Cristina Peri Rossi |
Cristina Peri Rossi: amor, literatura
La flamante ganadora del Premio Cervantes encontró en la experiencia amorosa el único antídoto capaz de combatir el extrañamiento que cruza su obra
Anna Caballé
10 de noviembre de 2021
“Pienso que se escribe porque se muere, porque todo transcurre rápidamente y experimentamos el deseo de retenerlo; la literatura es testimonio, precisamente porque todo está condenado a desaparecer, y eso nos conmueve y a veces nos pide a gritos resistencia. Escribo, por lo tanto, porque estoy momentáneamente viva, en tránsito, y no quiero olvidar”. Es un fragmento de un artículo publicado por una joven Cristina Peri Rossi en el semanario montevideano Marcha, el 27 de diciembre de 1968. Tenía 27 años. Pero, aun teniendo en cuenta su juventud, era ya una autora conocida en Montevideo, gracias a un volumen de relatos, Viviendo, editado en 1963 por Alfa, en aquellos momentos la mejor editorial uruguaya, propiedad de un exiliado español, alicantino, Benito Milla. No hay duda de que la escritora, cuando sostenía escribir porque la muerte está presente en el horizonte, expresaba con gran aplomo una atractiva madurez vital al plantear la fugacidad de la experiencia como motor de su propia creación. Es precisamente el deseo de contenerla, de preservarla de algún modo, la dinamo de la mejor literatura.
Peri Rossi ha escrito a lo largo de los años en muchos géneros: poesía, ensayo, novelas, relatos, autobiografía... Y lo ha hecho con una notable maleabilidad estilística: frente a otros escritores contemporáneos de su generación, podría decirse que Peri Rossi experimenta con muchos registros ―“hablo con muchas voces” ha dicho en más de una ocasión, parafraseando a Alejandra Pizarnik―. A veces es una escritora maravillosamente romántica (el cuento Lovelys o su novela Solitario de amor, de rendida adoración por Aída y que fue un bombazo editorial); otras veces lo es muy poco (su cuento La gratitud es insaciable). A veces escribe con una voz lírica e irónica, casi cortazariana (Instrucciones para bajar de la cama) o bien emplea recursos del dirty realism en su poemario Playstation. Y es que en su poesía la escritora uruguaya es mucho más directa que en su prosa. Pero también el arraigo social y el compromiso político caben en su literatura: “No he escrito una sola línea en mi vida, ni un artículo periodístico, ni he dado una conferencia, ni he intervenido en ninguna tertulia, ni he publicado un solo poema que no tuviera siempre en cuenta que la literatura es un hecho social”, le oí decir hace unos años en una intervención pública. Pero yo siempre lo he interpretado, en su caso, en un sentido bajtiniano: el escritor como “sujeto social” cuyos textos son un espacio de cruce, de intersección entre los diferentes sistemas ideológicos, el sistema lingüístico y la respuesta del Otro. Tal vez por ello, un tema central de su imaginario literario ha sido la experiencia del desarraigo, del extrañamiento. Lo encontramos en muchos de sus libros, pero muy especialmente en su novela La nave de los locos (Seix Barral, 1984).
Peri Rossi se exilió en 1972 y llegó a Barcelona, con diez dólares en el bolsillo y el sentimiento de pérdida, “de incendio”, que conlleva toda partida cuando es forzada. En Montevideo quedó su madre. “Partir es partirse en dos”, escribe en un poema de Estado de exilio (2003). Este libro parte de una idea fundamental: el exilio es un estado de vida que se prolonga en el tiempo hasta constituir una capa más de la propia identidad. Mario Benedetti hablaría, al regresar a su Montevideo natal en 1993, del desexilio como de una operación del alma muy costosa porque, de algún modo, está forzada a desandar un camino que ya recorrió para volver atrás y recuperar espacios que se daban por perdidos. Mi idea es que Peri Rossi, quien ya no desanduvo el camino tomado, encontró en la experiencia amorosa, en la vivencia del amor, el único antídoto capaz de combatir el extrañamiento que cruza su obra. Amor y exilio. Love and Exile: así tituló Isaac Bashevis Singer su autobiografía en 1984. Ahora bien, en la flamante merecedora del premio Cervantes el amor, su tema por excelencia, es la expresión de una proyección personal más que de una correspondencia: en muchos de sus cuentos y relatos el deseo amoroso es unívoco, mantiene una sola dirección, sin que sepamos, ni sepa el propio narrador (a menudo masculino), la respuesta que merece la inmensidad de la pasión sentida. Diría que la escritora ha dado en su obra muchas vueltas a una pregunta insondable, tan viva como la propia vida: ¿qué puede hacer una mujer enamorada? En el último de sus libros, La insumisa, encontramos algunas respuestas.
EL PAÍS
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