Viendo películas, la generación de Juan Marsé aprendió a sobreponerse del coma de la Guerra Civil
Elsa Fernández-Santos
19 de julio de 2020
Juan Marsé pertenecía a una generación, la de la posguerra, la de la infancia de los vencidos, para la que el cine supuso mucho más que un lugar de evasión frente a la cruel realidad. La dimensión moral del cine, la educación sentimental que les llegó a través de tantas películas de los años treinta, cuarenta y cincuenta, les permitió no solo levantar la cabeza ante la derrota, sino sustituir con un nuevo imaginario el paisaje desolador que les ofrecía el franquismo.
Viendo películas no solo vivieron infinitas aventuras, sino que, como ocurrió con la lectura de la generación perdida norteamericana, aprendieron a sobreponerse del coma de la Guerra Civil para construir un sistema de valores propio en el que, gracias a la imaginación y la memoria, se podía vencer.
En ningún caso la relación de Juan Marsé con el cine se puede ceñir a las adaptaciones a la pantalla de sus novelas, experiencia que nunca acabó de ser del todo satisfactoria para un escritor que llegó a declarar que el cine para él era igual o aún más importante que la propia literatura. Sus primeros créditos se remontan a los años sesenta, cuando, entre otros, y en colaboración con su amigo Juan García Hortelano, firma el guion de Donde tú estés (1964), una coproducción con Francia e Italia rodada en la Costa del Sol sobre la historia de amor entre un escritor y la hija de un industrial.
Ya en los setenta, participa con Jaime Camino y Jaime Gil de Biedma en Mi profesora particular, dirigida por Camino y en la que un jovencísimo Serrat tenía un idilio con su profesora de piano, Analía Gadé. Tres años después, en solitario, escribe el guion de Libertad provisional, drama social con Patxi Andión y Concha Velasco que, dirigida por Roberto Bodegas, presentaba la historia de un buscavidas, un charnego desclasado y listo en la línea del arquetipo al que tantas veces fue y volvió Marsé.
La oscura historia de la prima Montse, cuarta novela de Juan Marsé, será la primera adaptación al cine de uno de sus libros. Estrenada en 1976 y dirigida por Jordi Cadena, tenía en su reparto a Ana Belén y Christa Lem, musa de la bohemia barcelonesa y mítica stripper de La Cúpula de Venus. Años después, Marsé diría: “Un desastre de película. La vi y no entendí nada”.
Será a partir de los años ochenta cuando sus novelas se popularizan a través de cine. En 1980, Vicente Aranda firma La muchacha de las bragas de oro, primero de los cuatro proyectos que el cineasta llevó a cabo con el material literario de Marsé y que continuaría con Si te dicen que caí (1989), El amante bilingüe (1993) y Canciones de amor en Lolita’s Club (2007).
Antes, en 1984, Gonzalo Herralde había adaptado Últimas tardes con Teresa, ofreciendo su versión de aquella burguesía que coqueteaba con los arrabales y el desarraigo del Pijoaparte.
Fue a finales de los años noventa cuando Víctor Erice empezó a trabajar en un guion basado en El embrujo de Shanghái. En una primera tentativa junto a Antonio Drove, después y durante tres años, solo. El resultado era un guion que entusiasmaba a Marsé, pero que fue truncado por el productor Andrés Vicente Gómez con la excusa de su larga duración, tres horas, y que finalmente rodó con su propio guion Fernando Trueba.
Cuando el escritor cumplió 80 años, la Filmoteca le dedicó un ciclo especial, que incluía una carta blanca para programar algunas de sus películas favoritas. Entre otras, Luces de la ciudad, Ser o no ser, Viridiana, Luna nueva, El verdugo, Roma, ciudad abierta y El espíritu de la colmena. Coincidiendo con la efeméride, Augusto M. Torres rodó una larga entrevista bajo el título Juan Marsé habla de Juan Marsé. En la charla, el escritor repasa con desparpajo su trayectoria.
Cuando Augusto M. Torres le pregunta por una referencia directa a El signo del Zorro, la película de Rouben Mamoulian de 1940, en su novela Caligrafía de los sueños, Marsé responde que se trata de una anécdota real que le ocurrió en 1943, cuando tenía 10 años y estaba en una sesión de tarde con sus amigos. En la película, recordaba el escritor, “J. Edward Bromberg, el gordito que hacía de gobernador, pelele en manos del malo Basil Rathbone, que hace de Esteban Pasquale, decía: ‘El capitán Pasquale fue profesor de esgrima en Barcelona’. Escuchamos eso y nos quedamos… ‘¿Ha dicho Barcelona? ¿De verdad?’. Era una cosa insólita, en Hollywood existíamos”.
Aquel pequeño triunfo en el patio de butacas del cine Rovira es también el de toda una generación que logró superar una infancia traumática entre cines de barrio y kioscos. Allí vivieron sus primeras aventuras gracias a aquellas películas, tebeos y novelas de peseta que significaron el principio de la victoria de los derrotados: “Empezó por ahí. Un buen día dices: ‘Creo que yo también podría escribir un cuento”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario