Cuando mi prima y yo bajamos del taxi, ya era casi de noche. Nos quedamos quietas frente al viejo piso de ventanas ovaladas, como dos ojos tristes, uno de ellos vaciado de una pedrada. Bajé la maleta al suelo y apreté el brazo de mi prima.
-Es siniestro.
Ella me empujó hacia la puerta. ¿Teníamos otra posibilidad? Ninguna pensión de las cercanías ofrecía un precio mejor a dos pobres estudiantes, con permiso, además, para usar el hornillo en la habitación: la dueña nos dijo por teléfono que podíamos guisar comidas ligeras a condición de no provocar un incendio. Subimos la añosa escalera, oliendo a ese antiséptico de alquitrán de la marca creolina.
– Al menos no muestra indicios de ser barata – dijo mi prima.
La dueña era una vieja rechoncha, con peluca más negra que ala de cuervo. Vestía un descolorido pijama de seda japonesa y tenía las uñas en garra recubiertas por una corteza de esmalte rojo oscuro, descascarillado en las puntas sucias. Encendió un canutillo.
– ¿Es usted quien estudia medicina? – preguntó soplando el humo en mi dirección.
– Estudio derecho. La de medicina es ella.
La mujer nos examinó con indiferencia. Debía de estar pensando en otra cosa cuando soltó una humarada tan densa que debí apartar la cara. La salita estaba oscura, atestada de muebles viejos, desiguales. En el sofá de paja perforada en el asiento, había dos cojines que parecían hechos con los restos de un antiguo vestido, bordados con cristalitos de azabache.
–Les voy a enseñar la habitación, queda en el ático – dijo ella, en medio de un acceso de tos. Hizo una señal para que la siguiésemos.
–El inquilino anterior también estudiaba medicina, tenía un cajoncito de huesos que olvidó aquí, estaba siempre revolviendo en ellos.
Mi prima se volvió:
– ¿Un cajón de huesos?
La mujer no respondió, concentrada en el esfuerzo de subir la estrecha escalera de caracol que llegaba a la habitación. Encendió la luz. La habitación era mínima, abuhardillada con el techo en declive, tan acentuado, que en ese trecho tendríamos que entrar a gatas. Dos camas, dos armarios y una silla de paja dorada. En el ángulo donde el techo casi tocaba el suelo, había un cajón tapado con plástico. Mi prima soltó la maleta y, poniéndose de rodillas, sacó el cajón tirando del asa de cuerda. Levantó el plástico. Parecía fascinada.
–¡Pero qué huesos tan pequeños! ¿Son de niño?
–Él dijo que eran de adulto. De un enano.
–¿De un enano? Es más, cualquiera puede ver que ya están formados… Pero qué maravilla, es raro por demás un esqueleto de enano. Y tan limpio, míralo – se admiró ella. Tomó en la punta de los dedos un pequeño cráneo de una blancura de cal.
– ¡Tan perfecto, todos los dientecitos!
– Yo iba a arrojar todo a la basura, pero si a usted le interesa puede quedarse con él. El baño está aquí al lado, sólo para ustedes, tengo el mío abajo. El baño caliente es extra. El teléfono también. El desayuno de siete a nueve; dejo la mesa puesta en la cocina con la botella térmica, cierren bien el termo, recomendó rascándose la cabeza. La peluca se desplazó ligeramente. Soltó un resoplido final–: Si dejan la puerta abierta mi gato se escapa.
Nos quedamos mirando y riendo mientras oíamos el golpeteo de sus zapatos de tacón en la escalera. Y la tos de acatarrada.
Vacié la maleta, colgué la blusa en una percha que introduje en un hueco de la veneciana, sujeté en la pared, con cinta adhesiva durex, un grabado de Grassman y senté mi osito de peluche sobre la almohada. Me quedé viendo a mi prima subir sobre la silla, desatornillar la lámpara pobrísima que colgaba de un hilo solitario en medio del techo, y en su lugar atornillar una lámpara de doscientas velas que sacó de la bolsa. La habitación estaba más alegre. Un inconveniente: se podía apreciar que la ropa de cama no era tan blanca; blanquísima era la pequeña tibia que sacó del cajón. La examinó. Quitó una vértebra y miró por el agujero, tan reducido como un anillo. Guardó las demás con la delicadeza de colocar huevos en una caja.
– Un enano. Rarísimo, ¿entiendes? Y creo que no falta ningún huesito, voy a traer los enlaces, quiero ver si este fin de semana empiezo a montarlo.
Abrimos una lata de sardinas y la comemos con pan, mi prima guarda siempre alguna lata escondida, suele estudiar hasta la madrugada y después cena. Al acabar el pan, abrió un paquete de galletas María.
– ¿De dónde viene ese olor? – pregunté olisqueando. Fui hasta el cajón, volví, olfateé el suelo.
