Los otros dos jóvenes solteros de la oficina consideraban afortunado a Harry Rowe, muy afortunado. Harry tenía dos chicas preciosas enamoradas de él. Algunas veces una de las dos chicas le recogía en su oficina en el centro de Manhattan, porque Harry tenía que quedarse a menudo media hora o más después de la hora normal de salida, las cinco o cinco y media, y una de las chicas, Connie, podía salir de su oficina a las cinco fácilmente. La otra chica, Lesley, era una modelo con horarios irregulares, pero había estado en la oficina algunas veces. Así era como los cinco hombres de la empresa sabían acerca de las chicas de Harry. De lo contrario, Harry habría mantenido la boca cerrada, no se las habría presentado a…, bueno, a nadie, porque alguno podía haberle chismorreado a una de ellas sobre la otra. A Harry no le importaba, sin embargo, que Dick Hanson conociera la situación. Dick era un hombre casado de treinta y cinco años, en cuya discreción se podía confiar, porque debía de haber tenido experiencias parecidas, e incluso ahora tenía una amiga, como sabía Harry. Dick era un socio fundador en la empresa de auditorías de Raymond y Hanson.
Harry no sabía a cuál de las dos chicas prefería y quería darse tiempo para reflexionar, para elegir. Hoy día, pensaba Harry, hay montones de chicas a las que no les importa el matrimonio, no creen en él, especialmente a los veintitrés años, y las dos tenían esa edad. Pero tanto Lesley como Connie estaban bastante interesadas en el matrimonio. No se lo habían propuesto, pero él se daba cuenta. Eso hacía crecer la vanidad de Harry, porque se veía a sí mismo como un buen partido. ¿A qué hombre no le ocurriría lo mismo en esas circunstancias? Eso quería decir que estaba ganando bastante (cierto) y continuaría ascendiendo y mejorando y además no era mal parecido, aunque le estuviera mal el decirlo (y lo decía), y se tomaba la molestia de vestir de la forma que gustaba a las chicas, siempre una camisa limpia, no siempre una corbata si la ocasión no lo exigía, buenos zapatos, ya fueran informales o no, camisas atrevidas algunas veces, pantalones safari o quizá pantalones cortos en los fines de semana, cuando holgazaneaba los sábados con Lesley o los domingos con Connie, por ejemplo. Harry, además de abogado, era auditor diplomado.Lesley Marker, una modelo de fotos, ganaba más dinero incluso que Harry. Tenía el pelo liso y castaño oscuro, brillantes ojos castaños y el cutis más bonito que Harry había visto nunca, sin mencionar un cuerpo divino, no demasiado delgado, como sucedía con la mayoría de las modelos, o al menos eso había oído siempre Harry. Lesley tenía comprometida con sus padres y su abuela la comida de los domingos, así que esto descartaba a Lesley para los domingos, pero quedaban las noches de los viernes y los sábados. Por supuesto, había siete noches en la semana, y Lesley siempre estaba alegre, y esto en ella no era fingido. Era maravillosa y vivificante para Harry. Tenía sentido del humor en la cama. Era deliciosa.
Connie Jaeger era diferente, más misteriosa, menos abierta, y ciertamente tenía un carácter más difícil que el de Lesley. Harry tenía que ser cuidadoso con Connie, sutil, comprensivo con sus cambios de humor, ya que ella no siempre explicaba los motivos. Era correctora en una editorial. Algunas veces escribía cuentos y se los enseñaba a Harry. Había vendido dos o tres a pequeñas revistas. Connie le daba a veces la impresión de que estaba cavilando, pensando en cosas que no quería revelarle. Sin embargo, le amaba o estaba enamorada de él, de eso estaba seguro. Connie era más interesante que Lesley, Harry habría tenido que admitirlo si alguien se lo hubiera preguntado.
Harry tenía un piso en una casa sin ascensor de Jane Street, en la tercera planta. Era una casa vieja, pero las tuberías estaban en buen estado, la cocina y el baño estaban bien pintados y tenía una terraza con una especie de jardín de unos tres metros cuadrados; la tierra estaba metida en una estructura de madera y el drenaje del agua de riego iba a un sumidero de una esquina de la terraza. Harry había comprado tumbonas, sillas metálicas y una mesa redonda. Él y Lesley o Connie podían comer o cenar allí fuera y las chicas podían tomar baños de sol desnudas si lo deseaban, ya que en un determinado ángulo nadie podía verlas. Lesley lo hacía más a menudo que Connie, quien lo había hecho una sola vez y no se desnudó completamente. Había conocido a las dos chicas por la misma época, hacía unos cuatro meses aproximadamente. ¿Cuál le gustaba más? ¿A cuál quería más? Harry no podía decirlo todavía, pero sí se había dado cuenta hacía semanas de que sus otras amigas, dos o tres, sencillamente se habían desvanecido. No las había telefoneado desde hacía tiempo y no le preocupaba no volver a verlas. Estaba enamorado de dos chicas al mismo tiempo, suponía. Había oído hablar antes sobre esto y de alguna forma nunca creyó que fuera posible. Suponía también que Lesley y Connie podían pensar que él tenía otras amigas y, que Harry supiera, las dos podían estar acostándose también con otros hombres de cuando en cuando. Pero considerando el tiempo que ellas le dedicaban, no les quedaba mucho tiempo, o muchas noches, para otros amigos.
