domingo, 27 de diciembre de 2020

Ted Chiang / “La ciencia-ficción hace creíble cualquier premisa de la filosofía”

 

Ted Chiang



Ted Chiang: “La ciencia-ficción hace creíble cualquier premisa de la filosofía”

Autor del relato que inspiró la película La llegada, el pope de lo fantástico especulativo (y redactor de manuales de 'software') repiensa la relación entre humanidad y tecnología en 'Exhalación', su segundo libro de cuentos en 30 años

Laura Fernández

18 de septiembre de 2020


Descuelga el teléfono virtual en lo que parece su despacho, allá en el lejano y aún no tan frío Seattle. Hay una pared forrada de libros a sus espaldas. Lleva cascos, es por la mañana. Dice que empezó a escribir a los 11 años, después de leer a Isaac Asimov. Cuando se le pregunta si se considera más un filósofo que un escritor de ciencia-ficción, se ríe. No a carcajadas, porque todo en Ted Chiang (Nueva York, 53 años) es contención. Ha escrito apenas 19 relatos en 30 años, pero con todos ha dado en algún tipo de blanco. El mundo le conoce por lo que Denis Villeneuve y Eric Heisserer hicieron con uno de ellos. El libro se titulaba La historia de tu vida y ponía al ser humano contra las cuerdas del orden narrativo, y de su propia condición de máquina del tiempo. De eso iba La llegada, la película que protagonizó Amy Adams, en la piel de una heroína atípica que intenta comunicarse con una raza extraterrestre para la que no existe el tiempo. Todo para ellos ocurre a la vez, porque su lenguaje no comprende el pasado, el presente y el futuro. “No me consideraría filósofo, pero es cierto que escribo sobre cuestiones filosóficas. La ciencia-ficción es perfecta para eso. Hace atractiva y creíble cualquier premisa del pensamiento. Hoy el mundo leería más filosofía si, en vez de redactar tratados, los filósofos hubiesen escrito relatos de ciencia-ficción”, responde



La llegada


El autor no teme la etiqueta. Ocupa la cima del género fantástico desde la publicación de su primer libro de relatos, en 2002, y se siente cómodo en esa condición tan altamente literaria que lo vuelve indistinguible de cualquier otro tipo de género, que lo convierte, en realidad, en un género en sí mismo, y a él, en el alumno más aventajado de Isaac Asimov. No cree que el término tenga nada de malo. “La ciencia-ficción es un género poderoso, nos abre camino. Explora la inevitabilidad del cambio”, dice.

Sus discursos son largos. Se detiene a pensar a menudo, se hace el silencio entonces, un silencio que tiende a romper con un “you” — pronunciado exactamente como se lee—, una muletilla que es como una pequeña base desde la que partir en otra dirección, o seguir sumergiéndose en la misma. Acaba de publicar Exhalación (Sexto Piso / Mai Més en catalán), su segunda colección de relatos. Tres de los nueve cuentos incluidos en ella ganaron en su momento el Premio Hugo. En total, y con tan solo los mencionados 19 relatos publicados, Chiang ha sido distinguido, entre otros, con cuatro Hugo, cuatro Nebula, seis Locus y el British Science Fiction Association Award. Es la primera vez que ocurre algo así. Que alguien con tan poca obra haya ganado tantos premios y supuesto semejante revolución.

Ted Chiang: “La ciencia-ficción hace creíble cualquier premisa de la filosofía”

¿Por qué escribe tan poco? “Oh, ojalá pudiera escribir más. Ojalá pudiera escribir con una mayor celeridad, pero me resulta imposible. Tardo meses, a veces, años, en desarrollar una idea. Me asaltan ideas todo el tiempo, pero solo me quedo con las que me atormentan. Las que vuelven una y otra vez. Entonces trato de encontrar la manera de convertirlas en un cuento”, responde. Es un proceso altamente artesanal. Pasa con esas ideas tanto tiempo que eso explica, dice, por qué escribe siempre sobre lo que él considera “el lado bueno de la naturaleza humana”. “Quiero decir, tengo buenos y malos días, como todo el mundo. La política nor­te­ame­ri­cana me resulta, por ejemplo, descorazonadora, y me hace pensar en lo peor del ser humano. Pero no quiero pasar meses, ni años, que es lo que tardo en escribir mis relatos, como he dicho, pensando en lo peor del ser humano. Quiero pensar en lo mejor, porque la gente puede ser maravillosa. En cierto sentido lucho contra mi propia condición, porque tiendo a ser cínico y pesimista. Supongo que la ficción es una especie de armadura que no me deja caer”, dice.

