialista, anticolectivo, y es una manera de controlar el arte. El orden quiere controlar el arte. La ausencia de la inocencia le da un valor añadido al arte. No hay inocencia en el autor, porque el autor es como un ser colectivo, mucho más que individual. Es un ser tocado por el bien y por el mal.
Dice que tanto autor como personaje tienen un conocimiento limitado de sí mismos. ¿Desconfía pues del escritor omnisciente, del autor que se creía Dios y por lo tanto dueño absoluto de los sueños, los deseos y el destino de sus personajes?
De alguna manera la gran referencia, la voz autoritaria del texto es el autor, el autor que está por fuera. Todo sirve para engañar, para ilusionar al lector. Que no ha sido él el que escribió el libro, de alguna manera. Y a la vez también tiene que esperar que el lector se crea lo que le está diciendo. El escritor cuenta con la fidelidad del lector. Porque tiene que seducirle. Tiene que vencer de alguna manera la incredulidad del lector, que suspenda su descreencia. Cuando seduce al lector todo lo que cuenta está sujeto a la versión del otro. Pero me encanta cuando las informaciones que proporciona al lector son ambiguas, son subrepticios los datos de la historia. Por eso no me gusta que las historias sean rigurosamente claras, me agrada que sean ligeramente oscuras. Lo oscuro es la parte mejor de la poesía.
¿A usted le gusta que le sorprendan sus propios personajes? ¿Hasta qué punto? ¿Y si se rebelan, como le ocurrió a Unamuno y a Pirandello?
No, yo pienso que hay un especie de acuerdo tácito entre uno y otro.
¿Entre autor y personajes?
Sí, creo que sí. Pero en el personaje hay momentos en que gana una configuración tan nítida, tan fuerte... Pienso que el personaje es un producto inicial de un posible imaginación individual y colectiva, pero para conseguir un personaje consistente, con estructura psíquica casi independiente y soberana, de manera que pueda circular por la historia como si fuera dueño de ella... A mi juicio el personaje tendría que congregar toda una manera de ser de una multitud. No hay un personaje único, singularmente único. Lo que hay son arquetipos, la suma de toda la gente, y por eso mismo por ejemplo un chino puede leer «Don Quijote», y lo entiende, por la calidad, por la cualificación colectiva y arquetípica del personaje. Entonces claro que a partir de todo eso que estoy empezando a esbozar -y no llevaré adelante, porque podría estar una hora hablando del personaje- él gana autonomía y tiene la función de intervenir un poco en la historia. Como si él dijera: yo siendo todo lo que tú autor me has dado permíteme elegir mis vicisitudes personales.
¿Y esto surge a veces de manera sorprendente mientras está escribiendo?
Puede, pero a la vez no sé si es tan sorprendente. Yo creo que el personaje tiene también una relación amorosa con el autor. Quizás entiende la precariedad del autor. El personaje entiende que el autor necesita hacer su libro y quiere convencer al personaje para que trabaje a su favor, para que sea un gran personaje y le ayude a ingresar en la historia, en la gloria literaria.
¿Es papel del arte, y en concreto de la literatura, como dice usted en este libro, revertir el cuadro cruel que oprime a los humanos? ¿Es la literatura un camino de revelación y por lo tanto de liberación?
Yo no veo un distanciamiento entre lo humano y el personaje. Porque el personaje forma parte de la miseria humana y de todas las virtudes humanas, de todo lo que somos. Yo no creo que la literatura sea algo distante de nuestra humanidad, ni del humanismo. Por tanto todo lo que somos de alguna manera ha estado en la literatura. Yo creo que se puede recuperar, acercarse a la historia de la humanidad, los momentos constitutivos de la civilización, a través de la literatura. Ni la sociología, ni otras ciencias humanas, nada puede llegar al misterio que emana del arte.
Tan profundamente.
Por no poder decir todo, y por poder utilizar ingredientes de orden poética, casi invisibles, inexplicables, además de todo lo que está bajo las apariencias, subterráneo.
Este libro plantea cuestiones muy profundas de forma muy sencilla. Y la traducción está al servicio del pensamiento y del ritmo de su cabeza pensando en portugués.
