viernes, 6 de marzo de 2020

Gustavo Tatis / “García Márquez tenía sus reservas con Chávez”

Gabriel García Márquez

Gustavo Tatis Guerra

“García Márquez tenía sus reservas

 con Chávez”


Un “Gabriel García Márquez humano“, el hombre cotidiano, cobra vida. El periodista colombiano Gustavo Tatis Guerra le ha dado una nueva voz en su libro La flor amarilla del prestidigitador (Navona People), desde una perspectiva personal a partir de encuentros accidentales, así como de tres grandes entrevistas hechas bajo el arropo del diario El Universal de Colombia, en 1992, 1993 y 1998.

Patricia Aymerich
15 de marzo de 2018

A
unque no es una biografía. Tatis, o “el poeta”, como lo llamaba Gabito, ha tomado para El Estímulo los zapatos del autor de Cien años de soledad con el fin de indagar sobre aquel hombre “protagonista del proceso de Paz en Colombia” y del “desarme de las FARC”. Sus vínculos con los regímenes de izquierda, especialmente con Fidel Castro, a quien conoció en enero de 1959 cuando García Márquez era corresponsal en Bogotá de la agencia de prensa Prela (Prensa Latina).

Tatis redescubre como un “estratega de paz” al hombre que tenía sus reservas con Chávez porque pensó que “detrás del caudillo podía gestarse un dictador”.

¿Esta es tu primera biografía?


Se han escrito dos biografías monumentales, la de Gerald Martin, llamada Gabriel García Márquez. Una vida, y la de Dasso Saldívar, El viaje a la semilla, ambos amigos que me han agradecido de esa entrevista con la que se inicia el libro, que yo la publiqué en 1992. Era una osadía que yo haya escrito un libro sobre García Márquez cuando ya existían las de ellos dos. Pero la mía no es una biografía, son encuentros con García Márquez y su familia.

El libro está basado en tres entrevistas muy personales que le hiciste a García Márquez para El Universal…


92, 93 y luego hubo otro encuentro del 92 al 2007 hubo varios encuentros que no eran entrevistas formales.

¿Coincidencias?


Si, por ejemplo un día yo estaba en el periódico, en El Universal, donde él empezó a escribir. Me llamó y me dijo: “Gustavo, te tengo una tarea, te habla Gabriel García Márquez”. Yo dije: “¿Será que me están tomando el pelo?”. Tatis o poeta, me decía. “Necesito que busques los periódicos del año 49, octubre 27, a ver qué pasó ese día, y me envías las fotos”. No sabía para qué era eso, y era para el prólogo de El amor y otros demonios.
Cuando le hice la entrevista también me puso unas tareas. Me pidió que le describiera su propia casa, cómo es por dentro, que preguntara si el letrero de Macondo aún existe entre los platanales de lo que era la United Fruit Company; y fui a recorrer eso. Me perdí entre los platanales y a los campesinos les preguntaba y me decían que hasta hacía poco estaba el letrero. “Macondo” era el nombre de la hacienda Nuestra Señora del Espíritu Santo de Aracataca que veía siempre cuando era niño y lo volvió a ver una vez que se ganó el Nobel.
Todos, en aquel momento, pedían que los dejaran en Macondo. Era una nomenclatura. Cuando le pregunté por Macondo me dijo que le gustó la palabra por la resonancia poética que tiene, después fue que supo que era un juego y una tribu africana.

¿Por qué te mandaba estas tareas? ¿Cuál era tu relación con él?


Cuando yo era un niño conocí al papá de García Márquez y me cogió mucho cariño. En los años 80 Gabriel Eligio me invitó a conocerlo. Y mis abuelos maternos eran sus vecinos, eran amigos y contemporáneos. Cuando me conoció, le pregunté por su hijo, por Gabo. Y me dice: “No, Gabo soy yo, Gabito es mi hijo”. En ese entonces, empecé a descubrir la faceta del papá como competitiva con el hijo porque el papá también escribía. Era un personaje dicharachero y bonachón. Le gustaba escribir versos.

¿Era adverso al hijo?


Había una gran competencia del padre al hijo. Gabriel Eligio decía que su hijo era un embustero. Siempre pensé que tenían un conflicto.

¿Siempre fue así?


Cuando le dieron el Nobel, le pregunté al padre qué sentía y me respondió: “Ese es como el primer dulce, el primer confite que le dan a un niño”.  Minimizaba todo lo de Gabo.¿Por qué?
Es probable que él también tenía talento para escribir y en su momento se sentía el mejor poeta de la región.

¿En tu libro vemos estos conflictos de García Márquez?


