Samanta Schweblin: “Lo que llamamos normalidad es un malentendido”
Samanta Schweblin publica un libro de cuentos y una novela y se confirma como una heredera del fantástico rioplatense
Los milagros existen. La prueba es que cada mañana millones de personas que se levantan todos los días vuelven por la noche a dormir sin haber enloquecido. Aunque no falta quienes digan lo contrario, y los que quisieran haber enloquecido, al menos, un poquito, pero… Desde la orilla de la “cordura”, Samanta Schweblin explora esa frontera desde que empezó a escribir con 20 años relatos de episodios cotidianos que esconden voces de fondo que cobran vida en la cabeza del lector para preguntar cosas como ¿Qué es la normalidad? ¿Qué es la libertad? ¿Dónde empieza eso que llamamos locura? ¿Por qué no hacemos lo que realmente queremos si no le hacemos daño a nadie? ¿Por qué los demás orillan a la gente que no está en el grupo? ¿Por qué asustarse y enmascarar felices sentimientos desconocidos? ¿Cuál es la frontera de la cordura y la locura?
Schweblin (Buenos Aires, 1978) empezó a darse cuenta de eso y a hacerlo público en 2002 en su premiado libro de cuentos El núcleo del disturbio. Siguieron siete años de exploración y observación silenciosas hasta que lo reflejó en 2009 en los cuentos de Pájaros en la boca. Silencio de nuevo. Cinco años más. Hasta que en 2014 uno de esos episodios pidió ser más largo de lo habitual y se convirtió en su primera novela, Distancia de rescate (Literatura Random House). Mientras, a la vez, terminaba otro volumen de cuentos, Siete casa vacías (Páginas de Espuma) con el que ha obtenido el III Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero.
Todo me parece un malentendido, una mala noticia porque… la normalidad es una falacia absoluta”
Son ya 13 años de exploración literaria sobre lo que Schweblin llama “el pacto de la normalidad para poder convivir. Pero la verdad es que todo me parece un malentendido, una mala noticia porque… la normalidad es una falacia absoluta”.
La autora argentina crea episodios cotidianos en los que se ve cómo los principales temores-tragedias esperan agazapados en el interior de cada persona alimentados por ellas mismas. “Son los miedos que encorsetan o autosecuestran la libertad”. Ya sea en acciones o sentimientos y la gente “no se atreve a reconocerse o vivir como realmente le gustaría. Por eso los lectores perdonan o sienten simpatía por mis personajes”.
La incomunicación es otro pecado de esas pequeñas desdichas de las criaturas del universo Schweblin. Una ausencia asfixiante. Todo es máscara porque, dice la autora, “en el momento que entendemos que somos tan únicos y tan extraños y tan fuera del código común de normalidad, en que descubrimos que la normalidad es una falacia absoluta, que no existe ese código, nos reconocemos y desconocemos a la vez”.
En sus historias se libra un duelo silencioso entre las fuerzas internas y secretas de sus personajes y las de fuera de él. Saben lo que llevan dentro, a veces, y no lo aceptan, a veces, para no ser mirados de soslayo por el entorno, y sospechan, sienten, que hay algo ahí fuera a su alrededor que acecha, no saben qué es pero creen que está ahí.
Comunicarse con el otro implica un ruido y un desentendimiento inevitable; pero a la vez está la necesidad constante que tenemos de conectar con el otro"
Uno de esos miedos, insiste Schweblin es la comunicación o incomunicación. “Comunicarse con el otro implica un ruido y un desentendimiento inevitable; pero a la vez está la necesidad constante que tenemos de conectar con el otro. Es la lucha por tratar de decir, de conectar, y de tratar de entender y entenderse a través del otro”.
Lo que sucede es que sus personajes logran romper ese miedo al hallar una respuesta a sus problemas fuera de la llamada normalidad. O, se pregunta Schweblin, por ejemplo, “¿qué hay de malo, en realidad, que unos abuelos terminen jugando desnudos con sus nietos en el patio? ¿o que un hombre vaya al supermercado en pijama? No hacen daño a nadie”.
No duda en admitir dos cosas: “que ahí hay un miedo, pero a todos nos encantaría hacer la compra en pijama”. Aunque luego advierte de las restricciones de la convivencia: “Hay que ver qué perdés en el momento en que tomás esa decisión. Quizás las cajeras ya no te vuelva a mirar como antes”. Y se encadenan nuevos miedos.
Esos temores siempre han inquietado a Samanta Schweblin. Al principio los exploraba y escenificaba en historias que ocurrían en el campo, esta vez lo hace en la ciudad. Sin perder la herencia del fantástico rioplatense con el que se hizo lectora y escritora. “Siempre me ha fascinado ese juego de lo extraño en la normalidad”, reconoce. Eso le ha permitido darse cuenta de que cuanto más logra acercar esa extrañeza a los mundos cotidianos y más cerca está de los lectores y de ella misma, “más peligroso se vuelve, más posible y tangible se vuelve lo extraño. Eso lo hace más interesante”. Además, le permite trabajar con la tensión “de una manera más efectiva”.
Etiquetas, prejuicios, miedos agazapados en cada individuo y el ruido de esa comunicación o incomunicación hacen más quebradiza la realidad. Y entre temores y ausencias presentes se produce el milagro de convertir la vida en un mundo de funambulistas de la cordura. Y, por eso, a algunas personas en desdichados de aparente cuerda felicidad.
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