martes, 29 de noviembre de 2022

Katherine Mansfield / Para leer despacio

Katherine Mansfield



Katherine Mansfield
PARA LEER DESPACIO

José Luis González
12 de febrero de 2011
Pocos libros publicó en vida esta cuentista de insatisfecho corazón, en cierto modo un modelo de avanzada mujer contemporánea en muchas de sus actitudes, escindida por dentro, una de las cuentistas sutiles del XX. 'Felicidad y otros cuentos' (1921), al que inmediatamente seguiría 'Fiesta en el jardín y otros cuentos' (1922), demostraron cómo podía alcanzar éxito una narrativa de exquisita sensibilidad y de novedades de estilo en aquellos años. De sus variadas cualidades para la escritura destacan su acierto en recrear diálogos cotidianos y su facilidad para conseguir que los detalles no se degraden en hechos nimios: el acto de cerrar una puerta, la desazón de tenerse reproducida en un espejo alto, mirar un esbelto frutal en flor como se mira la representación de la dicha, una mosca caída en un tintero a la que un hombre de negocios aplasta, las sugerencias de dos fichas redondas sobre un tablero que se persiguen como seres vivos... hacen el eco de actitudes, decisiones o estados que contornean la narración, y más que decir resueltamente prefieren sugerir o mostrar. O si quien lee se deja subyugar descifra en ellos apuntes de simbología. Los relatos más maduros de Katherine Mansfield -la tuberculosis la privó de vivir más allá de los treinta y cinco años- seducen por quedar el desenlace apaciblemente abierto, aunque también pueda resultar un cierre en apariencia abrupto. Cuenta más la atmósfera, la temperatura, irónica en ocasiones, que la progresión, el goteo de la intriga. Lo sumergido, más que lo que flota. Leerla te hace testigo inmediato y ciudadano de su mundo y sus difíciles paraísos. Repelida por bastantes de quienes la trataron -hasta por su propia madre, hasta por otros autores menos innovadores- pero innegablemente admirada como narradora, la sentimentalidad de Katherine Mansfield se sucede en sus relatos hipersensibles y en los altibajos de su propia vida, plasmados a veces en sus narraciones. Admirables son sus relatos menos cortos. 

'En la bahía', o 'Bliss', por ejemplo, 'Felicidad', que cuenta la tarde-noche de primavera crucialmente decisiva para la joven casada y reciente madre Bertha Young, cuando descubre en su propia casa londinense, entre sus adinerados y exquisitos invitados a cenar, que la hermosa mujer por la que ella misma siente atracción pero le impulsa a querer más a su esposo es nada menos que la amante de su marido. Pero el relato supera esa sorpresa argumental, esa epifanía, por supuesto, y ahí está su otra gracia. 'Fiesta en el jardín' de la familia Sheridan es otro de los cuentos característicos de Mansfield. Las minucias de los preparativos, el tenue trasiego y la armonía de la celebración se quiebran, especialmente para una de las hijas, la sensible y valiente Laura, que se entera de que un hombre de su vecindario, con menos fortuna y bastantes menos bienes, acaba de darse de bruces con la muerte. Laura Sheridan tendrá en el filo del alma el envés de la vida, el anverso de las ilusiones chafadas por la realidad, las certezas del miedo, el refugio en quienes le quieren, en los últimos momentos de ese día lleno, como siempre en Katherine Mansfield, de intensidades. Presente en numerosas antologías, el cuento de 1922 'La mosca' ('The Fly') transcurre un martes frío en un despacho renovado de Londres. El deteriorado Woodifield a punto está de acabar la visita a su antiguo jefe, mayor que él pero todavía en activo. Muebles cambiados, calefacción eléctrica, aunque sigue la foto militar del hijo, el único del jefe. 

Después de un whisky, Woodifield le cuenta que sus hijas han visitado en Bélgica las tumbas de su propio hijo y del de su jefe, bajas de la Primera Guerra Mundial. Luego, a solas, el empresario juega mortalmente con una mosca caída en el tintero. Se han multiplicado las interpretaciones: la premonición de la tuberculosis, la protesta contra la guerra y la enfermedad, contra lo inevitable de la muerte. Recuerdos alemanes y contrastes de mujeres sacrificadas -o inmoladas- aparecen en 'Frau Brechenmacher asiste a una boda', trasuntos de su infancia neozelandesa en 'Preludio'. Excelente el cuento 'Las hijas del difunto coronel'. Y curiosos relatos póstumos, como 'Seis peniques', donde intervienen varones. En español existen varias ediciones de su narrativa breve: completos en Alba y en Debolsillo, una selección cronológica en Alianza preparada por el profesor Dunstan Ward. Y guardan interés las cartas y diarios de Katherine Mansfield, esa casi Chejov mujer, sensual, sensible, perfeccionista, delicadamente irónica. Para leer despacio, desde luego.

EL COMERCIO




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