LA ARTISTA
Little Tales of Misogyny
En la época en que Jane se casó, no parecía haber nada
extraño en ella. Era regordeta, bonita y muy práctica: capaz de hacer la
respiración artificial en un abrir y cerrar de ojos, reanimar a una persona
desmayada, o detener una hemorragia nasal. Era ayudante de un dentista y no se inmutaba
ante una crisis o un dolor. Pero sentía entusiasmo por las artes. ¿Qué artes?
Todas. Empezó, durante el primer año de casada, con la pintura. Esto ocupaba
todos sus sábados, o suficientes horas del sábado como para impedirle hacer la
compra del fin de semana, pero la hacía Bob, su marido. También era él quien
pagaba el enmarcado de los retratos al óleo, sucios y con los colores corridos,
de sus amistades. Las sesiones de posado de los amigos también consumían buena
parte del tiempo durante el fin de semana. Al fin, Jane admitió el hecho de que
no lograba evitar que los colores se corriesen, y decidió abandonar la pintura
por la danza.
La danza, enfundada en un leotardo negro, no mejoró mucho su
maciza figura, únicamente su apetito. Luego vinieron las zapatillas especiales.
Estaba aprendiendo ballet. Había descubierto una institución llamada La Escuela
de las Artes. En este edificio de cinco plantas se enseñaba piano, violín y
otros instrumentos, composición musical, a escribir novela o poesía, y danza y
pintura.
—¿Ves, Bob? Se puede y se debe hacer que la vida sea hermosa
—decía Jane con su amplia sonrisa—. Y todo el mundo quiere contribuir un
poquitín, si puede, a la belleza y la poesía del mundo.
Mientras tanto, Bob vaciaba la basura y se encargaba de que
no se quedaran sin patatas. El ballet de Jane no progresaba más allá de cierto
punto, así que lo dejó y se dedicó al canto.
—Yo creo que la vida es bastante hermosa tal y como es —dijo
Bob—. Por lo menos, yo soy bastante feliz.
Esto fue en la temporada del canto, a consecuencia del cual
habían tenido que meter un piano vertical en el ya abarrotado cuarto de estar.
Por alguna razón, Jane dejó sus lecciones de canto y empezó
a estudiar escultura y talla en madera. El cuarto de estar quedaba hecho una
pena, lleno de trocitos de barro y astillas con las que no siempre podía la
aspiradora. Jane estaba demasiado cansada para hacer nada después de un día de
trabajo en la consulta del dentista y de permanecer de pie luchando con el
barro y la madera hasta medianoche.
Bob llegó a odiar La Escuela de las Artes. La había visto
unas cuantas veces, cuando iba a recoger a Jane a eso de las once. (El barrio
era peligroso para andar sola.) A Bob le parecía que todos los alumnos eran un
montón de optimistas mal encaminados y los profesores un montón de
mediocridades. Aquello le daba la impresión de un manicomio de esfuerzos
desviados. ¿Y cuántos hogares, hijos y maridos estaban trastornados porque la
mujer de la casa —la mayoría de los alumnos eran mujeres— no estaba en el hogar
haciendo algunas tareas esenciales? A él le parecía que no había inspiración en
La Escuela de las Artes, solamente el deseo de imitar a las personas que la
habían tenido, como Chopin, Beethoven y Bach, cuyas obras oía destrozar
mientras esperaba a su mujer sentado en un banco del vestíbulo.
La gente llamaba locos a los artistas, pero estos alumnos
parecían incapaces de esa clase de locura. Los estudiantes parecían locos, en
cierto sentido de la palabra, pero no en el sentido adecuado. Considerando el
tiempo que La Escuela de las Artes le privaba de su mujer, Bob estaba dispuesto
a hacer saltar el edificio en cachitos.
No tuvo que esperar mucho, pero no fue él quien voló el
edificio. Alguien —más tarde se comprobó que había sido un instructor— puso una
bomba debajo de La Escuela de las Artes, lista para estallar a las cuatro de la
tarde. Era el día de Nochevieja y, a pesar de que era media fiesta, los
estudiantes de todas las artes estaban practicando laboriosamente. La Policía y
algunos periódicos habían recibido aviso de la bomba. El problema era que nadie
la encontraba y también que la mayoría de la gente no creía que fuese a estallar
ninguna bomba. Debido al ambiente del barrio habían sufrido sustos y amenazas
con anterioridad. Pero la bomba estalló, evidentemente, desde las profundidades
del sótano, y debía ser de buen tamaño.
Dio la casualidad de que Bob estaba allí, porque tenía que
recoger a Jane a las cinco. Había oído el rumor de la bomba, pero no sabía si
creérselo o no. Por precaución, sin embargo, o por una premonición, estaba
esperando al otro lado de la calle en lugar de hacerlo en el vestíbulo.
Un piano salió por el tejado, un poco separado del pianista
que seguía sentado en el taburete, tecleando en el vacío. Una bailarina logró
al fin dar unas pocas vueltas completas sin que sus pies tocaran el suelo, ya
que se hallaba a una altura de cuatrocientos metros, y además sus pies
apuntaban hacia el cielo. Un alumno de pintura fue lanzado a través de una
pared, el pincel en suspenso, dispuesto a dar la pincelada maestra mientras
flotaba horizontalmente camino del verdadero olvido. Un instructor, que se
refugiaba tan a menudo como podía en los lavabos de La Escuela de las Artes,
salió disparado junto con parte de las cañerías.
A continuación apareció Jane, volando por los aires con un
mazo en una mano, un cincel en la otra, y una expresión de éxtasis en la cara.
¿Estaba pasmada, concentrada aún en su obra, o ya muerta? Bob no pudo saberlo.
Las partículas fueron cayendo con un suave y decreciente estrépito, levantando
una polvareda gris. Hubo unos segundos de silencio, durante los cuales Bob
permaneció inmóvil. Luego, dio media vuelta y se dirigió a casa. Surgirán otras
Escuelas de las Artes, de eso estaba seguro. Curiosamente, esta idea cruzó su
mente antes de que se diera cuenta de que su esposa se había ido para siempre.
Pequeños cuentos misóginos
hola me ayudas con estas preguntas
ResponderEliminarlas ideas principales del texto los recursos estilisticos
incedencial social
valoracion reconocimiento