miércoles, 23 de diciembre de 2020

Sara Mesa / Un amor / Servidumbre voluntaria

 


Los 50 mejores libros de 2020

Un amor, de Sara Mesa, el mejor libro de 2020

Servidumbre voluntaria

Sara Mesa exhibe un estilo cada vez más depurado y alcanza una contundencia inédita en su nueva novela


Carlos Pardo
11 de septiembre de 2020

En su Discurso sobre la servidumbre voluntaria, escrito en 1548, Étienne de La Boétie estudiaba las claves por las que los tiranos se sostenían en el poder: no tanto por su fuerza como por la complacencia de sus súbditos; incluso, por un peculiar deseo de esclavitud. La nueva novela de Sara Mesa (Madrid, 1976) incide en estas claves desplazándolas a un territorio íntimo: los pasos que debe dar una persona común para convertirse, voluntariamente, en siervo y víctima propiciatoria.

Nat es una traductora joven y precaria. Se muda a una pequeña localidad rural: un ficticio pueblo del sur con el nombre de La Escapa. Tanto los topónimos como los nombres de los personajes evidencian la tensión entre lo preciso, lo posible y un leve aire de extranjería: Piter, el hippy del pueblo; Andreas, el alemán. “Aquí no ha nacido nadie”, dice Roberta, único personaje que, por edad, podría recordar un origen, pero cuya demencia se lo impide. Porque estos personajes solitarios y desarraigados en medio de un lugar sin gracia viven las tensiones de lo que debe fundarse de nuevo a cada instante: una comunidad. Nat se verá azarosamente unida a Andreas, a ratos agricultor, a ratos chapuzas. La propia mediocridad impasible del personaje es para Nat un elemento de fascinación. Y también lo mecánico de su relación “contractual”, que no detallo por no desvelar la tensión de la novela. Es el “amor” del título, irónico en apenas un sentido: una pasión por lo carente de atractivo, incluso algo idiota, es el punto de partida de un potente análisis de las proyecciones del romanticismo emocional.

La escritora Sara Mesa, en Barcelona.
La escritora Sara Mesa, en Barcelona.  MASSIMILIANO MINOCRI

Sus lectores ya conocen la habilidad de Sara Mesa para transitar zonas ambiguas de la construcción de la moral, pero me atrevería a decir que en Un amor alcanza una contundencia iné­dita. Todo encaja: la pericia del marco elegido, las sutiles relaciones de los personajes. Y, por supuesto, un estilo que va depurándose y logra una temperatura (una frialdad) que es un puro gozo para el lector, a pesar de la constante inquietud de la trama.

A falta de sentido o reciprocidad en el objeto de su pasión, Nat se convierte en una “víctima propiciatoria”. “Necesita rendirse”. No conoce bien sus motivos, razones o actos y, por lo tanto, no cree merecer su libertad. En ella encontrar un lugar es encontrar su castigo: la cesión de una responsabilidad individual. De hecho, el personaje parte de una conciencia culpable precisamente como consecuencia de un acto gratuito, libre e inconsciente que ha marcado su vida: robar en la oficina donde trabajaba.Pero nada es tan sencillo como una explicación psicológica, y ahí radica la potencia analítica e imaginativa de Mesa: en sus relaciones con los personajes de la novela Nat siente una macabra empatía por los maltratadores, nunca entendidos como “malvados”, sino, en un giro interpretativo, como humanos más vulnerables que ella. En cierto sentido, si ella ha aceptado la humillación es porque se considera más fuerte. Además, y esto es fundamental para sugerir el logro que supone Un amor, Mesa no sólo explora la oscura y desviada voluntad de una víctima individual, su confianza en un equilibrio restaurador, sino que lleva estas implicaciones a un plano político: la fundación de lo social.

El modelo narrativo de Un amor es Coetzee: por el marco impreciso, por la extenuación a la que lleva al personaje de Nat, por la exactitud del estilo y por la corrosión de conceptos morales. No es una deuda que limite a Sara Mesa como escritora, sino la emulación de una exigencia narrativa altísima. Y Un amor es una novela exigente y exacta.

EL PAÍS

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