domingo, 22 de marzo de 2020

Nataly Londoño / Caperucita Roja evanescente, luminosa

Lobo y Caperucita
Ilustración de Mateo Rivano



Caperucita Roja evanescente, luminosa 


Por Nataly Londoño

Me gusta huir. Ojalá siempre al campo. Me gusta huir y llegar al campo y encontrar una casita rodeada de eucaliptos, empotrada en el verde de alguna montaña. Antes de llegar allí me gusta esa sensación de escape: odiar el tráfico de Medellín y luego perderme en una carretera que tiene muros de pinos de mil años y allá arriba, en el cielo, un colchón de motas de algodón. Ahí sí, me gusta llegar a la casita de puertas y ventanas color madera, sentir el frío de La Ceja, ver el paisaje y entrar rápido antes de que el blanco algodón se convierta en  gris oveja y se desate en furiosas corrientes de lluvia. Me gusta entrar y percibir la soledad, poner a hacer café, y planear que a la mañana siguiente voy a levantarme temprano para ir a comprar un litro de leche recién ordeñada. Sin saberlo, me gusta quedarme en una casa que no tiene manecillas de reloj.
Llueve y ha llovido con fuerza. Y alguna fotografía me hace recordar los pasos de mis ancestros. Estoy en una casa con muchas historias y muchas voces. Una casa a la que siempre quiero regresar aunque la cabeza se me llene de palabras pronunciadas por algún vagabundo, algún personaje de ficción o algún recuerdo olvidado, quién sabe. ¿No te cansas de estar ahí sentada viendo llover? ¿Disculpa? Digo que si no te cansas de estar ahí sentada viendo llover, llevas tres días en las mismas: lluvia, café, lluvia, café. Mmm, no me canso, me gusta la lluvia y el café, ¿vos quién sos? Caperucita Roja. ¿La Caperucita de quién? La de TriunfoArciniegas. Sí, sé quién es. Sonreí. ¿Lo conoces? Sí, él es una persona bien particular. Sonrió.
El lobo y el autor
Ilustración de Mateo Rivano



2014. La primera vez lo vi de lejos, en la Fiesta del libro, rodeado de estudiantes de universidad. La segunda lo sorprendí sentado en el piso de una estación cualquiera del Metro, a un lado de los torniquetes: inmutable, observador, silencioso, solitario, paralelo. La tercera me lo encontré en Versalles (el restaurante que visitaban Borges, Sabato y Marta Traba, el sitio donde Manuel Mejía Vallejo escribió ‘Aire de tango’, y el punto de encuentro de los nadaístas, “esos jóvenes irreverentes que en los años sesenta sacudieron la tranquilidad de Medellín”), comiendo empanada argentina y tomando jugo de mandarina. Nos saludamos aquel día y después nos fuimos a caminar sin rumbo, y en ese caminar descubrí que Triunfo muy pocas veces habla sobre su obra; que sus amigos son unos cuantos; que aún conserva a su niño interior; que nunca sale sin cámara fotográfica y que si te descuidás, guarda en su memoria SD mil retratos tuyos. Esas primeras imágenes que tengo de él, son las que concibo siempre que intento recordarlo: un tipo que prefiere escuchar a hablar, y que cuando habla es para liberar a las historias que tiene amarradas en el corazón.
¿Será que algún día deja de llover? ¿No te gusta la lluvia? No. A mí me encanta… contame, ¿cómo fue que te escapaste del libro? Lo dejaste abierto ayer sobre la mesita de noche, no fue difícil salir de ahí. Veo… qué raro entonces. ¿Por qué? Porque si saliste vos, ¿cómo es que el resto no salió? ¿Cuál resto? El resto de personajes de ‘Caperucita Roja y otras historias perversas’: el sapito que comía princesas, la bella durmiente, los tres cerditos, el lobo feroz… me refiero a las otras paradojas, los otros cuentos, a los demás. Ah… ellos, sí, no, es que cuando salí cerré el libro. Hubo silencio. ¿No te cansas de tomar café? No, ¿vos no te cansás de masticar chicle? No.  Hubo silencio. ¿Sabes?, para tener 25 años te ves muy joven. Será porque vivo cautiva en 137 páginas, en un hogar donde el tiempo no es tiempo. Hubo silencio. ¿Esta casa es tuya? No, es de mi abuela. Me recuerda a la casa de la mía. ¿Y te da nostalgia recordarla o qué? Sí. Nunca me lo hubiera imaginado. ¿Por qué? Porque vos misma obligaste al lobo feroz a que se la comiera para reclamar la herencia… pobre él, es verdad aquello de que “el lobo siempre será malo si solo escuchamos la versión de Caperucita”, y vos le hiciste hasta para vender a ese animal, que al fin y al cabo, ni feroz era.

