Leila Guerriero |
Leila Guerriero
EL PERSONAJE OCULTO
Un libro en construcción es una casa en la que el autor se refugia cada día y donde permanece en una soledad absoluta durante las horas que trabaja en él. Una casa a cuya puerta no llama nadie, donde el teléfono no suena y en la que los vecinos no molestan. Aislado de todo, el escritor repasa las habitaciones ya construidas (las páginas ya escritas) y avanza a ciegas o por medio de un plano (según sus métodos) hacia el final, que aparece allá donde el círculo se cierra y la progresión se hace imposible.
Ahí lo tenemos, pues, en el fondo del libro (de la casa) desde donde vuelve la vista a lo erigido para contemplar la disposición de las diferentes piezas (de los distintos materiales narrativos) y valorar su articulación o pertinencia. Luego regresa a la primera página, al vestíbulo, diríamos, del volumen, y desde él recorre despacio lo escrito a lo largo de los últimos meses, tal vez de los últimos años. No queda ni un solo recoveco sin examinar a fin de llevar a cabo los ajustes definitivos. Esa tarea, la de la revisión, prepara al autor para el duelo de la pérdida, ya que, una vez efectuada, abandonará la casa (la novela, el ensayo), cerrará la puerta por fuera y se desprenderá de la llave.
Se ha quedado a la intemperie, donde permanecerá hasta que comience otro libro.
Entonces viene el lector a ocupar (quizá a okupar) los espacios de los que el escritor acaba de salir. Si el libro es de su agrado, le dará pena interrumpir su lectura, sintiéndose como quien se ve obligado a marcharse de un apartamento secreto tras una cita amorosa clandestina. Pero esa pena se verá atenuada por la seguridad de que mañana mismo, esta noche quizá, regresará al volumen, lo abrirá como el que abre la puerta de un inmueble de su exclusiva propiedad, y penetrará en él para continuar explorando página a página (habitación a habitación) la peripecia narrativa contenida entre sus tapas. Así, la lectura se convierte en un refugio al que el lector huye a la mínima oportunidad, la que le proporciona, por ejemplo, un viaje en metro, un ataque de insomnio, o una tarde libre de obligaciones domésticas.
Leila Guerriero construye arquitecturas verbales en las que uno se quedaría a vivir. Sus libros están llenos de pasillos, salones, cámaras, escaleras o cuartos trasteros por los que el lector deambula asombrado, abandonándose a una sintaxis capaz de descubrirle los secretos más recónditos del corazón humano. Nunca ha escrito ficción, solo crónicas, columnas de opinión, perfiles… En Opus Gelber lo ha vuelto a hacer. Su protagonista, que pertenece a la vida real, es en este caso Bruno Gelber, uno de los mejores pianistas del mundo nacido en Buenos Aires en 1941.
“La música se abría paso en él como un vibrión colérico”, dice Leila al describir la infancia del músico. Vibrión, música, colérico, infancia, cuatro términos atómicos en una frase de 11 palabras. Tal es el tipo de escritura que caracteriza a Guerriero y con el que se le entrega desde las primeras líneas el lector más refractario. A lo largo de un año, Leila visita a Gelber, lo observa, le sonsaca, lo merodea, cena en su casa, entrevista a sus parientes y amigos, lo escucha, entra en su cuarto de baño, en su conciencia, en las salas más luminosas, pero también en las más oscuras de su ya larga vida, cuyos avatares parecen a la vez casuales y predeterminados.
“Te voy a sintetizar”, le dice él en uno de los primeros encuentros, “viví y vivo en lo excepcional”.
Cada vez que dejas el libro (que abandonas la casa) porque has de atender a las ocupaciones de la existencia cotidiana, es como si te arrancaran un miembro que solo recuperas al regresar a él (a la casa) y te instalas de nuevo en ese clima moral enfermizo y magnífico, en esa vivienda en la que en cada armario (en cada párrafo) hallas una sorpresa.
La obra de Guerriero suele despertar la vieja polémica sobre las fronteras entre el periodismo y la literatura. En Opus Gelber, como en el resto de sus libros, esa frontera está borrada. Lo leemos como una larga crónica (quizá como una biografía) porque así es como nos lo venden, pero lo leeríamos como una novela si hubiera aparecido bajo esa etiqueta.
Todavía otro asunto: si se acercan ustedes al libro atendiendo a lo que dice de sí misma la voz que lo narra (que coincide con la de la autora) en vez de a los sucesos narrados, observarán que, pese a lo discreto de su presencia, la personalidad de la escritora impregna la atmósfera del libro desde el principio hasta el final. Ella, Guerriero, es la protagonista secreta, el personaje oculto que golpea en la mente del lector y del que le gustaría saber más de lo que muestra. La construcción de ese personaje velado constituye una proeza narrativa de primer orden.
Juan José Millás
El País, 22 de marzo de 2019
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