Era una de las estrategias del texto. Es muy curioso cómo la imaginación está trasvasándose todo el tiempo. Estoy en Madrid, estamos en esta rotonda, estamos juntos, y súbitamente me vienen evocaciones de Florencia. Todo lo nuestro es así. Estás comiendo una comida que te encanta y en vez de reconocer únicamente el mérito de esa comida concreta que tienes delante esos sabores te remiten a otras comidas y a otros países y a otras culturas que habías olvidado...
Son sensaciones que ponen en marcha el mecanismo del recuerdo, que no controlas, a través de un sabor, un olor, un ruido. Algo dispara la imaginación o el recuerdo.
Y además la insatisfacción. Un deseo de complementarse. Y todo el tiempo el querer estar en otra parte. Con eso muchas veces en lugar de enriquece nuestra vida queremos obstáculos.
Nuestra naturaleza humana, que es tan fascinante y paradójica.
Mucho. Una pasividad buena, a mí me parece fantástica. ¿Habrá?
Hay pasividades buenas, como la de las vacas.
Es un animal que adoro.
Lo sé, tengo alguna pregunta sobre ellas, una suerte de fraternidad para con ellas.
Adoro las vacas.
¿Las gallegas? Porque la entienden cuando habla con ellas.
(Se ríe con ganas).
Porque igual otras vacas, como las indias, no le entienden.
No, están como aturdidas. Las vacas indias están aturdidas por la falsa bondad humana.
¿De verdad cree, como dice en «La épica del corazón», que la memoria es el único relato fiable? ¿O es fiable precisamente por su condición de relato, es decir, con márgenes difusos de invención?
Creo que la memoria traiciona, no es mimética, y no siempre te da lo que quieres. La memoria, para darte algo, con fuerza persuasiva, y como si fuera una medicina, o una gracia, o un favor, tiene que recurrir a la invención. Pero es que vienen juntos. Además pienso que la memoria tiene un aspecto muy generoso que habría que pensar. Ella, posiblemente se complementa con la ayuda de quien participó en el hecho. Estás con alguien y te dice: «Nélida, ¿te acuerdas?». Y no me acuerdo. Entonces, o la persona o me complementa o inventa para que lo acepte como si fuera verdad. Vienen juntos. Me parece inevitable, y la invención es hija de quién: de la memoria, del nombre que pongas en la memoria, e hija también de la imaginación, de la fantasía y de la capacidad de fabular. De muchas cosas que tienen que venir juntas.
Hay científicos que dicen que la memoria es como un armario muy grande lleno de cajones y en ellos depositados fragmentos de memoria, y que cuando abrimos alguno de esos cajones para extraer parte de la memoria guardada allí ese fragmento de memoria se modifica y cuando volvemos a guardarlo se ha modificado otra vez, y cada vez que volvemos a esa memoria se ha transformado.
Es verdad, es verdad. Nunca cuentan la misma historia igual, porque cuentas con que un léxico, con una sintaxis, y el léxico, la sintaxis, la semántica de las palabras, todo cambia. Es verdad. No hay duda. Por eso es tan fácil mentir.
No reniega nunca de Galicia, que está siempre presente en sus oraciones y en una parte de su escritura. Escribió en la Tercera de ABC sobre la quema de los lugares de su infancia, en torno a Cotobade, del monte Pé da Múa. ¿El fuego devora o esa memoria es inextinguible?
A mí me emociona ese recuerdo. El fuego no puede carbonizar mi memoria. Lo que pasó es que pienso que no volveré a ver aquellos lugares. Porque no tengo interés en ver la destrucción y no creo que vaya a disponer de los años de vida necesarios para verlos renacer. Contaré con la memoria, porque es algo que tampoco el fuego puede afectarle. Puede quemar una parte mía que es toda gratitud, por lo que he vivido, por lo que la vida me ha dado, las oportunidades, el amor familiar. Mi padre, por ejemplo, que quizás decidió ofrecerme una navaja, como algo simbólico, que yo tendría que entender que era una especie de buril de libertad. Como si a partir de aquel momento, si no pudiera seguir dependiendo de él, con una navaja yo era dueña de mi destino. Y la navaja era en realidad para que yo pudiera ir sola al monte. Todo eso me da la plena conciencia de que solo puedo ser la persona -perdóneme que lo exprese así- refinada, cosmopolita, como soy, por la educación, por la adhesión al universo con el que conviví profundamente, porque he sido campesina en Galicia. Esto me parece que marca mi existencia estética.
Cuénteme de su condición de hija de las vacas gallegas de su infancia.
