domingo, 27 de diciembre de 2020

Elena Medel / Las maravillas / Soy el dinero que me falta

 

Elena Medel

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LAS MARAVILLAS

Soy el dinero que me falta

Elena Medel debuta en la novela con una obra de tesis sobre la precariedad en la que al final gana la ficción literaria


Carlos Zanón
2 de octubre de 2020


Soy el dinero que me falta

En la contraportada de Las maravillas, de Elena Medel (Códoba, 1985), se nos interpela en su primera línea: ¿Cuál es el peso de la familia en nuestras vidas, y cuál es el peso del dinero? Su autora trata de no sacar de foco ni pregunta ni respuesta. La suya es, en cierto modo, una novela de tesis que, al término de la lectura, no llega a convencerte del determinismo absoluto de la falta de dinero como herramienta de poder que se nos inflige y nos infligimos. Pero lo que no consigue la tesis —no por errónea, sino por monolítica— es suplido por la ficción literaria.

Pese a tratarse de un debut, desde las primeras líneas sabemos que estamos en presencia de una autora hecha, con una voz propia que ya ha sido validada desde la poesía y el ensayo y que se nos muestra, sobria y lacerante, segura de sí misma. Medel tiene una trayectoria poética de largo recorrido tanto en la poesía (debutó en 2002 con Mi primer bikini) como en el ensayo (El mundo mago, Todo lo que hay saber sobre poesía). Rastros de una cosa y otra hay en esta novela, pero siempre filtrados y mezclados por las convenciones de la ficción, lo cual, también es otra de sus virtudes.

En Las maravillas hay tres mujeres, María, que a finales de los sesenta deja su ciudad en el sur para ir a trabajar a Madrid y deja a su hija —Carmen, recién nacida— al cuidado de sus hermanos y padres. Y la tercera, Alicia, que, con un itinerario distinto, realiza parecido viaje que María. En todas, el dinero, la falta de dinero, condiciona sus decisiones. La estructura de la novela está construida mediante saltos temporales. El planteamiento es ambicioso porque nos da las piezas del puzle —al empezar cada capítulo nos adentramos a ciegas en él— como principios de una película en la que hemos de gestionar nosotros la ubicación y seguir el hilo, pero consigue captar nuestro interés, que no decae hasta el final. Lo lastra, eso sí, una cierta confusión entre las tres mujeres —dos como protagonistas y la tercera como una sombra, un peso—, quizás porque, a ratos, extraviamos los personajes a causa de sus semejanzas, el tono de sus pensamientos y parejas muy similares.

Hay muchos temas que Medel plantea y enuncia, desde lo social y político, la maternidad, el desarraigo, el feminismo, los mecanismos de poder, de dominación masculina en lo individual y comunitario, los cuidados —a viejos, a enfermos, a hijas y madres— y la propia relación familiar, herida de muerte por el dinero. Las maravillas trata de cómo puede sobrevivir uno a la precariedad, a la pobreza, a unos lazos que te definen al tiempo que te estrangulan y que siempre duran demasiado.

Todo esto lo lleva adelante Medel mediante lo novelesco. Hay cosas que te sacan un poco de la novela, como los rasgos psicopáticos de Alicia, la escena de violencia en el colegio o, por parte de María, dejar sin argumentar, por ejemplo, por qué una vez asentada en la capital no recuperó a su hija. También se acusa la mirada siempre feísta de la vida en la clase baja, pero es cierto que se trata de eludir cualquier maniqueísmo. La autora nos regala unos personajes que se levantan del papel y dos o tres escenas soberbias escritas con gran dominio de la escenografía y lo ritual: las niñas haciendo los deberes, el viaje en autobús de Alicia y su pareja o la muerte de la anciana a la que cuida María. Todo eso y el ritmo, la claridad y el talento de permitir que la novela se le fugue de la tesis.

EL PAÍS

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