viernes, 18 de diciembre de 2020

Anna Kavan y su bazooka de heroína

 


Anna Kavan y su bazooka de heroína

Anna Kavan vivió y escribió siempre con el fondo de una relación muy íntima con la locura y la adicción. Esto que ha llevado a encasillar su obra es también lo que puede liberarla. Este ensayo de la escritora Karen Villeda nos sugiere cómo hacerlo.

KAREN VILLEDA
16 de febrero de 2020

Helen Emily Woods fue el primer nombre de la  escritora y pintora Anna Kavan. Nacida el 10 de abril de 1901, en Cannes, al sur de Francia, Kavan recuerda su infancia como una etapa caracterizada por una extrema soledad. En el prólogo su novela Sleep Has His House (todavía sin traducir al español ya que es uno de sus trabajos menos conocidos), Kavan escribió: “Ninguna interpretación es requerida en este lenguaje que todos hemos hablado durante la infancia y en nuestros sueños”.1 Lo que yo encuentro al leerla son ensueños que me provocan miedo y tristeza. Como la voz narrativa en Hielo, su novela más conocida, atestigua: “la atmósfera estaba cambiando a mi alrededor; de repente hubo un escalofrío, como si el aire cálido hubiera pasado sobre el hielo. De manera repentina sentí un terror incomprensible, como la sensación de entrar en una pesadilla justo antes de quedarte dormido”.2 Hielo, publicada en 1967, fue considerada como el mejor libro de ciencia ficción del año por el reconocido escritor de este género Brian Aldiss. Sin embargo, Hielo también puede leerse bajo las reglas del nouveau roman y el slipstream que, al combinar fantasía y ciencia ficción, dan lugar a lo que se conoce como “ficción de la extrañeza”. Como lo afirma su propia autora, esta novela “no pretende ser de una escritura realista. Es una especie de fábula actual”.

Poseedora de una visión intensa, Kavan pudo descifrar los recovecos más sórdidos de la mente. Leerla es adentrarse en una oscuridad lúcida o una luz apenas sombreada. Y este claroscuro no es gratuito. Por su consumo de  heroína como tratamiento contra el insomnio y la depresión severa que la aquejaban, Kavan se ha interpretado como “una escritora adicta”, pero esta es una  categoría que, francamente, la reduce. Ella, que estuvo internada en hospitales psiquiátricos en varias ocasiones, es una pionera de la antipsiquiatría. El universo creativo de Kavan es inseparable de la historia política de la locura y de las drogas. El intimismo es una rebelión.

Es una verdad casi universal que la literatura y las drogas tienen una relación bastante estable. Hay numerosos libros sobre una droga o varias drogas como la borrachera eterna que es  Bajo el volcán de Malcolm Lowry o el enganche a la morfina en Yonkie de William S. Burroughs. La lista de autores y sus drogas favoritas sigue: Charles Baudelaire y el hachís (que “es un arma para el suicidio”), Robert Louis Stevenson y la cocaína (El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde se escribió bajo los efectos de dicho estimulante), Philip K Dick y las metanfetaminas (“A Scanner Darkly fue la primera novela completa que escribí sin speed”), entre otros. Sin embargo, Kavan va más allá de la apología psicotrópica  en la que pueden caer los autores enumerados anteriormente. Los trastornos mentales que padeció la escritora francesa, así como su uso y abuso de drogas, son un elemento importante del valiente cuestionamiento que hace Kavan a los paradigmas de la psiquiatría moderna, pero no fueron el germen único del que surgieron sus textos literarios y piezas pictóricas. Más que considerar a la persona —su singularidad— y su obra como una simbiosis inextricable e inalterable hay que poner atención en lo que escribió Doris Lessing en una reseña sobre Hielo: “Su experiencia con las drogas pudo haber agregado fantasmas y fantasías a sus paisajes, pero es la genial luz lúcida de esa mente única lo que la hace ser Anna Kavan”.3

Ilustración: Estelí Meza

En la exploración de su autoimagen, Kavan hace referencias a la experiencia de seres marginales que son excluidos por sus difíciles condiciones de vida,  determinadas por adicciones y enfermedades mentales que son un estigma. Ella lo vivió en carne propia. Cuando apenas entraba a la adolescencia, su padre se suicidó tirándose al mar. Fue obligada a casarse con un alcohólico, que había sido un antiguo amante de su madre, y que, además, le impidió ir a Oxford. Su segundo matrimonio fue con un artista también adicto a la bebida. Tuvieron una hija que murió al poco tiempo de nacer y, entonces, adoptaron a una niña. Al separarse en 1938 y tras un intento de suicidio, Kavan inició su periplo de internamientos en psiquiátricos. En Asylum Piece (publicado en España como el El descenso), que se publicó en 1940, encontramos a una Kavan vanguardista y visionaria que crea personajes que representan a cabalidad el colapso mental y los síntomas psicosomáticos asociados a través de una exploración que retrata la constante batalla entre la mente y el cuerpo. La novelista Kate Zambreno dice que la escritura de Kavan “puede verse como un intento de ponerle palabras a una vida de rechazo y alienación”.