(Se ríe) Eran muy lindas. Primero me maravillaban. Porque ellas estaban en una parte de la casa, siempre calentando la humanidad. Eran muy generosas. La vaca es un animal muy generoso. Siempre. Son animales de los que puedes aprovechar todo. Con inmensa crueldad. Cada vez me doy más cuenta. Porque mi vida hoy está muy pautada por el amor a los animales. He convivido con las vacas, y muchas veces las besé, en la frente, en el frontal (dice, y parece como si pasara suavemente la mano por la frente suave, peluda, cálida, lisa de una vaca de Cotobade mientras acaricia la mesa pulida de la Rotonda del Palace, donde tan atrabiliaria hubiera sido la presencia de una vaca, que ella sin embarco convoca con toda su humanidad), que es donde está la inteligencia humana y también la de los animales. Las acariciaba... Adoraba repetir sus nombres...
¿Y ellas reconocían el nombre?
Yo pienso que sí. O al menos tenía esa ilusión. Hasta hoy yo creo que la gente me conoce. Basta que yo me acerque. Estoy convencida de mi humanidad. Por eso espero que me reconozcan, me hablen, para que yo pueda también ofrecer lo mejor de mí. De mi persona. En aquel entonces yo iba con las vacas al monte... Ellas tienen una pasividad lírica. La sensación que tengo es que ellas nos miran con una suerte de piedad, de conmiseración, como si dijeran: «Ustedes no saben nada. O saben muy poco». «Nosotras, entre comillas, con nuestra pasividad, tenemos un tácito acuerdo con la realidad, con la naturaleza. Sabemos mucho más que ustedes». Me conmueven las vacas gallegas porque fueron humilladas por la Unión Europea. Para mí eso es imperdonable. Devaluaron sus leches, sus quesos, toda su naturaleza pujante y profunda. (Se ríe). ¡Ay, Dios mío! Tengo un amigo que se llama Alberto Barciela y cada vez que llego a Santiago de Compostela de las primeras cosas que hace para agradarme, porque me quiere mucho, es llevarme a ver una vaca. No son las vacas de mi infancia, pero son vacas gallegas.
Pero en las afueras de Santiago, porque en el centro no hay vacas.
Cada vez más lejos. Y nada me conmueve más. Agradezco mucho que existan y que formen parte de mi corazón. Son esenciales para mí. Y lo que las reemplazan en mi casa en Brasil son los perros. La pasión que tengo por los perros es parecida.
¿Los animales escuchan mejor que las personas?
Yo creo que la humanidad ha escuchado muy poco. Yo no sé si los animales, solo sé que los míos (mis perros) cuando no les conviene lo que les estoy diciendo dejan de escucharme.
Se propuso cuando llegó a la Galicia de sus padres y abuelos desde el Brasil donde nació, ante un puente del siglo XV y una capilla dedicada a Nuestra Señora de Lourdes, amar siempre esa región de España. Me da la impresión de que nunca dejó de cumplir esa promesa. ¿Es este libro, «La épica del corazón», un nuevo reconocimiento de sus fuentes gallegas?
Siempre. Yo tuve la felicidad inmensa de desde niña darme cuenta de que nací en un lugar singular, y vivo siempre en lo mismo. Porque es la verdad. El hecho de haber comido siempre pulpo, Octopus, un animal de ocho patas, es una extravagancia. Por lo tanto, yo nací medio en la extravagancia y escuchando los sonidos de una lengua que no era la mía, la portuguesa. Y a veces tengo la sensación de que mi abuela tenía un suspiro distinto. Mi abuelo tenía los ojos azules, influencia que pudo ser de los suevos, o no sé de quién. Y siempre me prometieron que un día visitaría España. Cuando estaba en Brasil yo pensaba que la playa de Copacabana acababa en Europa. Por eso tengo un amor tan grande al Atlántico como portador de aventuras.
Dice que en el Pé da Múa percibió indicios de niña que la vida se perpetúa a través del arte. ¿Cómo fueron esos indicios? ¿Sigue pensando lo mismo, que la vida se perpetúa a través del arte?
