Mohamed Mrabet: "Paul Bowles fue un hijo de la gran puta. No me pagó ni un franco"
Cabaret Voltaire recupera los 13 libros, incluido uno inédito, que publicó el escritor estadounidense con las historias que le relató el cuentacuentos marroquí
Manuel Llorente
Madrid, 22 de noviembre de 2019
«Conocí a Jane Bowles en una fiesta de americanos. Estaba sola, con un vaso en la mano, fumando y debajo de un árbol. Le pregunté por qué estaba sola y me dijo que su marido se había ido a Argelia a grabar música. 'Aquí las mujeres sólo hablan de jóvenes guapas, y los hombres de jóvenes guapos'. Le conté una historia y luego otra, y se rio. La ayudé a incorporarse porque estaba muy enferma. Bebía dos o tres litros de vino al día y fumaba cuatro o cinco paquetes de cigarros. Él [Paul Bowles] no se preocupaba por ella, la trataba como a un trapo de cocina».
Mohamed Mrabet no habla con odio pero sí con firmeza, sin levantar la voz, en un español suave y afrancesado. El miércoles presentó en la Casa Árabe de Madrid un ambicioso proyecto de la editorial Cabaret Voltaire que se ha iniciado con un libro inédito, El limón, y la recuperación de Amor por un puñado de pelos. Trece títulos en total a raíz de uno por año. Él tiene hoy 83 años.
Tras aquella fiesta, Jane contó a su marido, Paul Bowles, su encuentro con aquel muchacho, le invitaron a casa, volvió a contar más historias y así surgió su relación literaria. «Comencé a ir a verle varias veces por semana, y cada vez pasaba unas dos horas grabando historias. Algunas eran cuentos oídos en los cafés; otras, sueños; otras, invenciones que hacía a medida que las grababa; y otras, en fin, cosas que me habían pasado realmente», puede leerse en Mira y corre. Mi autobiografía contada a Paul Bowles (Anagrama) de Mrabet, hoy ya inencontrable y que será tambien recuperada por Cabaret Voltaire, según confirma su editor, Miguel Lázaro.
«Estuve 47 años con ellos», dice ahora Mrabet, entonces analfabeto. Durante esos años también hizo de chófer y cocinero de los Bowles. Mrabet fabulaba sin parar ante un magnetofón en dariya, el dialecto local árabe, y luego se lo contaba en español a Bowles (bilingüe), que lo transcribía en inglés. «Llegaban cheques de hasta 300 dólares, pero al principio no le decía nada a su mujer. Luego ella le dijo que me diera algo, pero nunca recibí ni un franco. Dejé en un armario de ellos piezas de oro y plata de hace 100, 200 años, pinturas mías, todo se fue. En Nueva York se hicieron exposiciones con los libros de mis historias. Todos sus libros están hechos con mis historias. Digo la verdad, lo juro por dios, por mis hijos y mis nietos, era un hijo de la gran puta. Nunca les hice daño, le ayudé cuando estaba enfermo, le afeitaba, le llevaba en la cama. Porque el Corán dice que hay que ayudar a los judíos, a los budistas, a todos».
El escenario de aquello fue el Tánger de los años 50 y 60, aquella ciudad internacional que no sabía de pasaportes, donde el día y la noche se confundían, sobre todo desde que Paul Bowles fuera portada de la revista Life. Todos tenían que viajar hasta Tánger, y hasta allí peregrinaron Truman Capote, William Burroughs, Tennessee Williams, Barbara Hutton, Mick Jagger... Y Mrabet, entre ellos. Primero de camarero, luego uno más. Incluso fue invitado a pasar unos meses en Estados Unidos, y anduvo por Iowa y Nueva York. Hasta que se cansó de unas costumbres que le parecieron puritanas, poco naturales.
Los relatos de Mrabet son sencillos, describen la vida cotidiana de amigos, de tardes en la playa, de relaciones con mujeres, de conversaciones con una pipa de kif en la mano. Sobresale Amor por un puñado de pelos, el primer libro de la factoría Mrabet/Bowles, donde aparece la brujería, un complicado matrimonio apañado, la lucha por la vida, estibadores, cenas improvisadas, cafés... Mrabet era en esa época pescador y boxeador profesional. «Viví un año y ocho meses en Madrid, en 1955, en el número 198 de la calle Alcalá. Fui amigo de Galiana. Escuché a un imán en una mezquita que la violencia no era buena según el Corán y lo dejé».
Mohamede Mrabet se fue de la casa familiar siendo adolescente después de que su padre le pegara cuando se enteró que había empujado a un profesor de francés. Llegó a dormir al raso en la playa, debajo de una barca de pescadores y de aquella necesidad hizo virtud. «Tánger ya no es Tánger. Entonces había 300.000 personas y ahora tres millones, amigo. Hoy hay heroína, cocaína, aspirinas».
Las historias, dice él, se las cuenta un pez al que salvó al devolverlo al mar. «Viene, me saluda, me habla, me cuenta cinco o seis historias y se va», dice.
Y para terminar, Mrabet regala la historia de El gran cristal, una historia suya: la de una joven muy bella con los cabellos muy largos que se los fue igualando con una tijera, hasta que se los cortó demasiado; se subió a la azotea y se suicidó. «Nunca vi una muchacha con tanta belleza».
Silencio. Y aplausos.
EL MUNDO
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