Pasé junto a la heredad del hombre perezoso, y junto a la viña del hombre falto de entendimiento;
Y he aquí que por toda ella habían ya crecido espinas, y ortigas habían ya cubierto su haz, y su cerca de piedra estaba ya destruida.
Proverbios, 24, 30-31.
Harry miró a su hijo que estaba tumbado en la mesa jugando con un pañal. Se tapaba la cabeza con él y reía. Durante unos segundos Harry observó cómo movía el pañal. Miró el pene de su hijo. Lo contempló fijamente y luego lo tocó. Se preguntó si un niño de ocho meses sentiría algo especial allí. A lo mejor sentía lo mismo sin importar el sitio donde le tocaras. Se le ponía duro a veces, cuando tenía que hacer pis, pero no creía que eso significara nada. Todavía tocaba con la mano el pene de su hijo cuando oyó que su mujer entraba en la habitación. Retiró la mano. Se apartó un poco. Mary cogió el pañal limpio de la mano del bebé y le besó el estómago. Harry observó cómo frotaba su mejilla contra el estómago del niño. Ocasionalmente rozaba su cuello contra el pene. Parecía como si se lo fuera a meter en la boca. Apartó la vista. Tenía un nudo en el estómago y sintió una ligera náusea. Se dirigió al cuarto de estar. Mary vistió al niño y lo puso en la cuna. Harry la oyó acunarle. También oyó que el niño chupaba el biberón. Los músculos y nervios de Harry se crisparon y tembló. Deseó poder ser capaz de coger aquellos ruidos y metérselos a ella por el culo. Coger al jodido niño y refrotárselo en el coño. Miró la programación de TV, luego su reloj, recorrió con el dedo la columna de números, dos veces, y luego encendió el aparato. A los pocos minutos su mujer entró en la habitación, se quedó de pie junto a Harry y le acarició la nuca. ¿Qué estás viendo? No lo sé, y apartó la cabeza. Ella se dirigió a la mesa baja, cogió un pitillo del paquete que había encima y se sentó en el sofá. Cuando Harry apartó la cabeza se había sentido decepcionada durante unos segundos, pero ya se le había pasado. Lo entendía. Harry a veces era bastante raro. Probablemente andaba preocupado con su trabajo, y por el asunto de la huelga y todo lo demás. Probablemente se trataba de eso.
Harry trató de ignorar la presencia de su mujer, pero aunque mirara fijamente la TV, o se tapara con una mano para no ver, seguía siendo consciente de que estaba allí. ¡Allí! Sentada en el sofá. Mirándole. Sonriendo. Por el amor de dios, ¿por qué coño sonríe así? ¿Acaso está cachonda? Siempre me anda tocando los huevos. Si por lo menos pusieran algo decente en la TV. ¿Por qué no transmiten combates de boxeo los martes por la noche? ¿Es que creen que a la gente sólo le apetece verlos los viernes? ¿Por qué hostias sonríe?
Harry bostezó tratando de esconder la cabeza entre las manos —Mary no decía nada, sólo sonreía—, tratando de que le interesase el programa, fuera el que fuese, tratando de seguir despierto hasta que ella se fuese a la cama. Si la jodida puta se fuera a la cama de una vez… Más de un año casados y podía contar las veces que se había ido a la cama ella primero. Harry miraba la TV; fumaba, ignoraba a Mary. Volvió a bostezar, incapaz de no decir lo que le venía a los labios. Trató de no decirlo, intentó toser o hacer algo así, pero lo único que consiguió fue quedarse con la boca abierta y emitir un gruñido. Se está haciendo tarde, Harry, ¿por qué no te vas a la cama? Vete tú. Yo voy a fumar otro pitillo. Durante un momento ella pensó en fumar también uno, pero se imaginó que sería mejor que no. Harry se enfadaba mucho cuando estaba en ese plan, y se ponía nervioso. Mary se levantó, acariciándole la nuca al pasar por detrás de él —Harry apartó bruscamente la cabeza— y entró en el cuarto de baño.
