Memorias de una osa polar: “practicar y practicar para sobrevivir”
Yoko Tawada (1960) nació en Tokio y, tras formarse en Japón en Literatura Rusa, se mudó a Alemania en los ochenta, donde unos años más tarde realizó sus estudios de posgrado en Literatura Alemana.
El título de su única obra traducida al español, Memorias de una osa polar (2014) dista del original en alemán, Etüden im Schnee. La traducción del título siguió los pasos de otras versiones, entre ellas, la inglesa. He tenido la suerte de establecer contacto con la traductora al español, Belén Santana, quien me comentó que la autora era defensora del título original. Me da pena que, probablemente por razones mercantiles, se haya sacrificado el título original. Parece una nimiedad, pero no lo es. La predisposición en el acto de lectura puede determinar de una forma muy honda la recepción de un texto. La primera aproximación del lector que espera encontrarse algo parecido a unas memorias (o a un juego en torno a las memorias canónicas) no es la misma que quien se espera un “estudio” (una composición cuyo objetivo es perfeccionar la técnica de ejecución). Además, la reflexión en torno a la obra remite al título, casi inevitablemente, en busca de un apoyo fiable para aventurarse al análisis. Partir de la noción del estudio para leer esta obra es una valiosa clave de lectura. El hecho de que la autora considerara importante mantener su título, supongo, es significativo:
No me gusta la palabra “memorias” porque tiene algo dulce y nostálgico y, en cambio, un étude es como la vida, donde debes practicar y practicar para sobrevivir.
Yoko Tawada
La idea de la vida como obra está en sintonía con el mensaje de la propia novela, donde la reflexión en torno al funcionamiento de la creación artística y lingüística es omnipresente. Pensando en los modelos de comunicación (el de Jakobson y sus variantes posteriores), lo abarca todo: el emisor, el receptor, el mensaje, el contexto, el canal, el código. Lo abarca, además, tomando en cuenta el funcionamiento de las relaciones de poder: el producto artístico, el artista, el público, sometidos a una institución y condicionados por un sistema que todos, incluido el propio arte, constituimos. Dentro de este coqueteo en torno a la Teoría, obviamente también está explorando nuestra realidad. Tawada pone el acto comunicativo en el punto de mira, casi como ejemplo de la excentricidad humana, de lo limitadas que son nuestras elecciones, de lo condicionado que es nuestro comportamiento por factores externos, pero eso sí, todos factores artificiales, concebidos por los seres humanos.
Por otra parte, el potencial político del libro es muy llamativo, y estas dos lecturas, a mi modo de ver, merecen el foco de esta reseña.
Política, humanos, extrañamiento
A partir de entonces dejé de escribir sobre temas políticos, aunque no siempre sepa exactamente qué es político y qué no.
La novela está dividida en tres partes, cada una protagonizada por un oso polar de una generación distinta. Los tres osos polares son familiares: la abuela, la madre y el hijo. En paralelo a sus tres tramas, el libro nos ofrece un recorrido histórico que abarca el momento de la Unión Soviética, la RDA y la RFA, y el Berlín posterior a la caída del Muro —y, de fondo, los contrastes del panorama cultural y político del mundo Occidental antes y después de la Guerra Fría—. Esta ambición por abarcar un período histórico tan amplio se compensa con la elección del alcance narrativo, condicionado por la experiencia individual de cada personaje.
La primera exigencia del libro es que aceptemos a una osa polar como personaje. La narración con algo de fragmentación, confusa al principio, se vuelve reconocible página a página, conforme los elementos extraños (la osa polar conviviendo con los humanos) se van asentando en la construcción atmosférica. Insertada en la vida cotidiana de la Unión Soviética, dispuesta a escribir su autobiografía, es expuesta a situaciones en las que cuestiones como la migración, el trabajo, la tiranía del mundo editorial o el autoritarismo político salen a la luz. Aunque al principio puede ser un tanto desconcertante, concuerdo con la autora en que es una novela que hay que leer en clave realista —y no como una fábula, ni como una alegoría, ni como fantasía—. La combinación de lo increíble y lo realista, la interacción del oso en un mundo humano con personajes humanos, tiene un efecto político potente. Dado que los osos se encuentran, irremediablemente, en una situación de otredad, la novela tiene una capacidad de denuncia social muy precisa.
Su identidad constituye un variado mapa de situaciones en desigualdad de poder, del que ni siquiera los propios personajes son del todo conscientes. Si la “cárcel” de la primera osa es la alienación —el oso entre el humano—, las siguientes generaciones terminarán, paulatinamente, en la del aislamiento físico: en el circo y en el zoológico. Tawada nos da acceso a la reflexión, más bien como una sugerencia, en torno a la identidad —género, etnia, especismo—, y a las convenciones culturales, la lengua, la clase social, los derechos humanos, el sistema económico, la explotación, las verticalidades políticas. El oso como Otro puede representar a cualquier desaventajade en este juego de realismo frente a extrañamiento.