– ¿No percibes un olor a quemado?
– Es de moho. La casa entera huele así – dijo. Y dejó el cajón debajo de la cama.
En el sueño, un enano rubio con chaleco de rombos y raya en medio del cabello, entró en la habitación fumando un puro. Se sentó en la cama de mi prima, cruzó las piernecitas y allí se puso muy serio observándola dormir. Quise gritar, hay un enano en el cuarto pero desperté antes. La luz estaba encendida. Arrodillada en el suelo, aún vestida, mi prima miraba fijamente algún punto del piso.
– ¿Qué estás haciendo ahí? – pregunté.
– Estas hormigas. Aparecieron de repente, ya agrupadas. ¿Así, tan decididas, lo ves?
Me puse en pie y di con unas hormigas pequeñas y rojizas que entraban formando una cinta densa por debajo de la puerta, atravesaban la habitación, subían por la pared del cajón de huesos y se deslizaban dentro, disciplinadas como un ejército en marcha ordenada.
– Son miles, nunca he visto tantas hormigas así. Y no tiene camino de vuelta, solo de ida – dije extrañada.
– Sólo de ida.
Le conté mi pesadilla con el enano sentado en su cama.
– Está debajo de ella –dijo mi prima y sacó el cajón. Levantó el plástico. – Negro de hormigas. Dame el frasco de alcohol.
–Debe de haber sobrado algo en esos huesos, y ellas lo descubrieron; las hormigas descubren todo. Yo que tú llevaba eso allá fuera.
–Pero los huesos están completamente limpios, ya te lo he dicho. No quedó ni una fibra de cartílago, limpísimos. Me gustaría saber lo que esas bandidas vienen a hozar aquí.
Sopló con fuerza el alcohol por todo el cajón. A continuación, se calzó los zapatos y, como un equilibrista caminando en el hilo de alambre, fue pisando firme, un pie delante del otro en la senda de hormigas. Fue y volvió dos veces. Apagó el cigarro. Acercó la silla. Y se quedó mirando dentro del cajoncito.
– Raro. Muy raro.
– ¿Qué es lo raro?
–Recuerdo que tiré el cráneo sobre el montón, recuerdo que hasta lo calcé con los omoplatos para que no rodara. Y ahora él está ahí en el fondo del cajón, con un omoplato a cada lado. ¿Acaso lo has movido?
–Dios me libre, me da asco de los huesos. Y aún más si son de enano.
Cubrió ella el cajoncito con el plástico, lo empujó con el pie y llevó el hornillo a la mesa, era la hora de su té. En el suelo, la senda de hormigas muertas era ahora una cinta oscura encogida. Una hormiguita que escapó de la matanza pasó cerca de mi pie, ya iba a aplastarla cuando vi que se llevaba las manos a la cabeza, como una persona desesperada. La dejé desaparecer en una ranura del piso.
Volví a soñar de manera aflictiva, pero esta vez se trataba de la vieja pesadilla en torno a los exámenes, el profesor haciendo una pregunta detrás de otra, y yo muda ante el único punto que no había estudiado. A las seis el despertador sonó vehemente. Cerré el timbre. Mi prima dormía con la cabeza cubierta. En el baño, miré cuidadosamente las paredes, el suelo de cemento, en busca de hormigas.
No vi ninguna. Volví de puntillas y entonces entreabrí las hojas de la veneciana. El olor sospechoso de anoche había desaparecido. Miré al suelo: desapareció también la senda del ejército masacrado. Espié debajo de la cama y no vi el menor movimiento de hormigas en el cajón cubierto.
Cuando llegué, alrededor de las siete de la tarde, mi prima ya estaba en la habitación. La encontré tan abatida que cargué de sal la tortilla, tenía la presión baja. Comimos en un silencio voraz. Entonces me acordé:
– ¿Y las hormigas?
– Hasta ahora, ninguna.
– ¿Has barrido las muertas?
Ella me miró.
– No barrí nada, estaba exhausta. ¿No barriste tú?
– ¿Yo? Cuando me desperté, no había ni rastro de hormiga en el suelo. Estaba segura de que antes de acostarte dejaste todo limpio. Pero entonces, ¿quién fue?
Ella apretó los ojos estrábicos, se quedaba estrábica cuando se preocupaba
– Muy extraño. Incluso extrañísimo.
Fui a buscar la tableta de chocolate, y cerca de la puerta sentí de nuevo el olor, ¿sería moho? No me parecía un olor tan inocente; quise llamar la atención de mi prima en ese aspecto, pero estaba tan deprimida que me pareció mejor quedarme quieta. Rocié de agua de colonia flor de manzana toda la habitación (¿y si oliese como un huerto?) Y me acosté temprano. Tuve el segundo tipo de sueño que competía en las repeticiones con el sueño de la prueba oral: en él, yo quedaba con dos novios al mismo tiempo. Y en el mismo lugar. Llegaba el primero y mi preocupación era despedirlo antes de que llegase el segundo. El segundo, esta vez, era el enano. Cuando estaba sumida en silencio y oscuridad, la voz de mi prima me sacó a la superficie. Abrí los ojos con esfuerzo. Ella estaba sentada al borde de mi cama, en pijama y estrábica.