Harry sabía que todavía la iba a encontrar despierta cuando se fuera a la cama. La TV seguía encendida pero Harry no la miraba. Por fin el pitillo fue demasiado corto para permitirle dar otra chupada. Lo dejó en el cenicero.
Mary se dio la vuelta cuando Harry entró en el cuarto. No dijo nada pero miró como se desnudaba. —Harry le daba la espalda y apilaba la ropa en la silla, junto a la cama—. Mary se fijó en el pelo de la base de su espina dorsal, pensando en la porquería que tenía incrustada en los callos de las manos y debajo de las uñas. Harry se sentó en el borde de la cama durante un momento, pero la cosa era inevitable: tenía que acostarse junto a ella. Descansó la cabeza en la almohada y luego alzó los pies para ponerlos encima de la cama. Mary mantenía sábanas y mantas levantadas para que él se metiera en la cama. Le tapó y se puso de cara a él. Harry le dio la espalda. Mary se puso a acariciarle el cuello, los hombros, y finalmente la espalda. Harry quería que se durmiera de una puta vez y le dejase en paz. Notó que la mano de Mary seguía espalda abajo y deseó que no pasase nada; esperaba dormirse enseguida (había creído que después de casarse se acostumbraría); tenía ganas de darse la vuelta y cruzarle la jodida cara de una bofetada y decirle que ya estaba bien —dios mío, ¿cuántas veces había pensado en cruzarle la cara?—. Trató de pensar en algo para conseguir ignorar a su mujer y lo que le estaba haciendo y lo que iba a pasar. Trató de concentrarse en el combate que había visto en TV el viernes pasado cuando Pete Laughlin le había zurrado a un jodido negro que tenía toda la cara llena de sangre, hasta que el árbitro interrumpió el combate en el sexto asalto y Harry se enfadó mucho por que lo hubiera interrumpido… Pero todavía era consciente de que Mary le tocaba el muslo. Intentó recordar la pinta de su jefe la semana pasada cuando le había dicho que se fuese —sonrió torcidamente—, aquel hijoputa, no me puede echar. Se lo dijo en la cara. Vicepresidente. Mierda. Sabe perfectamente que no me puede andar jodiendo. Podía hacer que parase toda la fábrica en menos de cinco minutos —y la mano seguía acariciándole—. No podía hacer nada. La jodida puta. ¿Por qué coño no me deja en paz? ¿Por qué no se larga a algún sitio con ese jodido niño? Ya me gustaría desollarle el coño a fuerza de follármela. Apretó los ojos con tanta fuerza que le dolieron, luego, de repente, rodó por encima de Mary, pegándole un codazo en la cabeza, apretando su mano entre las piernas y rompiéndole casi la muñeca. —Mary se quedó sorprendida un instante, oyendo más que sintiendo como le golpeaba el codo; luchando por librar la mano; viendo el cuerpo de Harry sobre el suyo; notando su peso y la mano que le buscaba el sexo…, entonces se relajó y le abrazó—. Harry le frotaba el sexo con la mano, ansioso y con rabia; hubiera querido penetrarla con fuerza, pero cuando lo intentó se arañó el glande e instintivamente se detuvo durante un segundo, pero su rabia y su odio le empujaron a seguir y seguir hasta que al fin se lo metió entero —Mary se estremeció un poco y luego suspiró— y Harry entraba y salía con toda la fuerza de que era capaz. Empujaba con ganas de sacarle el aparato por la boca; con ganas de que tuviera un armazón de hierro incorporado que le desgarrase las tripas. Mary tenía las piernas alrededor de su cuerpo y le apretó el cuello con los brazos mordiéndole la oreja y agitándose a uno y otro lado al notar como su polla entraba más y más. Harry, físicamente