domingo, 13 de diciembre de 2020

La niebla en la mente que deja el virus / “Soy filóloga y se me olvidan palabras como sartén”

Silvia Soler en su casa de Castelldefels (Barcelona) el 24 de octubre.ALBERT GARCIA


La niebla en la mente que deja el virus: “Soy filóloga y se me olvidan palabras como sartén”


Afectados por la covid sufren pérdidas de memoria o problemas de concentración meses después de erradicar la infección


Emilio de Benito
Madrid, 3 de noviembre de 2020

“Todavía me cuesta recordar”. La frase de Roza Milchova, una búlgara de 59 años residente en Valladolid, resume una de las secuelas de quienes han superado la covid. Tanto le cuesta acordarse de algunas cosas que no sabe precisar el tiempo que estuvo en la UCI. “Como 15 días”, dice de su estancia en la unidad de intensivos del Hospital Río Hortega de Valladolid. Ahora está en rehabilitación en el hospital Benito Menni de la ciudad: “Aquí todo es más fácil porque te cuidan. A ver qué pasa cuando llegue a casa”.

El caso de Milchova podría considerarse una secuela de la UCI. Pero otros pacientes también refieren síntomas parecidos sin haber sido siquiera ingresados. Silvia Soler, barcelonesa de 52 años, miembro de la plataforma LongCovidACTS (Autonomous Communities Together Spain), que ya tienen unos 2.000 miembros, se infectó al inicio de la pandemia y tardó 89 días en tener una PCR negativa. Al teléfono suena entre ronca y agitada. “Es la disfonía que me queda”, explica. Fue uno de sus síntomas, con faringitis, febrícula, diarreas, llagas en la boca, ronchas... “Fui tres veces a urgencias, pero no llegaron a ingresarme. Me decían que era una mujer joven, sana, y que no había camas”, cuenta. Ahora vive en “una montaña rusa”, donde a días más normales siguen otros con “febrícula, dolores articulares, migrañas y niebla cerebral”. Soler no ha vuelto a trabajar. “Soy filóloga y hay días que se me olvidan palabras básicas, como sartén”, expone. Si se cansa, la situación empeora. “Me cuesta concentrarme y tengo muchos despistes. Salgo a la calle sin monedero o meto cosas que no debía en la nevera”, dice. Esta confusión empezó después de superar la infección, aunque reconoce que hay días de abril y mayo de los que no se acuerda.

Los estudios y medios científicos anglosajones ―The Lancet, Science o las revistas de la Asociación Médica Americana y la Asociación de Psicología― lo llaman brain fog, niebla mental. Pero el propio síndrome aún no está bien definido. En castellano, algunos médicos utilizan el término síndrome confusional asociado a la covid. En muchos casos lo asocian a otro proceso ya conocido, el síndrome post UCI, que son los problemas mentales y físicos de personas que han estado mucho tiempo en intensivos, pero ese enfoque no cubre todos los casos.
Roza Milchova, en el hospital Benito Menni (Valladolid) a mediados de octubre.
Roza Milchova, en el hospital Benito Menni (Valladolid) a mediados de octubre.C. H. BENITO MENNI
“Es casi como un alzhéimer leve un poco exagerado”, afirma Socorro Martínez Ríos, jefa de la Unidad Postcovid del hospital en que está Milchova, que recibió recientemente el premio a la Mejor Iniciativa en Hospital Privado de España. “Puede ser desde no acordarse de lo que pasó hace un tiempo a no saber nombrar un elefante dibujado”. “La covid potencia el que sería el daño normal de estar ingresado", añade el neuropsicólogo de la unidad, Isaac Fernández. Este puede manifestarse, según Jesús Porta-Etessam, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología, (SEN) en forma de “mareos, sensación de dificultad para pensar, trastorno orientativo, dolor de cabeza...”.

Porta-Etessam vincula la mayoría de los casos descritos hasta ahora con situaciones que no son específicas de la covid, como el tiempo que dura el ingreso —”aunque se puede prolongar más que en otras patologías", matiza—, o la presencia de cuadros de depresión y ansiedad. Esa combinación de problemas neurológicos y psiquiátricos se da en Milchova, por ejemplo. Ella lo verbaliza así: “El ánimo depende del día. El que no tengo mareos [problema neurológico] me siento bien [indicador de su estado psiquiátrico]”. En una “minoría, minoría”, dice expresivamente el neurólogo, se puede deber a que la propia infección cause problemas vasculares (miniictus).

