Paul Newman y Joanne Woodward |
Paul Newman y Joanne Woodward, secretos y reveses de un matrimonio lleno de amor y talento
La serie ‘Las últimas estrellas de Hollywood’, dirigida por Ethan Hawke, repasa la vida de las dos estrellas gracias a un prolijo trabajo audiovisual y a las transcripciones de decenas de entrevistas para una biografía que Newman encargó en 1986, y que se publica ahora
Fueron los más grandes. Si hubo un Camelot en Hollywood, ellos deberían de haber sido sus reyes. Paul Newman y Joanne Woodward se conocieron en 1952, en la oficina de un representante (no saltaron las chispas), actuaron juntos en la obra Picnic, en Broadway, un año después (ahí sí dejaron “un rastro de lujuria” confiesa Newman), y desde 1958 se convirtieron en matrimonio, en un modelo para muchos que no conocieron las sombras que encaró la pareja, que como otra cualquier cayó en profundos baches y compartió alegrías hasta la muerte de él, en 2008. Este jueves 3 se estrenó en HBO Max Las últimas estrellas de Hollywood, una serie documental de seis episodios realizada durante el confinamiento por Ethan Hawke, mientras en EE UU y España se publica el libro La extraordinaria vida de un hombre corriente (Libros Cúpula), y ambos proyectos beben de la misma fuente: las palabras de Newman y sus amigos, palabras que el actor pensó que había destruido en 1998.
En 1986 Newman le pidió a su amigo Stewart Stern que entrevistara a todos sus amigos, familiares y cineastas con los que había trabajado, y que incluso charlara con él mismo para encarar su biografía. Esas conversaciones se almacenaron en centenares de casetes, y el proceso siguió hasta 1991, cuando “Paul Newman”, aventura Ethan Hawke, “se cansó de hablar de Paul Newman”. En 1998 quemó todas las cintas para no dejar ni rastro. Pero en un armario de la casa familiar, en unas cajas, quedaron 5.000 folios con las transcripciones de todo aquel material. Y eso fue lo que, tras encontrarlo en una limpieza en la casa del matrimonio, la cineasta Emily Watchel le pasó a Clea Newman, la hija pequeña del matrimonio, que a su vez se los entregó a su viejo compañero de instituto Ethan Hawke.
Hawke ha reconstruido, en el mayor acierto de Las últimas estrellas de Hollywood, la vida de Newman (Shaker Heights, Ohio,1925 - West Port, Connecticut, 2008) y Woodward (Thomasville, Georgia, 92 años), dos superdotados de la interpretación, dos leyendas del celuloide, para de paso realzar a Joanne Woodward, una actriz olvidada hoy en día, sin casi ningún ascendiente sobre las nuevas generaciones. Por eso, reparte el metraje equitativamente entre ambos, que trabajaron en 16 películas juntos (como coprotagonistas o como director / actriz) y en tres obras en Broadway.
Como arranque, dedica tiempo a repasar sus vidas antes de que se cruzaran en un efervescente Nueva York, en momentos muy distintos de su acceso al Olimpo artístico. Newman —cuyo talento, capacidad de trabajo y físico le hacían parecer un superhombre— arrastró durante décadas un humor caústico centrado en sí mismo y una sensación de culpabilidad: cuando se enamoró de Woodward, ya estaba casado y con tres hijos. Más aún, había acallado su pulsión por la actuación durante un año cuando volvió de Nueva York a su Shaker Heights natal a dirigir la tienda familiar de material deportivo al fallecer su padre; a los 12 meses, harto, dejó atrás a la familia y retornó a Nueva York a prosperar en los escenarios. Además, era adicto al alcohol, y durante toda su vida confesó constantemente sus inseguridades. “Me enfrento al hecho espantoso de que no sé nada [...]. Siempre estoy ansioso por reconocer que no soy lo suficientemente bueno”, cuenta en pantalla por boca de George Clooney, que le presta la voz.
