Jean Michel Basquiat |
Hubert Selby
Coda
Fin del mundo
¡Cuánto más a los que habitan estas casas de arcilla, ellas mismas hincadas en el polvo! Se les aplasta como a una polilla. De la noche a la mañana quedan pulverizados. Para siempre perecen sin advertirlo nadie; se les arranca la cuerda de su tienda y mueren privados de sabiduría.
Job, 4, 19-21.Mike Kelly le dijo a su mujer vete a hacer puñetas y se dio la vuelta tapándose la cabeza con la manta. Venga, levántate. No tenemos leche ni pan. Él no dijo nada. Venga, Mike, voy a llegar tarde al trabajo. Siguió callado. Por favor, Mike, levántate. Y se sentó en el borde de la cama empujándole suavemente por el hombro. ¿Por qué no vas a la tienda mientras yo me visto? Venga, hombre. Mike se dio la vuelta, quitándose bruscamente del hombro la mano de su mujer, y se apoyó en un codo. Mira, lárgate de una vez y no me fastidies más, ¿entendido? —se dio nuevamente la vuelta y se dejó caer en la cama, echándose la ropa por encima de la cabeza—. Irene se levantó de un salto y se dirigió a la silla haciendo mucho ruido, agarró la ropa y se puso a vestirse. Eres un hijoputa, Mike, ¿me oyes bien? Un hijoputa. Y se dejó caer en la silla para ponerse las medias. Será mejor que desaparezcas, so puta. Si no te voy a partir la cara. Irene continuó murmurando mientras se vestía. Luego fue al cuarto de baño y cerró dando un fuerte portazo. Será mejor que dejes de hacer todo ese jodido ruido, Irene, o esto va a terminar muy mal. Ella se volvió hacia la puerta cerrada y le sacó la lengua. Luego abrió los dos grifos y el agua salpicó fuera del lavabo. Puso el tapón, todavía insultando a Mike (el hijoputa), cerró los dos grifos y metió la esponja en el lavabo. Estaba frotándose la cara, todavía insultando a Mike, cuando Helen, su hijita de tres años, llamó a la puerta. Irene le abrió bruscamente. ¿Qué es lo que quieres? Helen se metió el pulgar en la boca y la miró. Helen entró en el cuarto de baño e Irene la subió al retrete, y luego se secó la cara. Voy a llegar tarde. Se puso a peinarse y Arthur, de casi dieciocho meses de edad, empezó a llorar. MECAGOendios. Tiró el peine a la bañera (Helen seguía chupándose el dedo y esperó a que Irene saliera del cuarto de baño para bajarse de la taza, tirar de la cadena y correr al cuarto de estar) y entró en el dormitorio hecha una fiera. Al menos podías ocuparte del niño. Mike se irguió bruscamente y le gritó que se fuera a hacer puñetas y le dejase en paz. Ocúpate de él y déjame en paz. Tú eres su madre, ocúpate de él y déjame en paz. Irene dio una patada al suelo y se puso roja de furia. Si trabajases podría ocuparme yo de él. Mike volvió a taparse la cabeza con las mantas. No me sigas jodiendo. Eres un hijoputa. Irene arrancó una chaqueta del colgador, Arthur seguía llorando a la espera de su biberón. Helen, sentada en un rincón del cuarto de estar, esperaba el final de la riña. Irene introdujo los brazos en las mangas de la chaqueta. Dame dinero para comprar algo de comer. Mike se quitó las mantas de encima, cogió el pantalón y sacó un billete de dólar de la cartera. Toma. Y ahora vete al infierno y no me toques más los cojones. Irene le arrancó el billete de la mano y salió de la casa dando un portazo. A ver si Arthur llora todavía más fuerte y obliga a levantarse al hijoputa de Mike. Cada mañana es lo mismo. Nunca me echa una mano. Ni siquiera le prepara el biberón al niño. Vuelvo a casa del trabajo y tengo que preparar la cena y fregar los platos y ocuparme de los niños. ¡¡¡Jodido hijoputa!!! Y corrió a la tienda. Entró, ignorando el buenos días, Irene, de los dependientes, y cogió una docena de huevos. Después los dejó y cogió media docena, pues necesitaba pitillos, un litro de leche y dos panecillos. Sacó los pitillos de la bolsa y se los metió en el bolsillo del vestido para no olvidarlos y dejárselos a Mike (el muy hijoputa). Cuando volvió a casa abrió la puerta de una patada y la cerró de un portazo. Arthur seguía llorando, Helen le acunaba hablando con él y Mike le gritó que hiciese callar al niño. ¿Por qué no te ocupas de los niños antes de ir de compras?, dijo Mike enfadado de verdad por el modo en que trataba a los niños. Si tanto te importan, ¿por qué no te levantas tú y te ocupas de ellos, hijoputa de mierda? Mike se sentó en la cama y se volvió en dirección a la puerta abierta. Será mejor que tengas cuidado con lo que dices o te voy a partir la cara de un puñetazo, y Mike se dejó caer de nuevo en la cama y se tapó la cabeza con la manta. Irene temblaba de ira pero lo único que hizo fue dar una patada al suelo, aún con la bolsa de la compra en la mano, y OH OH OH OH OH OH OH OH OH OH… Luego se dio cuenta de la hora que era y dejó la bolsa en la mesa, puso a calentar un cazo con agua, corrió a la habitación de los niños y cogió el biberón de Arthur, lo llenó de leche y lo calentó lo justo para que no estuviera helada; echó unos copos de cereales y leche en una taza mientras se calentaba el biberón, corrió a la cuna con el biberón, Arthur lo agarró y dejó de llorar (Mike gruñó, gracias a Dios); luego Irene llamó a Helen para que tomara los copos y la leche y se preparó una taza de café instantáneo, cogió uno de los panecillos, lo mojó en el café, lo comió y corrió al dormitorio. Dame algo más de dinero. Por el amor de dios, ¿todavía andas por aquí? Date prisa, Mike, o llegaré tarde. Mike le tiró medio dólar. ¿Qué ha sido del otro dólar? No era bastante (por lo menos podía quedarse con diez centavos y tenía el paquete de pitillos). Irene terminó el café de un trago y salió a toda prisa. Corrió hasta la parada del autobús esperando no tener que aguardar demasiado y sin dejar de insultar a Mike, el muy hijoputa. Si hoy no limpia la casa dejaré el empleo. Eso haré. Que consiga un trabajo él. Vio venir un autobús y apresuró el paso, llegando justo a tiempo de cogerlo. El hijoputa. * * *
Ada abrió la ventana. El aire estaba en calma y era cálido. Sonrió y miró los árboles; los viejos, altos, grandes y fuertes; los jóvenes, pequeños, llenos de promesas y de brotes; el sol iluminaba las hojas nuevas. Hasta las hojas que brotaban en los injertos de la cerca y las finas briznas de hierba y los brotes del diente de león estaban vivos a la luz del sol. Oh, es tan bonito. Y Ada le dio las gracias a dios, el creador del universo que traía la primavera con el calor del sol.
Se asomó a la ventana, su ventana favorita. Desde ella no eran visibles la fábrica ni los solares ni los basureros; sólo veía el paisaje y el patio. Y todo renacía y el sol calentaba. Había docenas de matices de verde y ahora que la primavera había llegado de verdad todo se pondría más verde y la vida se multiplicaría sobre la tierra y habría más pájaros y sus trinos la despertarían por la mañana. Todo sería muy hermoso. Contemplaba los pájaros que saltaban en el suelo, volando hasta las ramas de los árboles que todavía eran finas, aunque pronto se volverían firmes y gruesas y se llenarían de hojas verdes. Sí, el primer día cálido del año. Respiró a fondo. Sí, hacía calor. El primer día cálido del año. Había habido unos cuantos días en los que brillaba el sol y el aire era cálido, pero después siempre vinieron los últimos vientos fríos del invierno a dejarlo todo helado, o la lluvia a mojarlo. Pero hoy era diferente. El largo invierno había terminado. El largo, frío y amargo invierno cuando lo único que se podía hacer era ir a la tienda y volver a casa… Volver a casa y sentarse y mirar por la ventana y esperar…, esperar un día como éste. Había habido unos pocos días…, sí, unos pocos, no muchos…, en que se había podido sentar en el banco, pero aunque el viento no era fuerte y brillaba el sol, sólo pudo quedarse sentada unos pocos minutos y luego, por mucho que la abrigaran el jersey, los guantes, la bufanda, el abrigo, por mucho que estuviera sentada donde el sol pegaba más, el frío se apoderaba de ella y tenía que subir. Y aunque brillara el sol, no se sentía, no se sentía de verdad como debiera ser, pues se supone que el sol debe iluminarte el cuerpo y calentártelo, penetrando hasta el mismo corazón. No, sólo lo podía sentir un poco en la cara. Además, en invierno no hay nadie con quien hablar. No venía nadie a sentarse. Ni siquiera unos pocos minutos. Y encima, los inviernos son tan largos. Y está una tan sola. Completamente sola en los tres cuartos abarrotados de muebles, reliquias del pasado, y sentada junto a la ventana mirando las ramas sin hojas que temblaban al viento; los pájaros que buscaban algo que comer en el suelo helado; la gente que caminaba con la espalda doblada por el viento; y el mundo entero que le daba la espalda. En invierno, si una mira bien, todo demuestra odio. Ada veía odio en los témpanos que colgaban de las ventanas; lo veía en el barro sucio de las calles; lo oía en el granizo que golpeaba contra la ventana y le mordía la cara; lo veía en las cabezas humilladas de los que corrían a sus casas… Sí, bajaban la cabeza para no ver a Ada y Ada se golpeaba el pecho y se tiraba del pelo gritándole a Jehová, su Dios y Señor, que tuviera piedad y fuera misericordioso, y se arañaba la cara hasta que las uñas quedaban llenas de carne y sangre de sus mejillas, y golpeaba la cabeza contra la ventana hasta herírsela. Entonces unas gotitas de sangre tachonaban el muro de sus lamentaciones y alzaba los brazos implorando a Jehová y preguntándole por qué la castigaba mientras le suplicaba que tuviese piedad, le preguntaba por qué la gente se apartaba de ella, y se golpeaba el pecho y pedía perdón a Dios que le había dado a Moisés las tablas de la Ley y había guiado a sus hijos a través del ardiente desierto; el Dios vengador que había abierto el mar Rojo para que pasasen los elegidos y había ahogado en sus turbulentas aguas a los ejércitos que les perseguían; y suplicaba al Dios vengador que había enviado la peste al faraón y a los hijos de Israel que le habían dado la espalda… Oh, Dios, ten piedad… Y Ada permanecía delante de su muro de las lamentaciones mirando el cielo a través de los cristales cubiertos de hielo salpicado con su sangre, rogándole al Padre igual que los árboles con sus ramas desnudas alzadas hacia el cielo; y se golpeaba el pecho y se arañaba las mejillas y se golpeaba la cabeza contra la ventana y se dejaba caer al suelo sollozando y se quedaba llorando de rodillas… y luego, al cabo del tiempo se dormía. Cuando despertaba ayunaba durante veinticuatro horas, allí, sentada entre sus reliquias, recitando viejas oraciones, balanceándose en la mecedora mientras rezaba. Al cabo de las veinticuatro horas se preparaba una taza de caldo y se sentaba delante de la ventaba mirando los árboles sin hojas y la tierra helada, ignorando la realidad concreta, los coches que pasaban, oyendo únicamente la voz de Dios, y pensando únicamente en los días cálidos que venían. Durante dos días más, tres en total, no se lavaba la cara y se quedaba en casa, tomando solamente una taza de caldo al día, rezando, mirando por la ventana, recorriendo las habitaciones, arriba y abajo, consciente de las heridas que se le iban secando en la cara, contemplando las marcas y tocándoselas suavemente con las puntas de los dedos. Luego, al terminar el tercer día se lavaba la cara y comía y bajaba a la tienda y compraba las pocas cosas que necesitaba y sonreía a la gente y le preguntaba al tendero qué tal estaba y le recomendaba que se cuidase.
Pero el invierno había terminado y ahora podría sentarse en un banco y sentir el sol, contemplar los pájaros y a los niños que jugaban, y a lo mejor hasta venía alguien y se sentaba a su lado y charlaba con ella.
* * *
Vinnie y Mary seguirían solteros si no se hubieran conocido. Pero al final se conocieron. Ella tenía treinta y cinco años y él cuarenta, y se casaron y sus familias estaban contentas. En cuanto estuvieron solos la primera noche Vinnie llevó a Mary a la cama y la tiró en ella. Luego se le echó encima y movía la cama y los cajones de la cómoda y la imagen de la Virgen María de la cabecera, hasta que Mary tuvo el estómago tan revuelto que ya no se podía mover, sino sólo quedarse allí tumbada protestando y GRITÁNDOLE QUE PARARA. Pero Vinnie siguió con el balanceo, babeando y GRITÁNDOLE QUE ERA SU MUJER Y QUE SEGUIRÍAN DANDO SALTOS EN LA CAMA (la Virgen María temblaba) Y FOLLANDO, FOLLANDO, FOLLANDO Y GRITANDO. Cinco años después tenían dos hijos y seguían gritando. Los niños se pasaron sentados en la cuna llorando hora y media antes de que Vinnie y Mary se levantaran. Mary rodó hasta el borde de la cama y GRITÓ A LOS NIÑOS ¡A CALLAR! ¿QUÉ DEMONIOS OS PASA? VINNIE LE DIO UN GOLPE EN LA ESPALDA Y LE DIJO: PREPÁRALES EL BIBERÓN Y DEJARAN DE CHILLAR, luego se sentó en el borde de la cama rascándose la cabeza. Se levantaron los dos y se quedaron mirándose uno al otro, rascándose, LOS NIÑOS NO PARAN DE CHILLAR. VETE A PREPARARLES EL BIBERÓN. ¿POR QUÉ NO TE VAS AL CUERNO? ¿CÓMO QUE AL CUERNO? PREPARA EL BIBERÓN. CIERRA EL PICO. Mary metió los pies en las zapatillas y se dirigió a la cocina y preparó el biberón. Se quedó junto al fogón mientras se calentaba, rascándose tripa y sobacos. Volvió al dormitorio a vestirse después de darle el biberón al niño, y cuando se quitó el camisón, Vinnie se le echó encima y se puso a sopesarle las tetas. TE LLEGAN HASTA LAS RODILLAS. Ella lo apartó. ESTÚPIDO. Vinnie se agachó y le tiró de los pelos del pubis, VAYA BOSQUE. Ella se lo quitó de encima. ESTAS LOCO. NO HAGAS EL IDIOTA, y cogió la ropa y fue al cuarto de baño a vestirse, cerrando la puerta y echando el pestillo. Vinnie se vistió y fue a ver a los niños. Los miró y sonrió y les pellizcó las mejillas. ESTA BUENO EL BIBERÓN, ¿EH? Parpadearon y el bebé siguió chupando. BUENOS CHICOS, volvió a pellizcarles las mejillas antes de salir de la habitación. OYE, DATE PRISA. NECESITO ENTRAR. ¿QUÉ DEMONIOS TE PASA QUE TIENES TANTA PRISA? CIERRA LA BOCA Y DATE PRISA, ¿ME OYES? Vinnie fue a la cocina, volvió al cuarto de los niños, luego volvió a golpear la puerta del cuarto de baño. VENGA, VENGA, DATE PRISA, COÑO. ¿POR QUÉ TIENES TANTA PRISA? ESPERA, y Mary se vistió muy despacio y llenando el lavabo también muy despacio. Vinnie volvió a dar puñetazos en la puerta. POR EL AMOR DE DIOS, ABRE LA PUERTA. ME VOY A MEAR. ¿POR QUÉ NO TE VISTES EN EL DORMITORIO? PORQUE NO ME DEJAS EN PAZ. Vinnie daba puñetazos y patadas a la puerta. PUTA ASQUEROSA. Se apartó de la puerta y volvió a pasear muy nervioso por la casa, agarrándose el pene, moviéndose más de prisa cada vez, dando saltos. NO PUEDO ESPERAR. ABRE LA PUERTA. LARGATE. Volvió a golpear la puerta. EN CUANTO SALGAS TE VOY A MATAR, y se apartó otra vez de la puerta y fue al dormitorio. Abrió la ventana y meó. El chorro dio en el marco de la ventana del piso de abajo que estaba abierta y salpicó al niño que dormía en la cuna. Mrs. Jones se quedó mirando un momento, luego llamó a su marido y le contó lo del agua que caía dearriba y había salpicado al niño. Voy a ver qué pasa. Deben de ser esos locos del piso de arriba. No pueden ser más que ellos. Salió de su casa y subió la escalera. Por fin Mary abrió la puerta y salió lentamente del cuarto de baño. YA HE TERMINADO. ENTRA. CREÍ QUE TENIAS PRISA. VENGA, MEA. Vinnie le dio una bofetada. ¿QUÉ DEMONIOS TE PASA, SO CABRÓN? PUTA ASQUEROSA. MALDITO ESTÚPIDO. Ella le devolvió la bofetada. ¿PERO QUE COÑO TE HAS CREÍDO? Vinnie trató de volver a pegarle y erró el golpe, y LE GRITÓ, y Mr. Jones llamó a la puerta y Mary LE GRITÓ A VINNIE CIERRA EL PICO, y abrió la puerta y Mr. Jones quería saber de quién había sido la idea de tirar agua por la ventana, pues habían mojado a su hijo, y Mary se encogió de hombros y dijo: ¿CÓMO? ¿QUÉ? ¿DE QUÉ ESTA HABLANDO?, y Mr. Jones dijo ya sabe de qué le estoy hablando, y el niño terminó su biberón y empezó a llorar de nuevo. Se le unió su hermano y MARY LE GRITÓ A VINNIE HAZ QUE CALLEN ESOS NIÑOS Y VINNIE LE GRITÓ ME ESTOY VISTIENDO, y Mary se volvió hacia Mr. Jones cuando éste le dio un golpecito en el hombro y le dijo, oiga, y ella dijo ¿QUÉ PASA? Y LES GRITÓ A LOS NIÑOS CALLAOS y Vinnie fue al cuarto de los niños, ¿QUÉ PASA? ¿POR QUÉ LLORÁIS? y cogió a los niños y Mary le dijo a Mr. Jones NO SE NADA DE ESO DE LA VENTANA, y él se llevó las manos a la cabeza y Mary se volvió y les dijo a los niños ES SOLO UN MOMENTO, y Mr. Jones dijo que no iba a permitir que pasara otra vez pues entonces llamaría a la policía y Mary se encogió de hombros y cerró la puerta Y LOS NIÑOS TODAVÍA CHILLABAN Y VINNIE LES DIJO CALLAOS. MARY, OCÚPATE DE LOS NIÑOS, ¿ME OYES?, y Mary les cambió y Vinnie fue al cuarto de baño a lavarse Y LE GRITÓ A MARY PREPARA EL DESAYUNO Y ELLA DIJO Y UN CUERNO, y terminó con los niños y éstos volvieron a su cuarto a por unos juguetes y Vinnie se lavó la cara y Mary PUSO VIOLENTAMENTE LA CAFETERA EN EL FUEGO Y VINNIE SALIO Y SE SIRVIÓ UN VASO DE ZUMO Y ELLA DIJO ¿Y YO QUÉ? Y ÉL DIJO SÍRVETE TÚ TU PROPIO ZUMO, Y ELLA DIJO PREPÁRATE TÚ TU PROPIO DESAYUNO, Y ÉL LE DIO UNA BOFETADA Y ELLA LE DIO UNA PATADA Y EL LE DIO OTRA Y LE DIJO PREPARA EL DESAYUNO Y PREPARA A LOS NIÑOS PARA QUE TOMEN UN POCO EL AIRE, Y ELLA DIJO QUE TE DEN POR EL SACO, Y DEJÓ LA SARTÉN ENCIMA DEL FOGÓN Y SE FRIÓ UN PAR DE HUEVOS Y CUANDO TERMINO, ÉL SE FRIÓ LOS SUYOS Y LE DIJO SERÁ MEJOR QUE PREPARES A LOS NIÑOS PORQUE SI NO TE TIRARE POR LA VENTANA, Y ELLA DIJO DEJA DE METERTE EN LO QUE NO TE IMPORTA, Y ÉL PUSO LOS HUEVOS EN UN PLATO Y DEJÓ EL PLATO EN LA MESA Y LOS DOS NIÑOS QUERÍAN EL MISMO JUGUETE Y SE PELEABAN Y GRITABAN Y LLORABAN Y MARY DIJO A CALLAR, Y VINNIE LE DIJO QUE FUERA A VER LO QUE PASABA Y SE METIÓ UN HUEVO EN LA BOCA Y MARY FUE A SU CUARTO Y LES QUITÓ EL JUGUETE Y LES DIJO QUE SALIERAN DEL CUARTO Y LES PREPARÓ EL DESAYUNO Y VINNIE SE SENTÓ EN EL CUARTO DE ESTAR GRITÁNDOLE A MARY Y MARY LE GRITÓ A ÉL, DE VEZ EN CUANDO LOS NIÑOS TAMBIÉN GRITABAN Y LOS DOS LES GRITABAN A LOS NIÑOS Y LOS NIÑOS GRITABAN MÁS ALTO Y VINNIE Y MARY NO DEJABAN DE GRITAR Y POR FIN TERMINARON DE DESAYUNAR Y TODOS SEGUÍAN GRITANDO Y LOS NIÑOS VOLVIERON A SU CUARTO Y MARY SE PUSO A LAVAR LOS PLATOS Y LOS VECINOS ENCENDIERON SUS RADIOS.