Sí, claro. El libro realmente empieza a ocurrir el día que conozco a García Márquez después de conocer al papá, que me dice: “yo conozco a tus abuelos, son mis amigos Ricardo Ulises Guerra y Escolástica Flores son mis amigos”. Ahí le dije que lo quería conocer. Por eso el libro está dedicado a mis abuelos. En 1980 lo conocí en una casa en Arjona cuando estaba con su suegra y esposa, yo era solo un muchacho que quería estudiar derecho. Fue García Márquez el que me dice: “Ojalá no estudies derecho, mi papá quería que yo fuera abogado y decía que si era periodista me iba a morir comiendo papel, ese fue el conflicto con mi padre”.
En 1982 cuando se gana el Nobel ya tenía confianza con los papás y pasan 10 años y coincidimos en un evento por la celebración de la llegada de Colón a América y llegaba un barco que se llamaba Melquíades. Mis sospechas eran ciertas, tenía que ver con García Márquez. Y él estaba allí.

Te convertiste en alguien afín a él…


Si, éramos como familia. El hecho de que nacimos en la misma región Caribe y la cercanía de mis abuelos con sus padres. La madre de García Márquez le dice un día: “A esta casa han llegado miles de periodistas pero este muchacho parece familia nuestra”. Me sentí muy acogido por ellos y cuando entré al barco, él se acordaba de mí. Yo respondí: “Si, pero ahora soy periodista y lo quiero entrevistar”. Me preguntó cuándo y le respondí “cuando quiera maestro”, y me citó el Jueves Santo de ese año a las 4:00 de la tarde en la casa de su mamá. Esa fue la primera entrevista formal con García Márquez de tres horas y media que es la que inicia el libro.

¿Por qué un Jueves Santo?


Pues al año siguiente me citó otro Jueves Santo. Él murió un Jueves Santo. Úrsula Iguarán murió un Jueves Santo. Hay una particularidad con esa fecha. Y después hasta que murió pasaron muchas cosas en Jueves Santo. Yo nunca lo perseguía.

¿Nunca entablaron una relación de amistad?


Un día me preguntó qué estaba haciendo, yo estaba trabajando en el periódico y me invitó a escaparme y a tomar una limonada con él. Tuvimos un encuentro de cercanía y no llevaba ni cámara ni grabadora.

¿Cómo lo describes?


Era un hombre tímido que con su sentido del humor conjuraba la timidez. Un hombre de gran intuición y muy supersticioso, llegaba a un lugar y percibía si algo tenía una energía o situación adversa. Era clarividente. El hecho de que intuyera que él mismo perdería la memoria, algo que refleja en Cien años de soledad, que era algo que pensaba porque la madre y la abuela también habían perdido la memoria. O que intuyera el orden en que morirían sus amigos porque, en el libro, los personajes que los representan mueren en el mismo orden que en la realidad. Por ejemplo: Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor o ‘el sabio catalán’ inspirado en el escritor Ramon Vinyes. El último que queda es Gabriel, él mismo.

¿Clarividente frente a su sociedad?


García Márquez era un descifrador de la realidad, o de las realidades, porque no hay una sola. Descifraba la realidad de su vida o la realidad política e histórica. De niño tuvo una memoria prodigiosa y estaba conectado con el siglo XIX en Colombia, las guerras civiles, todas las guerras que vivió su país a lo largo de ese siglo. Entramos al siglo XX con la guerra de los 1.000 días, el armisticio, la firma de paz y luego la masacre de las bananeras en 1928. El magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán y luego el asesinato de su amigo Cayetano Gentile, que es el Santiago Nasar de Crónica de una muerte anunciada. García Márquez era además un estratega de paz, que pongo en una frase del libro, un hombre protagonista de lo que hoy Colombia celebra del desarme de las FARC. García Márquez estaba de acuerdo con que la guerrilla, la más antigua de América, se desarmara y se convirtiera en grupo político.


¿Qué pensaría de la situación en la que ha derivado el acuerdo de paz y los últimos ataques del ELN, aún activa?


García Márquez se sentó con líderes del ELN, que enfrentaba al gobierno y a la población civil con sus ataques terroristas. Por supuesto que pensaría que lo que están haciendo es un retroceso. Es un retroceso a lo que ya vivimos con las FARC que ya se desarmó.

¿Pensaría eso?


Sentiría una gran frustración al ver que después de una guerrilla desarmada otra se esté armando hasta los dientes para involucionar un proceso que ya Colombia había conquistado después de más de medio siglo.

Pero lo han acusado de apoyar a la guerrilla y de ser amigo de Fidel Castro


Era un gran admirador de Fidel. Hay un capítulo del libro donde está la cercanía de Fidel y García Márquez, dos hombres Caribe con el mismo sentido del humor, la misma percepción de algunas de las realidades del mundo, pero a García Márquez no le perdonan en Colombia esa amistad, ni que haya donado el premio Rómulo Gallegos a la guerrilla venezolana, ni la cercanía que tuvo en los 70 y 80 con los movimiento armados de Latinoamérica. Pero sí dejo revelar su frustración de Nicaragua, del Frente Sandinista de Liberación Nacional que se enfrentaron a una dictadura como la de Anastasio Somoza, y hoy ellos son tan parecidos a la dictadura que atacaron. Este señor Daniel Ortega no es un revolucionario, es un dictador, Nicaragua ha involucionado con este señor.

¿Y del chavismo o madurismo?