– Volvieron.
– ¿Quienes?
– Las hormigas. Sólo atacan de noche, antes de la madrugada. Están todas ahí de nuevo.
La senda de la víspera, intensa, cerrada, seguía el antiguo recorrido de la puerta al cajón de huesos, por donde subía en la misma formación hasta descomponerse allí. No hay camino de vuelta.
– ¿Y los huesos?
Ella se resguardó en la colcha, estaba temblando.
-Ahí está el misterio. ¡Sucedió algo, no sé nada más! Me desperté para hacer pipí, debían de ser las tres. Al volver al cuarto sentí que había algo más, ¿me estás entendiendo? Miré al suelo y vi la fila compacta de hormigas, ¿recuerdas que no había ninguna cuando llegamos? Fui a ver el cajoncito, todas entrelazadas dentro, lógico; pero no fue eso lo que casi me hace caer de espaldas. Ocurre algo más grave: los huesos están cambiando de posición, yo ya desconfiaba, pero ahora estoy segura, poco a poco ellas están … se están organizando.
– ¿Cómo, organizando?
Mi prima quedó pensativa. Empecé a temblar de frío, cogí un extremo de su colcha. Cubrí mi osito de peluche con la sábana.
–¿Recuerdas el cráneo entre los omoplatos? No quedó así. Ahora es la columna vertebral la que ya está casi formada, una vértebra detrás de la otra, cada hueso ocupando su lugar, alguien del oficio está montando el esqueleto, un poco más y... ¡Ven a verlo!
–Te creo, no quiero ver nada. ¿Están formando al enano, es eso?
Nos quedamos mirando el reguero rapidísimo, tan apretado que no cabría siquiera un átomo de polvo. La puse con el mayor cuidado cuando fui a calentar el té. Una hormiguita extraviada (¿la misma de la otra noche?) sacudía la cabeza entre las manos. Empecé a reír, y reí tanto que, si el suelo no hubiera estado ocupado, rodaría por allí de tanta risa. Dormimos las dos mujeres en mi cama. Mi prima dormía aún cuando salí hacia la primera clase. En el suelo, ni sombra de hormigas: muertas y vivas, desaparecían con la luz del día.
Volví tarde esa noche, un colega se había casado y tuve fiesta. Llegué animada, con ganas de cantar, me pasé de la raya. Hasta llegar a la escalera no me acordé: el enano. Mi prima arrastró la mesa hacia la puerta y estudiaba con la tetera humeando en el hornillo.
–Hoy no voy a dormir, quiero quedarme de vigía – me avisó.
El piso todavía estaba limpio. Me abracé al osito.
–Tengo miedo.
Ella fue a buscar una píldora para mitigar mi resaca, me hizo tragar la píldora con un trago de té y me ayudó a desvestirme.
–Me quedo vigilando, puedes dormir tranquila. Hasta el momento no ha aparecido ninguna, llegarán pronto. Examiné con lupa la rendija que deja la puerta por debajo. ¿sabes que no he podido averiguar de dónde surgen?
Me acosté en la cama, creo que ya no respondí. En la parte superior de la escalera el enano me agarró por las muñecas y giró conmigo hasta la habitación, despierta, despierta. Tardé en reconocer a mi prima que me sostenía por los codos. Estaba lívida. Y estrábica.
–Regresaron –dijo.
Apreté entre las manos la cabeza dolorida.
–¿Están ahí?
Su tono era como el de una hormiguita que hablara con su voz.
–Acabé durmiendo sobre la mesa, estaba exhausta. Cuando me desperté, el reguero ya había alcanzado su plenitud. Entonces fui a ver el cajón: sucedió lo que yo esperaba…
– ¿Que pasó? Habla rápidamente, ¿qué fue?
Ella dirigió la mirada oblicua al cajón debajo de la cama.
–Lo están montando. Y rápidamente, ¿entiendes? El esqueleto está casi acabado, sólo falta el fémur. Y los huesitos de la mano izquierda lo colocarán en un instante. Vámonos ahora de aquí.
–¿Hablas en serio?
–Vamos sin tardanza, ya dispuse las maletas.
La mesa estaba limpia y vacíos los armarios abiertos.
–¿Pero salir así, de madrugada? ¿Podemos marchar de esta manera?
–Inmediatamente, es mejor no esperar a que la bruja despierte. Vamos, levántate.
–¿Y a dónde vamos?