Autorretrato
Triunfo Arciniegas

2015. Lo vi (otra vez) por ahí, un día cualquiera, caminando el gris asfalto de Medellín: Triunfo es un tipo alto, moreno, que viste jeans y camisas de botones, a veces chaquetas de cuero o buzos de lana. Triunfo es un poeta narrador cuentero, un bloguero ilustrador  al que le encanta el chocolate y toma café todo el día; el que le agradece a sus perros, Toto del Carmen y Hannibal Lecter, que lo saquen a pasear de vez en cuando a las tres de la madrugada para no encontrarse con nadie en las calles del pueblo en donde está su casa; el que hoy duerme en Cúcuta o Bogotá pero amanece mañana en Brasil  o en La Habana o en Nueva York, un viajero, un hombre sin hogar, ¿un gato?; el que siempre ha dicho que “la obra es pública pero la vida es íntima” y sin embargo alguna vez escribió un poema titulado ‘Biografía’: “con el lápiz del trompo / el niño escribe sobre el polvo / la historia de su vida”; el que hace de los relatos fantásticos tradicionales sus propias versiones miserables o perversas, porque lo que le gusta es jugar con los referentes culturales; un tipo que no sé con qué tiempo ha leído tanto tanto, que tiene más de medio centenar de libros publicados, que ha trabajado mucho no solo en el ejercicio de la literatura, sino también en el mundo de la traducción, en el de la docencia, en el de la fotografía. Un tipo sobre el que muchas voces han hablado: la del poeta Jaime Fernández Molano: “Sigue lejano (al tiempo y a la luz pública) el día en que el niño Triunfo, con el corazón roto por primera vez, comenzara a escribir sus primeras líneas sin presentir el futuro que este oficio le traería: las cartas de amor a su abuela Emperatriz, que por circunstancias familiares de fuerza mayor había tenido que abandonar en Málaga, para partir al lado de sus padres rumbo a Pamplona”. La del también escritor de literatura infantil, Octavio Escobar: “Y sabíamos, aunque no lo dijéramos en voz alta, que en sus minicuentos, depurados durante años, y entre las líneas de sus cuentos, novelas y obras de teatro para niños y jóvenes, dormían fragmentos de exquisita poesía”. La de Juan Manuel Roca: “A veces acude al expediente, como buen observador de la pintura, de realizar un óleo sobre tela en el que entrelaza el lenguaje. Entonces deja en el lector la sensación de que la palabra pinta, de que el verbo dibuja más allá de abstracciones y figuraciones”. La dulcísima voz de Isabel Barragán, la famosa amiga de Esteban Carlos Mejía: “Con su literatura, Triunfo se inventa otro mundo, un mundo hermoso, pues es creyente fervoroso de la belleza como razón para vivir”. Y la de la escritora Yolanda Reyes, quien después de haberle dedicado un artículo precioso, reflexiona: “Y a pesar de que han pasado tantos años, a veces pienso que apenas lo conozco y a veces pienso exactamente lo contrario: con él, uno no sabe nunca a qué atenerse. Quizás, parodiando al mismo Triunfo, cabe la posibilidad de que me lo haya inventado. A fuerza de desconocerlo y de reconocerlo en lo que escribe, entre la magia y el silencio, cabe la posibilidad de que haya tenido que inventármelo para escribir este retrato”.
Pero la culpa no es del todo mía, los escritores son los que le dan a uno mala fama, no soy una niña ingenua, lo sé, pero tampoco la mujer malvada del cuento. Sus ojos estaban lluviosos.  Lo he estado buscado, pero no logro dar con su paradero… ¿A quién? Al lobo, el otro día encontré a Arciniegas en ‘Los tres mirlos’, le pregunté por él, me respondió: “vino y se fue” y juró no saber a dónde. Sí, yo sé de qué hablás, en el fondo me alegré por el lobo: supe que después de tener que huir del bosque por tu culpa, se convirtió en un lector disciplinado, que a veces escribe, que va por ahí muy intelectual diciendo cosas como: “El dolor es la esencia de la poesía”. ¿Quién te contó? Triunfo lo escribió y yo lo leí… el día en que lo encontraste en ‘Los tres mirlos’ no fuiste la única, después de vos llegaron otras ficciones a hacerle reclamos: uno de los siete enanitos le puso problema por qué escribió que la bella durmiente es bizca, y así. ¿Y dónde está escrito eso? Mujer, en un cuento que incluyeron en el libro del que te saliste, a manera de festejo por tus 25 años de publicación. ¿Cómo se llama el cuento? ‘Las razones del Lobo’. Puede ser, vi el título en el índice pero no me animé a caminar por sus letras. Andá a caminar entre ellas que allí están todas tus respuestas, y de paso apreciá las bonitas ilustraciones que hizo sobre ustedes Mateo Rivano. Lo haré… larga vida, Nat. Y se fue tal cual llegó: evanescente, luminosa.
Ilustración de Triunfo Arciniegas