De todos modos, Harry era muy cuidadoso en mantener a las chicas separadas; se preocupaba de cambiar las sábanas, lavarlas y ponerlas a secar en el tendedero de la terraza. También se preocupaba de esconder el champú de Lesley y la colonia de Connie. Dos veces había encontrado una de las peinetas amarillas de Connie al hacer la cama, la había guardado en un bolsillo de la gabardina y se la había devuelto la próxima vez que la vio. No iba a meter la pata por una cosa tan tópica como una horquilla o algo así en la mesita de noche.
—Me encantaría vivir en el campo —dijo Connie una noche alrededor de las once, tumbada desnuda en la cama y fumando un cigarrillo, con la sábana subida hasta la cintura—. No demasiado lejos de Nueva York, por supuesto.
—A mí también —dijo Harry.
Lo decía de verdad. Estaba con el pantalón del pijama, descalzo, hundido en un butacón con las manos detrás de la cabeza. La visión de una casa de campo, quizá en Connecticut, quizá en Westchester si pudiera permitírselo, le vino a la cabeza: tal vez blanca, un poco de césped, viejos árboles. Y con Connie. Sí, Connie. Ella lo deseaba. Lesley siempre tendría que pasar las noches en Nueva York, pensó Harry, porque a menudo tenía que levantarse a las seis o a las siete de la mañana para posar. Por otra parte, ¿cuánto duraba la carrera de una modelo? Harry se avergonzó de sus pensamientos. Él y Connie acababan de pasar una hora maravillosa en la cama. ¡Cómo se atrevía a pensar en Lesley ahora! Pero sí que pensaba en Lesley, estaba pensando en ella. ¿Tendría que renunciar a esos encantadores ojos castaños, a esa sonrisa, a ese pelo liso castaño (siempre perfectamente cortado, por supuesto) que parecía recién lavado cada vez que la veía? Sí, tendría que renunciar, si se casaba con Connie y dormía en Connecticut todas las noches.
—¿En qué estás pensando? —Connie sonrió, medio adormilada. Sus gruesos labios eran atractivos sin pintar, como estaban ahora.
—En nosotros —dijo Harry.
Era domingo por la noche. Él había estado en la misma cama con Lesley la noche anterior, y ella se había ido esa mañana para la comida del domingo con sus padres.
—Hagamos algo al respecto —dijo Connie con su voz suave pero muy precisa, y apagó el cigarrillo. Mantuvo la sábana sobre sus pechos, pero uno de ellos quedaba al descubierto.
Harry miraba fijamente el pecho, estúpidamente. ¿Qué iba a hacer? ¿Continuar con las dos chicas indefinidamente? ¿Disfrutar con las dos y no casarse? ¿Cuánto tiempo podría mantener eso hasta que una o la otra se cansara? ¿Dos meses más? ¿Un mes? Algunas chicas van deprisa, otras aguantan. Connie era de las del tipo paciente. Lesley podría volar incluso antes, creía Harry, si pensaba que él estaba dando largas al tema del matrimonio. Lesley le dejaría con una sonrisa y sin hacer una escena. En este aspecto, las dos chicas eran iguales: ninguna de las dos iba a esperar siempre. ¿Por qué no podía un hombre tener dos esposas?
Lesley, la tarde del martes siguiente, le trajo flores en una maceta.
—Son no-sé-qué japonés. Geranios, creo que me dijeron. De cualquier forma, en el estudio los habrían tirado.
Los dos salieron a la terraza y eligieron un sitio para la nueva planta de color naranja. Harry tenía un rosal trepador y un gran tiesto con perejil del que cogía ramitas cuando las necesitaba. Arrancó algunas ahora. Había comprado filetes de bacalao para cenar. A Lesley le encantaba el pescado. Después de cenar vieron un programa de televisión, echados en la cama de Harry, cogidos de la mano. El programa se puso aburrido, hacer el amor era más interesante. Lesley . Lesley era la chica a la que quería, pensó Harry. ¿Por qué lo dudaría? ¿Por qué darle vueltas? En todos los aspectos era tan bonita como Connie. Y Lesley era más animada y más equilibrada. ¿Los cambios de humor de Connie no serían un inconveniente a veces, no crearían problemas? Porque Harry no sabía cómo sacarla de ellos, o a veces de sus silencios, como si estuviera cavilando sobre algo muy lejano, o quizá metida en sí misma; pero ella nunca lo aclaraba, por lo tanto él nunca sabría qué decir o qué hacer.
Alrededor de medianoche Harry y Lesley fueron a una discoteca tres calles más allá, un lugar modesto para como eran las discotecas, donde la música no rompía los tímpanos. Harry tomó una cerveza y Lesley una tónica sin ginebra.
