Ernesto Cardenal según Guayasamin |
La vida de estudiante en Antioquia del poeta
Ernesto Cardenal
El fallecido escritor nicaragüense tenía a Colombia muy cerca de su corazón.
02 de marzo 2020 , 04:22 p.m.
Quizás Vida en el Amor (meditaciones) fue el primer libro que tuve de él. Estaba en la biblioteca de mi casa, en una bella edición de Carlos Lohlé de 1970. Luego llegarían de la mano, del mismo editor argentino, En Cuba y Oráculo sobre Managua. Eran los días en los que se hablaba de la Teología de la Liberación y del papel de los sacerdotes católicos en los procesos revolucionarios del continente. “La verdadera Revolución nos acerca a Dios. Es el evangelio puesto en práctica”, recordaba Cardenal en púlpitos y auditorios.
Sin embargo, no fue hasta el 21 de febrero de 1994 cuando lo conocí personalmente en la Casa de Poesía Silva de Bogotá. Esa noche leyó fragmentos de su Cántico cósmico, un extenso poema en el que la ciencia y la mística se encuentran en una síntesis verbal a través de largos versículos. El poema se inicia como comienza el mundo: con el big bang, con la gran explosión. Así comienza todo y, por supuesto, la poesía.
La Casa Silva estaba a reventar. Sus dos patios atiborrados de gente estaban llenos de estudiantes universitarios y poetas. La mayoría del público presente llevaba ediciones de sus poemas para firmar.
La voz grave y solemne de Cardenal llegó a todos los rincones de la casa, y la fría noche bogotana tuvo en el calor de esa voz su mejor refugio. Habló de su estrecha relación con Colombia, pues no hay que olvidar que fue en La Ceja, Antioquia, donde tuvo uno de los momentos fundamentales de su formación sacerdotal, que fue en Medellín donde aparecieron las primeras ediciones de Salmos (Universidad de Antioquia, 1964) y Oración por Marilyn Monroe (Ediciones La Tertulia, 1965).
Sobre este momento de su vida hay un hermoso texto de 1962 que le dirigió a su mentor, el poeta y místico norteamericano Thomas Merton, titulado Un seminario en los Andes y que empieza diciendo: “Querido Padre Merton: Aquí estoy ahora en el seminario de vocaciones tardías en Colombia, en un lugar muy bello entre las montañas de Antioquia, junto a un pueblito colonial muy pintoresco llamado La Ceja. El seminario está en el campo, el paisaje aquí es muy majestuoso con grandes montañas y se siente la sensación de estar en un país grande. La gente de Antioquia es la más religiosa de América, casi en cada familia hay un sacerdote y todo el campo respira una paz religiosa. Los campesinos de La Ceja se ven inmóviles en las esquinas o en la plaza como monjes en meditación (los “ponchos” en que se envuelven parecen como hábitos de monjes) y creo que en cierto modo están en un estado de zen. De modo que me siento en un bello lugar contemplativo, cosa que no hubiera encontrado tal vez en ningún otro seminario, y estoy muy contento de estar aquí. Indudablemente Dios me trajo. Todo seminario es duro, sobre todo lo tendría que ser para mí por mis circunstancias, pero creo que este es uno en el que me podré amoldar bien, y el lugar es bello y tranquilo”.
Su primer poema, escrito a los seis o siete años, se lo dedicó a Rubén Darío. Haber escuchado a su padre leer con devoción los poemas del padre del modernismo hispanoamericano lo empujó a escribir sobre su tumba en la Catedral de León.
El niño de entonces que era Cardenal se confesaba los sábados en la iglesia de San Francisco en Granada, tal cual lo hacía en su momento el poeta Rubén Darío. Sin duda, la presencia del gran poeta de América y de la tradición que se desprende de él en Nicaragua fue fundamental para alentar su vocación poética.
Pero su voz singular bebe de distintas fuentes hasta lograr un registro rotundo y original. En lo formal son las Crónicas de Indias; luego, los Epigramas de Catulo y Marcial, la Biblia, los Cantos de Ezra Pound, la sencillez objetiva de William Carlos Williams, los mitos precolombinos, la arqueología, la historia y la ciencia hacen parte de su genealogía de lecturas y afectos cuyas improntas dejarían sus inconfundibles sellos en el conjunto de su obra.
Pero fueron los versos de Pablo Neruda inicialmente y luego los de Federico García Lorca y Rafael Alberti los que influenciarían en el tono y en muchos de los temas que abarcaría con el tiempo. “Me liberé de Neruda leyendo a los poetas norteamericanos y estudiando literatura en los Estados Unidos” afirmó luego en una entrevista.