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AVISO A LOS RESIDENTES
CORREO AÉREO
Se llama CORREO AÉREO a tirar basura por las ventanas. No se permite el CORREO AÉREO en este edificio, últimamente han habido bastantes quejas sobre basuras arrojadas a la calle, a los descansillos y hasta algunos casos de personas que fueron alcanzadas por basura tirada desde las ventanas. EL CORREO AÉREO supone una violación de las reglas de higiene y una violación de las reglas de convivencia de los inmuebles. Cualquier inquilino que sea encontrado culpable de tirar basura por la ventana será expulsado inmediatamente. Deseamos que este edificio sea un sitio limpio y seguro en el que vivir. Les corresponde que así sea.
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Lucy se levantó lentamente de la cama y fue al cuarto de los niños, cambió y vistió a Robert, su hijo menor, lo levantó de la cama, y luego vistió a Johnny. Les dijo que jugaran en silencio (desde luego, ella no iba a permitir que sus hijos anduvieran corriendo como salvajes), Papá está dormido, y fue a la cocina a preparar el desayuno. Llenó tres vasos de zumo y llamó suavemente a los niños. Vinieron corriendo y les mandó callar y les dijo que se estuvieran quietos, los niños educados no andan corriendo por la casa haciendo ruido. Tomaron el zumo y volvieron a su habitación a jugar. A los pocos minutos gritaban BANG, BANG, y Lucy corrió a su habitación y les dijo que se callaran. Si sólo jugamos a policías y ladrones, Mamá. Johnny, ¿cuántas veces te tengo dicho que los niños buenos y bien educados no juegan a esas cosas en casa? No lo sé, Mamá. Lucy le miró durante un segundo. Bueno, no importa, estáos tranquilos. Vale. Cuidado con lo que hacéis, y Lucy volvió a la cocina, prestó atención a ver si hacían ruido, contenta de que estuvieran tranquilos y no se portaran como unos golfos. Iba a decirles que vinieran cuando llamaron a la puerta. Se ajustó la bata, se arregló el pelo con las manos, luego abrió la puerta. La chica blanca tan agradable del piso de abajo le sonreía. Creo que hay una fuga o algo así en tu cuarto de baño, Lucy. Tengo todo el techo mojado. Lucy contestó con un OOOH, y corrió al cuarto de baño. Abrió la puerta y se encontró con los niños. Johnny trataba de cerrar los grifos. Lucy los miró, luego miró el agua del suelo —Robert se echó a llorar y Johnny seguía tratando de cerrar los grifos y decía lo siento—, y el agua que desbordaba el lavabo. Se acercó violentamente y de un manotazo obligó a Johnny a que se apartara de los grifos. Luego los cerró. Johnny se echó a llorar y ella iba a abrir la boca para mandarle callar cuando se acordó de la chica queseguía en la puerta. Corrió hacia allí y le dijo que lo sentía muchísimo, los niños estaban jugando y esperaba que la cosa no fuera importante. Lo siento muchísimo, de verdad, estoy desolada, Jean. No, tampoco es para tanto. Se sonrieron y la chica se fue. Lucy casi cierra dando un portazo, pero agarró la puerta a tiempo y la cerró suavemente pues no quería que la chica pensase que estaba enfadada con ella. Se apoyó contra la puerta, abochornada. De toda la gente de la casa tenía que ser precisamente esa chica blanca tan agradable. Con lo tranquila que era su familia y ahora va a pensar que somos como los demás. Volvió al cuarto de baño. Johnny seguía sentado junto al lavabo mirando la puerta, pero Robert había ido a su habitación dejando marcas de pasos. Lucy agarró a Johnny por el brazo y lo sacó a rastras del cuarto de baño. Te vas a enterar. ¿Es que no tienes otra cosa mejor que hacer?, y le dio un azote en el culo, mientras le llevaba en volandas a su cuarto. Johnny lloraba y gritaba perdóname Mamá. ¿Perdonarte? ¿PERDONARTE?, y le dio otro azote y lo tiró sobre la cama. Johnny seguía llorando y suplicando —Robert estaba en el rincón temiendo que le pegaran también a él—, y Lucy gritaba a Johnny que le iba a castigar… Entonces se dio cuenta de que estaba gritando y que a lo mejor los de abajo la oían…, o puede que ya la hubieran oído otros… Escuchó durante un momento y luego cerró rápidamente la puerta tras decirle a Johnny que estuviera callado. Tenía los dientes apretados y le habló con ira. Como hayáis despertado a Papá os vais a enterar, y temblaba de cólera y frustración, exasperada por lo que había pasado y con miedo de que alguien la hubiera oído gritar. Escuchó para ver si Louis se había despertado, pero del dormitorio no le llegó ningún sonido. Se volvió hacia Johnny, que trataba de dejar de llorar (no hacíamos ruido en el cuarto de baño), pero todavía le caían lágrimas y sollozaba. Robert empezó a lloriquear y Lucy le dijo que callase con voz más controlada. Johnny comprendió que lo peor ya había pasado, así que empezó a controlar sus sollozos, mientras seguía mirando a su madre. Perdóname, Mamá, perdóname. Entonces estáte callado y tranquilo y… ¡LA HARINA DE AVENA! Corrió a la cocina y quitó el cazo del fuego. Por suerte no se había quemado. Puso la harina de avena en los platos de los niños y los llamó. Los niños se sentaron en silencio y se pusieron a comer. Lucy cogió su taza de café que ahora se había enfriado. Se sirvió otra taza y se sentó a la mesa con los niños. Podía oír a Mary y Vinnie riñendo. Lucy movió la cabeza y maldijo aquella casa. Terminó su café, recordó el agua del cuarto de baño y cogió la fregona y corrió al cuarto de baño y fregó el suelo. Como Johnny hiciera el más mínimo ruido, se iba a enterar de lo que era bueno. Escurrió la fregona, la dejó y volvió a sentarse a la mesa. Johnny había terminado de desayunar y estaba tranquilamente sentado mirando a su madre que daba de comer a Robert y después ordenaba la mesa. Lucy les dijo que se fueran a su cuarto y jugaran en silencio, luego fue al dormitorio y se vistió. Después de vestirse preparó la ropa para la lavandería. Se lavó, luego se peinó, puso la ropa en el carrito y dio prisa a los niños para que salieran de casa. Se dirigió al ascensor, abrió la puerta e iba a entrar cuando vio (de hecho primero notó el olor) una cagada humana en el suelo del ascensor. ¡Otra vez! Se detuvo y agarró a Robert que estaba a punto de pisarla. Luego salió rápidamente antes de que alguien la viera allí. Cogió a Robert en brazos y empezó a bajar la escalera (¡Dios mío!, tendré que bajar dos pisos con el carricoche). Lucy estaba roja de vergüenza y deseaba encontrarse lo más lejos posible del ascensor antes de que alguien abriera la puerta. Johnny le gritó que le esperase. Lucy esperó a Johnny en la puerta (convencida ya de que aquello lo había hecho un mendigo) y luego salió rápidamente del edificio, Johnny corriendo detrás de ella.
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Abraham se levantó tarde. Se quedó en cama todo el tiempo que pudo, pero el ruido que hacían los cinco niños era demasiado para él. Ni siquiera la puerta cerrada servía de nada, conque se levantó. Se sentó en el borde de la cama y se quitó cuidadosamente la redecilla con la que protegía su peinado, encendió un pitillo y se puso a pensar en aquella chica morena tan guapa, sí, guapa de verdad, que estaba en el MELS la noche anterior. Tenía la piel suave de verdad y brillante y un pelo largo y ondulado. Nada de tieso, era suave, tío, y largo. Sí, señor… Y llevaba un vestido escotado de verdad y cuando andaba movía el culo y te volvía loco, de verdad, y cuando bailaba el slop se le notaban los músculos de aquel culo tan redondo. Sí, señor…, estaba buena de verdad. Tío, ya me gustaría follarme a aquella puta. Mierda… Me la follaré sin parar, tío, de verdad. Y cuando me la termine de follar se enterará de lo que es follar de verdad y se dará cuenta de que sólo yo puedo ser su tío. La muy puta… Esta noche me voy a poner guapo de verdad y todos los demás maromos parecerán unos mierdas, tío. Lo que quiero decir es que este hijo de su madre va a resultar el mayor jodedor que se haya visto nunca. Mierda. Sí, el viejo Abe. El viejo y cojonudo Abe Washington, je, je, je… Y nadie, tío, óyelo bien, nadie, podrá conmigo. De verdad, tío, cuando me tire a esa chavala se va enterar, así de fácil… Sí, señor… Se levantó y se estiró, apagó el pitillo y se vistió. Abrió la puerta del dormitorio y les gritó a los niños que se callaran mientras se dirigía al cuarto de baño. Se quedaron callados un momento y luego siguieron corriendo, dando gritos y saltando. Abe se enjabonó la cara y se afeitó. Luego se la aclaró con agua caliente primero, y después con agua fría. Se secó con la toalla y luego se contempló detenidamente la cara en el espejo, centímetro a centímetro, con mucho cuidado, doblándose la nariz primero a un lado y luego al otro, y estirándose la piel del cuello. Al cabo de cinco minutos estaba contento de haber encontrado sólo un granito. Se lo estrujó cuidadosamente y luego mojó una esquina de la toalla en agua fría y se limpió la parte infectada. Se lavó los dientes, que eran muy blancos, asegurándose de que eliminaba las manchas amarillas del tabaco. Luego hizo gárgaras. A continuación se puso crema hidratante en la cara —se volvió hacia la puerta para gritarles a los puñeteros niños que se callaran— y luego se contempló detenidamente la cara una vez más. Estaba satisfecho. Se echó un poco de brillantina en las palmas de las manos y luego se las pasó por el pelo. Luego cogió el peine y con mucho cuidado empezó a peinarse, dejando el peine de vez en cuando y usando el cepillo para poner cada mechón en su sitio, dándose un toque aquí y allá, cepillando una onda algo más que otra, con mucho cuidado, para que quedaran en su sitio —¿por qué no os calláis?— y dio un paso atrás para admirar cómo le había quedado el pelo. Colocó en su sitio una onda y cogió el espejito de mano y se puso de espaldas al espejo grande de encima del lavabo para mirar cómo le había quedado la parte de atrás. Sonrió pensando en el culo de aquella chica, se secó las manos en la toalla y fue a la cocina. Le dijo a su mujer que le preparase unos huevos, se sentó y se limpió las uñas. Se las limó y preguntó a su mujer por qué no vestía a los niños y los mandaba a la calle. Hacen demasiado ruido aquí dentro. Ella le dijo que tenía demasiado que hacer para ocuparse de los niños. Los niños habían estado quietos un momento, pero enseguida se pusieron a chillar de nuevo y a dar saltos y uno pisó a Abe y éste gritó y le amenazó con la mano. El niño se apartó, pero tropezó contra su madre, que estaba sacando los huevos de la nevera. Ella dejó los huevos y gritó que le iba a dar una paliza y entonces todos los niños dejaron de correr como locos. El niño pidió perdón y ella empezó a quitarse el cinturón y le amenazó con él y el niño se alejó un poco y su madre se tranquilizó un poco. Luego el niño se sentó tranquilamente y su hermana, la mayor, le riñó por ser tan malo y a él le apeteció darle una patada, como solía hacer siempre, pero estaba asustado. Esperaría a que salieran a la calle. Abe quiso saber qué pasaba con sus huevos, pues hoy tenía unas cuantas cosas que hacer. Su mujer le trajo los huevos y Abe se los comió, mientras Nancy le contaba que el médico había dicho que los niños estaban mal alimentados y que no bastaba con el aceite de hígado de bacalao, sino que debían tomar vitaminas, y Abe mojó pan en la yema y le dijo no me fastidies con esas tonterías de las vitaminas, y ella dijo que le diera dinero para comprarlas, y que necesitaba veinte dólares a la semana. Abe se encogió de hombros y le dijo que les diera más verduras y tragó lo que le quedaba de huevo con más pan y dijo que le sirviera café y ella se lo sirvió y dijo maldita sea, necesito algo más de dinero, y él dijo mierda, se partía el espinazo en los muelles para ganarlo y no iba a dejar que lo desperdiciaran de aquel modo. Los niños seguían en silencio esperando a que se fuera su padre para poder vestirse y salir a la calle, y Nancy insultó a Abe y él dijo a ver si te callas, coño, y sacó veinte dólares y los dejó en la mesa y dijo que no se quejase, que tenía suerte, y que él tenía un montón de facturas que pagar y que ella sólo se preocupaba de la comida y maldita sea, si no puedes comprar también las vitaminas con eso, que te den por el culo. Ella cogió el dinero de la mesa y les gritó a los niños que se vistieran y se largaran y los dos chicos mayores corrieron a su cuarto, y la niña dijo, ahora mismo, mamá, y también se fue; y Abe terminó su café y salió de la cocina. Se puso la chaqueta, se observó detenidamente cara y pelo una vez más, poniéndose una onda en su sitio, y salió de casa.
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LA PERSECUCIÓN
Un grupo de niños, de unos cinco o seis años, estaban en los escalones de entrada a uno de los edificios. Otro grupo se encontraba a unos cincuenta metros. Los dos grupos se vigilaban, escupiendo, soltando tacos, mirándose amenazadoramente. Algunos de los niños de los escalones querían atacar ya a aquellos hijoputas y liquidarlos, pero los otros querían esperar a Jimmy. Jimmy era el más fuerte de todos. Cuando venga, ya verán esos hijoputas. Corre más que nadie. Mierda, tío, ya verás como los atrapamos y los liquidamos. Sí, tío, quemaremos vivos a esos hijoputas. Subían y bajaban los escalones impacientes, escupiendo y mirando a los del otro grupo. Entonces oyeron que bajaba alguien la escalera y apareció Jimmy. Jimmy les gritó algo y sacó una pistola y dijo, vamos, liquidaremos a esos hijoputas. Todos lanzaron unos chillidos agudos y siguieron a Jimmy que corría hacia la otra pandilla. Los otros también chillaron y echaron a correr. El juego de indios y vaqueros acababa de empezar. Corrieron por las calles disparando, gritando bang, bang, estás muerto, hijoputa. Te he dado. Vete a tomar por el culo. Te he dado. Bang, bang. Iban, venían, pasaban entre la gente con la que se cruzaban; corrían alrededor de los árboles, de la gente que estaba sentada en los bancos. Bang, bang, miraban hacia atrás y disparaban al que los perseguía. A veces tropezaban con alguien que pasaba y lo rodeaban —¿por qué no miras por dónde vas, maricón?— o, si era más pequeño, simplemente le derribaban, saltando el que perseguía por encima de la criatura caída, que lloraba y llamaba a su mamá. Bang, bang. Jimmy acorraló a uno junto a la escalera. El chico se detuvo frente a Jimmy, al otro lado de un cochecito de niño. Trató de escapar, primero por la derecha yluego por la izquierda. Por fin Jimmy atacó por un lado y el chico se escapó por el opuesto empujando el cochecito. El bebé cayó y rodó por el suelo parándose cuando chocó contra el bordillo. Los dos chicos le miraron durante un momento. Le oían llorar cuando por una de las ventanas asomó la cabeza de alguien que quería saber qué coño pasaba, y los dos chicos se largaron a toda prisa y Jimmy corrió a lo largo de la cerca detrás del otro chico, bang, bang, y desaparecieron tras una esquina del edificio. El juego de indios y vaqueros continuaba.
