El teorema de Geena Davis: cómo se libró de todos los ‘pesados’ de Hollywood para proteger la tensión sexual de sus personajes
La actriz, que acaba de publicar sus memorias 'Dying of politeness' ha dedicado los últimos 25 años de su carrera a financiar estudios que cuantifican la brecha de género que ella misma sufrió.
En Thelma y Louise, la apocada Thelma va siempre unos pasos por detrás de Louise, que es todo arrojo. Hasta que ya no hay vuelta atrás. Fuera de las cámaras, las cosas no eran muy distintas. Geena Davis veía a Susan Sarandon como la “Reina Alien” de otro planeta y admiraba cómo era capaz de decir lo que pensaba, plantar cara al director, Ridley Scott, y hablar sin dar rodeos. “Ella nunca usaba expresiones del tipo ‘no sé qué pensará la gente’ o ‘Esto que voy a decir quizá es una idea estúpida’. Eso es lo que hacía yo todo el rato”, explica la actriz en unas memorias que acaban de publicarse en Estados Unidos y que se titulan Dying of politeness, algo así como Morir de buena educación.
En la cubierta aparece ella, con tacones rojos altísimos y un vestido de mangas abullonadas que podría llevar su personaje en Bitelchús, invitando al té con porcelana buena a un oso gigante. Porque si un oso viniera a atacarla, ella antes le ofrecería una infusión. El motor del libro es ese, explicar cuánto le ha costado liberarse de la capa de excesiva pulcritud moral que le traspasaron sus padres, un ingeniero y una profesora de Vermont. “Me condicionaron para creer que no debía pedir nada, tan entrenada para ser dementemente educada que aprendí a no tener necesidades”, escribe. Y da algunos ejemplos de cómo funcionaba esa dinámica en su familia. En una ocasión, estaban todos en un coche con un pariente mayor que apenas podía ya conducir y entraba y salía de su carril, pero sus padres no dijeron nada. “La lección fue: aunque se puedan morir tus hijos, no digas nada que pudiera de alguna manera ser interpretado como brusco”. A los diez años, explica también, empezó a repartir periódicos por el vecindario haciendo la clásica ruta que se ha visto en tantas películas estadounidenses. Uno de los vecinos empezó a invitarla a entrar, le ofrecía regalos, la acariciaba y le hacía tocamientos, hasta que se lo dijo a su madre y esta le prohibió volver a la casa. “Pero no fuimos a la policía a denunciar un caso de abusos sexuales por parte de un viejo verde, claro que no. Éramos gente de Nueva Inglaterra: nos guardábamos las cosas dentro y las manteníamos ocultas. No tenía ni idea de que había sufrido abusos”.
Por entonces, Davis ya era la persona más alta de su clase, contando chicos y chicas –mide 1,83– y su altura le generaba cierta vergüenza y le impedía esconderse tanto como hubiera querido, pero eventualmente su aspecto, un cuerpo en sintonía con las supermujeres amazónicas que empezaban a ponerse de moda en la industria y una cara como de la chica guapa en un cómic antiguo, le sirvió para salir de Vermont y empezar su carrera como modelo.
La pregunta que cabe hacerse con Geena Davis es obvia: por qué una actriz que estaba en todas partes en los noventa y que tenía un Oscar (por El turista accidental) de pronto desapareció. Y la respuesta es deprimentemente previsible. Cumplió 40 años. Preguntada por eso en una entrevista reciente en The New Yorker, la actriz dijo: “Cuando empecé, oía esas historias de que a los 40 dejaban de llamarte. Pero justo en ese momento a mí me estaban entrando papeles gigantes, así que pensé: bueno, obviamente esto no me va a pasar a mí. Así que fue chocante darme cuenta de que sí. Me sorprendió y me rompió el corazón. Lo sentí como una jubilación forzosa. Normalmente, me tomaba un año entre películas, más o menos. Pero entonces pasaron dos años, y luego tres. Era inverosímil. Entonces me ofrecieron Stuart Little, y luego Stuart Little 2, pero aparte de esa saga, todo el trabajo desapareció. Fue increíblemente doloroso”. Su parón coincidió con las dos películas que hizo con su entonces marido, Renny Harlin, Memoria letal y La isla de las cabezas cortadas, que no tuvieron el éxito esperado, sobre todo esta última.