insensible, no sentía ni dolor ni placer, y se movía con la fuerza y el movimiento automático de una máquina; ahora era incapaz de formular el más mínimo pensamiento, pues sus esfuerzos por pensar quedaban ahogados por su rabia y su odio. Ni siquiera era capaz de determinar si le estaba haciendo daño, ignorando por completo el placer que estaba proporcionando a su mujer; su mente no le permitía alcanzar el orgasmo rápido que ansiaba para poder apartarse, y no comprendía que su brutalidad en la cama era lo que mantenía a su mujer más pegada a él, y que cuanto con mayor fuerza trataba de atravesarle las tripas con la polla, más cerca la tenía. Y Mary se movía a uno y otro lado casi desmayada de excitación, disfrutando de un orgasmo, de otro y otro, mientras Harry continuaba entrando y empujando hasta que por fin expulsó el semen y siguió con el mismo ritmo y fuerza, sin sentir nada. Por fin su energía desapareció con la salida del semen y de repente se paró sintiendo náuseas y un intenso desagrado. Se apartó rápidamente de su mujer y se quedó tumbado a su lado, dándole la espalda y agarrando la almohada con las dos manos, casi destrozándola, con la cara enterrada en ella, a punto de llorar; el asco le apretaba el estómago, era como una serpiente que lenta, metódicamente, le quitaba toda la vida del cuerpo, pero cada vez que llegaba al punto en que hasta la más leve presión pondría fin a todas las cosas —vida, miseria, dolor—, la presión cesaba y Harry seguía allí, con el cuerpo vivo a fuerza de dolor y la mente enferma de asco. Murmuró algo y Mary le tocó el hombro mientras su cuerpo seguía temblando. Ella cerró los ojos, relajó el cuerpo, y enseguida se quedó dormida mientras la mano se deslizaba poco a poco del hombro de Harry.
Harry no podía hacer más que aguantar las ganas de vomitar. Tenía ganas de fumar un pitillo, pero tenía miedo, miedo de que el menor movimiento, incluso el de respirar profundamente, le hiciera soltar la pastilla allí mismo. Conque se quedó allí tumbado con un sabor amargo en la boca y con el estómago como presionando contra el paladar y la cara apretada contra la almohada y los ojos cerrados con fuerza y concentrado en su estómago, tratando de pensar en algo para librarse de aquel sabor amargo, de aquella presión, o por lo menos, de controlarlos. Sabía, después de años de luchar contra ello, que todas las veces perdía y terminaba vomitando en un orinal o un retrete si tenía la suficiente suerte de llegar hasta él. No podía evitarlo. Ni hacer nada, excepto llorar. Y ya no era capaz ni de llorar. Habían sido muchas las veces que se había encontrado encerrado en un cuarto de baño o en plena calle después de huir de la mujer con la que había estado, pero ahora las lágrimas ya no le venían a los ojos aunque tratara de relajarse para dejar que brotaran. Y le dolían los ojos. Los notaba hinchados y húmedos, y no conseguía que dejaran de dolerle. Igual que su garganta, seguían en tensión y apretados con fuerza. Y allí continuaba tumbado… Si pasara algo… Se apretó contra la almohada con más fuerza; también apretó las mandíbulas con más fuerza hasta que notó un lacerante dolor en el oído y un espasmo en los músculos del cuello que le obligaron a relajarse. Su cuerpo se estremeció leve, involuntariamente. Nada desgarraba, ni siquiera ligeramente, la oscuridad; tenía los ojos cerrados y su cabeza estaba encerrada en un mundo de tinieblas del que no veía ni sentía los límites. Harry mismo era inexistente. No había más que oscuridad.