Ahí está uno de los detalles discutibles de Las últimas estrellas de Hollywood. Para leer las conversaciones, Ethan Hawke llama a amigos como Clooney, Laura Linney (pone voz a Woodward, a la que conoció bien), Josh Hamilton, Alessandro Nivola, Sally Field, Zoe Kazan o Tom McCarthy para que lean e interpreten a los entrevistados. Hawke quiere con eso que las generaciones siguientes de actores rindan pleitesía a los homenajeados y charla con ellos —un detalle innecesario— a través de conversaciones por llamada digital en pleno confinamiento —el lastre del documental— con calidad infame. Necesita las voces, cierto, pero sobra el colegueo. En cambio, acierta de pleno con la criba audiovisual en el trabajo de ambos, en encontrar ecos de lo que vivían en el testimonio que dejaba su obra: ahí resulta superior la serie con respecto al libro. El poder de la imagen, el magnetismo de Newman y Woodward estalla embriagador.
Cuando se juntaron, la carrera de Woodward ascendía a toda velocidad (ganó el Oscar ya en 1957 por Las tres caras de Eva, etiquetada como la mejor actriz de su generación), mientras que la de Newman tardó algo más en despegar: eso sí, cuando devino en estrella fue la gran estrella: La gata sobre el tejado de zinc, La leyenda del indomable, El buscavidas, Dos hombres y un destino... Elia Kazan aseguraba que si Marlon Brando fue el más grande, Newman era el más trabajador. A Woodward le dolía quedarse en casa con seis hijos —tres de los cuales no eran suyos, aunque en pantalla, una de sus hijastras, Stephanie, le agradezca que la tratara como si los fuera—, a eso se sumaba el alcoholismo de Newman y su relación durante año y medio con una periodista. “Siempre supe que Paul era un alcohólico”, cuenta Woodward. Newman cambió el whisky y los martinis por la cerveza; también se dejó de devaneos fuera de casa. En perpetuo movimiento, empezó a competir en carreras automovilísticas para mantenerse sobrio. Y no le fue mal. En cambio, su único hijo varón, Scott, heredó las adicciones (”No querría ser mi propio hijo”, confiesa Newman), y murió de sobredosis a los 28 años en 1978, una desgracia que incrementó la cara filantrópica del cineasta. “Luchó mucho para no perder otro hijo”, cuentan sobre su fiel acompañamiento a terapia con Clea, que también atravesó una mala temporada.
Hawke no olvida, por la importancia en esta relación, detenerse en el Newman director, con su musa Woodward en cuatro de sus seis películas. Con una de ellas, El efecto de los rayos gamma en las margaritas, la intérprete ganó el premio a la mejor actriz en Cannes, festival que en 2013 usó como imagen de esa edición el beso de ambos en Samantha (1963).
La pareja de actores, en 1958.HBO MAX
A inicios de este siglo, en nueve días diagnosticaron alzhéimer a Woodward (su no presencia sobrevuela el sexto episodio) y a Newman un cáncer terminal. A pesar de todo, el actor se mantuvo fiel a una de sus sentencias favoritas: “Luck is an art” (La suerte es un arte), y murió, rodeado por Woodward, sus hijas y sus nietos (quienes, por cierto, llevan tatuada esa frase) en su casa en 2008. Su esposa, hoy, confiesa un nieto, “es y no es” por culpa del alzhéimer.
Por supuesto, en la serie hay tiempo para el cine (Scorsese analiza a Newman con suma inteligencia y pasión: llama la atención la ausencia de Tom Cruise, que sí había sido entrevistado para las memorias), para la política —para su orgullo, Richard Nixon le incluyó, como 19º, en su lista de mayores enemigos—, para analizar el increíble olfato artístico de la pareja a la hora de elegir y volcarse en sus trabajos. O de entender sus fracasos. En el estreno en Cannes de la serie, Hawke resaltó: “El amor de 50 años de Newman y Woodward es también el reflejo de medio siglo de gran cine. Tuvieron una carrera enorme. A ellos les importaba mucho su legado. Se amaron, se cuidaron y divirtieron”. Y sobre todo, crearon arte.
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