miércoles, 9 de diciembre de 2020

Mark Z. Danielewski / Casa de hojas / Una novela de nuestro tiempo

 


La casa de hojas

Una novela de nuestro tiempo

La casa de hojas' es una novela genéticamente cervantina, como demuestra la inclusión de poemas y cartas en los apéndices finales; pero no se trata de un modelo directo, sino atravesado por la literatura de Borges


23 de octubre de 2013

I. Una aventura literaria

La casa de hojas es una novela con personalidad múltiple. De sus muchos niveles narrativos hay tres fundamentales: el de Will Navidson y su alucinante experiencia familiar en una casa mutante; el de Zampanò, comentarista obsesivo de la película que filmó Navidson sobre su vivencia; y el de Jonnhy Truant, que heredó por error los materiales de Zampanò y se convirtió en editor y cocreador del libro que estamos leyendo. Ese sería un posible resumen de una novela imposible de resumir. 

Artefacto posmoderno, escritura ergódica, vuelta de tuerca a la tradición vanguardista del texto diseñado además de escrito, la ópera prima de Mark Danielewski, publicada en Estados Unidos en el año 2000 y traducida al fin al castellano, se mueve entre el terror, la metaliteratura, la historia de amor, el ensayo académico con notas a pie de página, la literatura de viajes, el descenso a los infiernos, la parodia, el misterio, el relato de formación, la epistolaridad, la poesía y el cine, entre otras formas y géneros narrativos. Consciente de esa multiplicidad programática, si tuviera que elegir uno solo de sus géneros, sería el de la novela de aventuras. Porque los dos protagonistas de la obra, Navidson y Truant, tienen en común su condición de aventureros. Y el hecho de que sean incapaces de encontrar consuelo en la idea de hogar.

Fotógrafo de guerra, Navidson ha trabajado siempre en solitario, saltando de conflicto en conflicto como de oca en oca, alejado de su esposa y de sus hijos por culpa de su adicción a la adrenalina. Seductor trasnochado, Truant es un huérfano acostumbrado a la violencia física desde niño, que ha vivido en Alaska y ha viajado por los albergues y los burdeles de Europa, antes de instalarse en Los Ángeles como tatuador y dedicarse a los clubs nocturnos y las drogas de diseño. Ambos acometerán al final de la novela sendos viajes definitivos, sobre los cuales podremos decir lo que se dice sobre las fotografías de Navidson: "pagó un elevado precio en forma de relaciones perdidas, también concibió estampas hermosas y dignas de nuestro tiempo".

La aventura del fotógrafo deviene cinematográfica, literaria, artística, radicalmente contemporánea. El propio concepto de aventura se expande. El escritor se convierte en un deportista de alto riesgo. Los cruces entre géneros y lenguajes son continuos: buena parte de la materia textual juega con el lenguaje académico; entre la fascinación y la ironía se lleva a cabo una écfrasis, una descripción de la película apócrifa, El expediente Navidson, en que conviven el resumen argumental, la interpretación de las imágenes, la reproducción del guión o de entrevistas y el comentario erudito. Pero esos cruces son menos importantes que los que se producen, como un cortocircuito constante, con la voz de Truant a pie de página. Porque su enunciación es desenfadada, informal, canalla, en contraste con la seriedad de los profesores y críticos que van desmenuzando la historia de Karen, Will, los niños y el resto de aventureros que acuden a La Casa con el objetivo de desentrañar su secreto. Las dos historias se retroalimentan simbólicamente, se impulsan mutuamente para elevarse hacia el sobresentido: "Yo estoy siguiendo otra cosa. Tal vez paralela. Posiblemente armónica. Ciertamente personal". 

Al cabo, no obstante, todos esos entrecruzamientos son todavía menos importantes que los que encienden chispas entre el interior y el exterior del libro. La aventura del terror se vuelve aventura en los confines del lenguaje. No es de extrañar que en cierto momento se utilice un ejemplar de La casa de hojas para alimentar una hoguera, creando página a página unos instantes de iluminación fugaz ("Una extraña luz escanea cada página, memorizándolo todo mientras los caracteres se retuercen hasta convertirse en ceniza"). Porque La Casa, la aventura, los personajes, las tramas, las digresiones ensayísticas, los poemas visuales y el resto de textos sólo existen para provocar una ráfaga de preguntas: ¿Es posible El Libro en nuestra época? ¿Tiene sentido la aventura de albergar historias en casas de hojas? ¿No son todas las novelas del siglo XXI judíos errantes en busca de hogar?