Fue ahí cuando Davis se volcó en lo que la ha mantenido ocupada en la segunda mitad de su carrera, lo que ella llama su periodo de “nerd de los datos”. Un día llevó a su hija, que tenía entonces dos años (la actriz tuvo una hija, Alizeh, a los 46 años, y gemelos, Kaiis y Kian, a los 48) a una obra de teatro infantil y se dio cuenta de que aparecían más personajes masculinos y femeninos. Empezó a preguntar a todo el mundo por eso, con el estilo inquisitivo que había aprendido de su amiga Susan Sarandon aunque aun con los “perdones” y los “porfavores” de Nueva Inglaterra. “Me di cuenta de que estábamos enseñando a los niños desde el minuto uno a tener un sesgo de género si ven a los chicos hacer todas las cosas interesantes e importantes y a las chicas a un lado animándolos o acompañándolos”, dice en la misma entrevista. Empezó a contarlo por Hollywood y, al parecer, todo el mundo le decía: no, pero eso ya está arreglado. Entonces, financió un informe de gran alcance sobre los roles de género en las series y las películas infantiles y los datos le dieron la razón. Por cada 16 personajes masculinos en los productos para niños, aparecía uno femenino y solo el 29% de los personajes con diálogos se identifican como mujeres. Es así como empezó a tomar forma el Geena Davis Institute on Gender in Media, que se dedica solo a la investigación y es ahora una fuente de datos primordial en estudios de género. En su siguiente gran informe contabilizaron que solo el 8% de directores son mujeres, el 19% de los productores y el 13, 6% de los guionistas, aunque los números han ido mejorando lentamente. También han sufragado estudios específicos sobre la representación en la comedia o en las profesiones relacionadas con la ciencia y las tecnologías. En 2020 volvieron a repetir el análisis original, sobre el cine infantil y descubrieron que, al menos en cuanto a los personajes protagonistas, se había alcanzado algo parecido a la paridad, tras dos décadas impregnadas de Frozen, Brave, Inside Out y Peppa Pig –pero con solo una perrita en la equipación titular de La patrulla canina–. Este mismo año, la actriz recibió un Emmy honorario por su contribución a la industria del espectáculo en ese campo.
En sus memorias, Davis habla también de sus inicios, de su carrera de modelo, a la que quita importancia (dice que la única portada que llegó a protagonizar fue la de New Jersey Monthly y ni siquiera se le veía la cara), aunque desfiló en París y fue ángel de Victoria’s Secret antes de que la marca convirtiese sus desfiles en un espectáculo misógino de alto voltaje. Consiguió su primer papel como actriz, en Tootsie, gracias a eso, a que necesitaban a una modelo que pudiera decir algunas frases y se presentó al casting como le dijeron, con un bikini debajo de la ropa. En aquel rodaje, Dustin Hoffman, que no es precisamente conocido por ser una presencia fácil en un plató (porque practica su versión particular del Método, que puede implicar comportarse como un capullo con sus compañeros si así lo exige el papel), la acogió bajo su ala y le dio algunos consejos para moverse por Hollywood, entre ellos el de no enrollarse jamás con sus compañeros de reparto. Si le entraban, le aconsejó Hoffman, debía decirles que no “porque arruinaría la tensión sexual de los personajes” (al parecer decir solo que no si no le apetecía no le parecía suficiente a Hoffman). Cuando aplicó las enseñanzas con Jack Nicholson, este le dijo: “Vaya, ¿quién te ha enseñado eso?”.
A pesar de los consejos de Hoffman, Davis conoció a su segundo marido, Jeff Goldblum, en el rodaje de la película de terror Transylania 6-5000 y juntos rodaron dos películas más, La mosca, de David Cronenberg y Las chicas de la Tierra son fáciles. Cuando coincidieron, ambos acababan de separarse. Ella de su primer matrimonio, con el hostelero Richard Emmolo y él de la actriz Patricia Gaul. “Nuestra relación estuvo llena de alegría. Ese fue un periodo mágico de mi vida”, escribe en el libro. Ambos se casaron en Las Vegas en 1989 y se separaron un año más tarde, sin aclarar los motivos, aunque más tarde se ha especulado que el principal motivo pudo ser que ella quería tener hijos y él no. Una mirada comparativa a sus trayectorias posteriores también sirve para darse cuenta de hasta qué punto las opciones estaban limitadas para una actriz hasta hace relativamente poco. Goldblum siguió combinando los blockbusters como Jurassic Park con los proyectos de autor y se cultivó una imagen de excéntrico con buen ojo para la moda que cae bien a todo el mundo y encaja igual en un festival pequeño de cine de género que en un desfile de Prada.
A ella, que también tiene una vena excéntrica –en una ocasión decoró un baño con cincuenta relojes de cuco– y aficiones imprevisibles –se le da tan bien el tiro con arco que llegó a ser semifinalista olímpica representando a Estados Unidos–, no se le permitió envejecer en pantalla como Goldblum, como una persona atractiva y peculiar, una chica alta y rara con buenas dotes para la comedia. Lo único que se les ocurrió hacer con ella fue ponerla a hablar con un ratón.
Aunque Davis tuvo un papel protagonista en la serie Commander in Chief, interpretando a una mujer presidenta de Estados Unidos, y más tarde apareció en tres temporadas de Anatomía de Grey, Davis no ha acabado de encontrar en las series la segunda oportunidad que sí han tenido otras actrices de su generación. En las entrevistas promocionales que ha dado por el libro, asegura que ahora tiene en mente un papel jugoso para el que busca financiación y que está lista para el Geenacimiento.
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