Lobo y Caperucita |
Ilustración de Mateo Rivano
Caperucita Roja evanescente, luminosa
Por Nataly Londoño
Me gusta huir.
Ojalá siempre al campo. Me gusta huir y llegar al campo y encontrar una casita
rodeada de eucaliptos, empotrada en el verde de alguna montaña. Antes de llegar
allí me gusta esa sensación de escape: odiar el tráfico de Medellín y luego
perderme en una carretera que tiene muros de pinos de mil años y allá arriba,
en el cielo, un colchón de motas de algodón. Ahí sí, me gusta llegar a la
casita de puertas y ventanas color madera, sentir el frío de La Ceja, ver el
paisaje y entrar rápido antes de que el blanco algodón se convierta en
gris oveja y se desate en furiosas corrientes de lluvia. Me gusta entrar y
percibir la soledad, poner a hacer café, y planear que a la mañana siguiente
voy a levantarme temprano para ir a comprar un litro de leche recién ordeñada.
Sin saberlo, me gusta quedarme en una casa que no tiene manecillas de reloj.
Llueve y ha llovido
con fuerza. Y alguna fotografía me hace recordar los pasos de mis ancestros.
Estoy en una casa con muchas historias y muchas voces. Una casa a la que
siempre quiero regresar aunque la cabeza se me llene de palabras pronunciadas
por algún vagabundo, algún personaje de ficción o algún recuerdo olvidado,
quién sabe. ¿No te cansas de estar ahí sentada viendo llover? ¿Disculpa? Digo
que si no te cansas de estar ahí sentada viendo llover, llevas tres días en las
mismas: lluvia, café, lluvia, café. Mmm, no me canso, me gusta la lluvia y el
café, ¿vos quién sos? Caperucita Roja. ¿La Caperucita de quién? La de TriunfoArciniegas. Sí, sé quién es. Sonreí. ¿Lo conoces? Sí, él es una persona
bien particular. Sonrió.
El lobo y el autor Ilustración de Mateo Rivano |
¿Será que algún día
deja de llover? ¿No te gusta la lluvia? No. A mí me encanta… contame, ¿cómo
fue que te escapaste del libro? Lo dejaste abierto ayer sobre la mesita de
noche, no fue difícil salir de ahí. Veo… qué raro entonces. ¿Por qué? Porque si
saliste vos, ¿cómo es que el resto no salió? ¿Cuál resto? El resto de
personajes de ‘Caperucita Roja y otras historias perversas’: el
sapito que comía princesas, la bella durmiente, los tres cerditos, el lobo
feroz… me refiero a las otras paradojas, los otros cuentos, a los demás. Ah…
ellos, sí, no, es que cuando salí cerré el libro. Hubo silencio. ¿No te cansas
de tomar café? No, ¿vos no te cansás de masticar chicle? No. Hubo
silencio. ¿Sabes?, para tener 25 años te ves muy joven. Será porque vivo
cautiva en 137 páginas, en un hogar donde el tiempo no es tiempo. Hubo
silencio. ¿Esta casa es tuya? No, es de mi abuela. Me recuerda a la casa de la
mía. ¿Y te da nostalgia recordarla o qué? Sí. Nunca me lo hubiera imaginado.
¿Por qué? Porque vos misma obligaste al lobo feroz a que se la comiera para
reclamar la herencia… pobre él, es verdad aquello de que “el lobo siempre será
malo si solo escuchamos la versión de Caperucita”, y vos le hiciste hasta para
vender a ese animal, que al fin y al cabo, ni feroz era.
Autorretrato Triunfo Arciniegas |
2015. Lo vi (otra
vez) por ahí, un día cualquiera, caminando el gris asfalto de Medellín: Triunfo
es un tipo alto, moreno, que viste jeans y camisas de botones, a veces
chaquetas de cuero o buzos de lana. Triunfo es un poeta narrador
cuentero, un bloguero ilustrador al que le encanta el chocolate y
toma café todo el día; el que le agradece a sus perros, Toto del Carmen y
Hannibal Lecter, que lo saquen a pasear de vez en cuando a las tres de la
madrugada para no encontrarse con nadie en las calles del pueblo en donde
está su casa; el que hoy duerme en Cúcuta o Bogotá pero amanece mañana en
Brasil o en La Habana o en Nueva York, un viajero, un hombre sin hogar,
¿un gato?; el que siempre ha dicho que “la obra es pública pero la vida es
íntima” y sin embargo alguna vez escribió un poema titulado ‘Biografía’: “con
el lápiz del trompo / el niño escribe sobre el polvo / la historia de su vida”;
el que hace de los relatos fantásticos tradicionales sus propias versiones
miserables o perversas, porque lo que le gusta es jugar con los referentes
culturales; un tipo que no sé con qué tiempo ha leído tanto tanto, que tiene
más de medio centenar de libros publicados, que ha trabajado mucho no solo en
el ejercicio de la literatura, sino también en el mundo de la traducción, en el
de la docencia, en el de la fotografía. Un tipo sobre el que muchas voces
han hablado: la del poeta Jaime Fernández Molano: “Sigue lejano (al tiempo
y a la luz pública) el día en que el niño Triunfo, con el corazón roto por
primera vez, comenzara a escribir sus primeras líneas sin presentir el futuro
que este oficio le traería: las cartas de amor a su abuela Emperatriz, que por
circunstancias familiares de fuerza mayor había tenido que abandonar en Málaga,
para partir al lado de sus padres rumbo a Pamplona”. La del también escritor de
literatura infantil, Octavio Escobar: “Y sabíamos, aunque no lo dijéramos en
voz alta, que en sus minicuentos, depurados durante años, y entre las líneas de
sus cuentos, novelas y obras de teatro para niños y jóvenes, dormían fragmentos
de exquisita poesía”. La de Juan Manuel Roca: “A veces acude al expediente, como
buen observador de la pintura, de realizar un óleo sobre tela en el que
entrelaza el lenguaje. Entonces deja en el lector la sensación de que la
palabra pinta, de que el verbo dibuja más allá de abstracciones y
figuraciones”. La dulcísima voz de Isabel Barragán, la famosa amiga de
Esteban Carlos Mejía: “Con su literatura, Triunfo se inventa otro mundo, un
mundo hermoso, pues es creyente fervoroso de la belleza como razón para vivir”.