Eva Mateo, directora de la UCI del Hospital General de Valencia, cree que, aunque se parezca a lo ya conocido, “esta brain fog del coronavirus es nueva”. “Hay una respuesta inflamatoria brutal que se ve cuando se hacen exploraciones neurológicas mediante TAC a los afectados en zonas específicas del cerebro, como el hipocampo”, afirma. Y el hipocampo es la parte del cerebro que regula el aprendizaje, en la que residen la memoria y la capacidad de navegación. “Es como si el cerebro hubiera envejecido”, dice. En su unidad han calculado que las alteraciones neurocognitivas afectan a la mitad de los ingresados en mayor o menor medida, y la ansiedad y la depresión aproximadamente a un 18%.

Esta niebla también nubla la mente de Eugenia Díez, una enfermera madrileña de 43 años, que ni pasó por la UCI, ni estuvo siquiera ingresada. Se infectó en marzo y 29 días después la PCR dio negativa. Pasó la enfermedad en su casa. Pero sus problemas no acabaron al curarse. Los mareos y el dolor de cabeza que fueron síntomas de su infección aún siguen meses después. “Se me olvidan las palabras, y a veces escribo al revés. Cuando me pasa me digo: ‘Hoy tengo la dislexia subida’. Me cuesta mucho concentrarme". Alterna altas y bajas. "Antes, en mi trabajo, podía estar cargando una medicación y hablando con una compañera, ahora tengo que hacer las cosas de una en una y con mucha concentración. Cuando antes me daban una orden verbal, ahora la pido por escrito”, cuenta. No le han dado una explicación de lo que tiene. Está pendiente de que le hagan un TAC después de que la neuróloga encontrara que su exploración es normal. No sabe si por un cambio en la medicación, va mejor: “Antes a lo mejor estaba mal cuatro días a la semana, ahora dos”.

Los especialistas coinciden en la importancia del factor psicológico. “Esta enfermedad tiene un componente emocional tremendo”, en parte por la notoriedad que tiene, dice Mateo. “Un paciente al que le dicen que tiene covid puede reaccionar mucho peor que al que le comunican que tiene algo mucho más grave”. Además, muchos pacientes han estado mucho tiempo solos en las habitaciones por cuestiones de seguridad. “No todos tienen mecanismos para luchar con estas situaciones”, explica la médica.

“La parte afectiva y emocional tarda muchas veces más tiempo que la puramente física en recuperarse”, dice el neuropsicólogo Isaac Fernández, que apuesta por un abordaje holístico, interdisciplinar, de la enfermedad. Mientras en la parte médica cada vez se sabe más y se puede tratar mejor —dentro de las limitaciones por falta de medicamentos específicos y saturación de servicios—, en la segunda ola los pacientes “vienen más tocados”, más afectados. “No lo aceptan”, y ya llegan con el rechazo a ingresar, a estar mucho tiempo, corrobora Martínez Ríos. Y el alta a veces tampoco es el final: “No quiere decir que se esté completamente curado; salen sin secuelas graves pero tienen que aprender a convivir con las pequeñas”. Secuelas que no se sabe si serán reversibles, ni cuánto durarán. ¿Se disipará la niebla? Milchova es optimista: “Espero que con el tiempo pase”.

152 estudios

Con apenas ocho meses de pandemia, los investigadores están aún intentando definir si existe un síndrome postcovid específico y a cuántos afecta. En abril, en plena primera ola, la Sociedad Española de Neurología (SEN) calculaba que más del 30% de los afectados tenía algún tipo de trastorno. Pero entonces era pronto para saber su evolución y en aquellos días, con el sistema sanitario sobrecargado, mantener un registro con rigor era difícil. En la web clinicaltrials.gov, de la sanidad estadounidense, repositorio mundial de datos sobre ensayos clínicos, hay ya 152 estudios si se busca “postcovid”, prueba del interés en los efectos a medio y largo plazo del coronavirus en quienes han superado lo que es propiamente la enfermedad, pero no están sanos. De ellos, poco más de una decena han concluido, y se refieren a aspectos muy concretos (efecto de la infección en embarazos, la utilidad o no de algún medicamento). Para tener otras conclusiones habrá que esperar.

EL PAÍS

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