Contrajo los músculos de los dedos de los pies hasta sentir calambres. El dolor aumentó y trató de concentrarse en él para olvidar todo lo demás. Le parecía que los dedos de los pies se le iban a romper y luego notó como si el pie entero tuviera calambres, y luego notó calambres en las piernas, y siguió sin relajar los músculos. Por fin el dolor se hizo insoportable y tuvo ganas de gritar. Sólo entonces trató de relajar los músculos pero éstos siguieron en tensión y tuvo que dedicar toda su energía a relajar los músculos antes de que el dolor lo matara. Las pantorrillas todavía le dolían, aunque empezaron a perder rigidez, pero notaba como si los pies fueran a retorcérsele y los dedos a romperse. Los oídos y el cuello volvieron a dolerle después de la crispación de lasmandíbulas… pero por lo menos ya no era consciente de sus náuseas y desagrado. Tampoco de la presión en la garganta y del sabor a bilis…, todavía le dolían los oídos y el cuello, pero sólo era consciente de ello vagamente. Las pantorrillas se le relajaron un poco más y poco a poco los músculos perdieron la tensión y notó los dedos de los pies sueltos y fue consciente del dolor de las mandíbulas. Luego, lentamente, también empezaron a relajarse y los calambres y el dolor desaparecieron y dejó de apretar la almohada y se quedó allí tumbado, nervioso, sudando, notando durante unos momentos únicamente debilidad. Después, poco a poco, fue consciente de su garganta y estómago, y el desagrado y la náusea se abrieron nuevamente paso hasta su conciencia. Si pasara algo…, las lágrimas se le agolpaban en los ojos pero no conseguía llorar…, algo…, lo que fuera…, dios mío… Dejó que se le abrieran los ojos. Concentró la mirada en la cómoda: había dos grandes tiradores, uno más pequeño encima, otro mayor a un lado; una pared. Empezaron a picarle los ojos por culpa del sudor. Se secó la cara en la almohada. Volvió ligeramente la cabeza hasta ver el techo. Ahora su visión tenía límite. Allí arriba estaba el techo. Las paredes a los lados. Ningún misterio. Nada oculto. Había cosas que ver. Había un orden. Los ojos le dolían menos. Ya no le picaban. No le daba miedo mirar. Ahora tenía que moverse. Su tensión debía de haber disminuido. Todavía estaba allí, pero debía de haber disminuido. Tenía que haberlo hecho. Debería ser capaz de moverse. Tragó…, volvió a hacerlo…, la garganta le quemaba debido al amargor. Se quedó tumbado. Completamente inmóvil. Sin respirar. Trató de eructar. Le palpitaba el cuello. Le ardía. Volvió a tragar…, respiró. Pero no a fondo. Los latidos del cuello se apaciguaron. Tragó…, respiró…, encogió poco a poco las piernas…, dejó que se deslizasen a un lado de la cama. Se sentó muy despacio. Sin respirar. Contrayendo la nariz. Soltando suavemente el aire por entre los dientes. Se frotó la cara…, fue poco a poco al cuarto de estar. Se sentó y encendió un pitillo y miró por la ventana. Fumó. Nada en la calle. Nadie. Un coche aparcado al otro lado de la calle, vacío. Encendió un nuevo cigarrillo con el primero. La garganta le picó pero se le relajó el estómago. Las náuseas ya no eran intensas. Aunque todavía seguían allí. Mal sabor de boca. Siguió fumando sentado. Miraba. Ojos húmedos. Dolor de cabeza. Nada de lágrimas. Dejó el pitillo en el cenicero. Se pasó la mano por la cara. Volvió a la cama. Miró el techo hasta que empezaron a cerrársele los ojos. Si pasara algo… Pero ¿qué? ¿qué? ¿Qué podía pasar? ¿Y para qué? ¿Por qué motivo? Le picaban los ojos. Los tenía húmedos. No podía mantenerlos abiertos. Su cuerpo empezó a relajarse. La cabeza le cayó ligeramente a un lado. Buscó una posición mejor. Seguía sin mirar a Mary. No había pensado en ella . Tuvo un sobresalto. Apretó la cara contra la almohada. Gimió medio dormido. Pronto se quedó dormido.