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Ada canturreaba mientras fregaba los platos. Aclaró el fregadero, luego hizo la cama, abriendo antes las ventanas para que se airearan las sábanas, luego estiró las sábanas y la manta, ahuecó las almohadas (a Hymie siempre le gustó que su almohada estuviera blanda), luego colgó su camisón y el pijama que dejaba en la parte de la cama de Hymie todas las noches. (A Hymie siempre le había gustado tener un pijama limpio todas las noches y aunque ya llevaba cinco años muerto, seis en octubre, el 23 de octubre, ella siempre extendía su pijama en la cama todas las noches, aunque ahora siempre era el mismo, que lavaba una vez al mes, lo planchaba y volvía a poner en la cama). Luego ordenó la casa, barrió el suelo de la cocina y puso los muebles en su sitio, antes de secar los platos y colocarlos con los demás. Cantaba por lo bajines cuando se puso el jersey y el abrigo y se preparó para salir. Lanzó una ojeada a la casa, asegurándose de que la cocina y todas las luces estaban apagadas, antes de cerrar la puerta y salir. Cerca de la entrada del edificio había una zona bordeada por cercas y unos cuantos árboles. Ada se sentaba allí siempre que el tiempo se lo permitía. Se sentó en un banco, precisamente en la parte donde sabía que daba más el sol. Era su banco, y allí se sentaba y miraba a los niños, a la gente que pasaba o estaba sentada disfrutando del sol. Cerró los ojos y volvió la cara hacia el sol y se quedó así, sentada, durante muchos minutos, sintiendo el calor en la frente, en los párpados, notando que los rayos del sol le penetraban en el pecho, le calentaban el corazón, haciendo que se sintiera casi feliz. Respiró profundamente, suspiró inaudiblemente, bajó la cabeza y abrió los ojos; luego levantó un poco los pies y movió los dedos dentro de los zapatos. Sus pobres pies tenían que soportar tal peso que en invierno sufrían, pero ahora estaban vivos y descansados. Habría muchos, muchísimos meses cálidos y soleados antes de que sus pies volvieran a verse torturados por las gruesas medias y obligados a sentir el frío. Pronto podría ir a Coney Island y se sentaría en el paseo y miraría a los bañistas o incluso daría un paseo descalza por la orilla, aunque no estaba segura de si debía. Podría resbalar, o que alguien tropezase con ella. De todos modos la playa era agradable incluso cuando sólo se sentaba en un banco a tomar el sol. Miró a un niño que pasaba montado en su triciclo, luego miró a un grupo de niños que se perseguían unos a otros gritando. A veces llegaba a distinguir las palabras que se gritaban y se sonrojaba e inmediatamente trataba de quitarse aquello de la cabeza (también recordaría esto el invierno próximo), luego se volvió bruscamente cuando oyó llorar a un niño. Distinguió el cochecito volcado, oyó la voz de la ventana, vio vagamente a dos niños que se alejaban corriendo. Trató de localizar al niño levantándose del banco y por fin lo vio caído en el suelo, pero volvió a sentarse al ver que una mujer salía del edificio. Aquellos niños, la verdad, deberían tener más cuidado. Vio que la madre cogía al niño y lo dejaba en el cochecito y le metía un biberón en la boca y volvía a subir. Espero que no se haya hecho daño. El niño dejó de llorar y Ada dejó de mirar y una vez más contempló al niño que andaba alrededor de los bancos en su triciclo. Vio a una mujer que pasaba con sus hijos y un carrito de la compra. La mujer sonrió, hizo un gesto con la cabeza y dijo ¿qué tal? Ada le devolvió el saludo pero no sonrió. Era una mujer agradable pero su marido no era bueno. Siempre la miraba de un modo raro, como si le fuera a pegar. No se parecía a Hymie. Su Hymie siempre fue cariñoso. Era tan bueno… Llevarían cuarenta y tres años casados este verano, el 29 de julio, si todavía viviera. Hymie siempre la ayudaba. Y también le gustaba la playa. Pero podían ir pocas veces. Sólo los lunes cuando cerraban la tienda, y a veces no hacía buen tiempo. Pero muchas veces iban y ella preparaba unos emparedados y un termo con bebida fría y Hymie iba siempre a buscarle una silla plegable y una sombrilla. Siempre insistía… Quiero que te encuentres cómoda y lo pases bien. Eso decía siempre. Ella siempre decía no, no te molestes, y luego los dos se reían. Pero Hymie siempre insistía en que debía tener una sombrilla por si le apetecía sentarse a la sombra, pero ella nunca lo hacía y siempre se sentaba en las sillas plegables a tomar el sol y una vez, puede que dos, durante el día, iban hasta la orilla a mojarse los pies. Su Hymie era tan bueno… Y cuando su Ira se hizo mayor a veces les decía que fueran a la playa, que él atendería la tienda y así podrían pasar un día más en la playa. Su Ira era el mejor hijo que pueda soñar una madre. (Todas las noches, antes de acostarse, besaba su foto). Sólo era un muchacho cuando lo mataron. Sólo un muchacho. Ni siquiera se había casado. Ni siquiera se había casado cuando se lo llevó el ejército. Y era un muchacho tan bueno… Cuando todavía era pequeño, al volver del colegio, le decía que echara una siesta, que él ayudaría a papá en la tienda, y Hymie sonreía encantado y acariciaba la cabeza de Ira y decía claro, claro, echa una siesta. Ira ya es mayor y me ayudará. Y entonces Ira sonreía a su padre y Ada iba a la pequeña habitación trasera de la tienda de caramelos y se tumbaba. Y a veces, cuando no estaba muy ocupado, Hymie preparaba la cena mientras Ira atendía la tienda y luego Ira la despertaba y decía la cena está lista, mamá. Y todo estaba preparado en la mesa y cenaban y ella salía a ocuparse de la tienda mientras cenaba Hymie. Y Hymie trabajaba tanto. Abría la tienda a las seis de la mañana y salía a recoger los periódicos a la calle, y a veces hacía frío y llovía, y traía los grandes montones de periódicos él solo (nunca dejaba que le ayudase en eso) y cortaba las cuerdas y los ponía en los estantes y ella seguía tumbada en la cama, haciendo como que dormía, y todos los años que estuvieron casados Hymie se levantaba con mucho cuidado para que ella pudiera dormir un poco más y ella se despertaba todas las mañanas pero nunca dejó que Hymie se enterase de que estaba despierta para que no se preocupara de ella. Luego, a las ocho volvía y ella hacía como si despertase entonces y se levantaba a preparar el desayuno. Tuvieron la tienda veinte años y fueron tan felices —el niño del triciclo chocó contra un árbol y cayó, pero se levantó enseguida y se puso a pedalear—, puede que no hubieran tenido dinero, pero fueron felices y todavía recordaba el olor de la fuente de soda; y el dulce olor del helado, los siropes, las frutas, el chocolate caliente, los bombones, la crema batida y los caramelos y los chicles del mostrador, y los estantes de caramelos de la pared de enfrente, las puertas corredizas de cristal sucias de manos pringosas de miles de niños. Solía apoyarse en el mostrador para ver cómo miraban los caramelos señalándolos con los dedos apretados contra el cristal. Eso pasaba muchas veces al día y Ada se preguntaba por qué tendrían que apoyar las manos en el cristal y por qué les costaba tanto decidir qué clase de caramelos querían. Y después, cuando llegó Ira, en su edad madura, aquello dejó de molestarle. Eran niños como su Ira. Pero se hacían mayores y dejaban de ser agradables y te decían cosas molestas. Pero Ira siempre había sido un buen chico. Y lo tuvieron que matar. Y ni siquiera vieron su cuerpo. Sólo un telegrama y muchos años después un ataúd precintado. Mi pobre Ira. Tan joven. Ni siquiera padre, y muerto ya. Muerto hacía quince años —unos cuantos niños se unieron al del triciclo y daban vueltas, reían. Ada sonrió al mirarles—. Murió hace quince años y ni siquiera unos niños para recordarle. No sé por qué me hicieron eso. Muerto incluso antes que Hymie, su padre. Y Hymie también me ha dejado. Un hombre tan bueno. Trabajaba sin parar —pasó alguien y Ada sonrió, pero siguieron de largo sin fijarse en Ada y Ada casi les gritó algo, pero no lo hizo al notar que bajaban unas mujeres, que entraba gente en la tienda y los niños corrían y reían y el sol brillaba y calentaba todavía más y unos hombres se sentaban a horcajadas en un banco con un tablero de ajedrez entre ellos y puede que viniera alguien a sentarse junto a ella y podrían hablar.
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CORO DE MUJERES I
Las amas de casa estaban en un banco. Miraban a Ada y reían. Con este tiempo sale a la calle de todo. Hasta Ada. Supongo que saca sus harapos al sol. Risas. El mismo abrigo mugriento. Lo lleva todo el invierno. ¿Por qué no se lo quita ahora? No debe de llevar nada debajo. ¿Tú crees? Seguro que está llena de roña. Risas. Es una marrana. Hasta los fumigadores tienen miedo a entrar en su casa. Seguro que el coño le huele a queso podrido. Risas. (Una se metía el dedo en la nariz, rebuscando con ayuda del meñique y localizando los mocos, luego con el índice soltaba los que se le habían acumulado durante la noche, escarbaba con el pulgar y después sacaba entre el pulgar y el índice uno largo, verde y consistente, con manchitas amarillas, y luego hacía una pelotita con él, la acariciaba entre los dedos, tratando de librarse de ella, pero se le quedó pegada al dedo hasta que se la quitó frotando el dedo contra el banco). Y esa jodida Lucy. He visto que iba a la lavandería con otro montón de ropa. ¿Quién se cree que es? Siempre lavando la ropa. Sí, ¿qué es lo que quiere demostrar? ¿Sabes que su marido va al colegio? Claro. Cree que le va a servir de algo. A lo mejor aprende y se hace maricón. Para lo que le va a servir… Y después nadie se querrá follar a Lucy. Yo lavo la ropa cuando es necesario, pero no hago lo que ésa. (Otra levantó un poco el culo y dejó escapar un pedo y suspiró). Risas. Fijaos cómo sonríe Ada. Yo creo que es idiota porque siempre sonríe así. Lo es. Está como una cabra. Deberían llamar al manicomio para que vinieran por ella. Risas. Sí, uno nunca está seguro con locos cerca. Lo único que necesita es que le echen un buen polvo. A lo mejor le mando a Harry, haría un buen trabajo. Risas. Seguro que tiene dinero escondido en algún sitio. Seguro. Su marido trabajaba por su cuenta y no cobra ninguna pensión. Fijaos como se ríe sola. Si yo tuviera su dinero, jamás vendría a sentarme aquí. (Se arranca una costra de una pierna, la examina desde varios ángulos y luego la tira).
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AVISO A LOS RESIDENTES
Ha llegado a conocimiento de la dirección de este edificio que ciertos adolescentes se apoderan del dinero de niños más pequeños, después de amenazarles con pegarles si no les dan el dinero que tienen. Esos adolescentes también detienen a niños más pequeños que van a la tienda con botellas y se las quitan junto con el dinero que llevan. Cualquier niño al que se le coja quitándole el dinero a un niño más pequeño será entregado a la policía y la familia de ese niño será expulsada de inmediato. Esta dirección recomienda a las madres que eviten mandar a sus hijos a la tienda con dinero o con botellas. Deseamos que este edificio sea un lugar seguro para todos los que viven en él. A todos corresponde que así sea.
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Mike se levantó por fin. El niño lloraba débilmente, pero sabía que en cuanto abriese la puerta los lloros serían más fuertes y Helen vendría y le molestaría con algo; querría comer o que la vistiese o le preguntaría cosas idiotas. Se vistió y se sentó en el borde de la cama y fumó un pitillo; luego se dejó caer en la cama con la esperanza de volver a dormirse. Se tapó los ojos con el brazo, pero no le sirvió de nada. Apagó el pitillo y se puso de lado —Helen oyó el movimiento y se volvió desde la ventana donde estaba mirando a los niños, y esperó que se abriera la puerta— pero no tenía sueño. Sin embargo siguió tumbado esperando un hipotético sueño que le hiciera dormir unas cuantas horas más. Por lo menos habría pasado algo más de tiempo. ¿Qué hora será? Todavía no deben de ser las doce, pues no oí la sirena. Si los niños estuvieran callados, a lo mejor podría volverme a dormir. Pero el sol brillaba y hasta con la persiana bajada había mucha luz en el cuarto y, maldita sea, tenía que levantarse. Después de todo… Se dejó rodar hasta el borde de la cama y se levantó poco a poco. El jodido niño debía de estar meado. Dios mío, hace un ruido espantoso. Mike fue a la ventana y miró afuera, sin subir la persiana. La mayoría de las ventanas de los pisos estaban abiertas y las miró una a una, sin pasar a otra hasta haberse acostumbrado del todo a los cambios de luz y estar seguro de que no había dejado de ver nada interesante. Una vez había visto a una mujer, y desde luego no estaba nada mal, que se asomó a la ventana para hablar con alguien que estaba abajo, y una de las tetas se le salió del camisón. Como no sabía que la estaban mirando, no tuvo ninguna prisa en volver a guardársela. Y era una teta bastante grande. Cosas así pueden pasar en cualquier momento, especialmente cuando hace calor. Había sido un buen día. Se había sentido bien el día entero. Fue tan cojonudo como si se hubiera follado a una tía desconocida. Se pasó el día empalmado y cuando Irene volvió del trabajo a casa la llevó inmediatamente al dormitorio y follaron como locos. Hizo que se sentara encima de él y tenía los pechos muy duros y enterró la cara en ellos e Irene no paraba de mover el culo y, coño, la polla seguía tiesa. Sí, había sido un buen día. Ya le gustaría que volviera a pasar algo así. Un par de veces había visto a una puta negra que andaba con las tetas al aire, pero era diferente. Le puso cachondo, pero no era igual que cuando veía unas buenas tetas muy blancas con unos grandes pezones color rosa. Lo que necesitaba era eso. Una tía buena. Ya hacía mucho que no se follaba más que a Irene… A no ser, claro, un par de veces que se fue de juerga, pero eso era distinto. Era como follarse a una puta. Y no es que Irene no estuviera buena —tenía buen cuerpo y un par de tetas muy grandes— pero estaba cansado de hacer siempre lo mismo. Y últimamente le había andado tocando los huevos con lo de que buscase trabajo. Que le den por el culo. ¿Por qué tenía que trabajar? Para lo que le servía… No merecía la pena levantarse pronto y matarse trabajando. Tampoco les iba tan mal con lo que ganaba Irene. El niño seguía llorando, pero Mike ya estaba acostumbrado al ruido, pensaba en otra cosa y ni le oía. Seguía mirando atentamente las ventanas. Enfrente vivía una chica judía y se quedó mirando su ventana mucho tiempo. Tenía un buen par de tetas y le apetecía echarle mano. Si por lo menos pudiera ver la ventana del cuarto de baño y echarle el ojo encima cuando saliera de la bañera. Tío, aquello sería cojonudo. Con lo buena que estaba. Mierda. Ahora probablemente no está en casa. Pasó a la ventana siguiente. ¿Por qué hostias voy a tener que trabajar? Partirme los cojones, ¿para qué? De todos modos no se consigue nada. Mierda. Casi veintiséis años, ¿y qué he conseguido? Nada. ¿Para qué coño voy a currar? ¿Para que un judío me pague un par de pavos a la semana mientras él se forra? Que les den por el culo. Si tuviera un par de pavos a lo mejor esta noche podría ver a los chicos y montar una buena. Es lo único que necesito para animarme. Últimamente me noto un poco bajo de forma. Necesito ver a los chicos, eso es todo. Si no tengo trabajo es cosa mía. Mike terminó de pasar revista a las ventanas, pero empezó otra vez, ahora rápidamente, pero no había nada que ver. Cojones. Salió del cuarto. Ignoró al niño que ahora lloraba con fuerza y fue a la cocina. Helen le seguía. A ver si por una vez a Irene se le ocurrió preparar una buena cafetera esta mañana. Vio el bote de café instantáneo encima de la mesa y maldijo a la vaga de Irene por no haber hecho café de verdad. Calentó agua y preparó una taza de café, diciéndole sí o no con la cabeza a Helen que no había dejado de hablar desde que salió del cuarto. Sí, no, con la cabeza, vale, espera un momento; hoy no, puede que mañana. Encendió un pitillo, puso la radio —Helen seguía hablando— y por fin le dijo a Helen que dejase de molestarle. Quiero salir, papá, vale, déjame terminar el café, ¿quieres? Tomó el café y fumó un pitillo. Luego empezó a vestir a Helen, sacando la ropa de los cajones. Buscaba una camiseta, pero todo eran bragas. La jodida Irene nunca recoge la ropa de los niños antes de irse. ¿Cómo hostias espera que sepa dónde guarda las cosas? Y Arthur llorando todo el tiempo, y Helen allí delante, con el dedo en la boca, y Mike estaba perdiendo los estribos porque a fin de cuentas no había motivo para que las cosas no estuviesen donde debían y porque Irene nunca vestía a los niños antes de irse y al final dijo a la mierda con todo, y Helen se puso a llorar y él gritó que se callara y la mandó a su cuarto. Se preparó otra taza de café y encendió otro pitillo, tratando de ignorar a Arthur, aunque sabiendo que antes o después tendría que cambiarle, lo mismo que sabía todas las mañanas al despertar que tendría que levantarse y llegar al mismo punto que ahora cuando ya no podía seguir ignorando los chillidos del niño y decidía cambiarle el pañal meado. Dios mío, cuánto aborrecía tener que cambiar al niño por la mañana. Por la tarde, cuando también le tocaba cambiarlo, no le importaba tanto, pero por la mañana era tan desagradable… El jodido pañal estaba empapado de pis y olía a rayos. Y normalmente también había una cagada y el niño tenía el culo lleno de mierda. Terminó el café y el pitillo, pero no se movió de la mesa. ¿No era mejor salir y comprar unas cuantas cervezas antes? Sí, era una buena idea. Compró unas cuantas botellas y al volver se encontraba mejor. Se sirvió un vaso y fue al cuarto de los niños. Miró a Arthur: ¿por qué tienes que armar tanto follón? Joder, esto apesta. Le quitó la braga de goma, luego desprendió los imperdibles y volvió la cabeza mientras le quitaba el pañal. ¡Cuánta mierda! Apretó los dientes y estaba tan enfadado que casi pega al niño. Arthur dejó de llorar en cuanto le quitó el pañal y Mike le miró y le dijo que mejor seguía callado o le partía la cara. Tiró la mierda al retrete y metió el pañal en un cubo. El cubo estaba lleno de pañales sucios y Mike maldijo a Irene por no haberlos lavado ayer como le había dicho él. La hijaputa sabe perfectamente que hay que lavar los pañales todos los días. Mierda. Volvió junto a Arthur, le puso un pañal limpio, luego las bragas de goma, luego dejó unos cuantos juguetes en la cuna antes de volver a la cocina y a su cerveza. Por lo menos había terminado con aquello y ahora podía sentarse y tomar una cerveza y oír la radio y a lo mejor pensar en algo que hacer.