—Ah, entonces pertenece a una minoría étnica, ¿no? Hace tiempo hice un trabajo sobre los derechos humanos de las minorías étnicas; fue la primera vez que me dieron una buena nota. Una experiencia inolvidable. ¡Vivan las minorías!
[…] yo seguía bregando con el caos que había en mi cabeza: ¿Pertenecería mi clan a alguna minoría étnica? Esa posibilidad existía, ya que si bien no éramos tan numerosos como los rusos —al menos en las ciudades—, en el extremo norte del país y, sobre todo, en los entornos naturales, vivían muchos más miembros de nuestra especie que rusos.
—¡Las minorías son fantásticas!
De hecho, el concepto del extrañamiento es muy pertinente en esta lectura. Me refiero al extrañamiento de Shklovski en cuanto a la percepción de la realidad. El arte nos puede llevar a ver la realidad desde un punto de vista de extrañamiento, en el que redescubrimos la realidad que tenemos normalizada. En este caso no es el aspecto formal de la literatura —como diría un formalista— sino el elemento de la osa el que nos permite tomar esa perspectiva exterior, extraña. Así el lector puede ver su propia realidad “como si fuera la primera vez”, o como lo que realmente es: un cúmulo de cotidianidades convencionales que damos por sentadas. La percepción de los osos, en ocasiones alejada de la del humano, en ocasiones desconcertantemente parecida, tinta nuestra historia y nuestra sociedad de nuevos matices, ya muy bien camuflados como axiomas en nuestra vida diaria. En este sentido, el mensaje político se abre paso casi con transparencia: muchas cosas van rechinando en este mundo ficcional, tan realista, tan cercano al nuestro, y tan irritantemente caprichoso.
—Si los hombres quieren tener derechos humanos, deben otorgar a los animales sus propios derechos; pero entones, ¿cómo justifico que anoche cenase carne? Yo no soy lo bastante valiente como para llevar esta reflexión hasta el final. Mi hermano, por cierto, en algún momento se hizo vegetariano.
Su mirada me exigió una reacción.
—Yo no puedo hacerme vegetariana —contesté rápidamente, aunque sabía que mis ancestros y parientes lejanos habían sobrevivido sin probar la carne. Se alimentaban principalmente de fruta y verdura, muy rara vez se comían un cangrejo o algo de pescado. Recordé un congreso sobre el capitalismo y el consumo de carne en el que me preguntaron por qué mataba a otros animales. No supe qué responder.
Teoría y realidad; realidad y Teoría
La estructura de Memorias de una osa polar es uno de los fuertes del libro. Además de la división tripartita, hay una línea descendiente que dibuja la configuración de los sistemas institucionales culturales y artísticos. Si la primera osa es un personaje que convive en el mundo humano como miembro de la sociedad, con trabajo, una cuenta de banco, donde viaja en tren, habla, aprende idiomas, lee, escribe, anda a dos patas, etc., su hija Tosca está insertada en una realidad mucho más limitada.
La segunda parte de la novela es un capítulo a medio camino entre la cotidianidad de su madre en el mundo de los humanos y la inserción en el zoológico de su hijo, ya completamente aislado del mundo exterior. En el ámbito laboral, Tosca forma parte de un circo, al que se presenta cuando no puede continuar con su carrera de bailarina. Socialmente, termina aislada de todos a excepción de un único personaje, su domadora, con la que aparentemente se puede comunicar en sueños. ¿Acaso es la osa la única que está sometida en su trabajo? A diferencia de su madre la autora, de Tosca no sabemos si tiene un contrato o si tiene un sueldo, aunque sí de la existencia de un sindicato de osos polares dentro del circo. Aquí el oso comienza a deshumanizarse —o a animalizarse—.
No es que Tosca esté más sometida que su madre, simplemente lo está físicamente: dentro del circo, sin posibilidades de comunicarse con los humanos. Así se evidencia el carácter utilitario que tienen los animales en sociedad —y el arte, y cualquier trabajador—. Pero la osa escritora, aun con su aparente desenvoltura en el mundo de los humanos, no es menos víctima del sistema. Con una ingenuidad que despierta en el lector una mezcla de dulzura y pena, la osa transita por el mundo con cierta torpeza y sin auténtico libre albedrío, y es sometida por mecanismos de poder como su editorial, las quimeras capitalismo o la represión del socialismo. También su producción literaria pasa de la censura de la Unión Soviética a la manipulación y explotación laboral de la RFA.
Seguro que había sido idea de su superior imponerme el ruso, para que luego el traductor pudiese manipular el texto según su tendencia política. […] Para no correr ese riesgo tenía que escribir directamente en alemán.