Un ejemplo lo encontramos en mi relato favorito de esta escritora:  “Julia y el bazooka”. El novelista galés Rhys Davies, el amigo más cercano de Kavan y heredero de sus derechos literarios, apunta en un ensayo publicado en The London Magazine en 1970, que “si es posible concentrar la esencia de una persona en un breve borrador, entonces la de Anna Kavan se transmite perfectamente en este cuento.4 La negligencia y el abandono de sus progenitores a pesar de una niñez sumamente cómoda se refleja en la historia del personaje principal, el alter ego de Kavan: “Julia es una niña pequeña con el pelo largo, liso, y ojos grandes. Le gustan las flores (…) Tiene los ojos tristes porque acaban de decirle que tire las flores, que no las meta en casa porque se deshojarán y lo ensuciarán todo”.5 Kavan ahonda en interacciones de lo psicológico con lo físico de la protagonista. Julia, que es introducida a la heroína por su entrenador de tenis (lo cual sucedió en la vida real de Kavan durante la década de los veinte) se engancha: “Esta es su jeringuilla, su «bazooka» como ella solía llamarla —dice el médico con una sonrisita triste. —Debe de tener por lo menos veinte años. Miren cómo se han borrado las medidas por el uso”.6 Conforme se avanza en la lectura, las alucinaciones se intercalan con una linealidad fragmentada: Julia tiene visiones de su infancia, su matrimonio, la muerte de su esposo, sus idas y venidas de médicos, su apego a la heroína que finalmente cobrará su vida. Sus cenizas terminan en un trofeo que obtuvo en una competencia de tenis: “Luego pensaría algo divertido, recordaría el bazooka y se echaría a reír. Pero no queda nada de Julia, realmente, Julia no está ahí. El único ocupante del nicho es la copa de plata, que no puede pensar o reír o recordar. Ya no hay Julia en ninguna parte. Donde ella estaba, ahora hay nada”.7 Este relato es, de acuerdo con Davies, “el ejemplo más simétrico del arte por el que esta escritora obstinadamente subjetiva escogió elementos de su propia vida y los transformó en algo vivo, extraño y, en esencia, verdadero”.8

Su nombre apenas ha comenzado a resonar y se le ha dado el lugar de “una escritora de culto”. Lo es. La estructura de su narrativa se caracteriza por una no-linealidad y eso genera un ambiente perturbador que muestra ese borroso límite entre la cordura y la locura. A veces parece que en su obra no existe el porvenir o, si acaso aparece desdibujado como la posibilidad de un derrumbe. “Me fascina la muerte, lo sé. Nunca he disfrutado de la vida, nunca me han gustado los seres humanos. Amo las montañas porque son la negación de la vida: indestructibles, inhumanas, intocables, indiferentes, todo lo que yo querría ser”,9 es una línea de otro de sus cuentos: “Arriba en las montañas”. Así la imagino. La oscuridad se cierne pero ella la avizora y, de ese modo, también ilumina.

Kavan murió de un ataque cardíaco en 1968 y, a la fecha, se repite erróneamente que falleció de una sobredosis. La ficción supera a la realidad. El enigma a resolver es cómo podemos leerla sin perder de vista su identidad y, al mismo tiempo, evitar que su biografía sea más relevante que sus potentes creaciones que revelan un atormentado mundo donde también hay cierta esperanza.

 

Karen Villeda
Su libro más reciente es Agua de Lourdes. Ser mujer en México (Turner, 2019). El año pasado obtuvo el Premio Nacional de Literatura “Gilberto Owen” en la categoría de poesía.


1 La traducción es mía: “No interpretation is needed of this language we have all spoken in childhood and in our dreams”.

2 La traducción es mía: “The atmosphere was changing round me; suddenly there was a chill, as if the warm air had passed over ice. I felt a sudden uncomprehended terror, like the sensation that comes in nightmares just before one begins to fall.” Anna Kavan. Ice. Penguin Books. Nueva York: 2017.

3 La traducción es mía.

4 La traducción es mía.

5 “Julia y el bazooka” en Anna Kavan. Mi alma en China. Grijalbo Mondadori, colección “El espejo de tinta”, Madrid, 1992.

6 Ibidem.

7 Ibíd.

8 La traducción es mía.

9 “Arriba en las montañas” en Anna Kavan. Mi alma en China. Grijalbo Mondadori, colección “El espejo de tinta”, Madrid, 1992.

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