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La lavandería estaba hasta los topes y Lucy se sentó en un banco a esperar. Sentó a los niños a su lado y les dijo que se estuvieran quietos, pero Robert se puso a dar patadas y Johnny se levantó del banco. Lucy le agarró por un brazo y le dijo que se sentara y que se estuviese tranquilo. No quiero que andéis corriendo por ahí como esos otros niños. Lucy echó una ojeada a las máquinas que le había asignado la encargada, tratando de determinar cuánto tardaría en poder usarlas ella. Le hubiera gustado tener una revista que la ayudase a pasar el rato, pero si la tuviera sabía que no iba a ser capaz de concentrarse pues estaba segura de que Johnny se pondría a jugar con los otros niños si no lo mantenía a raya. Se recostó en el banco y dijo a Robert que tuviese las piernas quietas. Oh, cuánto le molestaba esperar en este sitio. Lo único que podía hacer era estar sentada oyendo chismorrear a aquellas mujeres estúpidas. No dejaban de hablar y reír y molestar a todo el mundo. No paraban de reír. Sí, odiaba este sitio. Johnny se había levantado del banco otra vez y miraba a su madre para ver si le obligaba a sentarse. Lucy volvió a fijarse en las máquinas. No podía faltar mucho. Johnny dio un paso —su madre no había dicho nada y a lo mejor conseguía alejarse de ella—. Lucy le agarró por el brazo y le obligó a que se sentara. Todavía tenía que esperar un poco. Por fin las máquinas se pararon y la mujer sacó la ropa. Lucy se fijó en ella. Algunas prendas estaban un poco grises. Preparó su ropa para meterla en la lavadora. Johnny se había levantado una vez más y se movía por la lavandería. Robert contempló a su hermano durante un instante y luego se levantó también y se quedó apoyado en el banco. Lucy echó jabón en la máquina, y vio que Robert cogía algo del suelo. Se lo quitó enseguida y luego buscó a Johnny con la vista mientras sentaba nuevamente a Robert en el banco. Estaba jugando con otro niño en el extremo opuesto de la lavandería y Lucy casi lo llama a gritos, pero se controló y se dirigió muy despacio hacia él. Johnny jugaba con un extranjero que llevaba unos pantalones muy sucios y unas playeras destrozadas. A Lucy le apetecía agarrarlo bruscamente, pero le cogió por la mano y lo llevó adonde estaban sentados. Johnny se puso a lloriquear y preguntaba por qué no podía jugar con el otro niño y Lucy le dijo que no se moviera del banco, pues podía hacerse daño con una de las máquinas de lavar. Johnny protestó, pero Lucy se mantuvo firme. Le sonrió y le dijo que se estuviera quieto. Luego miró las máquinas y frunció el ceño al ver que la espuma superaba el nivel indicado y asomaba por la parte de arriba de la máquina, precisamente por el sitio donde se echaba el jabón. Se quedó mirando la espuma, con la mano en la pierna de Johnny, observando cómo la espuma caía por los lados de la lavadora. No sabía qué hacer y estaba demasiado avergonzada para llamar a la encargada. La espuma seguía aumentando de volumen y entre las máquinas se extendía un chorro de agua. Por fin alguien llamó la atención de la encargada, que se acercó, manipuló algo de la parte de atrás de las máquinas y la espuma disminuyó. Luego preguntó quién había cargado la máquina. Lucy se levantó y empezó a disculparse y la mujer le dijo que había que tener cuidado con la cantidad de jabón en polvo que se echaba en la lavadora. Luego le indicó dónde estaba la fregona. Lucy la cogió y recogió el agua, evitando los ojos que la miraban. Volvió a poner la fregona en su sitio y sintió cierto resentimiento. Al mismo tiempo no podía dejar de preguntarse si la mujer pensaba que ella era igual que la extranjera del extremo opuesto. Volvió al banco y vio que Johnny no estaba, sino que jugaba otra vez con aquel niño. Le llamó a gritos y Johnny se acercó corriendo y se sentó en el banco de un salto, sin atreverse a mirar a su madre (se acordaba de lo que había pasado aquella misma mañana), pero sabiendo que ella le miraba. Los niños se estuvieron quietos y Lucy no dijo nada. Miraba las máquinas, roja de vergüenza y de cólera. Por fin las máquinas se detuvieron y dijo a los niños que siguieran quietos y vació las máquinas. Luego se sentó en el banco a la espera de usarla secadora. Mientras esperaba entró una mujer con un carrito lleno de ropa y preguntó si podía utilizar la secadora, pues la de la lavandería de enfrente estaba estropeada. La encargada le dijo que debería esperar hasta que hubieran terminado todas sus clientas. No podía permitir que las clientas de otras lavanderías vinieran así como así y usaran su secadora antes de que sus clientas hubieran terminado. Además no sabía si terminarían a tiempo, pues se hacía tarde, había un montón de gente esperando y tenía que cerrar pronto. La mujer estaba molesta por haber tenido que esperar más de una hora en la otra lavandería y que luego el maldito aparato se estropease, y no quería quitar la vez a nadie. Dijo que sólo quería usar la secadora y que esperaría, pero que la iba a usar, así que no tenía ganas de discutir, y miró muy enfadada a aquella blanca que le había hablado en aquel tono. Bien, entonces puede sentarse y esperar hasta que todas mis clientas terminen y si todavía hay tiempo la podrá usar. Tampoco merece la pena enfadarse por una cosa así. Escuche un momento. Yo no he venido aquí a molestar a nadie, sólo quiero usar esa jodida secadora. ¿Entiende? A la encargada le apeteció decirle que se largara, pero no se atrevió. Dio la espalda a la negra y de repente decidió ayudar a una mujer (de color) a sacar su ropa de la máquina y luego le dijo a la intrusa (aquella maldita negra), esta lavandería sólo es para la gente de este edificio y, además, la encargada de la otra lavandería nunca deja que mis clientas usen su secadora. La otra mujer se dirigió hacia ella y le dijo que mejor cerraba el pico, pues si ella quería usar la jodida secadora, nadie se lo iba a impedir. La encargada se puso en jarras y dijo Ja, ja. Será mejor que te vayas con viento fresco, hermana. Aquí hay señoras que no están acostumbradas a oír ese tipo de palabras (asquerosa puta negra). No me diga lo que tengo que hacer, hijaputa. Esta lavandería puede usarla todo el mundo y yo voy a usar esa jodida secadora, aunque antes te tenga que partir la cara. No me vengas con esos aires, puta (negra) de mierda. Lucy cogió a Robert y el carrito, y salió a toda velocidad de la lavandería, alejándose de ella igual que antes había hecho del ascensor. Johnny corría detrás de ella.
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Abraham abrió la puerta de su enorme Cadillac y lanzó una mirada presuntuosa a los que pasaban y a los que limpiaban sus coches, a los niños que iban y venían con cubos de agua limpia, antes de entrar y cerrar la puerta haciendo una floritura. Estiró las piernas, se instaló cómodamente en el asiento, y sonrió. Era suyo. Sólo suyo. Miró el salpicadero con todos sus aparatos y los acarició. Todos aquellos cromados le pertenecían. Puso el motor en marcha y lo dejó en punto muerto durante un rato, luego encendió la radio y abrió la ventanilla de su lado. Sintonizó la emisora que quería, marcando el ritmo con el pie al oír el triste sonido de un saxo, sacó un pitillo del paquete, se lo llevó lenta y cuidadosamente a la boca, apretó el encendedor del salpicadero, se echó hacia atrás, siempre siguiendo el ritmo con el pie y sonriendo, hasta que salió el encendedor. Encendió el pitillo, echando el humo hacia el parabrisas, y observó cómo escapaba por la ventanilla. Volvió a mirar a los pobres tipos que limpiaban sus coches y se rió. Nadie verá nunca al viejo Abe limpiar su coche así. Apoyó el hombro en la puerta, volvió a estirar las piernas y se arregló los cojones (ya verás qué polvo te echo, jodida blanca). Abe siempre se sentía relajado e importante dentro de su Cadillac y hoy se sentía mejor que nunca. Hoy era un día estupendo, se dijo al mirar el asiento de atrás, el suelo (estaba un poco sucio, pero los chicos siempre lo limpian un poco después de lavar el coche), pasó la mano por la tapicería, volvió a acariciar el salpicadero (brilla como el culo de un recién nacido), subió el volumen de la radio y se fijó una vez más en los tipos que lavaban sus coches con cubos de agua, jabón y trapos. Parece que hoy todos los de este edificio han decidido lavar sus coches. Allá ellos. Yo pago para que me lo laven. Es cojonudo, cojonudo de verdad, tío, estar aquí sentado oyendo la radio y oliendo el coche, este olor especial del CADILLAC, y no tener a esos jodidos niños dando el coñazo alrededor y a esa jodida puta chillando. Abe aspiró profundamente y tiró el pitillo por la ventanilla. Habrá que mover un poco el culo. Metió la marcha atrás, reculó, dio media vuelta haciendo rechinar los neumáticos (ja, ja, todos esos tipos me están mirando) y se dirigió al garaje de Blackie. Se apeó del Cadillac y Blackie se acercó a saludarle. ¿Cómo va todo? Estupendamente, Blackie. ¿Y tú qué tal? Cojonudamente, tío. ¿Lo de siempre? Ya me conoces, y sé cómo hay que tratar a un Cadillac. Volveré dentro de un momento. Abe se dirigió a la barbería que había una manzana más abajo y cuando abrió la puerta todos le saludaron y sonrieron y él se dirigió a un sillón vacío, sonriéndoles a todos y saludando con la mano; ser tan conocido hacía que se sintiera importante, importante de verdad, porque todos sabían que era un tipo cojonudo, un tipo cojonudo de verdad, y todos le querían. En cuanto se sentó se le acercó el limpiabotas y se puso a limpiarle los zapatos. Le hubiera gustado que aquella chica le viese ahora y que se enterase de que era un tipo importante, pero ya se enteraría aquella noche. Tío, claro que se iba a enterar. Se iba a enterar de que no era uno de esos paletos del Sur, sino el viejo Abe, un tipo importante que sabía hacérselo bien (se rascó los huevos). Se iba a enterar, de verdad. Sonaba la radio y Abe cantó al tiempo que el vocalista, pero más fuerte, completamente seguro de que lo hacía mejor que el tipo de la radio, aunque tampoco éste cantaba nada mal. El limpiabotas terminó con los zapatos de Abe yéste le dio medio dólar. Antes de sentarse en el sillón para que le cortasen el pelo, se lo peinó cuidadosamente, colocando cada onda en el sitio adecuado. Luego se sentó y dijo, como siempre. Cruzó las piernas y clavó la vista en el espejo para no perder de vista al peluquero que le cortaba el pelo. Se fijó en cómo le cortaba cada pelo, haciendo que el peluquero pusiera un espejo a la altura de su nuca cada pocos minutos, asegurándose de que se lo cortaba a la altura adecuada, y fijándose en el largo de las patillas y cómo le afeitaba por encima de las orejas y mandándole que le recortase unos cuantos pelos de la parte izquierda, justo detrás de la segunda onda. El peluquero bajó el respaldo y afeitó a Abe con mucho cuidado para no irritarle la piel, y Abe le dijo que tuviera cuidado con aquel granito. Cuando terminó, el barbero le secó la cara con una toalla no demasiado caliente, justo como le gustaba a Abe, luego le dio un masaje con una loción de afeitar especial. Después hizo que le retocara el bigote y le cortase los pelos de la nariz. Se levantó del sillón y se miró en el espejo, peinándose el pelo y ajustándose las ondas, y dejó un par de dólares en la mano del barbero. Se quedó un momento escuchando la radio y cantando con los chicos. También les habló de las chicas tan guapas que andaban detrás de él y de la chica morena a la que había echado el ojo la noche pasada y de cómo le había arreglado las cuentas hace unas semanas a un tipo en el MELS, y no creáis, tíos, era un tipo enorme, y tenía una navaja así de larga, y todos rieron y se despidió con la mano y salió a la calle. Sí, el viejo Abe gusta a todo el mundo. Miró el reloj, pero todavía era pronto para recoger el Cadillac. Les llevaría unas cuantas horas más hacer un buen trabajo. Una pena, de verdad, pues hoy era la clase de día ideal para dar una vuelta en coche oyendo la radio y ligarse a alguna tía. Una pena, de verdad, que aquella chica no anduviese por allí. Darían una vueltecita…, sí, tío, una vueltecita, je je…, bueno, a lo mejor esta noche damos una vueltecita… Chasqueó los dedos, mierda… Se detuvo delante del cine y estudió los carteles de las películas que ponían. Ponían dos películas de vaqueros, así que el viejo Abe decidió pasar la tarde en el cine y, mierda, siempre le gustaron las películas de vaqueros y cuando saliera, el Cadillac ya estaría listo.
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EL CAMPO DE JUEGOS
Ahora la mayor parte de los niños habían salido y corrían y les pegaban a otros u otros los pegaban a ellos, según la estatura. Unos cuantos cogieron una bolsa de basura que había en el portal e hicieron una hoguera y dieron vueltas alrededor gritando y cogiendo trozos de basura en llamas que se tiraban unos a otros hasta que se abrieron unas cuantas puertas y les dijeron que ahuecaran el ala, hijoputas de mierda, y los niños dispersaron el fuego a patadas y gritaron jódete, cabrón, antes de correr escalera arriba o salir del edificio dando gritos. Otros pusieron tiras de papel en los buzones con el correo dentro y luego prendieron las tiras y daban saltos de contento mientras ardía el correo y las llamas ennegrecían la pared. Cuando se quemó todo el correo, llamaron a todos los timbres a los que podían llegar y luego salieron corriendo y gritando del edificio. Se asomaron cabezas por las ventanas y dijeron a los niños que se estuvieran quietos de una puta vez porque si no les iban a partir la cara, mientras los niños reían y decían que te den por el culo, y corrían al campo de juegos donde los más pequeños subieron al tobogán, empujando a los que todavía eran más pequeños que ellos y pisando las manos de los que trataban de subir por la escalera o dándoles patadas en la cara; luego se lanzaron hacia los columpios, quitando a empujones a los que estaban subidos hasta que unos cuantos padres, que tomaban el sol, levantaron la vista y les gritaron. Entonces los chicos fueron corriendo a otra parte del campo de juegos. Y unos cuantos de los mayores les quitaron una pelota de béisbol a unos niños y cuando el dueño de la pelota empezó a llorar corriendo detrás de su pelota, se la tiraron con mucha fuerza y le dieron en la nariz haciéndole sangrar, y uno de los amigos del dueño de la pelota les llamó negros hijoputas, y ellos volvieron y le dijeron que la mierda era pálida comparada con su asquerosa cara y los otros los llamaron piojosos y el de la pelota le dijo a uno que su madre era una jodida puta y el chico sacó una lima de uñas y le cruzó al otro la cara con ella y luego se alejó corriendo, y sus amigos salieron corriendo detrás de él; y en la esquina opuesta del terreno de juegos un grupito de chicos ignoraba las peleas y los gritos. Se cogían del hombro unos a otros y fumaban marihuana.
