Mark Z. Danielewski |
"Cervantes, Borges... exploraron el libro como amplificador de conocimiento"
"Visité lo más profundo de mi interir, fui hasta el fondo de mí mismo y luego salí"
La primera novela de Mark Z. Danielewski (Nueva York, 1966) ha sido comparada, agárrense, con el “Ulises” de Joyce, el “Moby Dick” de Melville, los juegos metaliterarios de Borges, los saltos virtuales del hipertexto o la narrativa irracional de David Lynch. Bret Easton Ellis dijo que era una mezcla de Pynchon, Ballard, Stephen King y David Foster Wallace. Y así podríamos seguir... La cosa tiene más de 700 páginas, se titula La casa de hojas , su autor tardó diez años en escribirla, se convirtió en objeto de culto y ha tardado trece años en ser vertida al castellano porque, hasta ahora, se consideraba: a) un objeto intraducible y b) un producto de un coste económico demasiado elevado, pues incluye colores, texto en braille, variopintos diseños gráficos, diferentes tipografías, imágenes, diagramas, dibujos, hojas casi en blanco, notas a pie de página que invaden el texto como si fueran hormigas en horizontal, vertical o diagonal... o un índice onomástico donde, además de los nombres propios, se contabilizan las apariciones de palabras corrientes como “otra vez”, “hombre” o “mujer”. En fin, resulta imposible sintetizar en una entradilla lo que supone la lectura de esta, por decir algo, historia de terror, ambientada en una casa que es más grande por dentro que por fuera, y que se sustenta en dos historias: la del joven Johnny Truant y su alocada existencia en Los Ángeles en los años 90, y la que arranca cuando encuentra un manuscrito que cuenta la experiencia de Will Navidson en una casa mutante; Navidson filmó una película –desaparecida– sobre lo que vio, una película que comenta un tal Zampanò en el manuscrito encontrado por Truant. Para arrojar algo de luz en todo ello, hablamos con Danielewski desde Barcelona, vía Skype, y él nos responde desde su casa californiana, rodeado de gatos, ataviado con un sombrero y con la luz de una lámpara de pie dibujando extrañas sombras en su rostro. “La casa de hojas” llega a las librerías la semana que viene, en una coedición de Alpha Decay y Pálido Fuego, y una titánica traducción de Javier Calvo.
Mark Z. Danielewski |
¿Dónde estaba usted hace 23 años?
Era un animal completamente diferente. Tenía una larga cola, gran ansiedad, ideas lunáticas, poco dinero y una mirada muy profunda y oscura. Dormía poco... Ahora creo que he ganado en humanidad. Debe de ser complicada la traducción, ¿no? Sobre todo porque implica imágenes y la puesta en página de las palabras en su lugar preciso, y tienen una extensión diferente en cada idioma. ¿Qué decíamos?
Hablábamos de cuando se puso a escribir este libro...
Era joven, salía de la universidad, era un luchador lleno de energía. No sabía a dónde me llevaría esto, qué tipo de libro iba salir. Escuchaba el coro de voces, sobre todo a los tres personajes principales contándome todo tipo de cosas –terroríficas, tristes, alegres, sexuales...– y organicé toda mi vida para llevarlo a cabo. Trabajé en mil oficios, con los oídos atentos, captando las voces del mundo. Me subí a un barco que no sabía dónde me llevaba. Estudié filosofía... lo quise meter todo en un libro. Viví la incertidumbre: ¿y si la ficción desaparece antes de que acabe mi libro? No pasa nada: aunque la ficción desaparezca, yo estaré aquí.
Siga contando...
Quise visitar lo más profundo de mi interior, fui hasta el fondo de mí mismo, y luego salí afuera. Fue una inmersión en el subconsciente. Pensé en la casa, llena de partes, en su arquitectura, pensé en un árbol, que sube con sus ramas y baja con sus raíces. Quise capturar la entera experiencia de leer, de vivir. No quise limitarme a la poesía, al ensayo, a la pintura... quise que estuviera todo eso en una sola obra. ¿Dónde está usted?