–No importa, después lo decidimos. Vamos, compréndelo, tenemos que salir antes de que el enano quede terminado.
Miré de lejos el camino de hormigas: nunca me parecieron tan rápidas. Me puse los zapatos, despegué el grabado de la pared, introduje el oso en el bolsillo de la japonesa y fuimos arrastrando las maletas escaleras abajo, mas debido al intenso olor que venía de la habitación, dejamos la puerta abierta. ¿Fue un maullido prolongado del gato, o fue un grito?
En el cielo, las últimas estrellas ya palidecían. Cuando fijé la vista en la casa, sólo la ventana sin cristal nos veía, el otro ojo estaba en penumbra.
PESSOA
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Primeramente, me gustaría felicitarlo por el trabajo de traducción que usted muy hizo. Soy profesor universitario y estudio los relatos fantásticos, entre ellos los de Lygia Fagundes Telles. Hace anõs presenté una ponencia en la Universidad de Oporto, Portugal, en un evento internacional cuyos textos fueron publicados en una revista de la misma universidad: Cadernos de Literatura Comparada. En ese trabajo, estudio la problemática del doble en los cuentos "Casa tomada", de Cortázar, y "Las hormigas", de Lygia. Si quieres, te lo puedo enviar. De todos modos, me gustaría proponerte dos pequeñas correcciones en tu traducción. Cuando la estudiante de Medicina dijo "Pelo menos não vi sinal de barata", tradujiste "Al menos no muestra indicios de ser barata". Lo correcto sería "Al menos no he visto rastros de cucaracha", ya que la prima se refiere a aquel insecto asqueroso. En portugués, la palabra "barata" puede ser el antónimo de "cara"o el insecto, siendo, por lo tanto, un caso de homonímia. Cuando tradujiste "Dormimos juntas na minha cama", no creo que sea una buena idea poner "Dormimos las dos mujeres en mi cama", pues ese cuento muestra un ritual de pasaje, ya que ambas tienen que enfrentarse a sus miedos, son más bien adolescentes aunque estén en la universidad. El comportamiento de la narradora, por ejemplo, de abrazarse al osito, demuestra que aun porta símbolos de la infancia. Es importante ver que los tres sueños aflictivos con el enano demuestran ese ritual de pasaje de infancia a adolescencia, con elementos sexuales. Lo demás está perfecto. Te felicito mucho por ese trabajo de traducción y divulgación de nuestra literatura. Es pena que Lygia Fagundes Telles no haya ganado el Nobel de Literatura que fue a manos de Bob Dylan. !Saludos desde Brasil!
ResponderEliminarLa traducción no es mía sino de Pedro Sevylla de Juana. Le agradezco sus observaciones. Puede enviar el texto sobre Cortázar y Fagundes a este correo: eltriunfoarciniegas@yahoo.com
EliminarPrimeramente, me gustaría felicitarlo por el trabajo de traducción que usted muy bien hizo. Soy profesor universitario y estudio los relatos fantásticos, entre ellos los de Lygia Fagundes Telles. Hace anõs presenté una ponencia en la Universidad de Oporto, Portugal, en un evento internacional cuyos textos fueron publicados en una revista de la misma universidad: Cadernos de Literatura Comparada. En ese trabajo, estudio la problemática del doble en los cuentos "Casa tomada", de Cortázar, y "Las hormigas", de Lygia. Si quieres, te lo puedo enviar. De todos modos, me gustaría proponerte dos pequeñas correcciones en tu traducción. Cuando la estudiante de Medicina dijo "Pelo menos não vi sinal de barata", tradujiste "Al menos no muestra indicios de ser barata". Lo correcto sería "Al menos no he visto rastros de cucaracha", ya que la prima se refiere a aquel insecto asqueroso. En portugués, la palabra "barata" puede ser el antónimo de "cara"o el insecto, siendo, por lo tanto, un caso de homonímia. Cuando tradujiste "Dormimos juntas na minha cama", no creo que sea una buena idea poner "Dormimos las dos mujeres en mi cama", pues ese cuento muestra un ritual de pasaje, ya que ambas tienen que enfrentarse a sus miedos, son más bien adolescentes aunque estén en la universidad. Sería mejor "Dormimos las dos en mi cama". El comportamiento de la narradora, por ejemplo, de abrazarse al osito, demuestra que aun porta símbolos de la infancia. Es importante ver que los tres sueños aflictivos con el enano demuestran ese ritual de pasaje de infancia a adolescencia, con elementos sexuales. Lo demás está perfecto. Te felicito mucho por ese trabajo de traducción y divulgación de nuestra literatura. Es pena que Lygia Fagundes Telles no haya ganado el Nobel de Literatura de 2016, que llegó a manos de Bob Dylan. !Saludos desde Brasil! Fernando de Moraes Gebra
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