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DEPRISA, VISTE AL NIÑO. QUIERO LLEVAR A JOEY A QUE LE CORTEN EL PELO. ¿QUÉ ES ESO DE CORTARLE EL PELO? Y MARY ALZÓ UNA MANO AMENAZADORA DELANTE DE LA CARA DE VINNIE. ¿QUÉ LE PASA A SU PELO? ¿POR QUÉ QUIERES QUE SE LO CORTEN? LO TIENE DEMASIADO LARGO, ESO ES LO QUE LE PASA. OYE, ¿NO VES QUE TIENE RIZOS COMO UNA NIÑA? Y TIRABA DEL PELO A JOEY, Y EL NIÑO GRITABA Y LE DABA PATADAS A VINNIE. LO TIENE DEMASIADO LARGO, ESO ES LO QUE LE PASA, ¿ENTIENDES? MARY COGIÓ EL PELO DE JOEY Y DIJO ¿QUÉ TIENEN ESTOS RIZOS? ¿QUÉ PASA? ¿QUE COMO NO TE GUSTAN LOS RIZOS HAY QUE CORTARLE EL PELO AL NIÑO? NO, NO ME GUSTAN NADA TODOS ESOS RIZOS, VIOLENTAMENTE, AMENAZANDO CON LA MANO A MARY, COGIENDO EL PELO DE JOEY. NO QUIERO QUE PAREZCA UNA NIÑA. LE VAN A CORTAR EL PELO. POR MIS COJONES QUE SE LO VAN A CORTAR. ME GUSTA QUE TENGA EL PELO LARGO Y RIZADO Y VA A SEGUIR ASÍ, Y MARY TIRÓ TAN FUERTE A JOEY DEL PELO QUE LO LEVANTÓ DEL SUELO Y EL NIÑO AULLÓ Y CLAVÓ LAS UÑAS CON TAL FUERZA EN LA MANO DE SU MADRE QUE ESTA LE SOLTÓ Y EL NIÑO LE DIO UNA PATADA A SU PADRE Y LE CLAVÓ LAS UÑAS EN LA MANO Y VINNIE LE SOLTÓEL PELO Y LE DIO UNA BOFETADA Y MARY LE DIO UNA PATADA EN EL CULO Y LE GRITARON, PERO JOEY NO LES ESCUCHO, SIGUIÓ CORRIENDO Y MARY Y VINNIE SE VOLVIERON UNO HACIA EL OTRO. VINNIE VOLVIÓ A GRITAR VISTE AL NIÑO PARA QUE LO LLEVE A QUE LE CORTEN EL PELO, Y MARY DIJO NO SE LO VAN A CORTAR. ¿SERA CABRONA LA TÍA? LE VA A LLEGAR EL PELO HASTA EL CULO Y ELLA DICE NO SE LO VAN A CORTAR. ASÍ COMO LO OYES. SERA LO QUE YO DIGA. Y DIJO ME GUSTA QUE LO TENGA ASÍ. NO SE PARECE NADA A UNA NIÑA. NADA. ES IGUAL QUE UNA NIÑA. MIRA QUIEN LO DICE… Y ADEMAS NO SE PARECE NADA DE NADA A UNA NIÑA. ESTA MUY GUAPO. VINNIE SE LLEVO LAS MANOS A LA CABEZA PROTESTANDO. SI, ESTA MUY GUAPO ASÍ. ¿CÓMO VA A ESTAR GUAPO CON TODOS ESOS RIZOS? ¿QUÉ PASA CON LOS RIZOS? ¿CÓMO? ¿QUE QUÉ PASA CON ELLOS? ¿ES QUE EL NIÑO DE TU HERMANO AUGIE NO TIENE RIZOS? ¿Y ROSIE NO DEJÓ QUE LOS TUVIERA LARGOS, EH? CONQUE, ¿DE QUÉ COJONES HABLAS? A VER, ¿DE QUÉ? ¿ES QUE NO TE HAS DADO CUENTA DE QUE EL NIÑO PARECE MARICÓN? EL PELO LARGO HACE QUE LOS NIÑOS PAREZCAN MARICAS. DE ESO HABLO. SI MI HIJO RESULTA MARICA LO DEJÓ SECO DE UN TIRO. joey les observaba desde su cuarto. ¿QUIÉN LE VA A DEJAR SECO DE UN TIRO? A VER, ¿QUIÉN? Y SI NO CALLAS, A TI TAMBIÉN. ESO ES LO QUE TÚ TE CREES. PUES SI, SI, SI. NO, NO TE CALLES. SIGUE. SIGUE. TE VOY A PARTIR LA CARA. ¿QUÉ CARA DICES QUE VAS A PARTIR? REPÍTELO SI TE ATREVES. ATRÉVETE A CORTARLE EL PELO Y VERAS. HE DICHO QUE LE VOY A LLEVAR A QUE LE CORTEN EL PELO, ASÍ QUE CIERRA EL PICO. Y VINNIE LA AMENAZABA CON LA MANO Y MARY LE DIO UN GOLPE EN LA FRENTE Y GRITÓ QUE NO QUERÍA QUE LE CORTARAN EL PELO A JOEY, Y VINNIE SE LA QUITÓ DE DELANTE, FUERA, COÑO, Y FUE AL CUARTO DE JOEY. JOEY ESTABA SENTADO EN UN RINCÓN VIGILANDO LA PUERTA Y SE PUSO A GRITAR CUANDO VINNIE LE COGIÓ Y LE ARRASTRÓ HACIA EL ARMARIO Y EMPEZÓ A SACAR ROPA DE LAS PERCHAS. SENTÓ AL NIÑO EN LA CAMA Y EMPEZABA A VESTIRLE CUANDO ENTRO MARY Y LO APARTO DE JOEY DE UN EMPUJÓN Y LE DIJO QUIETO, NO LE VAN A CORTAR EL PELO, Y VINNIE LA TIRÓ CONTRA LA PARED DE UN EMPUJÓN Y DIJO DÉJAME EN PAZ, ¿ENTENDIDO? Y SIGUIÓ VISTIENDO A JOEY Y MARY SE LE ECHO ENCIMA Y LE ARAÑÓ LA CARA Y ÉL LA APARTO CON UNA MANO MIENTRAS TRATABA DE VESTIR A JOEY CON LA OTRA Y JOEY ESTABA SENTADO EN LA CAMA SOLTANDO PATADAS Y GRITANDO Y EL NIÑO MÁS PEQUEÑO VINO GATEANDO DESDE EL CUARTO DE ESTAR Y SE QUEDÓ SENTADO UN MOMENTO JUNTO A LA CAMA Y LUEGO TAMBIÉN SE PUSO A GRITAR Y VINNIE DIO UN EMPUJÓN MÁS FUERTE A MARY Y ESTA CAYÓ DE ESPALDAS AL SUELO UN POCO MÁS ALLÁ DEL NIÑO Y SE LEVANTÓ DE UN SALTO Y EMPEZÓ A DAR PATADAS A VINNIE Y ÉL LE DIO UNA BOFETADA EN PLENA CARA CON EL REVÉS DE LA MANO Y JOEY SE ESCABULLO DE VINNIE Y SE QUEDÓ TUMBADO EN LA CAMA BOCA ABAJO LLORANDO Y PATALEANDO Y EL MÁS PEQUEÑO SE QUEDÓ CALLADO UN MOMENTO CUANDO MARY CAYÓ CERCA DE ÉL Y LUEGO SE PUSO A CHILLAR CON MÁS FUERZA Y MARY DIJO DEJA A ESE JODIDO NIÑO EN PAZ, Y VINNIE LA AGARRO POR LOS HOMBROS Y LE DIO UNOS MENEOS Y PREGUNTO ¿QUÉ COJONES PASA? ¿ESTAS LOCA O QUE? Y LA TIRÓ CONTRA LA PARED Y JOEY CAYÓ DE LA CAMA AL SUELO Y SE PUSO A SOLTAR PATADAS Y CHILLABA Y VINNIE SE APOYO EN LA CAMA Y LO LEVANTÓ Y SE PUSO A VESTIRLE OTRA VEZ Y MARY EMPEZÓ A PEGARLE PUÑETAZOS EN LA CABEZA Y VINNIE VOLVIÓ A APARTARLA Y A METERLE ROPA AL NIÑO POR BRAZOS Y PIERNAS Y CUANDO SE ROMPIÓ LA CAMISA AL TRATAR DE METERLE LA MANGA SOLTÓ AL NIÑO DURANTE UN MINUTO Y LE DIO UN GANCHO EN LA MANDÍBULA A MARY, QUE ATRAVESÓ LA PUERTA TAMBALEÁNDOSE, TROPEZÓ CONTRA UNA PARED Y CAYÓ AL SUELO Y EL MÁS PEQUEÑO MIRABA, SIN DEJAR DE CHILLAR, Y JOEY DEJÓ DE SOLTAR PATADAS DURANTE UN MOMENTO Y VINNIE LE METIÓ ALGUNAS PRENDAS MÁS, LUEGO JOEY EMPEZÓ A LLORAR OTRA VEZ, PERO YA ESTABA CASI VESTIDO Y MARY SEGUÍA SIN SENTIDO Y VINNIE DECÍA ENTRE DIENTES PARA SÍ MISMO ALGO DE QUE IBAN A CORTARLE EL PELO AL NIÑO, NO VA A PARECER UN MARICÓN, Y QUE AUGIE ESTABA LOCO POR DEJAR QUE ROSIE TUVIERA AL NIÑO CON AQUELLOS RIZOS Y QUE EL NO IBA A PERMITIR UNA COSA ASÍ Y POR FIN LE HABÍA PUESTO BASTANTES PRENDAS DE ROPA A JOEY Y MARY EMPEZABA A GEMIR Y VINNIE GRITÓ CALLATE, Y ARRASTRÓ A JOEY AL OTRO DORMITORIO Y COGIÓ UNA CHAQUETA PARA ÉL Y SE LA PUSO Y EL MÁS PEQUEÑO HABÍA GATEADO HASTA MARY Y LE DABA GOLPECITOS EN EL ESTOMAGO Y SE REÍA Y MARY ABRIÓ LOS OJOS Y VINNIE Y JOEY SALIERON DE LA HABITACIÓN Y ELLA TRATÓ DE AGARRAR A VINNIE POR UNA PIERNA CUANDO PASO CERCA DE ELLA. PERO ÉL SE SOLTÓ Y ELLA VIO COMO SALÍAN DE LA CASA Y SE FUE PONIENDO POCO A POCO DE PIE Y POR FIN SE ACERCO A LA VENTANA DEL CUARTO DE ESTAR JUSTO CUANDO VINNIE Y JOEY SALÍAN DEL PORTAL, JOEY TODAVÍA GRITANDO, AUNQUE NO TAN ALTO, MIENTRAS VINNIE TIRABA DE ÉL Y MARY ABRIÓ LA VENTANA Y GRITÓ VUELVE AQUÍ AHORA MISMO. JODIDO HIJOPUTA DE MIERDA, Y VINNIE LA AMENAZO CON EL PUÑO GRITANDO CALLATE DE UNA PUTA VEZ, Y SE ALEJO CALLE ABAJO, Y MARY SEGUÍA GRITANDO EN LA VENTANA…
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Johnny casi volvió loca a Lucy en el supermercado. Robert iba tranquilamente sentado en el carrito de la compra, pero Johnny daba saltos delante mirando los estantes, deteniéndose a observar con descaro a la gente y hablando con otros niños. Parecía que cada dos o tres minutos tenía que apartarle de algún chico y que en cuanto lo soltaba de la mano y miraba alrededor, de nuevo estaba con otro niño, de rodillas y mirando debajo de los estantes o jugando con un gatito o Dios sabe qué. Y después, claro, quería caramelos y Lucy al final tuvo que retorcerle el brazo y decirle que se estuviera quieto o le pegaría. Qué poco le gustaban los fines de semana; tenía que comprar en tiendas abarrotadas (Louis se quedaba en casa dos días enteros —a veces—, y siempre tenía prisa por ir a la cama, no para dormir, sino para hacer el tonto toda la noche), y la lavandería estaba tan llena de gente… Por fin terminó de hacer la compra y salió del supermercado. Se apresuró callearriba, con Robert de la mano, tirando del carrito, y con Johnny corriendo delante o quedándose detrás cada pocos minutos para mirar el escaparate de una tienda o ver cómo jugaban unos niños. Estaba doblemente molesta por culpa de la gente que paseaba disfrutando del buen tiempo y el resplandeciente sol. Ada sonrió cuando pasó junto a su banco pero Lucy la ignoró (aquella judía asquerosa. Nunca se cambiaba de ropa) y se alejó a toda prisa. Tuvo que arrancar literalmente a Johnny de los niños que jugaban delante de la casa y darle un golpe en el brazo cuando quiso saber por qué no le dejaba quedarse a jugar. Lucy le dijo algo al oído y entró rápidamente en el portal. El ascensor, claro, seguía asqueroso y tuvo que subir la escalera hasta su piso. No entendía por qué no limpiaban el ascensor, pues todos sabían que el portero no volvería hasta el lunes. Lo mínimo hubiera sido que lo tapasen.
Louis estaba sentado a la mesa tomando café y leyendo. Lucy cerró de un portazo y se dejó caer en una silla. Les quitó los abrigos a los niños y éstos corrieron a su habitación dando gritos y Lucy les dijo que jugaran a algo tranquilo. Se sirvió un café y volvió a desplomarse en la silla. Oh, estoy agotada. Louis siguió tomando el café (normalmente Lucy no dice eso hasta que vamos a la cama), continuó leyendo y gruñó. Estoy completamente agotada. Hoy he tenido que subir la escalera dos veces con el carro cargado. Pues vaya. Sí, dos veces. Lucy se sintió un poco molesta ante la falta de interés de Louis, pero se acordó de que tenía que estudiar. Esperó a que la mirase antes de continuar. Por fin Louis llegó al final de un párrafo y se volvió hacia ella. ¿Qué decías? Que tuve que subir la escalera dos veces, contestó en tono de enfado. No me digas. Sí. Le contó lo del ascensor. Louis dijo que podían esperar a llegar a casa para hacer esas cosas. Luego sonrió al imaginar lo divertido que debía resultar ver a alguien cagando en el ascensor. Lucy dijo que no lo encontraba nada divertido, y menos todavía tener que subir la escalera, pero Louis siguió sonriendo y preguntándose qué habría pasado si hubiera entrado alguien en el ascensor en el mismo momento. Seguro que le hubiera cogido con los pantalones bajados. Louis rió y Lucy frunció el ceño. Johnny salió del cuarto corriendo y dando gritos. Robert le seguía, DA, DA. Lucy agarró a Johnny y quiso saber qué estaban haciendo. Johnny la miró fijamente y dijo que jugando. ¿Entonces por qué no jugáis a algo tranquilo? ¿Por qué tenéis que armar tanto ruido siempre? Jugábamos a indios y vaqueros. No me importa. Jugad en silencio y no andéis corriendo por aquí como un par de locos. Así que volved a vuestro cuarto y a ver si jugáis en silencio. Los niños volvieron a su cuarto y Lucy soltó un suspiro. Ese niño a veces me saca de quicio. Se pasa el día entero entre mis faldas, y no deja de correr por toda la casa dando gritos. Tampoco tiene tanta importancia. Lucy casi le corrigió —demasiada, no tanta—, pero dudó, pues sabía que Louis se enfadaría. Pero me paso el día entero con él pegado a mis faldas. No sé qué hacer. ¿Por qué no le dejas salir a jugar? Lucy soltó: Porque no quiero que juegue con esos andrajosos, por eso mismo. Louis se movió nervioso en la silla. Sabía lo que seguía y estaba decidido a evitar cualquier discusión. Si viviéramos en otro sitio y tuviéramos un piso mayor, la cosa no iría tan mal. Louis no dijo nada, pero respiró profundamente y encendió un pitillo. Un sitio donde pudiera dejar que saliese o donde hubiera sitio suficiente para qué no se pasase el día entre mis faldas. Cuatro habitaciones y media no son bastante. Y aquí, además, no tengo amigas (no las tendría en otra parte). No tengo a nadie con quien hablar. Pero ¿qué dices? Hay montones de personas con las que podrías hablar. No tienes más que mirar a la ventana, hay montones de gente. No quiero hablar con esa gente (se dice mirar por la ventana ). Bueno, pues yo no veo que esté tan mal vivir aquí. Además es baratísimo. Y nos vamos a mudar. Es que no te das cuenta de lo que es pasar el día entero aquí. Louis lamentaba haber iniciado una discusión, otra más, con Lucy, pero ya no podía parar. Todos los fines de semana Lucy empezaba una discusión, por lo que fuera. Oye, nos vamos a quedar aquí. Este sitio nos conviene y si nos mudamos no podríamos tener coche y no me apetece estar sin coche. Se levantó y se sirvió otra taza de café y Lucy siguió discutiendo. Louis volvió a sentarse a la mesa y trató de ignorarla y tuvo ganas de que en la TV hubiera un partido de béisbol. Lucy seguía hablando y Louis fumaba y tomaba el café tratando de no oírla. No quería reñir otra vez por culpa de las mismas cosas, apestaban ya. Además no quería tenerla en contra suya y que le diera la espalda durante un mes cada vez que se fueran a la cama. Ya era bastante difícil hacérselo con ella cuando estaba de buen humor. Siempre ponía alguna excusa y esta noche él estaba demasiado cansado para salir a buscarse algo. Pero prefería lo que fuera a quedarse sin el coche —los niños empezaron a gritar y Lucy corrió a su cuarto—, y después de todo, sólo le quedaban unos meses de clases. Y en cuanto terminase lo tendría todo hecho. Y cuando consiguiera un buen trabajo, y tuvieran unos dólares de sobra, a lo mejor se mudaban a otra casa, pero ahora no iba a dejar las clases (y tampoco se iba a deshacer del coche. Si no lo conseguía ahora nunca mejorarían), especialmente después de todo el dinero que llevaban gastado. Y era la mejor escuela de reparación de radios y televisores de la ciudad —Lucy volvió protestando porque los niños siempre se peleaban por el mismo juguete—, y conseguiría un trabajo como debe ser, y además todo el mundo sabía lo fácil que era ganar dinero arreglando aparatos de radio y televisión. Lucy siguió hablando y Louis negándose adiscutir y pensando, como había pensado el día entero, en aquella noche, y con muchas ganas de que hubiera un partido en la televisión.
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CORO DE MUJERES II
Las mujeres siguen sentadas en el banco y miran a una pareja que acaba de sentarse en el banco de enfrente. No entiendo cómo se las arreglarán para follar. La mujer era muy baja, y tenía prótesis en las dos piernas, una ligera joroba y andaba con muletas. Su marido tenía una pata de palo y andaba a saltos. A lo mejor él se quita la pata de palo y se la folla con ella. Risas. ¿Creéis que le pegará con las muletas cuando se corre? Los tullidos las miraban y sonreían y las mujeres les saludaron con la cabeza y sonrieron. A lo mejor le da golpecitos en la joroba cuando la monta por detrás. Risas. Sonrieron otra vez a los tullidos; luego las sonrisas desaparecieron de sus caras y se pusieron a murmurar cuando vieron acercarse a Mr. Green. Su mujer había tenido un ataque y estaba en el hospital y todas las veces que salía de casa paraba al primero que encontraba y le contaba toda la historia, así que en cuanto alguien lo veía venir huía, pero las mujeres estaban demasiado desganadas para huir. Resultaba curioso cómo se había producido el ataque. Estábamos sentados en el salón y de repente va y me mira de un modo raro —estaba muy pálida, ya me entiende— y se pone a gemir y a babear y la ayudé a tumbarse en el sofá y se desmayó —la llamé y la moví, pero como si nada—, y fui a por una de las sillas de la cocina y la llevé junto al sofá —ya no puedo mover una silla de las grandes— y me senté junto a ella —no la habría dejado sola por nada del mundo— y supongo que estuve allí sentado más de cuatro horas, luego fui a la puerta de al lado y le pedí a esa chica tan amable que entrara y echase un vistazo a mi mujer —no sé qué hubiera hecho sin ella— y la chica la miró y dijo que había que llamar al médico inmediatamente —es una chica agradable de verdad y muy dispuesta—, conque llamé y la llevaron al hospital. Le hicieron todo tipo de reconocimientos y me dijeron que había tenido un ataque. No me dejaron verla hasta el día siguiente. Lleva tres semanas en el hospital, pero mejora. Ayer comió muy bien, incluso repitió el estofado —dijo que estaba muy bueno— (las mujeres seguían mirándose unas a otras, riendo y murmurando, con ganas de que el viejo se largara de una vez, y una de ellas se puso a mirarle el pelo a otra, buscándole piojos. Cayó mucha caspa y la mujer apretó con la uña las partículas más pequeñas para ver si eran piojos. Si sonaban al apretarlas se las enseñaba a la mujer y le decía que había cazado uno), repitió el estofado y su intestino funcionó perfectamente esta mañana. Fue blando y muy oscuro. Supongo que las píldoras que toma son las que se lo ponen tan oscuro. Si sigue mejorando puede que la dejen volver a casa pronto… Mr. Green seguía hablando y las mujeres se partían de risa (la que cazaba piojos completamente absorbida en su tarea) y por fin el viejo terminó y se fue, pero detuvo a otra persona que salía del edificio y le contó su historia. Las mujeres no conseguían entender por qué estaba tan trastornado, el jodido cabrón, hacía veinte años o más que no se le levantaba. Hacía tanto tiempo que no se le ponía tiesa.
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Mike se levantaba de vez en cuando de la mesa, llevando el vaso de cerveza con él, y miraba por la ventana. Miraba las otras ventanas, pero sin auténtico interés y sin esperar nada. Era demasiado tarde para ver una teta asomando entre una bata abierta. Se limitaba a mirar por la ventana. Se fijó en que había muchas personas paseando y sentadas en los bancos y recordó que era sábado y que su amigo Sal vendría a verle. Seguramente con una botella. Claro que sí. Sal iba a venir y podrían pasarse un poco. ¡Cojonudo! Terminó la cerveza, volvió a la mesa y llenó el vaso otra vez. Ya no valía la pena andarse con cuidado. Cuando llegase Sal ya se le habría terminado la cerveza y unos tragos le pondrían a punto mientras esperaba. Puso la radio y siguió el ritmo de la música con los dedos. Ya se encontraba mejor. Seguro. Ahora tenía cosas que hacer. Quitó los platos sucios de la mesa y los puso en el fregadero. Helen volvió a preguntarle si podía salir a jugar y Mike casi dice que sí, pero al mirarla se dio cuenta de que tendría que vestirla y no le apetecía ponerse a buscar faldas, abrigos y toda esa mierda. No. Saldrás mañana. Qué cojones, no tenía la culpa de no saber dónde estaba la ropa de la niña. Si Irene la dejara preparada por la mañana todo sería distinto, pero ¿por qué coño iba a tener él que andar buscando la ropa de la niña? Irene la sacaría de paseo mañana. Por suerte, Irene libraba los dos días siguientes. Al menos, él no tendría que ocuparse de los niños. Y si hacía un buen día puede que fuera a alguna parte. Al cine o algo así. Normalmente, cuando estaba en casa, Irene le tocaba los cojones. No paraba de decirle que la ayudara en esto o aquello, y no paraba de moverse de un lado a otro porque tenía que llevar la ropa o limpiar la casa. ¿Qué se creía que era él? ¿Una criada o algo por el estilo? Que le den por el culo. Son obligaciones suyas. ¿Por qué coño las voy a tener que hacer yo? No tengo la culpa de estar sin trabajo. Puede que él y Sal salieran esta noche y se ligasen alguna tía buena. Eso es. A lo mejor hacemos la ronda de bares. A lo mejor conseguimos echar un polvo. Sí, eso es lo que necesito. Un buen polvo. Se frotó la polla con la palma de la mano. Eso es lo que necesito. Irene llevaba una semana cabreada. Terminó la cerveza y sonrió pensando en ir a ligarse a una tía buena y traerla a casa y follársela allí mismo. Helen preguntó si podía comer algo. Tengo hambre. Por el amor de dios. ¿Por qué me tienes que andar molestando sin parar? Trató de seguir pensando en la tía buena que se iba aligar, pero la imagen se desvaneció enseguida y no consiguió volver a traerla a la mente al mirar a Helen y oír lo que decía. Untó de mantequilla un trozo de pan, echó un poco de mermelada encima y se lo dio. La niña se alejó chupando la mermelada y cuando Arthur la vio comiendo se echó a llorar y Mike montó en cólera. ¿Por qué no te has quedado aquí para comer eso? ¿Por qué me tienes que andar tocando los cojones el día entero? Helen le miró durante un minuto y luego se dirigió a la cocina muy despacio, pero Arthur seguía llorando. Vale, vale, maldita sea. Mike cogió el biberón de la cuna y lo llenó de leche. Aquí tienes. Y ahora a callar. Joder, lo que me voy a alegrar cuando Irene vuelva a casa y no tenga que ocuparme de los niños.
