Graham Greene
Patricia Highsmith
Patricia Highsmith es una autora de novelas de detectives cuyos libros se pueden releer una y otra vez. De muy pocos se puede decir esto. Es una escritora que ha creado su propio mundo, un mundo claustrofóbico e irracional, en el cual entramos cada vez con un sentimiento de peligro personal, con la cabeza inclinada para mirar por encima del hombro, incluso con cierta renuencia, pues vamos a experimentar placeres crueles, hasta que, en algún punto, allá por el capítulo tercero, se cierra la frontera detrás de nosotros, y ya no podemos retirarnos, estamos condenados a vivir hasta el fin del relato con uno más de su larga serie de hombres buscados por la policía.
Agrava la tensión el hecho de que nunca estamos seguros de si ni siquiera los peores de ellos, como el talentoso señor Ripley, se saldrán con la suya, o de si los relativamente inocentes no sufrirán, como el chapucero Walter, o de si no escaparán por completo los relativamente culpables, como Sydney Bartleby de Una suspensión de la piedad . Es un mundo sin finales morales, que no tiene nada en común con el mundo heroico de sus pares, Hammett y Chandler, y sus detectives (a veces monstruos de crueldad, como el americano teniente Cordby de El chapucero , o aburridos tipos racionales y comprensivos, como el inspector británico Brockway) no tienen nada en común con los detectives románticos y desilusionados que —lo sabemos— siempre acabarán venciendo al mal y lograrán que se haga justicia, incluso a costa de enviar a la silla eléctrica a una amante.
Nada es seguro, una vez traspuesta esta frontera. No es el mundo tal como creíamos conocerlo, pero resulta inquietantemente más real para nosotros que la casa de los vecinos. Los actos son súbitos e improvisados y los motivos son a menudo tan inexplicables que nos hemos de conformar con aceptarlos a ojos cerrados. Lo creo puesto que es imposible. Sus personajes son irracionales y aparecen vivos por su misma falta de razón; súbitamente nos damos cuenta de cuán increíblemente racionales son la mayoría de los personajes de ficción, mientras viven sus vidas desde la A a la Z, como viajeros a los suburbios que siempre toman el mismo tren. Los motivos de esos personajes nunca son inexplicables porque son abrumadoramente evidentes. Los personajes son tan planos como un símbolo matemático. Los habíamos aceptado como reales, pero al mirarlos desde el lado de la frontera donde está Patricia Highsmith, nos damos cuenta de que nuestro mundo no era en realidad tan racional como creíamos. Súbitamente, con un sentimiento de miedo, pensamos: «Tal vez realmente pertenezco a este mundo de aquí», y al caminar por la calle familiar pasamos con un escalofrío por delante de las oficinas del American Express, el centro, para tantos de los personajes turbios de Patricia Highsmith, de su desarraigada experiencia europea, donde se recogen las cartas (aunque el nombre del sobre sea probablemente falso) y donde se cobran los cheques de viajero (con la firma falsificada).
Los relatos breves de Patricia Highsmith no nos decepcionan, aunque a veces podamos echarlos de lado más fácilmente a causa de su brevedad. No hemos vivido lo bastante con ellos para encontrarnos totalmente absortos. Patricia Highsmith es una poetisa de la aprensión y el recelo más bien que del miedo. El miedo, al cabo de un tiempo, como bien lo aprendimos con el blitz de la guerra, es narcótico; puede, con la fatiga, provocar el sueño, pero el recelo hace vibrar los nervios suave e inescapablemente. Hemos de aprender a vivir con él. A mi modo de ver, la novela mejor de Patricia Highsmith es El estremecimiento de la falsificación y si me preguntaran por su tema, respondería que es el recelo, la aprensión. Naturalmente, en sus relatos breves, Patricia Higshmith ha de adoptar otro método. Busca la estocada rápida más bien que el lento cerco del lector. Cuán admirablemente y con qué habilidad nos caza. Algunos de esos relatos se escribieron hace más de veinte años, antes de su primera novela, Extraños en un tren , pero no nos dan la impresión de que estuviera aprendiendo su oficio con fallos, con tanteos. «La heroína», publicado hace cerca de un cuarto de siglo, es un estudio del recelo tanto como su última novela. Desde su primera entrevista podemos sentir cuán peligrosa (e irracional) es la joven niñera. Sentimos deseos de gritar a los padres: «Líbrense de ella antes de que sea tarde».
Mi relato favorito, en esta colección, es el titulado «Cuando la escuadra llegó a Mobile», con el conmovedor horror del desenlace que nos presenta a Patricia Highsmith en su más perfecta claustrofobia. «La tortuga de agua dulce», un relato reciente, es una historia cruel de la infancia que puede resistir la comparación con la obra maestra de Saki, Sredni Vashtar, y por su horror físico, que es una emoción raramente evocada por Patricia Highsmith, «El observador de caracoles» es difícil de superar. El señor Knoppert tiene, respecto a sus caracoles, la misma actitud que Patricia Highsmith respecto a los seres humanos. Los observa con la misma curiosidad sin emoción con que Patricia Highsmith observa al talentoso señor Ripley:
«El señor Knoppert había entrado una tarde en la cocina a buscar un bocado antes de cenar, y casualmente se fijó en que un par de caracoles, en el recipiente de porcelana sobre la escurridera, se comportaban de modo muy extraño. Irguiéndose más o menos sobre sus colas, oscilaban uno frente a otro, exactamente como un par de serpientes hipnotizadas por un flautista. Un momento después, sus rostros se juntaron en un beso de voluptuosa intensidad. El señor Knoppert se acercó y los examinó desde todos los ángulos. Algo más sucedía: una protuberancia, algo parecido a una oreja, estaba apareciendo en el lado derecho de la cabeza de ambos caracoles. Su instinto le dijo que estaba observando algún tipo de actividad sexual».Graham Greene
Prólogo de Once
Once
No hay comentarios:
Publicar un comentario