II. Melville, Borges, Bachelard
El modelo directo de La casa de hojas es Moby Dick. Por ambición estética e intelectual, por extensión cetácea, porque mutatis mutandis la Gran Ballena Blanca se transforma en la Gran Casa Negra. El Capitán Ahab y Will Navidson comparten la obsesión por derrotar al enemigo multiforme y embarcan en el proyecto a los mejores arponeros y exploradores que son capaces de reclutar. Pero en el siglo XIX los monstruos todavía podían ser más materiales que abstractos, rastreables según rutas oceánicas; y en nuestro cambio de era -en cambio- impera una virtualidad ingobernable. El viaje de los aventureros protagonistas es al corazón de unas tinieblas gaseosas, semánticamente inestables. Como en la obra de Conrad, hay alguien que ha atravesado la frontera y alguien que, gracias a ese ejemplo negativo, será capaz de permanecer a unos milímetros de la fuerza oscura. O tal vez no sea tan sencillo: nunca sabremos quién es Kurtz y quién es Marlow. La locura de Navidson se traducirá en mutilaciones físicas; la de Truant, la percibiremos en los ojos de los otros, como su amigo Lude, testigo de su arrebato. De hecho, protagonizará otra de las infinitas novelas que hay dentro de la novela: una de vampiros. Porque Truant se identifica con Zampanò, que consagró sus últimos años al libro que leemos, a la película que diseccionó y que tal vez no exista, a oscuras, a tientas, como un bibliotecario ciego o como un vampiro cada vez más parecido a Jonnhy.

La casa de hojas es una novela genéticamente cervantina, como demuestra la inclusión de poemas y cartas en los apéndices finales -junto con collages y elementos plásticos. Pero no se trata de un modelo directo, sino atravesado por Pierre Menardautor del Quijote, el cuento de Borges que cambió nuestro modo de leer la tradición literaria. Lo borgeano invade con alusiones explícitas la novela; los tigres se multiplican como lo hacen las obras apócrifas; la figura que ordena la ficción y la metaficción es el laberinto; la ironía y el humor tiñen las discusiones canónicas y hermenéuticas. "¿Por qué volvió Navidson a la casa?", se pregunta uno de los narradores, y la respuesta es triple, pues hay tres escuelas de pensamiento al respecto: el Alegato Kellog-Antwerk, los Criterios Bister-Frieden-Josephson y la Teoría Haven-Slocum. 

Junto con Borges, el autor más citado es Gaston Bachelard. Si Pierre Menard... brinda herramientas de reconstrucción de las tradiciones artísticas que confluyen en la novela, La poética del espacio se reivindica como la principal fuente teórica del proyecto. Se trata de pensar la casa como laberinto semiótico y psicológico. Se trata de espacializar la propia lectura. Si es cierto que en el cambio del siglo XX al nuestro ocurre un giro espacial, La casa de hojas insiste en él, subrayando la experiencia lectora como una vivencia en el espacio, similar a la arquitectónica o a la teatral. Aunque incluye pasajes sobre la infancia de los personajes, o un diario de 1610 que reconstruye la historia colonial de la zona donde se erigiría la casa, la novela es mucho más topográfica que histórica. 

La filosofía francesa contemporánea está continuamente presente en la obra de Danielewski, como un ruido de fondo, marcando la diferencia, recordándonos que el arte no busca suplantar la realidad, sino analizarla, enfocarla, distorsionarla, mirarla con extrañeza: "la representación nunca reemplaza a la cosa; únicamente ofrece distancia y, en casos muy contados, perspectiva". Los poemas visuales, las notas a pie de página o las fotografías enfatizan lo caleidoscópico, lo cuántico, los cambios de escala y de punto de vista. Por supuesto, es central su montaje. Ese equilibrio, precario pero efectivo, entre piezas tan distintas. La casa de hojas se puede leer como una versión actualizada y mucho más narrativa de El almuerzo desnudo, en que lo psicodélico ya no forma parte del proceso de producción, sino que se incorpora en las tramas. En una de ellas aparecen los fanáticos, los fans de la película, que han convertido el libro en un objeto de culto. El autor introduce, pues, tanto la recepción crítica como la pasional de la obra. Nuevos cruces, nuevos cambios de dirección: la novela como circuito laberíntico, como circulación de múltiples sentidos. En una de esas rutas de lectura avanzamos desde la dimensión física (científica) de La Casa, la que se puede calcular, explorar y cartografiar para un documental de National Geographic, hacia su naturaleza teológica (la casa es Dios). Desde la novela conradiana de aventuras, hasta el Infierno de Dante, pasando por Borges y -a través de él- por tantísimos otros. Dándole la vuelta una y otra vez a las miles de tradiciones que llamamos Tradición. Al final Orfeo será mujer: Beatriz carnal y madre, tras besar a otro con lujuria, buscará y rescatará a su marido, Dante.