Con ascendencia china, Chiang estudió Informática y se dedica a redactar manuales de software. Hay un relato en Exhalación, ‘El ciclo de vida de los elementos de software’, que nos imagina criando a seres virtuales tan reales y autoconscientes como los androides de Philip K. Dick. “Me gusta Philip K. Dick, pero no he leído todos sus libros. En ese relato me pregunto cómo se hace una persona, y a la vez deconstruyo la idea del robot. Siempre me he preguntado por qué la ciencia-ficción ha creído que el robot o el androide es, de entrada, perfecto. Todos los relatos nos dicen que lo encargas a la fábrica, llega a tu casa, lo enciendes y ya es el perfecto mayordomo. Te obedece, es leal. No hace nada mal. Y encima tiene autoconciencia. ¿De veras hemos creído que podemos programar a una persona sin más?”, expone.

La memoria es, junto a la absurda y ególatra necesidad del ser humano de buscar otras civilizaciones fuera de este planeta —“cuando hay tantas en este planeta con las que comunicarse”, dice, refiriéndose a los animales—, uno de los temas centrales del libro, y de su obra. “¿A qué escritor no le interesa la memoria? Somos lo que elegimos recordar”, dice. El relato ‘La verdad del hecho, la verdad del sentimiento’, nació de una de esas ideas que volvían a su cabeza todo el tiempo. “Leí un artículo sobre una mujer que no tenía memoria episódica. Es decir, recordaba cosas, pero no en forma de escenas. Por ejemplo, sabía que estaba casada y que había ido de luna de miel a Hawái, pero no recordaba nada de esa luna de miel. Sabe que ha sido niña, pero no tiene ni un solo recuerdo de su infancia. No podía quitármela de la cabeza. Y pensé en escribir sobre lo contrario, sobre poder llegar a recordarlo todo con exactitud. ¿Quién seríamos entonces? ¿Seríamos alguien?”, relata.

Sobre la actual pandemia —“oh, soy un afortunado, no tengo por qué salir de casa, así que no estoy expuesto, y tampoco tengo hijos de los que preocuparme”, dice—, asegura que no había forma de prevenir nuestro comportamiento, por más que la ciencia-ficción llevase años ensayando una situación parecida. ¿Y eso por qué? “Porque toda ficción tiende al drama, y siempre que se ha dado una plaga en alguna de ellas, todo va muy rápido: todo el mundo se contagia y todo el mundo muere. El real es un escenario más moderado, menos dramático. En la ficción, la sociedad colapsa al instante, y eso no es porque pensemos que sería así, sino porque los escritores están advirtiendo de la fragilidad de nuestro sistema, de la fragilidad del sentido de la civilización. Es un temor, no es una realidad. La pandemia nos ha enseñado que la gente no es tan mala como cree el cine de desastres, por ejemplo. Nos hemos ayudado, nos estamos ayudando, y empezamos a ser conscientes de lo que verdaderamente importa, incluso en el ámbito laboral. Los trabajos que importan son aquellos que traen comida a casa y fabrican cosas y nos curan”, responde. En cualquier caso, considera, repite, que si hay “algo sobre lo que pretende aleccionarnos la ciencia-ficción es sobre que debemos estar abiertos al cambio”. No en vano, nació para tratar de explicar el futuro a las criaturas del pasado que éramos cuando estalló la Revolución Industrial. “Hasta entonces todo había sido previsible, a partir de entonces, todo era un misterio”, dice.

¿Y qué opina del auge de la ciencia-ficción china? ¿Por qué cree que a Occidente le interesa sobremanera estos días? “Por un lado, creo que es solo cosa del éxito que tuvo La trilogía de los tres cuerpos, de Cixin Liu. Económicamente y como tendencia, supongo que es el nuevo noir escandinavo. Tan sencillo como eso. Por otro, creo que hay algo interesante en la nueva ciencia-ficción china que quizá también tenga algo que ver con esa pequeña ola, y es que es muy parecida a la ciencia-ficción de la edad de oro norteamericana, aquella ciencia-ficción triunfalista que soñaba con las estrellas y viajaba a las estrellas. Supongo que es un alivio ver que alguien sigue soñando cuando en Occidente se ve el futuro como lo plantea Interstellar, como un gran desierto sin esperanza. Lo que no tengo tan claro es que ese triunfalismo acabe siendo algo más que un gesto vacío, que es lo que será mientras no haya un gran blockbuster cinematográfico chino que llegue a todo el mundo. Y estoy hablando de cine. Cine chino de ciencia-ficción que sea popular en todo el mundo”, considera. Hablando de cine, ¿algún otro de sus relatos va a dar el salto a la pequeña o la gran pantalla en breve? “Hay algo en marcha, pero no he firmado nada aún, así que no lo sé”, contesta. Sigue siendo por la mañana en Seattle, es un día de principios de septiembre, ¿le da vueltas a alguna idea en estos momentos? “Siempre lo hago, pero a veces, la idea desaparece, así que mejor no hablar de ella”.

EL PAÍS






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