—Es casi como si estuviéramos casados —dijo Lesley en un momento en el que la música no estaba muy alta. Sonreía con su fresca sonrisa, las comisuras de los labios curvadas como las de un niño—. Eres el tipo de hombre con el que podría vivir. Hay muy pocos.
—Te lo pongo fácil, ¿eh? No exijo —replicó Harry en tono de burla, pero su corazón estaba brincando de orgullo. Un par de sujetos en la mesa a su derecha estaban mirando a Lesley con envidia, aunque tenían a sus chicas al lado.
Harry metió a Lesley en un taxi unos minutos más tarde. Tenía que estar levantada a las siete y media y el estuche del maquillaje estaba en su apartamento. Cuando paseaba de vuelta a Jane Street, Harry se encontró pensando en Connie. Connie era tan bonita como Lesley, si uno quería pensar en la belleza. Connie no se ganaba la vida con su belleza como sucedía en el caso de Lesley. Connie también tenía admiradores, a los que tenía que espantar como mosquitos, porque ella le prefería a él. Harry lo había visto ¿Podía realmente dejar a Connie ? ¡Era impensable! ¿Estaba borracho? ¿Con dos gin-tonics antes de cenar y una cerveza? ¿Dos cervezas contando la que se tomó en la cena? Por supuesto que no estaba borracho. Simplemente no podía tomar una decisión. Eran las doce y veinte de la noche. Estaba cansado. Era lógico. La gente no puede pensar después de un día de dieciséis horas. ¿Verdad? Mañana lo pensaré, se dijo Harry.
Cuando llegó a casa el teléfono estaba sonando. Harry corrió para cogerlo.
—¿Diga?
—Hola, cariño. Sólo quería darte las buenas noches —dijo Connie con una voz suave y soñolienta. Siempre sonaba juvenil por teléfono, como una niña de doce años a veces.
—Gracias, amor mío. ¿Estás bien?
—Claro. Leyendo un manuscrito… que me está dando sueño. —En este punto parecía como si estuviera estirándose en la cama—. ¿Dónde estabas?
—Salí a comprar cigarrillos y leche.
—¿Cuándo nos vemos? ¿El viernes? No me acuerdo.
—El viernes. Sí.
¿Estaba eludiendo deliberadamente el sábado, la noche de Lesley? ¿Lo había hecho Connie antes? Harry no podía recordarlo.
—¿Vendrás el viernes? De todos modos estaré en casa hacia las seis y media —añadió Harry.
Al día siguiente, miércoles, Dick Hanson llamó por el interfono al despacho de Harry alrededor de las diez y dijo:
—Tengo una noticia que puede interesarte, Harry. ¿Puedo ir a verte un minuto?
—Sería un honor para mí —dijo Harry.
Dick entró sonriendo, con un par de fotografías en la mano, un sobre y un par de hojas mecanografiadas.
—Se vende una casa en mi urbanización —dijo Dick, después de cerrar la puerta del despacho—. Conocemos al propietario, se llama Buck. De todos modos, échale un vistazo. A ver si te interesa.
Harry miró las dos fotografías de una casa en Westchester, blanca, con césped, con árboles altos, y le pareció la casa de sus sueños, la que se imaginaba cuando estaba con Connie o Lesley. Dick le explicó que los Buck no querían ofrecérsela a una agencia si podían evitarlo, que querían venderla rápidamente a un precio justo, porque la compañía de Nelson Buck le iba a trasladar a California en breve plazo y tenían que comprar una casa allí.
—Noventa mil dólares —dijo Dick—, y puedo decirte que si fuera a través de agencia costaría ciento cincuenta mil. Está a ocho kilómetros de donde vivimos. Piénsalo, Harry, antes de que sea demasiado tarde…, quiero decir en los próximos dos o tres días. Me encargaré de conseguirte una hipoteca en buenas condiciones, porque conozco a la gente del banco del pueblo… ¿Qué piensas?
Harry se había quedado mudo unos segundos. ¿Podría? ¿Se atrevería?
Dick Hanson, de ojos color castaño, miraba a Harry con afecto y con interés. Harry tenía la sensación de estar parado al borde de una piscina o en un trampolín titubeando.
—Preciosa, ¿no? Helen y yo conocemos bien la casa, porque somos buenos amigos de los Buck. Se está revalorizando. Y… bueno, la impresión general es que vas a casarte pronto. Espero no ponerte en el disparadero diciendo esto. —Dick parecía muy seguro de sí mismo al decir esto, como si Harry fuera ya merecedor de felicitaciones—. ¿Qué chica va a ser…, cerdo con suerte? —dejó caer Dick con buen humor—. Pareces el gato… que acaba de tragarse el canario.
Harry estaba pensando no sé qué chica . Pero mantenía un afectado silencio, como si lo supiera.
—¿Te interesa? —preguntó Dick.
—Por supuesto que me interesa —replicó Harry. Tenía una fotografía en cada mano.
—Piénsatelo un par de días. Quédate las fotos. He traído el sobre. Enséñaselas a… ya sabes. —Harry sabía que Dick se refería a una de las chicas—. Estaría encantado de que fuésemos vecinos, Harry. Lo digo de verdad. Podríamos divertirnos allí…, además de algún pequeño negocio provechoso los fines de semana, tal vez.
Alrededor de las tres, Dick envió a Harry una nota en un sobre cerrado con más información sobre las condiciones de las hipotecas, añadiendo que Harry no se equivocaría en la compra de la casa, incluso si no tenía intención de casarse en un futuro inmediato. Una casa de 1850 en magníficas condiciones, tres dormitorios, dos baños, cuyo valor sólo podía ir en aumento.
Esa tarde Harry dedicó diez o quince minutos a hacer algunos cálculos con papel y lápiz, mentalmente y con la calculadora. Podía comprar la casa de Westchester, de acuerdo. Pero no quería trasladarse allí solo. ¿Podría Lesley vivir allí con él e ir a la ciudad todos los días? ¿Tan temprano algunas veces? Ella podía considerar que una casa en el campo no valía la pena. ¿Podría Connie? Sí, más fácilmente. Ella no tenía que ir a trabajar hasta las nueve y media o incluso las diez. Pero un hombre no elige a su esposa por su horario de trabajo. Era absurdo.
Harry recordó un fin de semana perfecto (desde el domingo al mediodía hasta el lunes por la mañana), cuando Connie y él pintaron la cocina de color naranja brillante. ¡Maravilloso! Connie con los vaqueros salpicados de pintura, subida en la escalera, turnándose con él en la escalera, bebiendo cerveza, riendo, haciendo el amor. ¡Dios! Podía ver más fácilmente a Connie en la casa de Westchester que a Lesley.
Para las cinco, Harry había tomado por lo menos una decisión. Echaría un vistazo a la casa, y enseguida, si era posible. Telefoneó al despacho de Dick; le cogió en mitad de una charla con Raymond, pero Harry pudo decir:
—Me encantaría ver la casa. ¿Puedo ir contigo en el coche esta tarde?
—¡Por supuesto! ¿Te quedas esta noche con nosotros? ¡Así la ves por la mañana también! Le daré a Helen un telefonazo. Estará encantada, Harry.
De este modo, a las seis en punto, Harry y Dick se dirigieron al garaje y entraron en el coche de Dick. Fue un agradable paseo en coche de menos de cuarenta minutos, Dick estaba de buen humor y no intentó interrogar a Harry otra vez sobre cuál de las dos chicas sería. Dick habló sobre la conducción fácil y el camino cómodo que estaba tomando. Harry estaba pensando que tendría que comprar también un coche. Pero eso estaría dentro de sus posibilidades económicas. Sus padres, que vivían en Florida, le comprarían un coche como regalo de bodas, Harry estaba seguro, si dejaba caer una insinuación. En eso no había problema.
—Pareces tener la tensión prematrimonial —comentó Dick.
—No. Ja, ja —Harry suponía que había estado en silencio varios minutos.
Fueron primero a la casa de los Buck, porque estaba de camino y porque Dick quería que Harry viera el sitio y soñara con él. Dick dijo que no se había molestado en telefonear a Julie Buck, porque conocía muy bien a la pareja, y Julie era bastante natural.
Julie les dio la bienvenida con una sonrisa en el porche pintado de blanco.
Harry y Dick entraron en un gran vestíbulo donde había una escalera de madera encerada, alfombrada; tres amplias habitaciones daban al vestíbulo, una de ellas era la biblioteca. Julie dijo que estaba empaquetando los libros y había cajas de cartón con libros en el suelo, algunos de los estantes estaban vacíos. El hijo de los Buck tenía diez años, llevaba vaqueros con agujeros en las rodillas y los siguió por todos lados, jugueteando con un balón y mirando a Harry con curiosidad.
—Muy buenos manzanos. Tendrás que darles manzanas a los vecinos, producen tantas… —dijo Julie cuando miraban por una ventana del primer piso.
El césped cubría la pendiente que se extendía desde la parte trasera de la casa. Julie dijo algo acerca de un arroyo en una cañada más allá, que marcaba el límite de la propiedad. Los dormitorios del piso superior eran cuadrados y amplios, los dos baños no eran la última palabra en cuanto a modernidad, pero en cierto modo estaban bien para el campo. El vestíbulo del primer piso tenía una ventana que daba al frente de la casa y otra a la parte de atrás. Harry estaba entusiasmado, aunque desde luego no lo dijo.
—Me gusta. Pero tengo que pensarlo, ya sabes —dijo Harry—. Dick me dijo que disponía de un par de días.
—Oh, por supuesto. Deberías ver algunas otras casas también —dijo Julie—. Desde luego a nosotros nos encanta ésta y preferiríamos pensar que un amigo de los Hanson se queda con ella.
Julie insistió en invitarles a un whisky antes de que se fueran. Dick y Harry lo tomaron de pie en el salón, que tenía una chimenea. Bebieron el whisky solo y sabía muy agradable. ¿No sería maravilloso ser dueño de una casa como ésta?, estaba pensando Harry. ¿Y cuál de las chicas sería la dueña? Tuvo una visión de Lesley atravesando la puerta desde el vestíbulo, llevando una bandeja con algo, sonriendo con su divina sonrisa. Y casi inmediatamente vio a Connie caminando, rubia, tranquila y dulce, levantando sus ojos azules para mirarlo.
¡Dios mío!
Esa noche, después del rosbif, el queso y el vino en casa de los Hanson, Harry esperaba que tendría un sueño que pudiera iluminarlo acerca de Connie y Lesley. Connie o Lesley. No soñó nada en absoluto, o si lo hizo no recordó ningún sueño. Despertó y vio el empapelado de flores azules, los muebles de madera de arce, la luz del sol entrando en su habitación y pensó: ésta es la clase de vida que quiero. Aire fresco, no el aire contaminado de la ciudad.
Dick y Harry salieron a las ocho y media con los buenos deseos de Helen, que esperaba tanto como Dick que Harry se decidiera por la casa de los Buck. Por la mañana temprano, Harry se sintió más profundamente enamorado de la casa blanca, que podía, con una palabra y un cheque, ser suya. Una solución era, pensó Harry, hablarles a las dos chicas y preguntarles directamente si les gustaría una casa como ésta, este emplazamiento, y… cualquiera de las dos, Lesley o Connie, podía decir que no. Quizá por diferentes razones. Lesley podía encontrarlo imposible con su trabajo actual. Connie podía preferir una casa en Long Island. Harry odiaba sentirse indeciso, pero ¿qué otra cosa podía hacer? ¿De qué otra forma podía sentirse?
Cuando Harry intentó salir de dudas, haciendo la pregunta, en los días siguientes, descubrió que no podía. Pasó una noche en el apartamento de Connie, repleto de libros y manuscritos, y no pudo plantear el tema. Era jueves por la noche. ¿Sería que no quería renunciar a Lesley porque realmente la prefería a ella? Pero lo mismo sucedió con Lesley durante la apresurada comida del viernes. Harry estaba obligado a dar una respuesta a Dick ese día. Los Buck se marchaban el martes, y el lunes era el día para dar la casa a vender a la agencia, antes de irse a California. Harry consideró la posibilidad de mirar otras casas en la misma zona, pero el bajo precio de la casa de los Buck hacía que la gestión pareciera absurda. Con una ojeada a la sección de anuncios del periódico, Harry vio que la propiedad de los Buck era una ganga, teniendo en cuenta la superficie.
Harry se decidió al final de la comida con Lesley y dijo:
—He visto una casa…
Lesley le miró por encima de la taza de café.
—¿Sí? ¿Qué casa?
—Una casa en venta. Westchester. En la zona donde vive Dick Hanson. Ya sabes, Dick el de mi oficina. Te lo he presentado.
Continuaron la conversación. Harry le contó lo de la noche que pasó en casa de Dick, que la casa era una ganga y que estaba a treinta y cinco minutos de Manhattan, que había una estación de ferrocarril a tres kilómetros y también autobús.
Lesley parecía dudosa o indecisa. Estaba considerando el tema del transporte. Ni siquiera mencionaron la cuestión del matrimonio, quizá porque Lesley lo daba por descontado, pensó Harry.
—El problema está en que es tal ganga que quieren una respuesta ahora, o se la cederán a una agencia el lunes a un precio más alto.
Lesley dijo que le gustaría ver el sitio, de todos modos, ya que a Harry parecía gustarle tanto; ¿podrían quizá acercarse mañana? Harry dijo que estaba seguro de que podría arreglarlo, o bien con Dick, o con los Buck, a los que probablemente no les importaría nada recogerlos en la estación o en la parada del autobús. Esa tarde, Harry habló con Dick Hanson sobre la cita para la tarde del sábado con los Buck. Dick dijo que telefonearía a Norman Buck a su despacho de Nueva York para quedar. A las cuatro y media de esa tarde, Harry tenía ya una cita con Norman, quien le recogería del tren que salía de la Estación Central y llegaba a Gresham, Westchester, a las tres y media.
Harry tenía una cita esa tarde con Connie, que iba a venir a su piso. Harry hizo algunas compras en la tienda del barrio, habiendo decidido hablarle a Connie en casa y no en un restaurante. Estaba tan nervioso que una botella de vino tinto se le escapó de las manos y se rompió en el suelo de la cocina antes de que llegara Connie. Afortunadamente, tenía otra botella en la despensa, pero hacía tanto calor que Connie quizá prefiriese cerveza, aunque el vino era de los buenos.
Esa tarde justo antes de dejar el despacho había llegado a una conclusión desesperada pero al mismo tiempo no muy clara: invitaría a las dos chicas a ver la casa de Westchester. Podría por lo menos ver a cuál de las dos le gustaba más. Puede que hicieran una escena o puede que no. Tal vez las dos dijeran que no. Por lo menos se aclararía el ambiente. Harry no había sido capaz de concentrarse en toda la tarde y había realizado un mínimo del trabajo que debería haber hecho. Se había hecho el siguiente razonamiento: si le enseño la casa a las chicas por separado, ¿qué consigo? ¿Y si resultaba que a las dos, Lesley y Connie, les gustaba la casa igualmente? ¿Podría llegar a una decisión acerca de Connie o Lesley entonces? No. De alguna manera tenía que hacer una confrontación entre las dos y él, con la casa de Westchester al mismo tiempo. Como las chicas no se conocían, esto originaba otro problema: ¿presentarlas en la Estación Central y que viajaran en el mismo tren? Eso parecía impensable.
Harry se sirvió un whisky solo, no muy largo, y lo cogió con mano temblorosa. Había ocasiones en las que una persona necesita firmeza, pensó, y ésta era una de ellas. Harry recordó que le había dicho a Lesley después de la comida que la telefonearía para fijar la ida de mañana a Westchester. Sin embargo, no la había telefoneado. ¿Por qué no? Bueno, por una razón, más de la mitad de las veces no sabía adonde telefonearla a causa de la variabilidad de su lugar de trabajo. ¿Debería comprobar si estaba ahora en su piso? El teléfono sonó cuando Harry lo miraba con cara de enfado.
Era Lesley. Harry sonrió.
—Ahora mismo iba a llamarte .
—¿Concertaste alguna cita para mañana?
Harry dijo que sí, y tartamudeó algo acerca del tren que salía de la Estación Central a las tres o un par de minutos antes. Lesley le preguntó por qué estaba tan nervioso.
—No lo sé —dijo Harry, y Lesley rió.
—Si has conseguido arreglarlo todo con los Buck, no cambies nada, pero no podré estar a las tres, creo —dijo Lesley—. Werner, ya sabes, Werner Ludwig, me necesita mañana a las dos y sé que me necesitará por lo menos una hora, pero lo bueno es que vive cerca del pueblo que mencionaste.
—¿Gresham?
—Eso es, y dijo que estaría encantado de llevarme en su coche. Creo que incluso conoce la casa de los Buck. Así que podría estar allí para las cuatro, creo.
De repente el problema se había resuelto para Harry. O pospuesto, pensó, el encuentro de las chicas. Por lo menos no se conocerían en la Estación Central.
Colgaron y sonó el timbre de la puerta. Connie tenía su llave (lo mismo que Lesley), pero Connie siempre llamaba cuando sabía que él estaba en casa.
Los nervios de Harry no mejoraron durante la tarde. Estaba alegre, incluso hizo reír a Connie una vez, pero sus manos estaban temblorosas. Cuando se miraba las manos, no le temblaban.
—¿Nervios ya y ni siquiera has firmado nada? —preguntó Connie—. No tienes que quedarte con esa casa. Es la primera que has visto, ¿no? Nadie compra la primera casa que ve. —Connie hablaba con su estilo serio y lógico.
Él no funcionó en la cama esa noche. Connie lo encontró divertido, pero no tan divertido como lo habría encontrado Lesley. Había traído dos manuscritos. Durmieron hasta tarde el sábado por la mañana. (Harry se durmió por fin después de intentarlo varias horas, tratando de estar inmóvil para no molestar a Connie); ella leyó uno de los manuscritos después del desayuno hasta que fue la hora de marcharse. Cogieron un taxi para ir a la estación. Connie leía el segundo manuscrito, absorta y en silencio, durante el corto trayecto y no había pasado de la mitad cuando llegaron a Gresham, ya que hacía su trabajo tan cuidadosamente como siempre, Harry estaba seguro.
Los recogió Dick Hanson y no Norman Buck como Harry había esperado.
—¡Bienvenido Harry! —dijo Dick, todo sonrisas—. Así que… —Miraba a Connie.
—Connie Jaeger —dijo Harry—. Te la había presentado, creo. Estoy seguro.
Dick y Connie intercambiaron saludos y entraron en el coche de Dick, Harry en el asiento trasero, y se adentraron en el campo. Eran las cuatro menos veinte. ¿Se habría adelantado Lesley? ¿Sería peor que ella llegara cinco minutos después que ellos a la casa de los Buck? No. ¿Debería decir ahora que estaba esperando a otra persona? Harry intentó decir la primera frase y se dio cuenta de que no podía hacerlo. Quizá Lesley no llegara, después de todo. Tal vez Werner hubiera tenido un pinchazo, ¿se retrasarían? Y entonces ¿qué?
—Esta es la casa —dijo Dick, y giró en la carretera.
—Oh, muy bonita —dijo Connie, cortésmente y en voz baja.
Connie nunca se volcaba por nada, recordó Harry con cierto alivio.
Harry vio un coche ante la casa de los Buck, en el camino de gravilla. Luego vio a Lesley saliendo por la puerta principal, en el porche, con Julie Buck.
—Bien, bien, tienen visita —dijo Dick, echando el freno.
—Mi amiga Lesley —murmuró Harry. ¿Perdió la memoria durante los segundos siguientes? Le abrió a Connie la puerta del coche.
Cháchara. Presentaciones.
—Connie…, ésta es Lesley… Marker. Connie Jaeger —dijo Harry.
—Encantada de conocerte —dijeron las dos a la vez, mirándose a los ojos, como si estuvieran intentando recordar la cara de la otra. Sus sonrisas eran mínimas y corteses.
Dick movió los pies, se frotó las manos y dijo:
—Bien, ¿entramos todos y echamos un vistazo? ¿Podemos, Julie?
—¡Por supuesto! ¡Para eso estamos aquí! —dijo Julie alegremente, sin entender nada de la situación. Harry se dio cuenta.
Sintió que se adentraba en el purgatorio, en el infierno, en otra vida o quizá en la muerte. Las chicas estaban rígidas como palos; ni siquiera le miraban cuando pasaban de una habitación a otra. Julie les dio una gira turística, comentando defectos y virtudes, y como en muchas giras turísticas, Harry sentía que algunos de los turistas no estaban escuchando. Se dio cuenta de que las dos chicas se calibraban entre sí con fulgurantes miradas que eran seguidas por el desentendimiento de la otra. Dick Hanson tenía una expresión perpleja y ceñuda incluso cuando miraba a Harry.
—¿Qué pasa? —le susurró a Harry, cuando pudo.
Harry se encogió de hombros. Fue como una contracción nerviosa, aunque intentó durante un desesperado par de segundos decir algo inteligente o normal a Dick. No podía. La situación era grotesca, las habitaciones, la casa, de repente parecían sin sentido, el desfile bajando las escaleras tan inútil como el ensayo de una obra de teatro en la que nadie está interesado.
— Gracias , señora Buck —estaba diciendo Lesley con educada amabilidad en el vestíbulo de la planta baja.
El amigo que había traído a Lesley, evidentemente se había marchado porque el coche ya no estaba, observó Harry. Connie lo miraba con su sonrisa tranquila e inteligente. Su sonrisa no era amistosa, pero sí bastante divertida.
—Harry, si tú…
—Me temo que ya no hay nada que hacer —dijo Harry, interrumpiendo a Dick—. Nada.
Dick seguía desconcertado. También lo estaban los Buck, aunque Julie Buck quizá menos.
El fin , pensó Harry. Derrotado, acabado . Intentó mantenerse derecho, pero mentalmente estaba por los suelos, arrastrándose como un gusano.
—Quizá preferiríais hablar un poco… entre vosotros —dijo Norman Buck a Harry y a las chicas, señalando hacia la biblioteca a su derecha, donde ahora había más cajas de cartón en el suelo y menos libros en los estantes. Su gesto y su mirada habían incluido a Harry y a las dos chicas.
¿Pensaba Norman Buck que tenía un harén?, se preguntó Harry.
—No —dijo Lesley con frialdad—. No es culpa suya, señor Buck. Es una casa preciosa. Realmente. Muchas gracias, señora Buck. Creo que debo irme porque tengo una cita en Nueva York esta noche. ¿Puedo telefonear para pedir un taxi?
—Puedo llevarla yo mismo a la estación —dijo Nelson.
—O yo —dijo Dick—. No hay problema.
Quedaron de acuerdo en que Dick llevaría a Lesley. Y en ese momento Harry los acompañó al coche. Dick iba delante de ellos y abrió la puerta del coche. Lesley le dijo a Harry:
—¿Cuál era la idea, Harry? ¿Que cogiéramos el tren las dos ? —rió y en su risa Harry percibió un poco de amargura, pero también parecía sinceramente divertida—. Yo sabía que tenías una amiga, pero esto … es demasiado, ¿no? Adiós, Harry.
—¿ Cómo lo supiste? —preguntó Harry.
Lesley se había sentado en el asiento delantero.
—Fácil —dijo con voz tranquila.
—¿No vienes, Harry? —preguntó Dick.
—No. Me quedaré aquí con Connie. Adiós Lesley.
Harry volvió hacia la casa cuando se marcharon. ¿Quedarse con Connie? ¿Qué iba a decir ella ? Harry entró en el vestíbulo.
Connie, Julie y Norman Buck estaban conversando apaciblemente en el gran vestíbulo, Connie con la mano apoyada en el pasamanos de la escalera y con una pierna extendida. Su cara estaba sonriente, los ojos firmes cuando miraba a Harry. Los Buck los dejaron solos, Julie se fue a algún sitio en la parte trasera de la casa, Norman al salón a la derecha de Harry.
—Me voy también —dijo Connie, sin cambiar de postura—. Espero que seas feliz con Lesley.
— ¿Lesley? —dijo Harry en tono sorprendido. Simplemente le salió. Después no se le ocurrió nada que decir.