Las arpías cayeron sobre Harry y, en la oscuridad, bajo sus alas, no veía nada excepto sus ojos: pequeños, llenos de odio, unos ojos que se burlaban de él cuando trataba de huir de ellos porque sabían que no lo conseguiría y que jugarían con él antes de destrozarle poco a poco. Trató de volver la cabeza pero no se podía mover. Lo intentó una vez y otra y otra hasta que se movía adelante y atrás incesantemente mientras los ojos seguían mirándole burlones y las gigantescas alas batían el aire con más fuerza alrededor de Harry y su cuerpo temblaba de frío y podía notar sus picos puntiagudos y los extremos de sus plumas rozándole la cara. Intentó bajarse de la roca pero a pesar de todos sus esfuerzos siempre seguía arriba con el viento soplando con fuerza y las arpías graznando, y por encima del sonido del viento y del ruido de los graznidos oía cómo le arrancaban la carne del vientre, oía cómo se la arrancaban y luego cómo tiraban y se la quitaban poco a poco y él aullaba y se retorcía y se ponía de pie y corría, corría y siempre seguía encima de la roca y con las arpías burlándose de él mientras le arrancaban la piel del vientre, del pecho, y le clavaban los picos entre las costillas. De pronto se los clavaron en los ojos y se los sacaron de sus órbitas y oyó el flop, flop de sus ojos dejando su cabeza y los graznidos de las arpías que aumentaban hasta que ya no pudo oír sus propios gemidos y les daba patadas y puñetazos aunque su cuerpo se negaba a moverse y lo único que podía hacer era quedarse allí tumbado una vez más, y una vez más las arpías le arrancaban a tiras la carne del vientre y el pecho, y le clavaban los picos entre las costillas y una vez más los hundían en sus ojos.
Y estaba solo en una calle, mirando, dando vueltas en redondo, mirando, mirando a nada. Todo era ilimitado en todas las direcciones hasta que aparecieron unas paredes que parecían moverse en un triángulo excéntrico y se acercaban más y más y seguían girando y Harry seguía dando vueltas en redondo y las paredes se acercaban todavía más y Harry empezó a gritar y a llorar aunque reinaba un profundo silencio hasta cuando las paredes se le acercaban y Harry corrió hasta chocar contra una pared y se encontró en mitad de la habitación que disminuía y pudo notar la superficie suave de yeso de las paredes cuando le tocaban los brazos, la boca, la nariz, y las paredes le aplastaban poco a poco.
Y sus ojos giraban y subían dando saltos colina arriba y Harry los perseguía vacilante y trataba de cogerlos. Se agachaba y lo que cogía eran piedras y guijarros y trataba de metérselos en las cuencas vacías y escupía las piedras y gritaba mientras los guijarros desgarraban aún más las cuencas que sangraban y él seguía vacilando colina arriba y de vez en cuando los ojos sedetenían y le miraban con aire de asombro esperando hasta que casi los tocaba y luego seguían rodando colina arriba y Harry se metía otros dos guijarros en las cuencas y gritaba cuando le desgarraban los párpados y entonces gritaba más y más fuerte y daba vueltas a las piedras tratando de quitárselas pero sus manos llenas de sangre le impedían agarrarlas bien y sus gritos eran todavía más fuertes hasta que por fin se puso a gritar de verdad y dio un salto en la cama y abrió los ojos y pasaron años antes de reconocer la cómoda y las paredes.
Mary se movió ligeramente y Harry se cogió la cabeza con las manos y gimió. La pesadilla no siempre era exactamente igual pero cuando se terminaba siempre le parecía que sí lo era. Año tras año, Harry saltaba en la cama de vez en cuando, casi loco de terror, tratando de quitarse el peso del pecho para poder respirar y luego poco a poco distinguía un objeto familiar y finalmente se daba cuenta de que estaba despierto. Sus ojos estaban nuevamente hinchados pero no lloraba. Se quedó allí sentado muchos minutos y luego descansó lentamente la cabeza en la almohada, secándose cara y cabeza con la mano y tapándose después los ojos con el brazo.
Harry recorrió los escasos bloques que había entre su casa y la fábrica, fichó, se cambió de ropa y fue a su taller. Era el peor tornero de los más de mil que trabajaban en la fábrica. Había empezado poco antes del comienzo de la guerra y se había quedado durante toda ella. Poco después del comienzo de la guerra llamaron a filas al tornero de la planta y Harry ocupó su puesto y dedicó más tiempo a las actividades del sindicato que a su trabajo. Desde el principio se había dedicado a acosar a los patronos y pronto se había convertido en uno de los miembros más activos del sindicato. Durante la guerra la empresa no pudo echarle y cuando lo intentaron, después de que terminara, el sindicato amenazó con realizar una huelga, por lo que Harry seguía delante del mismo torno.
