martes, 7 de julio de 2020

Elvira Navarro / Madrid, pasado presente

La Casa de Campo de Madrid, desde el teléférico que une el parque con el Paseo del pintor Rosales.
La Casa de Campo de Madrid, desde el teléférico que une el parque con el Paseo del pintor Rosales. foto de ÁLVARO GARCÍA

PASEOS LITERARIOS 

Pasear sin rumbo fijo es un ejercicio que durante siete semanas ha estado prohibido. Autores como H. D. Thoreau, Walter Benjamin, Guy Debord o Rebecca Solnit sostienen que es una forma de pensar.

Madrid, pasado presente 

Elvira Navarro
1 de mayo de 2020



En el siglo XIX corría la leyenda de que al Cerro Garabitas acudían las almas de los muertos antes de abandonar este mundo. Peregrinar hasta Garabitas es una excursión habitual cuando se va en teleférico a la Casa de Campo. Por aquellos lares pervive con fuerza el pasado, como si el tiempo se hubiera detenido. Una ciudad contiene su historia a menudo de forma laberíntica, y puedes encallarte en una memoria que no es tuya, pero que te construye.
Caminar por la ciudad también es rememorar paseos antiguos. Veinte años atrás, cuando me vine a vivir a Madrid, todo parecía más tenebroso y era menos global. El teleférico conserva ese espíritu. Del esplendoroso, y demodé, paseo de Pintor Rosales, se va en cabina, volando sobre los edificios, hasta un apeadero anacrónico, como las viejas películas de ciencia ficción que contaban el futuro. A lo lejos, el parque de atracciones se perfila con su sonido de film de terror, pues se oyen los chillidos de la montaña rusa a la que llaman Abismo y el aullido de la caída libre de La Lanzadera. El Abismo asoma entre la vegetación, como un ángel del fin del mundo, y al atardecer todo cobra el aspecto de un templo coronando la loma, al que acudieran los fieles portando ofrendas que las cabinas del teleférico llevaran a los dioses del cielo.
Una mañana, fui desde allí al lago poco antes de que se iniciaran las recientes obras de limpieza. Nada había cambiado. El agua cenagosa, los vapores malolientes, las canastas para los kayaks sobre las que se posaban cormoranes quietos y brillantes. No logré saber si aún funcionaba la lancha motora que permitía soñar a los niños con un lago de verdad. Para los adultos, montar en ella debía de ser parecido a lo que experimenta un patito en una bañera. Me contaron que antes era típico comer en los chiringuitos ricas chuletas de cordero con un chorrito de limón, pero yo sólo recordaba un almuerzo con mi madre, las dos ateridas en una terraza desde la que observábamos el perfil desafiante de Madrid y masticábamos patatas que sabían a aceite de coche. Mi madre es ya otro fantasma.
La última vez que visité la Casa de Campo y a sus espectros entré por donde solía hacerlo cuando, de universitaria, buscaba huellas de la guerra. Me refiero al recinto ferial, al que se accede por la avenida de Portugal. En esta zona desabrida pervive la sombra de coto privado, con el que el pueblo no podía ni soñar. El mayor parque público de Madrid fue, durante siglos, usado sólo por los reyes, y la sensación de inaccesibilidad persiste debido al paseo de Extremadura, que es una carretera, a las vías del metro y a que la ciudad se enreda aquí en una maraña de naves, carreteruchas y caminos que imposibilitan avanzar en línea recta y convierten la travesía en una incógnita. Todo parece una puerta a lo desconocido. Ese día, antes de perderme, llegué hasta el malogrado Pabellón de los Hexágonos, mejor construcción de la Expo de Bruselas de 1956, que se pudre como un órgano sin función. Había una paz de cementerio, de margen, del que quiere que le dejen tranquilo, y también del que está fuera del sistema, de la ley. Nadie te veía, o eso parecía, porque yo observaba a una chica pelirroja que, con disimulo, esperaba a que me fuera para agacharse y volcar en el suelo comida para gatos. Me digo ahora que esos fantasmas sí venían del futuro, donde descansaremos bajo ruinas, y que las ruinas son hermosas.








UN LIBRO: Mi gran novela sobre La Vaguada, de Fernando San Basilio, un retrato sabio y humorístico de la sociedad consumista y del Madrid actual en la medida en que buena parte de la ciudad se ha convertido en un gran centro comercial.

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