Sí, porque antes de llegar al Pé da Múa yo tomaba el desayuno y escuchaba a los viejos tomando el café con leche en aquellas cuncas, y a veces huevos fritos con pimentón verde, y empezaban a contar historias. Yo me he dado cuenta de que quizá no eran tan viejos, pero los niños tienen la crueldad de ver viejos a todos los mayores. Empezaban una historia que jamás terminaba. Es como si no existiera para ellos el epílogo. Por lo tanto, la historia se prolongaba para siempre, la narración, y quien dice la narración podría decir el arte en general. Pienso que en toda vida en sí hay espacios gratuitos y graciosos para la reflexión del arte. El arte está en el gesto, el arte está en pelar una patata...
Dice que para usted la lengua portuguesa le ha servido para abrir el cofre del mundo. ¿Comparte el aserto de que la verdadera patria del escritor es la infancia, es decir, su primera lengua?
La lengua, no diré que la infancia. La infancia te da muchos atributos, pero es una sedimentación. Me gusta pensar que la cultura y la civilización como todo están hechos de una sucesión de instantes constitutivos. Yo por ejemplo siento que guardé instrucciones de mi familia, de mi madre, de mi padre, que fueron fundacionales. Tuve una infancia extraordinaria, pero no me detuve en la infancia. Fui fomentando otras etapas en mi vida, quizá no aritméticamente, pero sí matemáticamente. Todos los momentos de la existencia son muy intensos. Y si tú no ejercitas la imaginación y la experiencia humana corres el riesgo de estancarte. Hay que alimentar tu alma constantemente, hasta el último minuto, que no sé cuál será. Mientras funcione el cerebro y el corazón siga bien, seguiré aquí. Yo soy una persona que todo el tiempo está pensando, adoro pensar. Pero cuando estoy con muchas elucubraciones intento de todo corazón que esas elucubraciones se conviertan en signos modestos, ahí me agarro a lo cotidiano, cómo es el olor del café en el desayuno, cómo me despierto a un nuevo día de vida... O sea, quiero que en mis instancias personales viva la modestia del día a día.
Pensar con palabras, pensar con los sentidos.
Con los sentidos. La vida es modesta. Siempre lo digo en tono de broma, pero he escrito seriamente que me hubiera encantado invitar a Homero a comer en mi casa, por ejemplo una «feijoada».
Seguro que disfrutaría muchísimo.
Yo le envolvería con todo cariño, con toda mi admiración y respeto. Yo cometí la imprudencia de contar un hecho. Ahora la gente quiere saber cómo hago. Cada vez que llegaba a la Academia Brasileña de Letras, ante la estatua de Machado de Assis en el patio, mi gran pasión literaria, me detenía ante ella y con voz muy bajita le preguntaba: «¿Cómo está usted?». Nunca le tuteaba. Le contaba algunas cosas. Nunca le he dicho a nadie lo que hablaba con él, acerca de la precariedad de la creación, de la dificultad del texto, cómo logró él alcanzar una dignidad que me parecía indispensable... Y me despedía dándole las gracias, y asegurándole que esas conversaciones me hacían mucho bien. Ahora siempre se lo digo a todo el mundo: Machado de Assis es mi pasaporte brasileño.
¿Qué encierra el portugués para usted, o habría que decir el brasileiro?
El portugués. Es una lengua extraordinaria. Es una lengua frondosa, pujante, capaz sobre todo de salvar todas las carencias. Tiene palabras que no tiene el portugués de Portugal, pero eso no impide en absoluto el mutuo entendimiento. Pero siempre me gusta recordar que los portugueses que salieron de Lisboa por el Tajo a bordo de trece naos, cuando fueron despedidos por el rey don Manuel, dejaron detrás el infinitivo. ¿Y qué ganaron a cambio? Empezar a utilizar el gerundio, que es un tiempo verbal maravilloso que la gente no sabe valorar conscientemente. Porque es un tiempo de acción, de progresión, de búsqueda... del abismo o del paraíso. Lo que sea. Pero que no deja de empujar. Claro que el mal gusto literario sobre el uso del idioma lo utiliza de una forma completa. Eso pasa con el idioma. Pero es una lengua muy generosa. Siempre pensé que el portugués era como un corcel que no deja de galopar, y tú estás delante y tienes que correr para servirte de ese idioma que está a lomos del corcel. Porque esa lengua tiene todo lo que puedas desear. Nosotros no estamos a la altura del idioma, de lo maravilloso que es.
Asegura que sus orígenes brasileños y gallegos hicieron de usted una narradora mestiza. ¿Cuáles son sus ropajes y sus tintas ideológicas y sintácticas?
Creo que puede ser muy simple. Es la adopción de todas las instancias, de los cuerpos de todos. El ser un poco. Es tal vez propio de las mujeres, algo proteico, asumir todas las formas, todos los cuerpos. Es como si yo pudiera ser Brasil antes de que Brasil empezar a ser. Por tanto toda su geología, su antropología, todas las lenguas de los indígenas que fueron habladas, los sentimientos de todas las gentes que no he conocido ni conoceré...
¿Qué salva y qué condena del descubrimiento y la conquista, y en qué se diferencia la portuguesa de la española?
Es un tema muy difícil. De todas maneras hay una profanación y hay una fusión extraordinaria también. Los españoles cometieron una profanación extraordinaria cuando le cortaron la cabeza a Atahualpa. Eso fue algo insoportable. Tanto los españoles como los portugueses cometieron profanaciones. Y al mismo tiempo figuras como José de Anchieta, que para mí es el primer escritor brasileño, canario. Quizá no habrá ganado del Vaticano la entronización para ser convertido en santo, porque en aquel momento el concepto de evangelizar estaba fuera de la orden del día, del contexto. En ese momento no se puede magnificar la historia, ni se puede pedir perdón por lo que ocurrió en la historia. Es una ingenuidad histórica someterla a juicio desde hoy. Hemos cometido y seguiremos cometiendo barbaridades, porque el siglo XX ha sido terrible. ¿Cuántos genocidios hubo? La verdad es que se creó un continente, con todas esas etnias y todas esas concepciones extravagantes que propicia la obra de arte. Lo que no debemos de dejar nunca de tener en cuenta es que antes de la llegada de los españoles y de los portugueses había una gran civilización. No eran indios. Había códices sofisticadísimos, arte maravilloso. Si uno estudia por ejemplo a los incas vería que crearon una categoría social, los amaia, que era para conservar la memoria, para contar los haberes. Era una visión cósmica del mundo. Lo que los españoles encontraron al llegar a lo que llamarían América eran grandes civilizaciones. Como las pirámides de Palenque. La sensación que tuve cuando viajé allí era como si estuviera delante de Micenas. Tuve la misma clase de emoción y de misterio. Claro que cometimos barbaridades, pero la barbaridad ha estado presente en el humano desde siempre.
No deja de experimentar con las palabras. ¿Lo de la muerte de la novela no es más que un lugar común de periodistas perezosos o el problema radica en las nuevas generaciones, que ya no se zambullen en las novelas sino en internet y las series?
No dejo de hacerme esa pregunta. Pero corro el riesgo de hablar demasiado y de no decir nada. Pero me atrevo a decir algo temerario. Si la humanidad elige la barbarie como manera de vivir y de borrar todo lo que ha sido, ¿qué se puede hacer? Si busca la simplicidad, el empobrecimiento del arte, el empobrecimiento de las cuestiones teológicas, de las cuestiones filosóficas será lamentable. Yo no estoy segura de que los avances tecnológicos puedan traducir la esencia del hombre, qué somos los hombres. Somos muy complejos, somos más complejos que la tecnología. Si la tecnología avanza es porque no es tan compleja. Está al alcance de la inteligencia humana. Somos muchos más complejos, más ricos, que nuestra manera de interpretar al hombre.
Escribe: «Arriesgo en todo lo que hago, sabiendo que puedo fracasar». ¿Podría ser la leyenda si Nélida Piñon tuviera escudo de armas?
Podría ser una de mis leyendas.
Cuando dice que no ha cedido un ápice en el compromiso estético y moral que ha asumido con la literatura, ¿a qué se refiere?
La vida te propone algo todos los días. Tú mismo te haces propuestas, y te preguntas por qué estás ganando tan poco dinero, por qué no haces algo un poco más espurio para ganar más, para tener un mayor reconocimiento... Por ejemplo, yo sé que tengo mucha habilidad para el erotismo, y que mis libros podían haber sido mucho más eróticos, y no lo hago. ¿Por qué? Porque no tocó. Porque no me gusta hacer concesiones. Son sacrificios, son elecciones que yo he asumido. Me han propuesto muchas cosas que no acepté. ¿Habrá significado algo? ¿Afectó al nivel de mi poesía, mi conciencia reaccionó? Hay una ética en el arte que no hace falta que sea visible, pero hay una tendencia del artista a inclinarse hacia el bien. Lo ves en Dostoievski, lo ves en Machado de Assis, lo ves en Faulkner... El arte siempre pone la verdad en alguien, en un personaje, no quiere hacer creer que la maldad es absoluta.Y la belleza es una opción moral también. El arte es una manera de llamar la atención hacia los contrarios. Yo creo que todos nosotros en general, aunque parezca ahora mismo algo tan demodé, buscamos de alguna manera la santidad. La perfección es una tentación.
