Isabel Preysler alcanza la placidez a los 69 años
Maite Nieto
Madrid, 18 de febrero de 2020
La reina de la prensa del corazón celebra un lustro de relación sosegada con el escritor Mario Vargas Llosa y cede el protagonismo mediático a sus hijos
Maite Nieto
Madrid, 18 de febrero de 2020
Isabel Preysler cumple este martes 69 años y en su vida ha cambiado todo y no ha cambiado nada. Los años la han convertido en una mujer madura de belleza serena, que sigue conservando el tirón mediático que la persigue desde que hizo acto de presencia en España de la mano del cantante Julio Iglesias hace ya casi cinco décadas. También perpetúa el título que la corona como una de las mujeres más elegantes del panorama patrio y ese carisma entre misterioso e inalcanzable que enamora hasta a sus detractores cuando tienen la oportunidad de acercarse a ella y conocerla de cerca.
Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler |
Sobre los secretos de su éxito se especuló mucho al principio. Después se consolidó como dogma que lo que es, es y no necesita explicación y nos dejamos de hacer preguntas sobre el porqué de su éxito. Algo tuvo que ver su historial amoroso —Julio Iglesias, Carlos Falcó, marqués de Griñón, Miguel Boyer, ministro socialista, y ahora el premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa— pero también hizo mucho su aire etéreo, su aparente calma en mitad del más furioso tsunami y, dicho con cierta ironía, su impecable estilo como anfitriona que le hizo colarse en las casas de todos los españoles recibiendo invitados con una bandeja de bombones en la mano.
De los dulces pasó a imagen de pavimentos de lujo y se coló a través de ellos en el mismísimo palacio de Buckingham alternando con Carlos de Inglaterra, el heredero más longevo de la historia británica. Pero Isabel Preysler era ya un icono y el príncipe solo uno más de los que entonces tenían el privilegio de codearse con ella. Al menos así era para muchos lectores de prensa rosa que tenían claro quién era su reina.
El tema es que tras dos separaciones, una viudedad, cinco hijos, seis nietos e incluso una imagen de parecido discutible en el Museo de Cera de Madrid, Isabel Preysler parece haber encontrado el nirvana de su ya histórico saber estar con raíces en familia bien de Filipinas. Después de dos años convulsos tras el ictus que sufrió Miguel Boyer en febrero de 2012, Isabel volvió a sorprender cuando a los 64 años salió del encierro social voluntario en el que se confinó para cuidar a su esposo, dispuesta a brillar de nuevo en actos sociales de postín. No lo hizo en solitario, sino de la mano de otro señor intelectual de bandera: Mario Vargas Llosa, el escritor y político peruano que se lanzó al vacío por ella y rompió un matrimonio de 40 años con Patricia Llosa.
No era la primera vez que Preysler paseaba al borde del acantilado mediático, ese que pilló siempre por sorpresa a sus respectivas parejas. Una vez más la filipina sonrió sin inmutarse, defendió el poder del amor y dejó que pasara la tormenta. Hoy que cumple 69 años, lo hace en mitad de la calma personal. Afianzada su relación, sin papeles de por medio, con el Premio Nobel cinco años después de saberse que entre ellos había más que una entrañable amistad; regia en su papel de madre y abuela amantísima, pero sabia a la hora de soltar las amarras de sus retoños; y ligera de equipaje porque los años le van diciendo que su estatus tiene férreas maromas que la afianzan a su pedestal pero que ahora es el momento de que sus hijos sean los que se batan el cobre en los mentideros.
Isabel Preysler hace esperar a una televisión, retrasa un photocall y levanta murmullos a su paso. Hasta el propio Vargas Llosa (83 años) se ha convertido, según el foro en el que se presenten juntos, en el consorte y no en la estrella. Nada de esto la inmuta, está acostumbrada al efecto que causa desde hace años. Ahora prefiere gestionar la sorpresa que le ha provocado el éxito de su hija Tamara Falcó en MasterChef; la desaparición buscada de su primogénita, Chábeli Iglesias, reclusa de su propio deseo de anonimato entre Carolina y Miami, en Estados Unidos; el blindaje de su hijo Enrique Iglesias, que mueve masas y millones como cantante, pero pelea como gato panza arriba por mantener a salvo su intimidad —una lucha que solo rompe para presumir de su triple paternidad cuando los hijos que ha tenido con la extenista Anna Kournikova le derriten de felicidad—; para acoger en casa a su hija menor, Ana Boyer, cuando aterriza en España junto a su marido, el tenista Fernando Verdasco, y su hijo Miguel; y para sonreír cuando le preguntan por Julio José, su otro vástago, que parece ser el alma más libre de la familia, uno de los más sonrientes pero también el que menos suerte ha tenido en sus pinitos como cantante.
Queda Isabel Preysler para rato. El brillo de los mitos no se apaga fácilmente.
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