En mi casa, en Barcelona.
¡Barcelona! ¡He ido un par de veces! Quiero volver y seguir ahí los pasos de uno de mis escritores favoritos, Roberto Bolaño.
Usted ya estuvo con su padre en España, ¿no?
Esa experiencia es clave para mi libro. Mi padre, de joven, era un director de cine vanguardista, experimental, que también hacía documentales. Cuando yo era niño, toda la familia le seguíamos por el mundo en sus rodajes: por Ghana, por India y, una vez... ¡fuimos a España! Recuerdo el museo del Prado y que mi madre me hacía dibujar lo mismo que veíamos en los cuadros. Entre 1970 y 1972, mi padre se instaló en España para rodar “España puerta abierta”, un proyecto en el que invirtió los ahorros de su vida, unos dos millones de dólares. Recorrimos ciudades, campos, pueblecitos... íbamos por toda España, rodando la vida del país, quiso filmar al mismísimo Franco pero... Un día, fuimos a una corrida de toros, en las afueras de Madrid y, antes, mi padre me mostró todo el lugar: primero, donde se entrenaban los matadores con el capote; luego tuvimos que pasar por el pasillo, esa especie de túnel, por el que transitan los toros hacia la plaza. No había toros en ese momento, pero yo sentí que uno de ellos estaba a punto de aparecer, mientras mi padre me llevaba de la mano hacia la arena, creí intensamente que en ese momento salía un toro y nos mataba. Fue algo horrible. Esa sensación de miedo intenso, subjetiva, es la que he intentado transmitir en el libro. Mi padre lo pasó fatal con la policía española, que le confiscó todo el material, porque había rodado algo sobre un crimen. Así que se quedó sin su gran proyecto vital. Su película desapareció, como la de mi novela.
Un día tal vez aparezca, ¿no?
Sería genial, tal vez la destruyeron, no sé, acaso un día un investigador la encuentra...
¿Cree que su obra ha cambiado el concepto de lo que es una novela?
Es difícil de decir... Joyce, Cervantes, Borges... dieron pasos en la dirección de explorar el libro no como algo limitado, sino como un amplificador de tu conocimiento y tu experiencia. A mí me ha tocado vivir la era de internet, el diseño gráfico, el procesamiento de ingentes cantidades de información... Lo único que hago es integrar las ventajas que me da haber conocido esas cosas. La novela aún puede sorprendernos, es una gran forma, acepta muchas cosas, es dúctil, se lo traga todo, en ella cabe lo que quieras imaginar: el discurrir del pensamiento, historias simultáneas, listas de la compra, el sonido de un vecino que habla un idioma que no entiendes, el esfuerzo de comprender la música, y todo mezclado con nuestros apetitos, emociones, el azar... Tal vez una novela no es lo que nos han dicho que era, no es un objeto tan limitado como nos quieren hacer creer.
Al fin y al cabo, la suya ¿es una historia de fantasmas?
Algún diario me etiquetó como terror inteligente, lo que tomé como un cumplido porque lo interesante es saber por qué una cosa nos da miedo.
Y después de este libro, ¿qué ha hecho?
Ahora trabajo en “The familiar”, son 27 novelas, planteadas en bloque, como una serie de televisión, del mismo modo que “The wire” o “Mad men”. Saldrán las cinco primeras de golpe, es la primera temporada. Tambien he publicado “The Walestoe Letters” (2000), “The Fifty Year Sword” (2005) y “Only Revolutions” (2006).
¿Qué siente cuando le comparan con “Moby Dick”?
“Moby Dick” no es solo la persecución de la ballena. es el sentido del ritmo, o fíjese en cuantos estilos contiene: un capítulo es un diccionario, otro un ensayo, otro un diálogo shakespeariano... En ese sentido sí somos parecidos, mostramos toda la panoplia de voces y estilos.
¿Cómo es un día normal de su vida?
Me levanto a las 5.30 h, voy al gimnasio, alimento a mis gatos y escribo todo el día. Al menos diez horas.
LA VANGUARDIA
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