Comprometido en la lucha para derrocar al dictador Anastasio Somoza, Cardenal se convirtió en uno de los símbolos del Frente Sandinista de Liberación Nacional y de la revolución de 1979.
Fue nombrado ministro de Cultura, y desde allí adelantó los reconocidos Talleres de Poesía en los que llevó lo mejor de la poesía contemporánea a campesinos, trabajadores y maestros. Su principal objetivo era que los ciudadanos del común conocieran lo mejor de la tradición poética de su país y de Occidente. No podía concebir que en uno de los países con la tradición más alta de la poesía en español solo se escribieran coplas con rima. La idea era que la gente escribiera con el lenguaje de la vida diaria, con lo más esencial del coloquialismo cotidiano.
Fueron más de 70 talleres que llegaron a más de 3.000 personas, logrando una alfabetización poética y literaria en todas las bases de la población nicaragüense.
Y fue precisamente en ese contexto, siendo ministro de Cultura, cuando recibió de Juan Pablo II su peor humillación. El 4 de marzo de 1983, en el aeropuerto de Managua, Ernesto Cardenal no obtuvo la bendición de Juan Pablo II. A cambio recibió, de rodillas, una fuerte reprimenda de Wojtyla, quien en 1984 le retiró al poeta-sacerdote todas las responsabilidades para ejercer el sacerdocio y ofrecer la misa.
35 años después, el papa Francisco le restableció sus deberes y derechos canónicos y pudo oficiar, de manera simbólica, la santa misa. De esta manera, Jorge Mario Bergoglio, quien había sido lector de la poesía de Cardenal en los años 70, al informarle del levantamiento de la suspensión a divinis (prohibición de administrar los sacramentos), le permitía a Cardenal reconciliarse con la Iglesia, con el Vaticano y hacía un acto de justicia y de verdadero perdón y reconciliación.
Férreo opositor de Ortega
Sin embargo, el poeta nicaragüense no murió tranquilo. En los últimos años se había convertido en un férreo opositor del régimen de Daniel Ortega. Si en el pasado los habían unido la revolución y el proyecto común de formar una sociedad nueva, en el presente los separaban radicalmente las formas y los procedimientos.
Cardenal junto con otros intelectuales como Sergio Ramírez y Gioconda Belli consideraron que los ideales sandinistas se habían desviado en esta nueva etapa de Ortega.
Al recibir el Premio Internacional de Poesía Pablo Neruda de manos de Michelle Bachelet, el poeta dijo: “Le pido al presidente Daniel Ortega que se me levante la congelación de mis cuentas bancarias que él ha ordenado, para poder guardar este dinero. En estas cuentas está también congelada una donación para un taller de poesía de niños con cáncer, que yo dirijo”. Se refería al taller que junto con la poeta Claribel Alegría dirigían a un grupo de niños con cáncer en el Hospital Infantil La Mascota, en Managua.
Me gustan los poemas y me gusta la vida es un conmovedor documental dirigido por los escritores Daniel Rodríguez Moya y Ulises Juárez Polanco que narra los pormenores de este taller donde los niños escribían cosas como que “las culebras ruedan por el suelo como alambres doblados”; “el colibrí mueve rápido sus alas como las aletas de un abanico”; “un ganso estira su cuello como un hule”; “la cola de la ardilla se enrolla como un caracol” y “los monos caminan parecido a los viejitos”, las estrellas son “de color transparente”; la luna, plateada como el agua, el sol tiene “pestañas rosadas”.
Cardenal y Claribel permitían que la poesía fuera el refugio de estos niños que huían de sus dolores con las palabras y los lápices.
En noviembre de 2016, el cantautor Jorge Drexler visitó en Managua a Ernesto Cardenal y le confesó que gran parte de su disco Eco y en especial la canción Polvo de estrellas se basaban en su monumental Cántico cósmico. Era una manera de que su poesía llegara a otros públicos y otras generaciones a través de la música.
A las 3:05 p. m. del domingo pasado se apagó la vida de Ernesto Cardenal. Su eterno corazón de niño no volvería a latir, pero sus versos seguirán recorriendo la ancha patria del español y muchos volveremos a recitar de memoria su Oración por Marilyn Monroe o cualquiera de sus Epigramas, que siempre cantarán por el amor de todos nosotros: Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido: / yo porque tú eras lo que yo más amaba / y tú porque yo era el que te amaba más. / Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo: / porque yo podré amar a otras como te amaba a ti / pero a ti no te amarán como te amaba yo.
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