Connie se rió en silencio y se encogió de hombros.
—Ha sido agradable conocerla finalmente. Sabía que existía.
¿Estaban las mejillas de Harry sonrojadas a causa de la vergüenza? No estaba seguro.
—¿Cómo?
—Por un montón de pequeñas cosas. Los platos siempre estaban apilados de forma diferente cuanto yo llegaba los domingos. De una forma distinta que los miércoles. Pequeñas cosas.
Lentamente sacó un cigarrillo del bolsillo de su chaqueta de lona, después de poner el portafolios con el manuscrito en el suelo entre los pies.
Harry se lanzó para encenderle el cigarrillo, pero Connie se movió con rapidez, fuera del alcance de Harry, y lo encendió. La había perdido, Harry lo sabía.
—Lo siento Connie.
—¿Lo sientes? No sé. No es posible que hayas confundido tus citas —dijo, no como una pregunta, ni tampoco como una afirmación, sino como algo intermedio.
La seriedad de Connie, los sinceros ojos azules, el movimiento de su cabeza parecían taladrar el cuerpo de Harry de la cabeza a los pies. Connie había terminado, le había dicho adiós para sus adentros.
—Ha llegado mi taxi —dijo Connie, mirando detrás de Harry a través de la puerta principal abierta. Salió del vestíbulo para encontrar a Julie.
Luego Connie se dirigió al taxi y habló con los Buck un momento por la ventanilla abierta del taxi, antes de que éste arrancara.
Los Buck entraron en la casa; ambos parecían perplejos y Julie esbozaba una leve sonrisa, absurda teniendo en cuenta su ceño fruncido.
—Bueno —dijo Norman un poco pesadamente.
El momento se alivió con el sonido del coche de Dick acercándose. Los Buck se volvieron a mirarlo como si fuera un salvavidas. ¿Cuándo podría irse?, estaba pensando Harry. ¡Gracias a Dios que estaba Dick! Dick lo sacaría de allí. Era impensable que Harry hubiese cogido el mismo tren que una de las chicas o las dos.
—Harry, muchacho —dijo Dick y añadió lo mismo que había dicho Norman y en el mismo tono—. ¡Bueno!
—Quizá queráis hablar a solas —dijo Norman a Dick y Harry.
—Debería irme —dijo Harry—. Gracias a los dos… por haberos entretenido.
Algunas frases corteses más y Harry estaba en el coche de Dick, alejándose.
—Harry, por los clavos de Cristo… —empezó Dick en el tono malhumorado de un hermano mayor, de un hombre de mundo que había cometido algunos errores en su vida pero que había aprendido de ellos.
—Creo que lo hice deliberadamente —dijo Harry. Las palabras brotaron antes de que su cerebro las hubiera formado, o así lo sintió—. No podía tomar una decisión. Tenía que… desembarazarme de las dos. Las quiero a las dos .
—¡Tonterías! Bueno, no son tonterías. No quería decir eso. Algo… se podía haber arreglado… Pero, Dios mío, Harry, ¡traer a las dos de esta forma! Me dio la impresión de que no se conocían de antes.
—No se conocían.
—Ven a casa a tomar una copa. No te vendrá mal.
—No, gracias —dijo Harry. Sabía que iban camino de casa de Dick—. Preferiría ir a la estación, si no te importa.
Harry insistió, rechazando las protestas de Dick. Este quería que pasara la noche en su casa y charlar con él. Sabía cuál era el siguiente tren y no sería el que las chicas habrían tomado. Había varios trenes, dijo Dick, y probablemente las chicas habrían tomado dos diferentes, y de todos modos había un montón de compartimentos, así que no necesitaban viajar en el mismo vagón. Camino de la estación, Dick empezó otra vez a hablar acerca de encontrar una forma de remediar las cosas, decidir qué chica quería y entonces dejar a la otra o mantenerla de alguna forma.
—Las dos son maravillosas —dijo Dick—. ¡Comprendo tu problema! ¡Créeme Harry! Pero no abandones. No seas tonto. Puedes arreglar las cosas.
—Con estas chicas, no. No —dijo Harry—. Por eso las quiero. Son diferentes.
Dick movió la cabeza con desesperación. Habían llegado a la estación. Harry sacó un billete. Luego Harry y Dick se estrecharon las manos con un fuerte apretón que dejó la mano de Harry con hormigueo un par de minutos. Se dirigió solo hacia el andén y esperó; luego el tren llegó y se puso en marcha hacia la Estación Central. Deliberadamente. Sabía que lo había hecho deliberadamente. De alguna forma había querido hacer esto, romper con todo, ¿qué tenía ahora? La gente decía que el mundo estaba lleno de chicas, chicas preciosas. Quizá fuera verdad. Pero no había muchas tan interesantes como Lesley y Connie.
Durante la semana siguiente las chicas vinieron, por separado, y se llevaron sus cosas del piso de Harry en Jane Street, y las dos dejaron su llave bajo el felpudo.
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