Irene no se molestaba en sonreír a los clientes cuando le preguntaban algo. Se limitaba a decirles lo que costaban las cosas; no, no lo tenían en verde; y eso lleva un impuesto de dos centavos; y cogía el dinero, devolvía el cambio, metía artículos en bolsas y se los daba por encima del mostrador. Los sábados siempre había mucho trabajo. Si no fuera por toda esa gente de los sábados no habría pensado en los días que libraba. Tenía tanto que hacer en casa. Mike no quería hacer nada. El muy hijoputa. Cuando llegaba el martes se alegraba de volver a trabajar. El empleo no estaba mal. Especialmente ahora que se había acostumbrado a él. Lo malo es que tenía que levantarse pronto. Y además en el trabajo tenía unas cuantas amigas. Pero los sábados eran terribles. Pero ya llevaba más de media jornada. Y el período no le llegaba. No se lo había dicho a Mike, pero llevaba una semana de retraso. Seguro que estaba embarazada. Aquella noche que se había roto el condón. Estaba asustada de verdad. No quería otro niño. Y, desde luego, no ahora. Pero si lo tenía, qué demonios. Suponía que Mike buscaría trabajo. Se vería obligado a hacerlo. Pero aquella noche fue estupenda. La mejor que habían pasado en mucho tiempo. A lo mejor esta noche lo pasaban tan bien como aquel día. Siempre andaba preocupada con su período. Y a lo mejor cuando ella volviese a casa, Mike ya estaría borracho. Normalmente los sábados se emborrachaba. Esperaba que no hubiera bebido demasiado. O por lo menos no tanto como para que no se le levantase. Se preguntaba si Mike buscaría trabajo si ella estaba embarazada. Pero, bueno, ya se las arreglarían. Tampoco importaba tanto. Siempre está el servicio social. Pero no le apetecía dejar de trabajar. Era mejor que quedarse en casa. A veces los niños la enervaban. Si tuviera menos cosas que hacer en casa. Hablaría de eso con Mike. Cuando esta noche estuvieran en la cama. Esperaba que no estuviese demasiado borracho.
Sal ya llevaba allí un rato. Había traído una botella y una bolsa de patatas fritas, por si tenían hambre, jajaja. Mike había tomado un par de tragos muy rápidos al tiempo que terminaba la cerveza, y se sentía muy bien. Arthur jugaba tranquilamente en la cuna y Helen ya no le fastidiaba con lo de salir a la calle y jugaba en su cuarto saliendo de vez en cuando a por una patata frita y Mike le sonreía y le acariciaba la cabeza diciéndole que era una buena chica. Sal tenía algo de dinero y pensaron hacer la ronda de bares aquella noche para ver si caía algo. Después de los primeros tragos, bebieron más despacio; no querían pasarse ya, era demasiado pronto, así que se sentaron a la mesa saboreando el whisky, oyendo la radio, esperando que Irene volviera a casa y se hiciese cargo de los niños; y con ganas de que llegara la noche para poder salir y divertirse y ligar alguna tía buena. ¡Cojonudo!
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AVISO A LOS RESIDENTES
EXPULSIONES
La lista de motivos de expulsión de la casa durante los dos meses pasados es la siguiente:
Asegúrense de no transgredir las normas. Queremos que este edificio sea seguro y un lugar agradable donde vivir. A ustedes les corresponde que así sea.
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LA LECCIÓN
Dos chavales se pegaban, los otros formaban un círculo a su alrededor. Los golpes se los daban con la mano abierta y cada vez que uno alcanzaba al otro todos los chicos gritaban. El padre de uno de los chavales se asomó a la ventana y los vio y salió del edificio corriendo y gritándoles a los demás chicos que dejaran en paz a su hijo, al que riñó por pelearse. Los chavales se le quedaron mirando un momento, inmóviles, luego le dijeron que no se estaban peleando, que sólo jugaban. Estaban enseñando a Harold a boxear. El padre agarró a su hijo por el brazo y lo atrajo bruscamente hacia sí y le dio un par de bofetadas diciéndole que ya le había avisado de que no se pegase y no se juntase con aquellos golfos. ¿Es que no sabes que nos pueden echar si te metes en líos? Amenazó al otro chaval con el dedo y le dijo que dejase en paz a su hijo y que si lo volvía a coger pegándose con su hijo se las tendría que ver con él. Harold seguía al lado de su padre sin atreverse a mirarle y demasiado avergonzado para mirar a sus amigos. Su padre continuaba hablándole a gritos al otro chaval y el chaval volvió a decirle que no se estaban pegando, que sólo le enseñaba a boxear. El padre continuó amenazando al chico con el dedo y le dijo que no tenía por qué enseñar a boxear a Harold. Ya le enseñaré yo cómo se boxea. Y también cómo se liquida a la gente; yo me encargaré de eso. No voy a dejar que a mi hijo le peguen unos piojosos como vosotros. Si quiere aprender a boxear, yo le enseñaré. Le dio unos cuantos meneos a Harold y le dijo que si aquellos chicos le volvían a molestar, agarrara un palo y se lo partiera en la cabeza. O una piedra. Los chicos se limitaron a mirarle hasta que terminó y se marchó llevando a Harold a rastras por un brazo. Cuando la puerta se cerró detrás de él, otro chaval ocupó el puesto de Harold y el espectáculo continuó.
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Abraham se quedó en el cine durante las películas y losdibujos animados, mirando continuamente el reloj hasta que le interesó la película. Una de las películas era de un tipo muy malo que se cargaba a todo el mundo y Abraham quedó muy impresionado por el modo en que tenía acojonado a todo el pueblo hasta que un tejano hijoputa se dispone a arreglarle las cuentas. El viejo Abe sabía que el tipo no iba a poder con aquel garañón tejano. Se alegró mucho cuando al final el tipo se achanta. Al salir del cine se dirigió rápidamente al garaje a recoger su Cadillac. Lo miró detenidamente por dentro y por fuera y sonrió al ver cómo brillaba su hermosa mole negra. Pagó la factura y dio una buena propina al chico y saltó dentro y se fue. Condujo durante un rato por las calles escuchando el ruido del motor, disfrutando con el volante entre las manos, oyendo la radio. Hasta conduciendo admiraba los brillantes cromados y se sentía bien. Bien de verdad. Al pasar por delante del MELS BAR se detuvo, hizo sonar el claxon y saludó a los chicos de dentro. Luego volvió a casa. Aparcó el coche, pero no se apeó. Se quedó sentado detrás del volante observando a los tipos que seguían limpiando sus coches. Se bajó del Cadillac y volvió a casa a tumbarse un poco para estar descansado por la noche.
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CORO DE MUJERES III
Las mujeres terminaron de hacer la compra, dejaron la cerveza en casa y volvieron a su banco. Mrs. Olson, que había tenido un ataque dos años antes cuando murió su marido, salió de casa y al pasar cojeando delante de las mujeres éstas la miraron y rieron. Al caminar se echaba un poco hacia delante y arrastraba el pie derecho. No podía bajar el brazo derecho pues lo tenía doblado por el codo y tieso sobre el pecho, y la mano parcialmente cerrada y temblona. A las mujeres les gustaba mucho mirarla y se preguntaban si cogería chicle y cagadas de perro con el pie derecho. Debería llevar zapatos con puntera de acero. Probablemente se quedó así por meneársela a su marido. Risas. A lo mejor eso fue lo que le mató. Una de las mujeres miraba la ventana del cuarto piso y luego llamó a las otras y señaló a un niño muy pequeño que había gateado hasta la ventana y se había arrodillado en el alféizar. Las mujeres veían que el niño gateaba por el alféizar. A lo mejor se cree pájaro. Oye, ¿vas a echarte a volar? Risas. Otras personas alzaron la vista y hubo gritos. Alguien gritó: Bájate de ahí. Dios mío, Dios mío. Ada se tapó la cara con las manos. Las mujeres siguieron riendo y preguntándose cuándo caería. La gente corría frenéticamente haciendo círculos por debajo de la ventana; alguien subió la escalera y llamó a la puerta, pero no contestó nadie. Volvió a llamar con fuerza y se quedó esperando, pero no le llegó ni un murmullo. Bajó la escalera y la gente le preguntó si había alguien en casa. ¿Estás seguro de que no había nadie dentro? Oí algo…, puede que a niños…, no estoy seguro…, ¿qué podemos hacer? Oh, Dios mío… Se está moviendo… No puedo mirar… Hay que llamar a la policía… La gente continuó corriendo en círculos mientras otros corrían a la calle en busca de un coche de la policía; otra persona había llamado a la administración de la casa y las mujeres dejaron de reír ahora que tenían tanta gente alrededor, pero seguían mirando con ansiedad, esperando que aquel cuerpecito se deslizase desde el alféizar y cayera, cayera…, y después plaf en el suelo o en una valla; y Ada miraba a la ventana cada vez que gritaba la multitud, tapándose los ojos inmediatamente después de cada ojeada; y el niño se balanceaba en el alféizar y pareció que iba a caer y dos hombres corrieron debajo de la ventana para tratar de agarrarlo y otros alzaron los brazos (las mujeres todavía deseaban un poco más de diversión) y gritaban atrás… Oh, Dios mío…, atrás, y el niño se echó un poco más hacia delante y pareció que estaba mirando a la multitud, que lanzó gritos histéricos, y el niño se volvió a echar hacia atrás y la multitud suspiró aliviada y alguien protestó, la policía nunca aparece cuando se la necesita… ¿Por qué no se dan prisa?; y alguien corrió escalera arriba y llamó a la puerta y gritó, y no hubo respuesta; y alguien sugirió que tirasen una soga desde la ventana de arriba para que bajase alguien por ella; entonces llegaron corriendo dos agentes del servicio de seguridad del edificio y les gritaron a los dos hombres que estaban debajo de la ventana que se quedaran allí y subieron la escalera y abrieron la puerta con una llave maestra, pasaron corriendo junto a los tres niños acurrucados junto a la puerta, entraron en la habitación de la ventana donde estaba arrodillado el otro niño y se detuvieron a un metro de la ventana, luego recorrieron de puntillas y procurando no hacer ruido los últimos centímetros para no atraer la atención del niño por miedo a que se asustase y cayera. Contuvieron la respiración cuando uno estiró los brazos y agarró al niño por el brazo y lo metió dentro…, cerrando la ventana (la multitud seguía mirando —las mujeres estaban molestas porque todo había terminado y el niño no había caído—, luego, poco a poco, fueron apartando la vista de la ventana y se alejaron lentamente). Después, los del servicio de seguridad llevaron al niño al cuarto de estar y se sentaron, quitándose el sombrero y secándose la frente. Dios mío, estuvo a punto de estrellarse, dijo uno echándose a temblar. El otro asintió. El niño se puso a llorar, así que lo dejaron en el suelo y gateó hasta sus hermanos y hermanas. Los niños miraban asustados a los del servicio de seguridad y uno de éstos les sonrió y les preguntó dónde estaba su madre. Los niños les siguieron mirando sin decir nada. Entonces uno se dirigió hasta ellos y les preguntó si eran policías de verdad, y ellos dijeron sí, y el niño rió… Le preguntaron que dónde estaba su madre y contestó que fuera. Y vuestro padre,¿dónde está? El más pequeño empezó a dar palmadas, a reír, y su hermana añadió enseguida que su padre había salido a buscar trabajo en los barcos para traer a casa montones de comida y una tele. Los otros dos niños no decían nada, seguían mirando a los del servicio de seguridad. Supongo que lo mejor será bajarles a la oficina y llamar a la asistencia social, ¿no te parece, Jim? Creo que sí. Veré si consigo encontrar algo de ropa. Preguntó a los niños dónde tenían la ropa y ellos se la enseñaron, sin decir nada, y se mantuvieron en silencio mientras los vestían. Cuando ya se iban a ir, el mayor, un niño de unos cinco años, les dijo que no le contaran a su madre lo que había pasado. Siempre les decía que nunca dejaran entrar a nadie en casa y si se enteraba de que había entrado alguien les pegaría. Los del servicio de seguridad les tranquilizaron, dejaron una nota diciendo dónde se encontraban los niños, y salieron.
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MARY MIRO ASOMBRADA LA CABEZA DE JOEY CUANDO VINNIE LE QUITÓ LA GORRA AL NIÑO. ¿VES? AHORA PARECE UN CHICO, NO UN JODIDO MARICÓN. MARY MIRO LA CABEZA DE JOEY. ERES UN HIJOPUTA MIRA LO QUE LE HAS HECHO. ¿QUÉ QUIERES DECIR CON LO QUE LE HE HECHO? NO LE HICE NADA. LO LLEVASTE A QUE LE CORTARAN EL PELO. ¿Y QUÉ COÑO PASA? ¿NO TE GUSTA EL CORTE DE PELO? ERES UN HIJO DE LA GRANDÍSIMA PUTA, LE HAS DEJADO SIN PELO. LE HAN CORTADO TODOS LOS MARAVILLOSOS RIZOS QUE TENIA. PARECE COMO SI FUERA CALVO. CIERRA LA BOCA, ¿ENTENDIDO? ES LA ÚLTIMA VEZ QUE LE CORTAN EL PELO. joey fue a su cuarto. Y NO TE ME ACERQUES, HIJOPUTA. ¿ESO CREES, EH? TE VOY A PARTIR LA CRISMA. VAMOS. VAMOS. TE VOY A MATAR. ¿A MÍ? YA LO VERAS. TE VAS A ENTERAR. ¿A MÍ, DICES? NO ME BUSQUES LAS PULGAS. ¿CÓMO DICES? TE VAS A ENTERAR. TE VAS A ENTERAR. ATRÉVETE Y VERAS. TE VOY A ARRANCAR LA POLLA. ¿CUÁL POLLA DICES QUE VAS A ARRANCAR? A VER, ¿CUÁL? TE VOY A PARTIR LA CRISMA. VINNIE ALZO LA MANO DELANTE DE LA CARA DE MARY, LUEGO SE DIO LA VUELTA Y SE GOLPEO LA FRENTE, SOY UN CARAPIJO, UN MAMÓN, Y FUE A LA COCINA Y CALENTÓ EL CAFÉ. MARY FUE AL CUARTO DE LOS NIÑOS Y COGIÓ EN BRAZOS A JOEY. LE MIRO ATENTAMENTE LA CABEZA, MOVIÉNDOSELA A UN LADO Y A OTRO. ¿QUÉ TE HAN HECHO, JOEY? TE HAN CORTADO TODOS LOS RIZOS. POBRECITO. TU PADRE ES UN IDIOTA. ESTABAS TAN GUAPO CON TODOS AQUELLOS RIZOS. JOEY EMPEZÓ A HACER PUCHEROS Y A IMPACIENTARSE ASÍ QUE MARY LO DEJÓ EN EL SUELO. aquel señor me dio un pirulí. ¿QUÉ DICES DE UN PIRULÍ? ¿QUÉ SEÑOR? el que me cortó el pelo. Como lloraba me dio un pirulí. ENTRO EN LA COCINA HECHA UNA FIERA. ¿QUÉ ES ESO DE QUE LE DIERON UN PIRULÍ AL NIÑO? ¿CÓMO DICES? ¿QUÉ PASA CON EL PIRULÍ? ¿ES QUE CREES QUE SE VA A MORIR POR TOMAR UN PIRULÍ? TE HE DICHO MUCHAS VECES QUE NO QUIERO QUE EL NIÑO TOME PIRULÍS. ¿QUÉ COÑO QUIERES DECIR? ¿POR QUÉ NO VA A TOMAR PIRULÍS? TODOS LOS NIÑOS LOS TOMAN. ¿POR QUÉ NO VA A PODER TOMARLOS ÉL TAMBIÉN? YA TE LO HE DICHO. LOS NIÑOS PUEDEN AHOGARSE CON LOS PIRULÍS, HIJOPUTA DE MIERDA. NO TIENES NI PUTA IDEA. TODOS LOS DÍAS MUERE ALGÚN NIÑO POR CULPA DE LOS PIRULÍS. ¿Y QUÉ CULPA TENGO YO? EL NIÑO LLORABA, ASÍ QUE EL PELUQUERO LE DIO UN PIRULÍ. EL NIÑO LLORABA. EL NIÑO LLORABA. SI NO LE HUBIERAS LLEVADO A LA PELUQUERÍA NO HABRÍA LLORADO. NO QUERÍA QUE LE CORTASEN EL PELO. ¿POR QUÉ NO DEJAS AL NIÑO EN PAZ? ¿POR QUÉ NO TE CALLAS? ¿VALE? LE CORTARON EL PELO Y BASTA. AHORA YA NO PARECE UN MARICÓN. Y TÚ HAS SIDO TAN IMBÉCIL COMO PARA DARLE UN PIRULÍ. ¿Y SI HUBIERA MUERTO? ¿SUPÓN QUE HUBIERA MUERTO? ¿CÓMO VA A MORIR POR TOMAR UN PIRULÍ? PODÍA HABÉRSELO CLAVADO EN LA GARGANTA, ERES UN ESTÚPIDO. NO DIGAS TONTERÍAS. ERES UN SUBNORMAL. ¿SI, EH? VAMOS A LA CAMA Y VERAS LO SUBNORMAL QUE SOY. ESTA NOCHE TE QUEDARAS AQUÍ, DORMIRÉ EN ESA JODIDA CAMA Y NO ME SIGAS DICIENDO LO QUE TENGO QUE HACER. joey y su hermano jugaban con un tren de plástico, silbando y haciendo el mayor ruido posible. Lo estaban pasando muy bien. ¿SI, EH? INTÉNTALO. TE VOY A ROMPER LA CRISMA. LO JURO POR DIOS. TE VOY A ROMPER LA JODIDA CRISMA.
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ENCUENTRAN EL CADÁVER CALCINADO DE UN RECIÉN NACIDO
Los restos calcinados de un niño nacido hace unos diez días fueron encontrados hoy en el incinerador de uno de los edificios de pisos. George Hamilton, de 27 años, que vive en el 37-08 de Lapidary Avenue, portero de la finca, estaba quitando las cenizas del incinerador cuando encontró los restos calcinados. Notificó de inmediato el hecho a las autoridades. Los agentes de policía encargados del caso creen que el cuerpo debió de ser arrojado al incinerador durante la noche. Las autoridades responsables del edificio expresaron la opinión de que el recién nacido no pertenece a ninguno de los inquilinos de la casa. La policía investiga la zona y el edificio, pero las autoridades no han proporcionado ninguna información adicional. Este es el segundo cuerpo de un recién nacido encontrado este mes en el edificio.