Y la de la escritora Yolanda Reyes, quien después de haberle dedicado un artículo
precioso, reflexiona: “Y a pesar de que han pasado tantos años, a veces pienso
que apenas lo conozco y a veces pienso exactamente lo contrario: con él, uno no
sabe nunca a qué atenerse. Quizás, parodiando al mismo Triunfo, cabe la
posibilidad de que me lo haya inventado. A fuerza de desconocerlo y de
reconocerlo en lo que escribe, entre la magia y el silencio, cabe la
posibilidad de que haya tenido que inventármelo para escribir este retrato”.
Pero
la culpa no es del todo mía, los escritores son los que le dan a uno mala
fama, no soy una niña ingenua, lo sé, pero tampoco la mujer malvada del cuento.
Sus ojos estaban lluviosos. Lo he estado
buscado, pero no logro dar con su paradero… ¿A quién? Al lobo, el otro día
encontré a Arciniegas en ‘Los tres mirlos’, le pregunté por él, me
respondió: “vino y se fue” y juró no saber a dónde. Sí, yo sé de qué
hablás, en el fondo me alegré por el lobo: supe que después de tener que
huir del bosque por tu culpa, se convirtió en un lector disciplinado, que
a veces escribe, que va por ahí muy intelectual diciendo cosas como: “El dolor
es la esencia de la poesía”. ¿Quién te contó? Triunfo lo escribió y yo lo leí…
el día en que lo encontraste en ‘Los tres mirlos’ no fuiste la única, después
de vos llegaron otras ficciones a hacerle reclamos: uno de los siete
enanitos le puso problema por qué escribió que la bella durmiente es
bizca, y así. ¿Y dónde está escrito eso? Mujer, en un cuento que incluyeron en
el libro del que te saliste, a manera de festejo por tus 25 años de publicación.
¿Cómo se llama el cuento? ‘Las razones del Lobo’. Puede ser, vi el título en el
índice pero no me animé a caminar por sus letras. Andá a caminar
entre ellas que allí están todas tus respuestas, y de paso apreciá las
bonitas ilustraciones que hizo sobre ustedes Mateo Rivano. Lo haré… larga vida,
Nat. Y se fue tal cual llegó: evanescente, luminosa.
2016. Volvimos a los
días en que la gente se habla por teléfono y el teléfono tenía mala señal, así
que fue todo muy fragmentado, muy: ¿qué?, no te entendí. Él desde la sala
de espera de un hotel, yo desde mi casa: Supe que te incluyeron en
la Lista de Honor IBBY 2016, qué emoción, felicitaciones. Gracias, eso
supe yo también. Hubo risas. Por ahí vi una fotografía tuya que rodaba en
Facebook y que tenía de leyenda: “ Me
sorprendí porque justo esa semana estuve hablando con alguien sobre ese libro.
Triunfo, ¿los niños de hace 25 años son los mismos niños de hoy? Los niños
son los mismos, con otros juguetes. Nosotros tuvimos caballitos de madera,
ahora ellos tienen “tablas”. La magia existe desde la época de las cavernas:
esa fascinación por lo desconocido. El ansia por las historias nunca se acaba.
Vengo de los cuentos de hadas, que funcionan desde hace trescientos y más años
porque apuntan a los principios fundamentales de la vida. Se cayó la llamada.
Volvimos a intentarlo: De los cuentos infantiles clásicos se han hecho
todas las versiones del mundo, ¿las tuyas en qué se diferencian de las demás?,
¿cuál es tu aporte a esos relatos? El humor y el descaro, diría. Tiendo al
disparate pero nunca me olvido del dolor, de la miseria, del lado oscuro de la
luna. Hay veneno en mis líneas pero estoy de parte de la vida definitivamente.
Otra vez el pi pi pi pi retumbó en mi oído, marqué nuevamente: Para esta nueva
versión algunas historias cambiaron… Sí, se presentó la oportunidad de una
nueva edición en SM y la aproveché para volver a trabajar el libro. Fueron tres
meses delirantes y felices. El impulso me alcanzó para escribir dos nuevas
historias. La editora, María Fernanda Paz-Castillo, aceptó una, donde los
personajes le piden cuentas al autor y que resulta un cierre maravilloso para
el libro. Y la señal murió definitivamente.
No
ha parado de llover. Me doy un tiempo para adorar el olor a humedad; un tiempo
azul para pensar que esta casa es mi refugio; un tiempo para ir a recoger
los libros que dejé en la mesita de noche desde que llegué y sobre los que
no regreso sino hasta ahora. Me doy un tiempo para pensar que aquí se mantienen
vivos los días en que, de pequeña, algunos fines de semana
me era concedido el privilegio de sentirme dueña del aire, del campo, de
la tierra. Me doy un tiempo para despedirme de los muros de bahareque, de la
quimera y de los recuerdos. Es hora de volver a la ciudad con esta
historia diluida en un cuaderno que alberga garabatos por letras.
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