Harry trabajaba una media hora o así cada mañana y luego detenía su torno y hacía la ronda por la fábrica recordándoles a los que debían su cuota que tenían que pagar en tal o cual fecha. A otros les preguntaba por qué no habían asistido a la última reunión del sindicato. O simplemente les decía a otros que no trabajasen tan de prisa, que no merecía la pena. Lo único que haces es ganar dinero para la empresa y ya tiene bastante. Y aunque llevaba años haciendo esto y los capataces habían aprendido a ignorarle, muchos de los directivos, especialmente los que se ocupaban de los costos, los ingenieros de producción, y el director general de la planta que era también el vicepresidente de la empresa, se enfadaban siempre que le veían haciendo su ronda por la fábrica desafiando todas las reglas y normas. Habitualmente se apartaban de su camino, pero a veces le preguntaban qué estaba haciendo y él les contestaba que hacía su trabajo, y si ellos insistían en hacerle preguntas, él les contestaba que se fueran a tomar por el culo, y que si ellos hicieran su trabajo tan bien como él hacía el suyo todo iría mejor y que qué cojones sabían ellos de su trabajo, si lo único que hacían era pasarse el puto día sentados en una silla… Y todas las veces se aseguraba de alejarse sonriendo burlonamente, mirándolos a todos, y haciéndoles saber por su actitud que no tenía miedo a ninguno de los grandes jefes, aunque ellos seguro que le tenían miedo a él, convencido de que lo que decía era verdad y de que tenía razón al hacer y decir lo que hacía y decía.
Su ronda matinal normalmente duraba de hora y media a dos horas. Luego volvía a su torno y trabajaba hasta la hora de comer. Harry nunca iba a comer a casa, sino que iba a un bar del otro lado de la calle y comía con los muchachos. Siempre empezaba con unos tragos de whisky y una cerveza, luego venían otras cervezas más con el bocadillo y otras más después. Hablaba con algunos de los hombres, escuchaba sus chistes, sus historias sobre las tías que se cepillaban, y cada una de esas historias venía seguida por otra suya sobre cómo se había beneficiado a tal o cual tía y cómo ésta le había dicho que era cojonudo follando y que quería volverle a ver y los demás le escuchaban y le aguantaban y se alegraban cuando por fin dejaba su grupo para ir a otro; y Harry seguía haciendo la ronda por el bar, escuchando brevemente y luego contando sus historias o bromeando sobre un marica que se había hecho agujeros en las orejas para los pendientes; de vez en cuando hundía un dedo en el estómago de alguien o le preguntaba a otro cuándo le iba a invitar a un trago, riendo, dándole palmadas en la espalda y marchándose cuando le contestaba que después de que él le invitara primero; o si había nuevos dejaba su vaso vacío en la barra y esperaba a que el barman se lo llenara y pagaba con la vuelta de los nuevos que había encima de la barra.