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CORO DE MUJERES IV
Las mujeres volvieron a sentarse en el banco después de que hubieran retirado al niño de la ventana. Fue divertido mientras duró. Una pena que la pasma hubiera llegado tan pronto. A lo mejor volaba de verdad. Risas. Espera a que los de la pasma le echen mano; mira que dejar a los niños solos. Seguro que dan parte al servicio social. Claro, le va a caer una buena. Espero que la manden a tomar por el culo. Desde luego, últimamente los de la ayuda social están en un plan de lo más puto. Ayer vino a vernos otro inspector. Vio las botellas de cerveza y quiso saber qué hacían allí. Sí, son como perros de presa. Le dije que las habían traído unos amigos. Normalmente vienen a primeros de mes y me deshago de todas esas cosas. Sí, siempre meten las narices en todo. ¿Cómo volvieron tan pronto? El inspector dijo que le habían dicho que Charlie estaba trabajando. Por suerte ayer libraba. ¿Está trabajando fijo?¿Para qué? Con dos días a la semana basta. Con el subsidio nos las arreglamos de sobra. No le han apuntado en la seguridad social, así que no lo pueden comprobar. Claro. Harry también hace lo mismo un par de días por semana. Espero que el inspector no aparezca cuando esté trabajando. ¿Trabaja hoy Charlie? Está arriba durmiendo. Descansando para esta noche, ¿eh? Risas. Sí, le daré un par de cervezas y funcionará durante un rato. Echale Geritol en la cerveza. He oído por ahí que se la pone muy dura. Las mujeres continuaron hablando hasta que decidieron ir a casa a preparar la cena. Se separaron a la entrada del edificio deseándose mutuamente suerte para aquella noche, luego fueron a sus pisos y metieron la cerveza en la nevera, apilaron los platos del día en el fregadero y empezaron a preparar la cena.
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Ada se quedó en el banco mientras hubo sol. Había unas cuantas personas paseando y unos cuantos niños seguían jugando, pero los demás bancos estaban vacíos. Estaba sentada sola. Unos cuantos le dijeron hola y sonrieron aunque ninguno se acercó a sentarse con ella y charlar. Con todo, no había sido un día de los que se sentía más sola. Había gente cerca, y niños, y el sol calentaba. A veces, en días como éste, mientras todavía brillaba el sol y empezaba a soplar la fresca brisa de la tarde, ella y Hymie se sentaban delante de la tienda y miraban cómo se ponía el sol detrás del edificio mientras la gente apresuraba el paso camino de casa, de vuelta del trabajo…, y los coches y camiones por la avenida…, y solía oler de modo tan agradable y fresco, como a sábanas que hubieran estado tendidas al sol el día entero, y luego entraban y ella preparaba la cena y Hymie tomaba la sopa y sonreía. Dios te bendiga, Hymie, pobrecito.
El sol se había puesto detrás del edificio y habían encendido las luces de la calle. La brisa era más fresca. Pronto sería de noche. Ada se levantó y dejó lentamente el banco y subió la escalera de su casa. Colgó el abrigo, cerró todas las ventanas, y luego se quedó quieta junto a su ventana. Todavía quedaban unos pocos niños en el campo de juegos, pero pronto sería de noche y también se irían. Coches y camiones pasaban por la avenida, pero ella los ignoró y se limitó a observar cómo paraban los autobuses en la esquina y se bajaba gente que se apresuraba hacia sus casas. No podía ver la puesta de sol pero sabía cómo era y se imaginó los púrpuras, rosas y rojos que se superponían y mezclaban, igual que otras veces, y como en el cuadro del rompecabezas que tenía y que representaba un barco en el océano con el sol poniéndose. Lo había terminado y deshecho y vuelto a terminar una vez tras otra durante los largos y fríos inviernos…, y a veces incluso en primavera, cuando llovía durante días y mirar por la ventana no la reconfortaba. Ahora afuera se iba haciendo de noche muy de prisa, los árboles resultaban escasamente visibles, los pájaros parecían dar saltos para calentarse. Ya no había mucho que ver, sólo una persona ocasional que apretaba el paso camino de casa, los coches y camiones que ignoraba, y los halos de luz de los faroles de la calle. Dejó la ventana y fue a la cocina. Se preparó la cena y se sentó a la mesa, siempre consciente de la silla vacía de enfrente. Sí, hace mucho que ha muerto y, sin embargo, parece que fue ayer mismo cuando Hymie untaba mantequilla en un trozo de pan de cebolla. Sonrió recordando cuánto le gustaba a Hymie el pan de cebolla, y el modo en que lo untaba de mantequilla. Dios le bendiga, ahora es feliz. Para él se habían terminado los sufrimientos…, no para mí. Comió lenta y frugalmente, luego se quedó sentada unos minutos recordando cómo le gastaban bromas Hymie e Ira porque comía tan despacio. Mamá, yo podría comer dos veces antes de que terminaras tú. Eso le hubiera dicho Ira. Podría comer dos veces. Y todas las galletas que mandaron a Ira cuando estaba en el ejército. Tantísimas galletas. ¿Cuántas habría comido? A lo mejor ya llevaba mucho tiempo muerto y nosotros todavía le mandábamos galletas. Y siempre escribía y decía gracias por las galletas, mamá… Un chico tan bueno, Dios bendiga a mi Ira… Fue al dormitorio, dobló la colcha, extendió su camisón y el pijama de Hymie y volvió al cuarto de estar a oír la radio un momento antes de meterse en la cama.
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Irene volvió a casa contenta de que hubiera terminado el sábado. A lo mejor Mike había ido a la compra, pero no lo creía. Sin embargo, no le importó porque estaba de buen humor y en la calle hacía buen tiempo. Especialmente después de pasar el día entero en la tienda. Antes de abrir la puerta oyó la radio y cuando entró no le sorprendió ver a Mike y a Sal sentados a la mesa bebiendo. Dijo hola, y fue directamente al dormitorio y dejó la chaqueta encima de la cama, luego cogió en brazos a Helen que había corrido detrás de ella. Helen le contó todo lo que había hecho e Irene era todo ooooohs y aaaaahs. Luego las dos fueron a ver a Arthur. Irene se quedó unos momentos con el niño y luego salió sonriendo y le preguntó a Mike cómo estaba. Estupendamente, cariño. Sal apareció hace un rato y hemos tomado unas copas, jajajaja. Irene volvió a sonreír y dudó si preguntarle si había sacado a Helen a la calle. ¿Te apetece tomar algo, Sal? Claro que le apetece. ¿Crees que no come? Irene se encogió de hombros. Sólo estaba preguntando. ¿Qué tal si nos traes unas chuletas?, y Mike le dio dinero y sonrió a Sal, asegurándose de que se enteraba de que el jefe de la casa era él y que sólo porque Irene trabajase no iba a tener que ocuparse él de esas cosas. Tráenos unas chuletas, cariño. Irene fue a coger la chaqueta, su buen humor se desvanecía, y sentía que iba a perder los nervios en cualquier momento. Al menos podría pedírselo por favor en lugar de ponerse en plan de ordeno y mando. Se paró delante de la mesa yle preguntó, esforzándose por tener un aire desenfadado, ¿cómo es que Helen no lleva puesto el mono? ¿No la has sacado a la calle? No, hoy no la he sacado. ¿Por qué no? Hizo un día muy bueno. Porque no tuve ganas de ponerme a buscar dónde habías escondido su ropa. ¿Pasa algo?, y Mike se sintió incapaz de mantener la mirada de su mujer y volvió la cabeza para mirar a Sal, acentuando su expresión de enfado. Irene apretó los dientes y salió del piso. El muy hijoputa. No quiere hacer la compra; no quiere limpiar la casa (y esta noche probablemente estará demasiado borracho); ni siquiera quiere sacar a la calle a la niña. Fue apresuradamente de una tienda a otra comprando lo que necesitaba; volvió a casa a toda prisa; preparó y sirvió la cena en silencio; Mike la ignoró; él y Sal se fueron en cuanto terminaron de cenar.
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EL EXHIBICIONISTA
Una chica esperaba sola el autobús. Fumaba y miraba calle abajo. Había quedado con sus amigos dentro de unos minutos e iba con retraso. Se bajó de la acera para mirar mejor. Un coche se detuvo a unos pasos de la acera y el tipo que iba en el coche gritó, ¿puedo llevarte a algún sitio, guapa? La chica miró el coche, luego miró calle abajo, pero no venía ningún autobús. Sube, te llevaré adonde quieras. Miró al tipo durante un minuto preguntándose si la llevaría a la Quinta Avenida o le daría la lata. Pensó que era una buena oportunidad, y esperó que el tipo no la echara a patadas del coche cuando le dijera que no. El tipo volvió a gritar y ella empezó a andar hacia el coche cuando vio que un autobús doblaba una esquina dos manzanas más abajo. Se quedó quieta en la acera y miró hacia otra parte. El tipo volvió a gritar y ella dijo, no me dé la lata. Él murmuró algo y ella tiró su pitillo contra el coche y dijo vete a que te den por el culo. El tipo arrancó el coche y se alejó, pero se detuvo a unos metros y se bajó del coche. Silbó y llamó a la chica y cuando ésta se volvió y le gritó vete a tomar por el culo, el tipo se abrió la bragueta y se sacó la polla y la amenazó con ella, sin dejar de gritar y silbar. Ella dijo puedes metértela en el culo, maricón, y él terminó por volver a subir al coche y se alejó. La chica miró como se alejaba el coche calle arriba, luego se volvió hacia el autobús que se acercaba. Qué jodido maricón.
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Nancy y los niños todavía estaban cenando cuando se levantó Abraham. Su mujer le preguntó si le apetecía tomar algo y él dijo que no. No quería comer ninguna de las porquerías que preparaba Nancy. Llenó la bañera y se quedó sentado en el agua fumando un pitillo y frotándose suavemente el cuerpo con la mano que le quedaba libre. Pensaba en la chica morena y contemplaba su miembro tieso. Después de terminar el pitillo, se enjabonó con cuidado, ocupándose especialmente de enjabonarse el pene para asegurarse de que olía bien (dulce y perfumado, jejeje), luego se secó. Después se echó desodorante debajo de los brazos y en los huevos; se dio un masaje en la cara con crema; se echó loción de afeitar en cara, cuello y pecho; puso fijador en la palma de las manos y se las pasó por el pelo y, finalmente, estuvo veinte minutos peinándose cuidadosamente y arreglándose las ondas. ¿Quién se atrevería a decir que no era un tipo resultón? Se miró la nuca con el espejito y luego, satisfecho de que todas las ondas estuvieran en el sitio adecuado, se lavó las manos y fue al dormitorio a vestirse. Se puso la camisa blanca nueva última moda de Hollywood y se hizo un gran nudo windsor con la corbata verde y roja. Eligió el traje marrón, el que le habían hecho el año pasado, y tío, era un farde. Lo que le había costado… Se ajustó cuidadosamente la cintura de la camisa antes de apretar el cinturón. Se puso la chaqueta, se la abrochó, pasó los dedos por las solapas, se arregló el pañuelo y ordenó las cosas de los bolsillos. Luego descolgó el abrigo marrón, se aseguró de que le brillaran los zapatos y se puso abrigo y sombrero. Salió de casa y no se detuvo hasta abrir la puerta del enorme Cadillac. Se sentó detrás del volante y cerró la puerta, sonriendo al escuchar el sonido sordo que hacía al cerrarse. Va a ser una buena noche. Quiero decir una noche como debe ser.
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¿QUÉ QUIERES DECIR CON ESO DE QUE LA SALSA NO ESTA BUENA? LO QUE HE DICHO, QUE LA SALSA NO ESTA BUENA. ¿QUÉ PASA, ES QUE NO ENTIENDES LO QUE DIGO? NO ESTA BUENA. NO ESTA BUENA. ¿Y QUÉ COÑO SABES TÚ DE SALSAS? ¿YO? BUENO, PUEDE QUE NO SEPA NADA, PERO ESTA NO TIENE BASTANTE AJO. TIENE EL MISMO QUE SIEMPRE. LOS MISMOS OCHO DIENTES DE AJO DE SIEMPRE Y DICES QUE NO TIENE BASTANTE AJO. ERES UN CARAPIJO. LA SALSA ESTA MUY RICA. NO ME DIGAS QUE NO ESTA BUENA. ¿QUIÉN ES EL CARAPIJO? ¿EH? ¿QUIÉN? TE VOY A PARTIR LA BOCA DE UN HOSTIAZO. NI SIQUIERA SABES PREPARAR UNA SALSA. ¿POR QUÉ NO COMES Y TE CALLAS DE UNA PUTA VEZ? NO ME GUSTA LA SALSA, Y PEGO EN LA MESA CON EL TENEDOR Y AMENAZO A MARY CON LA MANO. ES UNA SALSA IRLANDESA. NO TIENE AJO. NO TIENE AJO. el pequeño ralphy cogió un puñado de espaguetis y los tiró al suelo. joey los recogió y volvió a ponerlos en el plato. ralphy tiró otro puñado y joey los recogió. Y NO ME VENGAS CON QUE TIENE POCO AJO. NO TIENE BASTANTE AJO. ME GUSTAN LAS SALSAS CON AJO, ASÍ QUE TE CALLAS O TE PARTO LA CARA. ¿QUÉ SABES TÚ? ¿QUÉ SABES TÚ? el pequeño ralphy cogió un puñado de espaguetis y se los tiró a joey a la cara, joey le gritó que parase y le pegó a ralphy con la mano. ralphy gritó y le tiró otro puñado a la cara. joey le tiró a ralphy otro puñado… SÍRVEME MÁS ALBÓNDIGAS. NO PUEDO CON LOS MACARRONES. ¿CÓMO QUE NO PUEDES? ¿QUÉ PASA, CREES QUE ERES EL REY DE LA CASA O QUE? NO ME APETECEN. SÍRVEME MÁS ALBÓNDIGAS Y CIERRA EL PICO. ¿POR QUÉ NO TE LAS SIRVES TÚ? ¿POR QUÉ ME LAS VOY A SERVIR YO, EH? SÍRVEMELAS ENSEGUIDA TÚ O TE ROMPO LACRISMA. AAAAH, Y MARY SE LEVANTÓ Y SACÓ UNA ALBÓNDIGA DE LA TARTERA Y LA DEJÓ CAER EN EL PLATO DE VINNIE. NO ESTA TAN MAL. PERO NO SABES PREPARAR NI UNA SALSA.
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Lucy habló poco durante la cena, limitándose a recordarle a Johnny de vez en cuando que comiera y pidiéndole a Louis que le pasase algo. A media cena Robert decidió que no quería comer más y Lucy le metió la comida en la boca al tiempo que comía ella y le decía a Johnny que comiese. Cuando terminó recogió la mesa, obligando a Robert a que se comiese lo que le quedaba en el plato. Louis se levantó de la mesa y encendió el televisor. Johnny se puso a juguetear con su comida y Lucy le riñó y Johnny se echó a llorar y siguió comiendo y Lucy le dijo come y calla. A Louis le apeteció decirle que dejara de gritar, la muy cabrona, o le partiría la cara. Parecía como si siempre tuviera que andar gritando. Especialmente los fines de semana. Siguió mirando la TV y pensaba en ir a dar una vuelta en coche mañana (puede que solo), deseando que las próximas horas pasaran rápido. Por fin Lucy le metió la última cucharada en la boca a Robert y se puso a fregar los platos, saliendo de vez en cuando de la cocina para decirles a los niños que se estuvieran quietos (Louis se impacientaba en la butaca), luego terminó con los platos, acostó a los niños y se sentó en el cuarto de estar sin decir nada, mirando la televisión. Louis se volvía de vez en cuando hacia ella y hacía algún comentario sobre el programa esperando que se pusiera de buen humor antes de que fueran a la cama, pero Lucy sólo gruñía, pensando en que pronto tendría que ir a la cama con él y empezaría lo de todos los fines de semana (y muchas noches de entre semana también) y se le tensaron los músculos y se le puso carne de gallina. Lucy se limitaba a gruñir, así que Louis decidió que se fuera al infierno. Pronto irían a la cama y a lo mejor esta noche todo sería diferente.
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LA COLA
Habían pagado los cheques de la ayuda social y había largas colas en la tienda de bebidas de frente al edificio. El dueño tenía a sus dos hijos y a un hermano ayudándole como hacía todos los sábados por la noche. La tienda estaba en medio de la calle y las dos colas se perdían de vista pasadas las esquinas de la manzana, y un policía estaba cerca de la puerta para que no hubiera peleas pues la gente se empujaba tratando de entrar. Incluso con el policía allí había muchos empujones e insultos. Los dependientes de la tienda se daban toda la prisa que podían y envolvían las botellas rapidísimamente, pero las colas seguían perdiéndose de vista pasadas las esquinas. Los del final de la cola se apartaban de cuando en cuando de ella y miraban hacia delante preguntándose cuánto tendrían que esperar y a veces incluso doblaban la esquina y hasta se acercaban al escaparate iluminado para ver las botellas expuestas pues el tiempo parecía pasar más de prisa cuando tenían a la vista lo que tanto deseaban. Uno intentó colarse, pero otro le empujó fuera de la puerta y se inició una riña y todos gritaban que despejasen la puerta porque no podían entrar y salió el dueño y les gritó frenético que parasen (la gente de dentro de la tienda temía que pasase algo que les impidiera conseguir las botellas después de haber hecho cola durante tantas horas) y por fin se acercó el policía y los separó y dijo que se largaran. Suplicaron que les dejase comprar sus botellas o por lo menos ponerse al final de la cola (ofrecieron dinero al policía), pero el policía se negó (no quería que se le estropease el estupendo negocio que tenía con el dueño) y por fin se alejaron después de darles dinero a unos amigos para que les consiguieran una botella. Antes de terminar de atender al último cliente los dependientes estaban empapados de sudor y completamente agotados, pero pronto entraron en la tienda los últimos clientes. Ya habían empezado muchas juergas y cuando los últimos clientes compraron sus botellas y se dirigieron felices hacia sus casas, el carillón de una iglesia cercana dio las doce de la noche.
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Abraham entró en MELS y se quedó junto a la puerta durante un momento oteando el panorama; manos en los bolsillos del abrigo, un tipo tremendo, y todos los del bar lo sabían. Saludó a los chicos con la mano, colgó abrigo y sombrero y fue a la barra, pidió un whisky escocés y dejó un billete en la barra. Medio se volvió apoyándose en la barra y contemplando el ambiente. El bar no estaba demasiado lleno y la morena todavía no había llegado. Fue al fondo y se sentó a una mesa y pidió unas costillas deliciosas de esas tan grandes que servían en MELS y las engulló. Luego se echó hacia atrás en la silla, se mondó los dientes y encendió un pitillo. Tío, se sentía cojonudamente. Pagó la cuenta y fue a la barra; vio a la morena y se acercó a un tipo que conocía que estaba al lado de ella. Dio una palmada en la espalda a su amigo, llamó al barman, sírvele una copa a este amigo, pidió otro whisky y dejó un billete de veinte dólares en la barra. Tío, esa chica tiene unos ojos maravillosos. Sabía cómo hacerse valer. Sí, el viejo Abe era un tipo cojonudo. Dejó la vuelta en la barra y cuando terminó su copa pidió otra y le dijo al barman que le sirviera una copa a la señorita. Le sonrió y cuando les sirvieron las copas se acercó a ella y le dijo que se llamaba Abe. El viejo y honrado Abe, jajaja. Yo me llamo Lucy. La invitó a bailar y les guiñó el ojo a los tipos de la barra mientras se dirigían a la pista. Coño, no hay quien te tosa cuando te lo haces tan bien, Abe. Bailaron y le dijo a la chica que bailaba bien de verdad y que no la conocía de otras veces, que él venía todos los días y nunca la había visto, y ella sonrió y dijo sí, sólo he estado unas pocas veces, y bailaron y bebieron y el viejo Abe le habló al oído y la cosa iba muy bien y le dijo quetenía un Cadillac y que si le apetecía comer algo y cuando se está con el viejo Abe uno nunca para, y sabía que iba a ser una noche tremenda y que se follaría a aquella puta.
