jueves, 17 de diciembre de 2020

La edad de oro de las novelas de espionaje




La edad de oro de la novela de espías

Una nueva generación se suma a clásicos como Le Carré para aprovechar una realidad inestable y amenazante que se convierte en el escenario perfecto


Juan Carlos Galindo
2 de febrero de 2019


En un mundo de paz, concordia y prosperidad los espías no tendrían trabajo. Sin embargo, Londres es un hervidero de agentes y conspiraciones, escenario de una guerra que no tiene nada de fría, un reflejo de una realidad global convulsa de la que la ficción ha sabido sacar el mejor provecho. A la pervivencia de clásicos como John Le Carré o Charles McCarry –vivos y publicando novelas de primer nivel– se une una nueva generación de escritores como Daniel Silva, Ben Macintyre (autor de investigaciones históricas que se leen como novelas), Mike Herron o Charles Cumming. Hablamos con estos dos últimos, invitados a BCNegra, para saber cómo se han multiplicado las amenazas y la inestabilidad y cómo se refleja eso en la ficción de espías, inmersa en su especial edad dorada.

Mike Herron (izquierda) y Charles Cumming
Barcelona, 2019.
 

“Después del final de la Guerra Fría los espías no tenían a quién espiar y los escritores de novelas de espionaje no tenían sobre qué escribir. Ya no había un enemigo, un mundo antagónico. El 11-S lo cambia todo y la amenaza existencial se hace más próxima. La combinación de Al Qaeda, el ISIS y Putin ha puesto de nuevo al género en el mapa y le ha dado un espectro mucho más amplio que en la Guerra Fría”, explica Cumming, que acaba de publicar en España Complot en Estambul (Salamandra). Pero el nuevo espionaje es más salvaje. “El envenenamiento de Sergei Skrypal en suelo inglés estaba completamente fuera de las reglas de la Guerra Fría. Era un espía retirado y nunca se habrían vengado de él así. Era impensable. Había unas convenciones y Rusia las ha roto”, cuenta Herron. “Sí, pero no creo que lo ordenara Putin directamente”, interviene Cumming, que ya en El sexto hombre retrataba el poder del dirigente ruso sin atreverse a nombrarlo. “En Occidente se le retrata como a un malo de James Bond: sofisticado, una temible mente criminal. Pero no creo que sea exacto. Creo que es cínico, brillante y despiadado pero no es tan alocado como lo pintamos”. ¿Está ganando la batalla? “Si el objetivo era crear caos a corto plazo parece que sí”, convienen los dos.

UN TRAIDOR MUCHO MÁS LETAL

Kim Philby rodeado de periodistas en el apartamento de su madre en 1955.
Kim Philby rodeado de periodistas en el apartamento de su madre en 1955.  BETTMANN ARCHIVE

En el reino de las lealtades rotas, Kim Philby representó la figura del traidor por excelencia, seductor, impenetrable. Eso también ha cambiado. “Philby tenía más glamour, pero una sola filtración de Edward Snowden hizo mucho más daño que todos el tiempo que estuvo Philby al servicio de los soviéticos. A él le habría costado 200 años pasar todos esos datos. Muchos lo vieron como un héroe, pero ha sido totalmente decepcionante”, afirma Cumming, que ha utilizado la información puesta a disposición del público por el agente estadounidense para ambientar sus thrillers. La otra clave del éxito del género, convienen los dos, es que aborda conceptos esenciales como la confianza, la amistad, la traición o la verdad. Herron lo explica así: “Graham Greene siempre recordaba esa frase de E. M. Foster que decía que si le daban a elegir entre traicionar a su país o a un amigo esperaba tener el coraje de traicionar a su país. Eso resume toda la lucha interior de mis espías, un microcosmos que explica luego realidades más amplias”.

¿Cómo refleja todo esto la literatura actual? Cumming (Ayr, Escocia, 1971) sonríe cuando niega que haya trabajado para el MI6 –el servicio secreto exterior británico– como se asegurado en varias ocasiones y añade, de nuevo con una sonrisa, que si lo hubiera hecho nunca nos lo diría. Su aproximación parte de fuentes muy sólidas dentro del espionaje británico y de una premisa, heredera directa de la tradición fundada por Le Carré: la historia tiene que ser plausible, no real. Y en ese marco, asegura, se puede crear mucho porque muy poca gente sabe cómo es todo ese mundo en realidad. Herron (Newcastle, 1968) toma del creador de Smiley su interés por la vida interior de los espías, personajes muchas veces anodinos, más reales, más pegados a la tierra, “preocupados por la hipoteca y con quién dejar a los niños, figuras incompletas, solitarias, con vidas personales no resueltas, aplastados en su rutina por la burocracia”, remata.

¿De dónde viene, entonces, el glamour? La vida del espía de ficción ha estado siempre rodeada de mitos, culpa, seguramente de James Bond. “La imagen que tenemos todos es la de las películas, no la de los libros de Fleming. Me preocuparía que la gente creyera que los espías funcionan como Bond o que la CIA o el MI6 son tan corruptos como a veces se los pinta. Hay que tener cuidado con los clichés, pero es verdad que, por ejemplo, en el MI6 hay mucha gente que bebe mucho, por el estrés y la presión de esa vida. También es verdad que Smiley o 007 han beneficiado mucho al espionaje británico en términos de publicidad para la marca”, explica Cumming, de nuevo como si hablara desde dentro de la organización.

La amenaza china

Herron es el autor de una serie de novelas de la que en España se ha publicado Caballos lentos (Salamandra) protagonizadas por el sarcástico, alcoholizado y a la vez implacable Jack Lamb, un homenaje a Smiley. Las novelas de  también tienen el terrorismo como tema central y protagonista masculino, pero en los dos casos hay mujeres al frente de los servicios secretos. “En la realidad, ya ha habido mujeres dirigiendo el MI5, pero nunca el MI6, aunque me consta que se lo han ofrecido a una y lo rechazó. En cualquier caso, esto era impensable hace una década. Ese techo de cristal ya se ha roto. Y, además, siempre hemos tenido espías muy eficaces, en parte porque los hombres nunca las veían como un peligro”, explica Cumming.

Explotados, aunque no agotados, el terrorismo y la amenaza rusa, un nuevo campo se abre a la exploración: China. Una potencia global, con un eficaz sistema de espionaje que la ficción ha dejado de lado, con pocas excepciones como The Shanghai Factor, de Charles McCarry, considerada una de las obras maestras del género. “Es una amenaza mayor que Rusia. Su plan de expansión es más a largo plazo, tiene tentáculos más y mejor extendidos por todo el mundo. Además, en su interior hay una burbuja de descontento que puede explotar y destruir el sistema desde dentro, algo que no creo que fuera deseable”, reflexiona Cumming, quizás buscando un nuevo escenario al que llevar sus conspiraciones.

EL PAÍS


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