Finalmente, el proceso de total deshumanización/animalización termina en Knut, el tercer personaje. El osezno nace en el zoológico y se convierte en una estrella de inmediato. Knut sí tiene una conciencia de sujeto, pero no se comunica con nadie ni conoce el mundo más allá de su jaula. Su función en la trama se limita a la que tendría un animal de zoológico. Es protagonista de un espectáculo en el zoo, pero no como su madre o su abuela, sino de forma pasiva. Sale ante el público y es lindo y cuqui, y la gente se enternece al verlo. El artista se vuelve el producto en sí —el individuo es, por encima del producto, lo central en nuestros tiempos—, una estrella cuyo comportamiento es genuino pero manipulado por estrategias de mercadotecnia o convenciones sociales. Knut, el niño estrella, sin elección —por cierto, qué sugerente, es amigo de Michael Jackson—.
Los tres personajes, tres artistas, son irremediablemente piezas de un sistema, y aunque la imposición de su función artística varía dependiendo del momento histórico y de sus circunstancias, todos están restringidos a formar parte de un tablero en el que la libertad, el acceso a la información, el criterio y la autonomía son solo ilusiones. Esta es la realidad del arte desde que está insertado en un juego de intereses, y es también la realidad de las personas, sin importar qué papel desempeñan en sociedad, pues su existencia está, de antemano, calculada y asimilada en el sistema.
Cabría pensar que nací con un talento acrobático y que, gracias a un duro entrenamiento, logré perfeccionar mis habilidades, cuyos frutos mostraba orgullosa al púbico: esta interpretación es un completo error. Profesionalmente no tuve otra opción, y de talento nunca se habló. Yo conducía un triciclo y, a cambio, me daban un azucarillo […] En la vida no tenemos elección, pues aquello que sabemos hacer, comparado con la vida, no es tanto como creemos. Ahora bien, si no somos capaces de lograr ese poquito al cien por cien, no podemos sobrevivir. Y este principio básico no debe de ser muy distinto en el caso de los jóvenes malcriados por una sociedad acomodada.
Como nota final a esta reseña, quería mencionar, sin ahondar, el planteamiento que hace la autora en torno al lenguaje y las lenguas. Ella escribe no solo en su lengua materna, sino también en alemán. De hecho, según cuenta, esta novela la concibió primero en japonés, para después reescribirla en alemán. Al respecto es interesante esto que dice:
Creo que cuando escribes en una lengua que no es la materna quedas libre del sistema, puedes explorar mejor tus emociones. La lengua materna es una jaula como los zoológicos.
Yoko Tawada
Dentro de la novela hay también momentos en los que se da pie a la reflexión en torno a la lengua materna, las lenguas aprendidas y las limitaciones y ventajas que supone la escritura en distintos idiomas.
—¿Y cuál es mi lengua materna?
—La lengua de tu madre.
—Pero si yo nunca he hablado con mi madre.
—Una madre es una madre, aunque nunca hayas hablado con ella.
—Creo que mi madre no hablaba ruso.
¿No es una imposición cultural más la veneración a la lengua materna (por ejemplo, a leer libros en su lengua original)? ¿O la creencia de que no se domina una segunda lengua si no se la habla “como nativo”? ¿No es también una convención autoritaria más que seguimos reproduciendo por inercia? Las lenguas, como sabemos, están jerarquizadas en un orden que coincide con el colonialismo. Me llama la atención el caso de Tawada, que escribe en su segunda lengua —aunque, ¿qué quiere decir segunda lengua ya? Comienza a caducar la vigencia de catalogar en un orden artificial las lenguas que hablamos, especialmente en estos tiempos donde la migración configura la realidad demográfica de forma innegable—; me llama la atención por la fijación que tengo por la narrativa japonesa —de la que hablé un poco— la aparente transparencia del texto, formalmente hablando, por la que me inclino infinitas veces más que por aquella complicada, enrevesada, más propia de la narrativa tradicional-occidental-masculina.
Memorias de una osa polar se escribe desde una postura ideológica, y por eso su mensaje político es exitoso. Aunque no sé qué tanto hay de tradición japonesa y qué tanto de europea en la narrativa de Tawada, tomo en cuenta que muchas mujeres que escriben lo hacen desde un posicionamiento político, y este en parte consiste en configurar un paradigma literario propio, nuevo, deslindado del canon —y todas sus connotaciones—, y que se constituya a favor de la accesibilidad estilística. El libro es accesible formalmente, su tono no es solemne ni tieso, y hay un asomo lúdico constante. Su sencillez y su ligereza tienen peso en mi valoración del libro: decir lo profundo con aparente superficialidad, para mí, tiene un inmenso valor. Va siendo hora de ser conscientes de que toda obra literaria es política.
LA CALAMARA
No hay comentarios:
Publicar un comentario