Nancy acostó a los niños y sacó la botella de vino que guardaba en el armario. Se sentó y miró la TV un rato, bebiendo de la botella. Luego se fue a la cama y se quedó allí tumbada bebiendo, fumando y jugueteando con su coño. Le apetecía mucho que el puñetero de Abe volviera a casa y se la tirara. El muy hijoputa sólo me ha follado una vez el último mes y por aquí nunca aparece nadie. Si tuviera a alguien que se quedara con los niños saldría, pero nunca encontraba a nadie. Mierda. Estaba cansada. Casi se estaba durmiendo. Pero todavía era temprano. Casi le quedaba media botella. Antes que nada la terminaría. A lo mejor aparecía alguien preguntando por Abe. Era absurdo esperarle. No volvería en toda la noche. Mierda. Necesito una polla. Terminó la botella y la tiró al incinerador. Luego volvió a la cama y se quedó allí tumbada pensando en lo grande y dura que era la polla de Abe y en lo que sentía cuando se la metía.
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LOS ADORADORES
Una mujer gritaba histéricamente: AH, TE AMO, TE AMO y rodaba por el suelo, pegando puñetazos en el suelo. Los de los pisos de al lado escuchaban, riendo. ¡BAJA! ¡OH, BAJA!, y alguien tocó un tambor y otro siguió el ritmo dando con las manos en una mesa. ¡OOOH, TE AMO! ¡QUISIERA MORIR POR TI!, y se oyeron otras voces que traspasaban las paredes y los del otro lado escuchaban y reían. ¡OOOH JESÚS! ¡JESÚS! ¡OOOH, JESÚS!, y las otras voces soltaron un ¡AAAALELUUUUUUYAAAA! ¡TE AMAMOS! ¡OH, JESÚS! ¡TE AMAMOS!, y el sonido de tambor y mesa se hizo más fuerte y una voz gemía ¡HE PECADO! ¡HE PECADO! ¡OOOH, SEÑOR!, ¡HE PECADO! ¡PERDÓNAME, SEÑOR! y otro cuerpo cayó al suelo y se puso a reptar dando puñetazos en el suelo y el del tambor tocaba frenéticamente y el sonido de una tartera se unió al del tambor y la mesa y cayeron más cuerpos al suelo y rodaron por él y pataleaban y las voces aullaban y rugían ¡AH, TE AMO! ¡TE AMO! ¡AAAALELUUUUUUYAAAA! ¡OH, SEÑOR! ¡SEÑOR! ¡AAAALELUUUUUUYAAAA! PUMBAPUMBAPUMBAPUMBAPUMBAPUMBAPUMBA ¡SOMOS HIJOS TUYOS, SEÑOR! ¡OH, BENDÍCENOS, SEÑOR! ¡HEMOS PECADO, SEÑOR! ¡PERDÓNANOS, SEÑOR! ¡OOOH, SEÑOR, PERDONA A ESTE MISERABLE PECADOR! (orejas pegadas a la pared, manos que piden silencio, risas ahogadas). ¡Y JOSUÉ HIZO CAER LAS MURALLAS! ¡OOOH, JERICÓ! ¡OOOH, JERICÓ! PUMBAPUMBAPUMBAPUMBA PUMBAIIIIIIIIIIAAAAAAAAAA ¡OOOH, TEN PIEDAD! ¡PERDONA A ESTOS PECADORES! ¡BAJA! ¡JESÚS, BAJA! ¡AAAAAALELUUUUUYAAAA! (alguien abrió levemente la puerta para oír mejor) ¡TE AMO! ¡AAAH, TE AMO! AAAAAALELUUUUUYAAAAAA ¡SOY UN MISERABLE PECADOR! ¡BAJA, SEÑOR! ¡OOOOOOOOOOOH! ¡AAAAAAAAAAH! ¡EN LAS LLAMAS DEL INFIERNO! ¡OOOH, SEÑOR! ¡SEÑOR! BRRRRMMM ¡BAJA! ¡BENDÍCENOS! ¡JESÚS! ¡JESÚS! ¡JESÚS! ¡JESÚS! ¡JESÚS! ¡JESÚS! AAAAAALELUUUUUUYAAAA ¡SEÑOR! ¡LAS PUERTAS DE NÁCAR! ¡TE AMO! ¡BAJA! IIIIIIIIIIAAAAAAAAAA ¡OH, JESÚS! ¡BENDÍCENOS! ¡AAAH, TE AMO! ¡TUS HIJOOS! ¡PECADORES! ¡PERDÓNANOS! ¡AMEN! ¡AMEN, SEÑOR! ¡AMEN!, y cerraron la puerta.
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LA PELEA
La calle estaba en silencio y una pandilla de negros en una esquina se dirigía hacia otra pandilla en la esquina opuesta, cada pandilla rompiendo al pasar las antenas de los coches aparcados; algunos llevaban piedras, botellas, tubos, palos. Se detuvieron a unos metros en mitad de la calle llamándose unos a otros negros bastardos y monos hijoputas. Apareció un coche, sonó su claxon al tratar de pasar, pero los chicos no se movieron y por fin el coche se alejó marcha atrás. Las escasas personas que estaban en la calle escaparon corriendo. Las pandillas seguían en mitad de la calle. Entonces alguien tiró una piedra, luego tiraron otra y treinta o cuarenta chicos se pusieron a gritar, tirándose botellas y piedras hasta que se les terminaron. Entonces corrieron unos hacia los otros blandiendo palos y agitando antenas de coche, maldiciendo, gritando, alguno aullando de dolor, se oyó un disparo y el cristal de una ventana que se rompe y la gente vociferando en las ventanas y uno de los chicos cayó y le pisotearon y se formaron grupos que se pegaban y apaleaban y daban patadas y gritaban y uno recibió un navajazo en la espalda y otro cayó y a uno le hicieron un corte en la mejilla con una antena y la carne desgarrada de la mejilla golpeaba contra los dientes ensangrentados y a alguien le abrieron la cabeza con un palo y rompieron otro cristal de una pedrada y unos cuantos intentaron llevarse aparte a otro mientras tres pares de pies le pegaban patadas en la cabeza y una nariz fue aplastada con unos nudillos de bronce y entonces se oyó una sirena por encima del tumulto y de pronto, durante una fracción de segundo, todos se quedaron quietos. Enseguida escaparon corriendo, dejando tres cuerpos en mitad de la calle. Llegó la policía y la gente bajó a la calle y los policías les mandaron echarse atrás e hicieron preguntas y por fin vino la ambulancia y a dos de los heridos tuvieron que ayudarles a subir a la ambulancia, al tercero lo tumbaron en una camilla antes de meterlo. Luego la ambulancia se fue, los policías se fueron, y todo volvió a quedar en silencio.
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En cuanto llegaron a la puerta el tipo la agarró por el culo. Maldita sea, ¿no puedes esperar?, y la mujer se apartó. Tropezó y tuvo que apoyarse en la pared, y el tipo se le echó encima besándole el cuello mientras ella abría violentamente la puerta de un armario buscando una botella. Al no conseguir encontrarla la cerró de un portazo. Lanzó una ojeada alrededor tratando de ver qué iba mal. Porque algo no funcionaba. A lo mejor su marido había vuelto a casa. Llamó. Volvió a llamar y siempre sin respuesta. Apartó al tipo y dio tumbos hasta el dormitorio para ver si estaba allí,pero no estaba. Ya lo suponía. Pero algo va mal, coño. Entonces se acordó de los niños. Debían de estar aquí. Miró en su habitación y los llamó, pero se habían ido. Mierda, ¿dónde cojones habrán ido esos hijoputas? Les dije que se estuvieran quietos. La mujer volvió a la cocina con el tipo siempre detrás de ella quitándole el abrigo y cogiéndola por el culo. Lanzó una ojeada a la cocina y al cuarto de estar, echando la mano atrás y acariciando los cojones del tipo que se le echaba encima metiéndole mano y refunfuñando. Por fin vio la nota que había dejado la policía. Bueno, pues que les den por el culo. Pueden quedarse allí toda la noche. Se desnudaron, se dejaron caer en la cama y follaron.
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Mike y Sal hicieron la ronda de unos cuantos bares, pero no consiguieron ligar. Habían bailado con un par de putones, pero sólo eso. Ni un número de teléfono o una cita para el próximo fin de semana. Sal quería probar en un bar de extranjeros de la calle Columbia, pero a Mike no le apetecía andar tanto y, encima, no se fiaba de las extranjeras. Así que se quedaron bebiendo en la barra, emborrachándose mientras esperaban que entrara alguna a la que echar el lazo. Mike se reía de Sal y le dijo que él siempre podía volver a casa y follar y Sal se la tendría que menear. Sal rió y dijo que muy bien, pero que él prefería meneársela antes que tener que ocuparse de un par de niños durante todo el día. Tomaron otra copa y Mike comenzó a cansarse de andar por ahí y se encontraba demasiado cachondo para seguir esperando. Dijo a Sal que se iba y que si se iba él también. No, creo que todavía me voy a quedar un rato. En casa no tengo nada que hacer. Mike le dijo que no se la menease mucho, que él se iba a casa a follar (y fuera como fuera, cojones). El piso estaba a oscuras y Mike cerró de un portazo. Luego anduvo a trompicones hasta el dormitorio, cagándose en las jodidas sillas por estar en su camino. Irene despertó al entrar Mike y escuchó durante un momento para oír si habían despertado los niños, luego esperó a Mike. Le dijo hola, y él se dejó caer en la cama y empezó a desvestirse, tirando la ropa a una silla. ¿Estás despierta todavía? Me despertaste al entrar. ¿Qué querías, que entrase por el agujero de la cerradura? Esta noche Mike estaba decidido a que Irene no le comiese el terreno; como dijese algo más le partiría los dientes. No dije nada, Mike. Vamos, ven a la cama. Mike terminó de desvestirse y se dejó caer a su lado y ella le echó los brazos al cuello. Él trató de besarla, pero no encontró la boca y la besó en la nariz y murmuró algo sobre que se estuviera quieta y por fin ella le colocó del modo adecuado y le besó y Mike se puso a buscarle el sexo y se besaron e Irene acarició los muslos de Mike y Mike se estremeció y le metió los dedos en el coño y siguieron besándose e Irene trataba de excitarle con mano y lengua de experta, pero al cabo de un cuarto de hora Mike seguía sin poder empalmarse así que se cagó en todo y se puso encima de ella y trató de metérsela, pero seguía sin empalmarse y trató de metérsela ayudándose con los dedos pero fue inútil y Mike la llamó puta inútil mientras seguía haciendo esfuerzos, hasta que se quedó dormido y cayó a un lado. Irene apartó el brazo y se sentó mirándole, oyéndole respirar, oliendo su aliento… Luego se tumbó y se puso a mirar el techo.
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Lucy, claro, sonrió muy comedida cuando Abe le preguntó si le apetecía que se fueran y preguntó que adónde irían y el viejo Abe dijo que organizarían una fiesta para ellos dos solos y Lucy dudó y el viejo Abe se puso a decirle cosas cariñosas y dijo, vámonos de aquí, guapa, lo pasaremos muy bien, con su mejor sonrisa, y ella empezó a ablandarse y el viejo Abe comprendió, la experiencia, que acababa de hacer otra conquista. Coño, no existe ninguna puta con la que el viejo Abe no pueda follar. Salieron de MELS y Abe la dejó que echase una ojeada a su Cadillac antes de abrir la puerta. Quería asegurarse de que veía las aletas y los cromados. Abe puso la radio y le ofreció un pitillo y arrancaron. Fueron al centro y se pararon en un hotel, y cuando subían a la habitación, Abe le dio una buena propina al botones para que les trajese una botella de whisky y hielo. El chico volvió a los pocos minutos y mientras Abe servía unas copas, Lucy se desnudó y se metió en la cama. Abe admiró aquellas tetas tan grandes y dejó los vasos y se desnudó. Al echarse encima de ella por primera vez sonrió pensando que aquella puta le iba a llamar AMOR MIO antes de que terminara la noche. Después de follar una vez, Abe quiso tomar un trago y fumar, pero Lucy no era de ese tipo de chicas que quieren descansar de vez en cuando, así que el viejo Abe se la volvió a follar y esta vez se concentró intensamente en la labor, pero no consiguió tomar una copa y fumar un pitillo hasta que se la hubo follado tres veces y para entonces a Abe ya le apetecía echar un sueñecito. No mucho, sólo un poco. Lucy terminó su copa de un trago y le apagó el pitillo y se echó encima de Abe y aunque éste se encontraba un poco cansado cumplió con la chica, aunque pensaba que tenía que parar un rato. Después del cuarto polvo pararon un poco, pero Lucy no le dejaba dormir jugueteando todo el rato con su oreja. Le besaba el cuello, le acariciaba los huevos, jugueteaba con su polla hasta que consiguió que volviera a ponérsele dura y entonces hizo que Abe se le pusiera encima y la follara, pero él no estaba demasiado concentrado y pensó que aquella maldita puta le iba a matar de tanto follar.
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Casi todas las juergas del edificio habían terminado y las únicas luces encendidas eran las de los pisos donde había fiestas de pago y los invitados jugaban a las cartas y a los dados y el dueño de la casa cortaba y repartía las cartas y proporcionaba cerveza a treinta y cincocentavos la lata, ginebra a sesenta centavos la copa, vino a treinta centavos el vaso, emparedados a cincuenta centavos cada uno y pollo con arroz y legumbres a dólar y medio. De vez en cuando, uno que estaba demasiado borracho acusaba a otro de que hacía trampas y se iniciaba una discusión o salía a relucir una navaja, pero el dueño de la casa siempre era más rápido y aplacaba los ánimos a base de darles con una porra en la cabeza, de modo que las cosas nunca llegaban a mayores. El resto del edificio estaba a oscuras y en silencio, y los únicos ruidos eran los que hacía un borracho que pasaba o alguien al que estaban robando (la víctima, cuando recuperaba el sentido, normalmente gritaba como un loco llamando a la pasma), pero esto sólo pasaba una o dos veces en el transcurso de la noche y nadie se molestaba. VINNIE Y MARY HABÍAN DEJADO DE REÑIR. POR FIN VINNIE CONSIGUIÓ QUE MARY SE ABRIESE DE PIERNAS Y LE ECHO UN POLVO ANTES DE DORMIR. FOLLARON HACIENDO MUCHO RUIDO. EL SOMIER RECHINABA MIENTRAS SE IBAN DURMIENDO BAJO LA IMAGEN DE LA VIRGEN MARÍA; Lucy y Louis durmieron durante horas, dándose la espalda uno al otro, Lucy con el cuerpo tenso y rígido, Louis refunfuñando entre sueños; Mike se dio la vuelta y protestó muy borracho, pero Irene se había dormido; Ada dormía después de besar las fotos de Hymie y de Ira, tocando con una mano el pijama del otro lado de la cama; y Nancy se había dormido vestida, con la mano tocándose el coño; hasta el viejo Abe pudo dormir un rato tranquilo.
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Abe despertó al notar que la polla se le ponía dura. Tuvo problemas para enfocar la vista y notaba algo que se frotaba suavemente contra sus muslos y estómago. Alzó un poco la cabeza y vio los delicados pezones de las tetas de Lucy que le acariciaban mientras le chupaba la polla. Cuando ella le vio mover la cabeza, se levantó, sentándosele encima de la polla y poniéndose a girar, y sonriendo a Abe, cuyos ojos se abrían más y más a cada giro. Luego se quedó sentada encima de él y se estiró para coger dos pitillos de la mesilla y se puso uno en la boca y el otro en la de Abe, luego los encendió. ¿Quieres una copa, amor mío? Abe negó con la cabeza, moviéndose automáticamente al mismo ritmo y cadencia que ella mientras apretaba los dientes. Dio un par de caladas al pitillo, luego lo dejó y se puso a follar muy concentrado.
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El sol salía detrás de Gowanus Parkway iluminando el agua aceitosa del canal Gowanus y los ladrillos rojos del edificio. Las campanas de las iglesias anunciaron el comienzo de los cultos. Ada miró un momento por la ventana antes de ponerse a desayunar; Louis se levantó con la idea de salir a dar una vuelta lo más pronto posible, y solo; Irene se despertó antes que Mike y se quedó tumbada en la cama oyéndole roncar y preguntándose cómo se encontraría cuando despertase; VINNIE SE LEVANTÓ PRIMERO Y LES GRITÓ A LOS NIÑOS A VER SI OS CALLÁIS, ¿ENTENDIDO? Y TIRÓ A MARY DEL BRAZO Y LE DIJO QUE SE LEVANTARA; Nancy se despertó, se rascó el coño, luego se olió el dedo y gritó a los niños que se callaran. Cuando Abe volvió a casa los niños estaban sentados a la mesa gritando y comiendo y él les dijo que se callaran, que quería dormir, y fue al dormitorio, tambaleándose ligeramente, con los ojos rojos y medio cerrados. Se quitó la ropa cuidadosamente y la colgó, se puso su redecilla y se acostó. Nancy entró y se tumbó a su lado y se puso a juguetear con el agujero del culo de su marido. Él dijo que le dejase en paz, se rió de ella, y le dijo que se fuera a follar por ahí. Ella le dijo que no se iba a ir, que tenía derecho a su polla, y él le cruzó la cara con la mano y le dijo métete un plátano, y ella le llamó negro hijoputa y él le dio un puñetazo en la cara, echándola de la cama y diciendo vete a que te den por el culo si no quieres que te parta la cara, y la echó de la habitación. Nancy fue a la cocina y se apoyó en el borde del fregadero, sin dejar de llamarle negro hijoputa, luego se echó agua fría en la cabeza. Su hija se acercó a ayudarla y Nancy siguió gritando y luego su frustración hizo que se echase a llorar y su hija le dijo que no llorase, Dios nos ama, mamá. Nancy le dijo que se largara.
Abraham dormía.
HUBERT «CUBBY» SELBY JR. (Brooklyn, New York, 1928 - Los Angeles, California, 2004). Fue un escritor estadounidense del siglo XX . Sus novelas más conocidas son Última salida para Brooklyn (1964) y Réquiem por un sueño (1978). Ambas novelas fueron adaptadas posteriormente al cine, y él apareció en pequeños papeles en ambas producciones.
Su primera novela fue acusada de obscena en Gran Bretaña en 1967 y prohibida en Italia. A pesar de esto su trabajo fue defendido por importantes escritores. Ha sido considerado de gran influencia por varias generaciones de escritores. Además de escritor fue profesor de escritura creativa durante 20 años en la University of Southern California en Los Angeles, donde vivió desde 1983.
Hubert Selby
Última salida para Brooklyn
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