martes, 15 de noviembre de 2022

Cormac McCarthy / La carretera / El Sur como esperanza


Cormac McCarthy

La carretera


Blanca Vásquez
22 de mayo de 2009


El Sur como esperanza

No sé ustedes, pero yo no suelo llorar de emoción con un libro. Me absorben, me hipnotizan, respiro por ellos, o me entusiasman hasta el punto de quedarme leyendo tarde en la madrugada. La lágrima se me escapa con el cine, o con música excepcional, no con los libros. Hasta ahora. Cormac McCarthy me ha hecho llorar, tal ha sido la explosión de emociones que este genio de la escritura, natural de Rhode Island, ha provocado en esta lectora cuando los protagonistas se acercan a la recta final de una carretera tan singular, tan apocalíptica. No se preocupen, que con esta confesión no les estoy rompiendo el final de la historia. Nada más lejos de mi intención. Y más cuando les insto fervorosamente a que emprendan viaje tan enriquecedor a través de La carretera, la última obra del Cormac McCarthy, autor que como sabrán está siendo adaptado exitosamente en el mundo del cine, como lo demuestra la oscarizada “No es país para viejos” de los hermanos Coen.

He leído este libro a mayor velocidad de lo habitual, quitándole horas al sueño, y sin embargo no he dejado de masticar lentamente las palabras de este eremita de la pluma. ¿Cómo es posible que una prosa tan parca, tan sucinta, de párrafos cortos, de diálogos desnudos de todo adorno innecesario, diga tanto?. Nunca he visto reflejado más acertadamente el lema, menos es más. Libro maravilloso, al que no he encontrado un solo defecto, salvo quizá el que sus 210 páginas han cortado demasiado pronto mi relación con un hombre y su hijo, supervivientes de un mundo árido, desolador, quemado y ausente de vida, calco de aquel otro más cinéfilo de Max Mad. De hecho Hollywood estrenará este año,  concretamente el 16 de octubre, la adaptación de esta obra de McCarthy. Rezamos porque el celuloide no nos decepcione demasiado sobre las imágenes que la imaginación del lector ya ha puesto a la angustiosa historia. Y esto viene a cuento porque McCarthy ha dejado mucha responsabilidad a sus lectores. Les ha dado un espacio preferente en esta historia. Ha proporcionado solo algunas pistas sobre los preámbulos de la historia, pistas como si de un juego se tratara. Porque hay cataclismos, suicidios, accidentes, un camino, muchas preguntas, pero pocas respuestas y muchos no sé. Plúmbea responsabilidad para el lector: ¿Por qué dirigirse al Sur? ¿No estará el Sur también devastado como el resto del planeta? ¿No es metáfora, el Sur, de la última esperanza, el último clavo ardiendo al que agarrarse? ¿Por qué han dejado los hombres el mundo en este estado?. Muchas preguntas sin respuesta, pero en su lugar mucha poesía, “…En las profundas cañadas donde vivían todo era más viejo que el hombre y murmuraba misterio…”.


Los protagonistas no tienen nombre, algo que no es nuevo en el escritor norteamericano. Representan por así decir a la raza humana, un hombre, un niño. Pueden ser de raza negra, asiática, caucásica, o contener años de mestizaje, son siluetas a los que cada lector les pondrá la cara que su cultura le haya aprehendido, no cabe duda.

Pero ante todo son supervivientes. Fuertes. Elegidos por el azar de la naturaleza, esa selección natural del más fuerte. Elegidos para comenzar de nuevo, para repoblar un mundo acabado. Incansables, luchadores, deprimidos pero esperanzados, alertas a cada instante ante los otros: salvajes grupos de caníbales, buscavidas sin el mínimo baremo moral.

Un padre protector, cuya misión es mantener a salvo a su hijo, un chaval de apenas 9 o 10 años, un niño excepcional, dotado de una bondad sobrecogedora en un mundo cruel y violento hasta lo inimaginable. Un hombre y su hijo se dirigen al Sur. Huyendo del frío, en un hábitat donde ya no hay vegetación, ni animales, ni agua clara, donde todo está cubierto de un fino manto de ceniza. “…Ubicada allí en la oscuridad, la forma frágil y azul parecía el emplazamiento de los últimos aventureros en los confines del mundo. Algo prácticamente inexplicable. Y lo era…” . Con sus mascarillas puestas en la boca, el único trazo direccional es una carretera estatal (de unos Estados que no existen, aclara el hombre, lo que me ha llevado a asociarlo inevitablemente al cuento futurista de Michael Cunnigham perteneciente a su obra “Días memorables“). Aprovechando la poca luz del día, con su carrito de supermercado, su lona protectora contra la lluvia o nieve, su pistola de una bala, su valor como único equipaje, avanzan contra la angustia de lo que ven. Se nos hiela la sangre a ratos. Nos morimos de desolación otros.

El resto nos lo deja McCarthy a nuestra imaginación, repito: ¿Qué ocurrió con el mundo? ¿por qué su esposa se suicidó? ¿qué habrá en el Sur? ¿habrá más supervivientes, gente de los suyos, de los buenos?. ¿Por que los otros, los malos aparecen a veces con un deseo salvaje de comerse al niño?. Sí, comerse, han leído bien.
No les cuento más.

La carretera es como una metáfora sobre la continua lucha del hombre, incluso en las adversidades más extremas, aunque parezca una lucha sin sentido donde lo más razonable y lógico es suicidarse. Vivir, no es sino eso, seguir intentándolo hasta el último aliento. Es también un aviso para que protejamos a las nuevas generaciones: “…Eso es lo que hacen los buenos. Seguir intentándolo. Jamás se rinden. Vale…”.

Ah!, estos “vale” (escrito OK) al final de cada escueto diálogo entre padre e hijo.

En un momento del relato aparece el mar, un mar sombrío, frío, cubierto de niebla tóxica, sin aves, un mar que no es azul. No obstante, nadan, son tan fuertes como pobladores de la Edad de hielo, período al que parece hubiera vuelto la tierra futura. Son tenaces, el padre lo es, su hijo es su misión.

Una obra necesaria que deja una huella extraña e imperecedera. Prepárense antes de leerla.


REVISTA DE LETRAS


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