Dice que ha ejercido simbólicamente el oficio de cantero que heredó de sus antepasados en Cotobade. ¿En qué se parecen un cantero y un novelista?
Recuerdo que una vez mi madre contrató a unos canteros portugueses y españoles. Estaban haciendo una valla de piedra. Yo fui a ver. Era muy jovencita y quedé deslumbrada. Primero el trabajo minucioso y preciso con el cincel, puliendo con toda suavidad y delicadeza la piedra, y después de pulir hacía así, soplaba, para quitar el polvo de piedra, y era como el soplo del creador. Después pasaba la mano sobre la superficie de la piedra, aunque tuviera la piel dura, la piel era lo bastante sensible para saber si la piedra estaba bastante lisa o no. Y eso es mismo que hace el novelista.
Es decir que cuando escribe también sopla y pasa la mano para asegurarse de que lo escrito está liso...
Perfecto, sí. Por ejemplo, cuando tú lees en voz alta. Yo siempre leo mis textos en voz alta. Porque los idiomas, por más bellos que sean, tienen incompatibilidades sonoras. Pueden ser muy groseros. Cacofónicos. Yo trato siempre de evitar esas disonancias. Estoy siempre escuchando la música de las palabras.
¿Nunca entrega un texto antes de haberlo escuchado antes en voz alta?
Sí, y además escribo muchas veces un mismo texto. De «La república de los sueños» he hecho no menos de siete u ocho versiones, cada una de 700 páginas. Buscando esa música, buscando el rostro de la frase. Hay que buscar el rostro de la frase. No voy a ser crítico ni asesino. Pero hay un momento en que hay que dejar de tocar el texto, porque corre el peligro de perder la emoción.
Le pasa entonces como al cantero, que si retoca demasiado la piedra la puede romper.
Y además si hago demasiado le puedo robar la emoción a la piedra, a las palabras.
¿No concibe la vida sin literatura?
No la concibo sin el arte, sin la humanidad. La humanidad no puede prescindir del arte. Incluso el que no es artista hace arte todo el tiempo.
¿Por qué es tan importante para usted y cuánto le debe a Machado de Assis?
Bueno, es un paradigma. Te das cuentas de que Machado tuvo impedimentos tremendos, negro, mulato. Afroamericano, es decir, negro. Autodidacta en un país pobre, que tiene un emperador, pero que vive su vida durante la república, pero no abandona nunca sus inclinaciones monárquicas. Tenía simpatías monárquicas, nunca fue un republicano. Él no había sido esclavo, pero sí sus ancestros. ¿Cómo se sentiría viéndolos esclavos? Él se rodea de brasileños brillantes. En medio de esa miseria había brasileños brillantes, con la Academia Brasileña de Letras. Hace una obra monumental. A mí me parece tan importante como Flaubert y Stendhal. Entre Stendhal y Machado, yo prefiero a Machado, y no está ni un escalón por debajo de Flaubert. Yo pienso que él tiene todo lo que a mí me puede sorprender: como brasileña, como mujer, como escritora. Él le dio una dimensión incomparable al idioma portugués, y sigue avanzando, siendo un extraordinario escritor.
¿Es como una mina que no se ha agotado?
Y además con una modernidad admirable que a mi juicio proviene no solo de su riqueza lingüística y de la economía verbal, sino de la sutileza, de su ambigüedad. Hay que recordar que era un hombre pesimista, que no creía en Dios, aunque fue un gran admirador de Pascal. Pero Pascal era un religioso, y Machado no tuvo nunca el consuelo de Dios.
¿Y cuánto le debe a Guimarães Rosa y a Clarice Lispector, si es que les debe algo?
Yo tengo una deuda con ellos, como todos los brasileños, porque siento una gran admiración por ambos. Pero no como influencia. Siempre les admiré, pero a mi juicio el gran escritor brasileño es Machado de Assis. Pero ambos son muy importantes.
¿Qué clase de amistad le unió a Clarice Lispector? Porque en su libro aunque dice mucho parece callar mucho más.