2016. Volvimos a los días en que la gente se habla por teléfono y el teléfono tenía mala señal, así que fue todo muy fragmentado, muy: ¿qué?, no te entendí. Él desde la sala de espera de un hotel, yo desde mi casa: Supe que te incluyeron en la Lista de Honor IBBY 2016, qué emoción, felicitaciones. Gracias, eso supe yo también. Hubo risas. Por ahí vi una fotografía tuya que rodaba en Facebook y que tenía de leyenda: “Celebrando los 25 años de Caperucita!”. Me sorprendí porque justo esa semana estuve hablando con alguien sobre ese libro. Triunfo, ¿los niños de hace 25 años son los mismos niños de hoy? Los niños son los mismos, con otros juguetes. Nosotros tuvimos caballitos de madera, ahora ellos tienen “tablas”. La magia existe desde la época de las cavernas: esa fascinación por lo desconocido. El ansia por las historias nunca se acaba. Vengo de los cuentos de hadas, que funcionan desde hace trescientos y más años porque apuntan a los principios fundamentales de la vida. Se cayó la llamada. Volvimos a intentarlo: De los cuentos infantiles clásicos se han hecho todas las versiones del mundo, ¿las tuyas en qué se diferencian de las demás?, ¿cuál es tu aporte a esos relatos? El humor y el descaro, diría. Tiendo al disparate pero nunca me olvido del dolor, de la miseria, del lado oscuro de la luna. Hay veneno en mis líneas pero estoy de parte de la vida definitivamente. Otra vez el pi pi pi pi retumbó en mi oído, marqué nuevamente: Para esta nueva versión algunas historias cambiaron… Sí, se presentó la oportunidad de una nueva edición en SM y la aproveché para volver a trabajar el libro. Fueron tres meses delirantes y felices. El impulso me alcanzó para escribir dos nuevas historias. La editora, María Fernanda Paz-Castillo, aceptó una, donde los personajes le piden cuentas al autor y que resulta un cierre maravilloso para el libro. Y la señal murió definitivamente.  


No ha parado de llover. Me doy un tiempo para adorar el olor a humedad; un tiempo azul para pensar que esta casa es mi refugio; un tiempo para ir a recoger los libros que dejé en la mesita de noche desde que llegué y sobre los que no regreso sino hasta ahora. Me doy un tiempo para pensar que aquí se mantienen vivos los días en que, de pequeña, algunos fines de semana me era concedido el privilegio de sentirme dueña del aire, del campo, de la tierra. Me doy un tiempo para despedirme de los muros de bahareque, de la quimera y de los recuerdos. Es hora de volver a la ciudad con esta historia diluida en un cuaderno que alberga garabatos por letras.

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