Tuvo sus reservas con Hugo Chávez. Todo caudillismo, populismo, dictador, aunque sea de izquierda o derecha, es negativo. Todo fundamentalismo u ortodoxia política nos conduce a la violencia. Cuando no hay flexibilidad en las ideas y hay una actitud cerrada frente a los otros seres humanos, ahí lo que hay es un germen de violencia.
Creo que García Márquez tendría un sabor muy amargo de lo que le está pasando a Colombia y a Venezuela. Con los dos millones de venezolanos que están tratando de sobrevivir en Colombia. Y también con un sabor amargo con las decisiones del actual presidente que parece estar en un asunto de fronteras cuando los problemas internos de la nación no están siendo resueltos, como los asesinatos a líderes sociales. O cuando los niños de La Guajira se están murieron de hambre. El problema de la frontera no es el único problema, que es de lo único que habla Iván Duque. Es solo uno de los tantos problemas. Creo que García Márquez se sentiría con muchos sabores amargos de que luego de haber alcanzado lo que se logró con el ex presidente Santos, que fue un proceso largo para lograr el acuerdo de paz, hoy estuviéramos involucionando con una guerrilla armada que sigue ejecutando, que sigue poniendo bombas. Es una involución.


¿Y de los movimientos populistas en Europa?


Intentar meterse en una conciencia política universal como la de García Márquez después de muerto, sería una subjetividad. Pero con su actitud frente al mundo se negó a toda forma de intolerancia, de crear fronteras, muros. García Márquez era abierto y estratega de paz que siempre estuvo abogando por la liberación de presos políticos. Fue el hecho de que pensar de manera diferente no condujera a alguien a que lo ejecutaran o metieran preso. Siempre estuvo a favor de los derechos humanos y hoy tendría otro sabor amargo. Es lo que ha pasado con estos presidentes, que en vez de tender puentes de reconciliación y diálogo con el mundo, estamos conduciendo al mundo hacia el camino de la guerra y de la discriminación.

¿Ese es su legado después de 100 años de su nacimiento?


Sí. Ese García Márquez. El que creció con las historias de sus abuelos de la violencia en Colombia del siglo XIX y que se sentiría frustrado al saber que Colombia y el mundo no han evolucionado en estos temas de intolerancia. Muchos están cerrados. Toda dictadura, sea de izquierda o derecha, es cuestionable. Está plasmado en sus libros.Pero siempre estuvo relacionado a los hombres de poder…
Pero no porque quisiera tener poder sino porque quería conocer la condición humana desde los hombres de poder. El otoño del patriarca es una síntesis de cuando el poder autócrata cree que puede decidir la vida o la suerte de un pueblo. Conoció muy a fondo a los hombres del poder porque quería descifrar la condición humana.

¿A Maduro lo conoció?


No lo conoció. Pero conoció a Hugo Chávez y tuvo sus reservas, porque sospechó que detrás del caudillo podía gestarse un dictador o una persona desastrosa para el gobierno.

¿La violencia que García Márquez permea en sus libros sigue siendo la misma de nuestra sociedad actual?


No hemos salido de esa violencia. García Márquez vivió la violencia contada por el abuelo y luego, al año de nacer, la masacre de las bananeras. Cuando él responde a ese tipo de preguntas es muy probable que sea impreciso. Era más preciso en la ficción cuando en el libro dice que fueron 3.000 muertos. La realidad ha superado la ficción en Colombia. Cuando aniquilaron a 3.000 líderes de la oposición, de izquierda. Colombia ha vivido de masacre en masacre. En el 2000 hubo la masacre del Salado entre guerrillas y paramilitares, con gente decapitada. Eso es una historia espantosa. Los paramilitares que cometieron esa atrocidad hicieron un partido de fútbol con las cabezas de los degollados.

¿Cuál es el Macondo de la actualidad?


García Márquez decía que no era solo un lugar, sino un estado de ánimo. En la realidad es un árbol o un juego. Pero en realidad es una metáfora del mundo, un mundo que hoy está entre la ortodoxia, la intolerancia y los que realmente tienen la flexibilidad para la reconciliación, el perdón o una convivencia pacífica.


¿Cuáles son los aspectos claves de la vida de García Márquez para entenderlo?


El libro tiene muchas facetas de la vida humana de García Márquez. Aspiro a retratar en estas 200 páginas al humano detrás del genio, de conocerlo para saber cómo construyó los personajes a través de las personas de su familia y amigos; y cuando los convertía en personajes literarios. Toda su familia es parte de los Buendía. Cuento cómo hace suyo el mundo. Desde muy temprano él decía que va a escribir un libro mejor que El Quijote o de La Biblia, y aquello parecía la osadía de un joven. Pero escribió un libro en el que todo lo sobrenatural podía ser natural, hay muchas claves allí.
De cómo Úrsula Iguarán se parece mucho a su propia madre, o cómo la historia de los amores contrariados de su papá y mamá están en El amor en los tiempos de cólera,pero también la historia de Cartagena de Indias.




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