Claro. Voy a callar siempre. Porque sé mucho. Siempre digo una frase. La primera vez que un amigo me decía, Nélida, tú viajas mucho, conoces a todo el mundo. Cuéntame novedades. Pero yo siempre le decía que no tenía mucho que contar. Insistió tanto que le dije: «tienes razón. Sé mucho. ¿Pero sabes por qué sé mucho? Porque no cuento». Sé mucho de Clarice. Pero al mismo tiempo soy altamente fiel a su memoria. Es una amistad profunda la que hemos vivido. Durante siete años nos hablábamos todos los días. Y murió con su mano izquierda en mi mano. Le guardo un cariño inmenso, una gran admiración. Ella tenía miedo de no dejar dinero a uno de sus hijos que sufría un gran enfermedad. Claricinha, le decía: tus libros son ladrillos de una casa. Tus hijos van a tener de qué vivir. Y por eso le presenté a Carmen Balcells.
¿Clarice no era mujer nada fácil?
No, no lo era. Pero tenía mucho humor. Cuando tenía hambre... Ah, era una maravilla. Se ponía furiosa.
¿Trastornaba mucho a los hombres?
Hasta cierto momento. Ella fue muy bonita.
Usted también.
Muchas gracias. Pero en los últimos años, tras el accidente que sufrió, experimentó una gran transformación física.
¿Le hizo sufrir mucho?
Imagínese. Era muy común que sacara su polvera para arreglarse. Sentía una gran nostalgia de su belleza de otrora.
«Volvamos los ojos a la realidad, pero excluyamos el realismo. Así no se sacrifica la verdad estética. La realidad es buena, el realismo es el que no sirve para nada». ¿En qué medida comparte y ha seguido estas ideas de Machado de Assis?
Perfecto. Porque el realismo es mimético, como si luchara por copiar lo que no es perfecto. Porque tu verdad no es la mía. Si cuento lo que estoy viendo sin el complemento de la estética es muy poco. En tres líneas acabo de describir el mundo.
¿La imaginación tiene tan hondas raíces como un ciprés en la realidad?
La imaginación se nutre de todo, porque el oficio de la imaginación no acepta límites, e incluso se atreve a establecer analogías imposibles. En este salón yo puedo establecer analogías impensables, entre Sócrates y Pelé. Todo es posible, desde que sepas maniobrar en el mundo del lenguaje y hacer una utilización poética del mundo. Además me gusta pensar que nacemos con una imaginación muy pequeña, porque la imaginación no para de pedir comida. Se nutre de todo lo que existe, no se resigna. Es ambiciosa. No se contenta solo con lo que pasa hoy ni con lo que ha pasado ayer. La imaginación es una verdadera maravilla.
Me gustaría que ahondara en la idea de su aprendizaje a ciegas de la escritura y en ese arte ecuestre del que tiran armoniosamente del mismo carro dos caballos que son primos hermanos llamados pasión y razón.
Son indispensables. Pero el uno sin el otro no existe. La pasión, como los griegos mismos reconocían, la hybris, la desmesura... Hay que tener mucho cuidado. Los griegos tenían un gran sentido de la medida de las cosas. Cuando un sentimiento se descalibraba había que reequilibrarlo. La vida de verdad es muy subjetiva. No hay objetividad en la pasión, pero tampoco en la razón. Lubrificar a los dos no es nada fácil, pero establecer una armonía cordial también es difícil. Si hablamos de arte hay que tener en cuenta que tiene que haber pasión. Pero debemos controlarla para que la razón también pueda prosperar. Es el equilibrio, la voz de una experiencia a tu servicio.
¿Es mujer, hombre y animal simultáneamente cuando escribe?
Sí, como Proteo. Asumo mil formas. Yo no puedo ser solo hombre o solo mujer. Tengo que ser hombre y mujer. Yo tengo que invadir la genitalidad ajena, los olores ajenos, que ropa lleva por debajo de la que está a la vista. Es terrible eso, pero es necesario. Ese es mi oficio. Por eso me puedo convertir en una bruja mala.
Aunque como periodista ocupo con curiosidad y humildad el papel del lector, afortunado intermediario, esta pregunta mezcla tanto el interés genuino que pienso que puede sentir el lector de Nélida Piñon como el mío propio. Me gustaría que, como si fuera una mazorca pletórica de maíz amarillo y en sazón, «debrullara» esta frase de su libro: «Como si a la vastedad brasileña hubiera que añadirle lo que estuviera a resguardo de Cervantes».
