Mark Rothko Foto de Henry Elkan |
La emoción religiosa de Rothko
Este alcance, traducido como religioso, lo analiza en un libro el doctor en Filosofía y catedrático de Estética Amador Vega Esquerra, que firma Sacrificio y creación en la pintura de Rothko (Siruela, 2010), el primer volumen que aborda de forma monográfica esta vinculación del genio de la abstracción al fenómeno religioso. A través de sus páginas se recorre un camino que es el mismo que hizo el artista en busca de “un arte capaz de despertar emociones sentimentales que entroncan directamente con las grandes emociones religiosas de la antigüedad, de la tragedia griega a la pintura italiana”, destaca Vega Esquerra, quien ha estudiado su obra siguiendo el proceso de abstracción como si se tratara de un proceso ritual, estableciendo un paralelismo entre la desfiguración de la imagen y la del cuerpo.
En efecto, la primera época de Rothko analizada en el libro nos descubre un pintor que avanza de las figuras surrealistas hacia la desaparición de la línea. Como explica el autor, “el pintor se percató de que la representación de la figura humana no le servía para transmitir las emociones fundamentales”. Ese abandono de las formas se concibe como parte de un sacrificio que demuestra cómo incluso en el secularizado siglo XX lo sagrado pervive en lo profano. De esta forma, ¿Puede asociarse el arte de Rothko a un arte puramente cristiano? El catedrático no lo tiene claro: “Así como otros pintores se interesaron por otras culturas, él siempre lo hizo por la tradición europea en general, por los griegos, los romanos, el arte medieval y el renacentista. Los temas de la religión cristiana son comunes a los mitos griegos”, explica.
A través de numerosas imágenes, Vega Esquerra va descubriendo el paralelismo del arte rothkiano con los frescos de Herculano, con Fra Angelico o con cierto arte bizantino, destacando el capítulo dedicado a la similitud de sus óleos con la Biblioteca Laurentiana, la obra de Miguel Ángel que comparte con Rothko la presentación de una serie de ventanas ciegas que, “como un espejo”, devuelven la mirada a quien las contempla, siendo siempre una apertura hacia dentro. Fue el propio Rothko el primer sorprendido con estos parecidos con su obra durante un viaje a Italia, según se indica en el volumen.
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