III. Una lectura retrasada
La traducción de House of leaves en este 2013, en la brillante versión de Javier Calvo y gracias al esfuerzo conjunto de las dos editoriales españolas que -junto con Mondadori- están publicando la literatura norteamericana afín a Danielewski, nos obliga a reflexionar sobre el retraso. Recordemos que en el 2001 se publicó Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, que contiene el famoso ensayo de David Foster Wallace sobre la narrativa de la imagen; y al año siguiente, La broma infinita, una novela mucho más difícil, excéntrica y antinarrativa que La casa de hojas. Si en esos momentos se hubiera publicado en nuestra lengua, ese marco teórico se hubiera visto reforzado por la obra que mejor lo traducía a la práctica artística; y la comparación hubiera sido odiosa pero elocuente. Pero no fue así. Hemos tenido que esperar más de una década. La secular tendencia de la cultura hispánica a lo diferido.

Durante ese lapso, no obstante, la novela ha sido leída y comentada por escritores como Vicente Luis Mora, René López Villamar, Germán Sierra o Juan Francisco Ferré. El documental apócrifo en que Camille Paglia, Anne Rice, Harold Bloom, Jacques Derrida, Hunter S. Thompson o Stanley Kubrick opinan sobre El expediente Navidson -de hecho- es el modelo de la parte central de Karnaval, lo último de Ferré. Cuando el año pasado le preguntaron a Danielewski qué muerte reciente de escritor lamentaba más, respondió: la de Roberto Bolaño. Extraño pero cierto: la novela que más se parece a La casa de hojas no la firman Pynchon, Barth, Gaddis o Foster Wallace. Se titula 2666, también es de una enorme ambición, también parte de Borges y también inyecta sexo y humor a raudales como antídotos contra el Horror. El centro que Danielewski adjudica a una película, Bolaño lo ocupa con la obra de Archimboldi. Los anillos saturnianos que rodean esos núcleos son afines: discusiones académicas, chistes, viajes absurdos, muchísima violencia, el arte como una aventura al límite, como funambulismo sin red de seguridad. 

La obra maestra de Danielewski es, literalmente, un hipertexto. Es decir: un supertexto. Un texto cuyo único hogar posible es un libro. Un meteorito anacrónico. Una apuesta a todo o nada. Sin embargo los ecos de sus contenidos, sus personajes, sus historias y, sobre todo, su Casa, pueden iluminar o rastrearse en todo tipo de productos culturales contemporáneos. Releyéndola he pensado en la arquitecturas de Cube, en los cambios genéricos de Holy motors y en los espacios terroríficos que se van metamorfoseando en American horror story. Pero el diseño narrativo que más se parece al que propone La casa de hojas es el de otra serie, Perdidos. Porque, como J.J. Abrams, Danielewski entendió que una obra contemporánea tiene que suponer un reto intelectual a largo plazo para sus lectores y sembró el texto de enigmas; y desarrolló foros donde discutirlos; y expandió la ficción más allá del libro en papel que supuestamente debía contenerla. La traducción al español de esos misterios, que recurren al acróstico, al código morse y a otras variadas formas de criptografía, abre una nueva fase en la recepción de una novela que no se agota. Y que así, extendiéndose en sus significados, se reafirma como digna de nuestro tiempo.

Mark Z. Danielewski
La casa de hojas
Traducción: Javier Calvo. Maquetación: Robert Juan-Cantavella
PÁLIDO FUEGO / ALPHA DECAY
736 PÁGINAS

LA VANGUARDIA


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