Cuando la espiga era roja estaba autorizada a pedir un beso a quien quisiera. De pequeña he debrullado mucho millo en Cotobade. Es la universalidad de Cervantes, que se aplica a todo el mundo. Cervantes es una institución mucho más importante que los derechos humanos. Es todo. Cervantes no es una pequeña invención española. Ya no pertenece a España. Es del mundo. Su presencia en Brasil es inevitable. Incluso para la gente que no lo ha leído nunca. Los grandes no necesitan ser leídos. Forma parte del patrimonio universal. Tú respiras a los grandes sin saber cuánto les debes. Cervantes está aquí. Si no hubiera existido no habrían construido esta rotonda.
Echando la vista atrás, ¿en qué se distingue «La república de los sueños» (en el que quiso «dar vida a la mítica Galicia y a los dos últimos siglos de Brasil») del resto de sus libros y en qué medida fue entendido por sus destinatarios?
Yo creo que no lo fue en la medida que esperaba.
¿Lo que dio no encontró el eco que esperaba, porque en ese libro se volcó por entero?
Tengo la conciencia de que di todo lo que tenía. Pero sobrevive desde hace 30 años.
¿Es cierto lo que publica la prensa de que un floreciente discurso del odio está oscureciendo Brasil?
Hay un gran malestar, y el malestar es injusto siempre. Las personas creen que están hablando de una ideología que va a redimir el país. A mí no me gusta hablar de Brasil cuando estoy fuera, pero yo creo que ese odio de verdad radica en Brasilia, en el poder. Es el poder político el que provoca ese malestar.
Recuerda que acaso el realismo mágico se originó a partir de la extrañeza de Iberoamérica ante el mundo. ¿Qué piensa Nélida Piñon al respecto? ¿Le gusta la expresión «realismo mágico»?
Hubo un momento en que fue eficiente, pero es posible que se haya convertido en una fruición estética de una realidad desmedida. Pero a la vez tenemos que tener en cuenta que las realidades son desmedidas. Cuando Aníbal llega con elefantes para cruzar los Pirineos eso es realismo mágico. Pero es que la humanidad está toda ella llena de absurdos, de singularidades, de formas de derribar las paredes, los muros. Los portugueses con sus naos minúsculas fueron camino de las Indias. Fueron grandes navegantes. Entonces quizás ahora ya no tiene el sentido que tuvo, pero no fuimos nosotros los que pusimos ese nombre, fueron los europeos, que lo consideraron de alguna manera, con muy buena intención, pero como un prejuicio.
Dice que la vida es un campo minado y que apenas sabe quién es. ¿De verdad lo cree? ¿No es una frase meramente retórica? ¿Quién es Nélida Piñon?
A mí me encanta la retórica. La gente no le da valor, como si fuera algo horrible, pero a mí me encanta la retórica porque es una manera de ser posible en público, y al mismo tiempo habla de algo que uno tiene en su corazón, en su mente. Porque la retórica no cae en el vacío. Tiene una representación. Pienso que sabemos poco de nosotros. Porque somos sorprendidos por situaciones equivocadas. Acabas mostrando una personalidad que no te correspondía, que no imaginabas. Yo tampoco me conozco en toda mi extensión.
¿Todavía no?
Quizás nunca lo logre. Tal vez nunca llegue a conocerme. Pienso que tengo características, o más bien creencias. O ambiciones de ser lo que me encantaría ser.
¿Y quién le encantaría ser?
A mí me encantaría la bondad.
¿La bondad?
Me encanta la bondad. Porque está muy devaluada.
¿El mal tiene demasiado prestigio?
Mucho más. La ambición desmedida tiene mucho más prestigio. La bondad no es un momento histórico, está asociado a la ignorancia, a la ingenuidad. Tiene un propósito sin propósito. Porque no tiene ambición por sí misma, no tiene dinero, no tiene oro. No tiene la enfermedad de la ambición. Eso es algo que me encantaría. Si me preguntas si quiero ser inteligente, puedes preguntármelo. Sí, quiero. Pero quiero una inteligencia que me abrace, que me bendiga, para no hacer tonterías. Una inteligencia que me enseñe el camino para ser generosa, que me enseñe el bien, y que me ayude a escribir lo que quiero. Y no sé lo que quiero.
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