Hacia media tarde Harry alcanzó la etapa de su faena que requería un reajuste del torno, así como un pequeño cálculo para hacerlo bien, por lo que decidió darse otra vuelta. Si se retrasaba demasiado en el trabajo, el capataz tendría que hacerlo por él. Harry recorrió lentamente la fábrica preguntándoles a algunos de los hombres cómo iban las cosas, pero la mayor parte del tiempo no decía nada y se limitaba a sonreír, mirar y bromear. Recorría la sexta planta cuando de repente se detuvo y frunció el ceño. Pensó durante unos cuantos minutos, sacó del bolsillo el cuaderno del sindicato donde constaban las obligaciones de las distintas clases de trabajadores, lo verificó y luego se dirigió a uno de los talleres, detuvo el torno y preguntó al hombre que trabajaba allí qué demonios estaba haciendo. El tipo se quedó quieto tratando de entender lo que pasaba y tratando de entender de qué le estaba hablando Harry. Harry seguía delante de él agitando el cuaderno en el aire ygritando para imponerse al ruido de la fábrica. Algunos de los hombres que estaban cerca se volvieron para mirar y el capataz se acercó corriendo y gritándole al obrero que seguía delante de Harry tratando de entender lo que pasaba. ¿Por qué habéis parado esta máquina?, gritó el capataz. Harry se volvió hacia él y le preguntó si trataba de enseñarle cuál era su obligación. ¿Quién hostias crees que le ha dicho que la parase? ¿Soy el capataz, no? Sí, claro, pero ¿a quién se le ha ocurrido la idea de que cortara este acero inoxidable? ¿A quién coño se le ha ocurrido? ¿Qué demonios quieres decir con eso de a quién se le ha ocurrido? Este tipo no es un aprendiz. Lleva años cortando acero inoxidable. ¿Por qué no lo va a seguir cortando? Porque es nuevo aquí, por eso. Sólo lleva trabajando un par de meses. Todavía no tiene su carnet del sindicato. ¿No es verdad?, gritaba al obrero agitando el cuaderno. Sí, pero llevo veinte años haciendo esto. Puedo cortar lo que sea. Harry se acercó más a él, dando la espalda al capataz y gritando más alto. Me toca los huevos el tiempo que lo lleves cortando, ¿me oyes? El sindicato dice que necesitas carnet o llevar seis meses aquí antes de poder cortar acero inoxidable, así que será mejor que hagas lo que te digo, porque si no vas a tener problemas, gritó todavía más alto y con la cara crispada. El obrero le miraba sin entender y con ganas de que le dejasen seguir con su trabajo. ¿Me oyes? Por fin el capataz se puso entre ellos y gritó a Harry que se callase. Por el amor de dios, ¿de qué hostias estás hablando? Hablo de lo que me sale de los cojones. Y si no quieres tener problemas será mejor que le mandes que deje de hacer este trabajo ahora mismo. Por el amor de dios, Harry, hay que hacer este trabajo y es el único capaz de hacerlo. Me la suda si tienes que esperar diez jodidos años para que lo hagan, y lo que le cueste al dueño me la suda también. Vamos, Harry, sé razonable… Puedo cortar acero inoxidable y lo que sea. Escucha, amigo, será mejor que mantengas cerrada esa jodida boca o te zurrarán la badana. La cara del obrero enrojeció mientras trataba de agarrar una llave. El capataz se le echó encima, le agarró por los hombros y le dijo vamos, descansa unos minutos. Ya nos veremos las caras en cuanto se arregle esto. Se marchó y el capataz respiró profundamente y cerró los ojos antes de encararse con Harry. Mira, Harry, no tiene sentido que montes este número. Sabes que respeto las leyes del sindicato, pero hay que hacer este trabajo y él lo puede hacer, ¿qué hay de malo? No me busques las vueltas, Mike. Ese tipo no puede cortar acero. Vale, vale, llamaré arriba y veremos qué se puede hacer. Se dirigió a su mesa para llamar y Harry se apoyó en el torno. Wilson bajará enseguida y a lo mejor conseguimos arreglarlo. Me toca los cojones que baje o no.
A los pocos minutos Wilson, uno de los directores de producción, llegó casi corriendo. Sonrió, puso las manos en los hombros de Mike y de Harry. ¿Cuál es el problema, chicos?, y sonrió a Harry y apretó el hombro de Mike con intención de que se tranquilizara. Harry frunció el ceño, se movió un poco de modo que la mano de Wilson cayó de su hombro, y casi no abrió la boca al decir: El que trabaja en este torno no puede cortar acero inoxidable. Mr. Wilson, he intentado explicarle que hay que hacer ese trabajo. De acuerdo, Mike, dijo Wilson dándole un golpecito en el hombro y sonriéndoles nuevamente a los dos. Estoy seguro de que podremos arreglar este asunto. Harry es un tipo razonable. No hay nada que arreglar. No está facultado para cortar acero, y basta. Mike empezó a alzar los brazos con aire de disgusto, pero Wilson apoyó el brazo en su hombro, sonrió y luego le volvió a dar otra palmadita. ¿Por qué no vamos a fumarnos un pitillo y charlamos, chicos? Mike dijo que de acuerdo y se dirigió hacia el depósito donde solían fumar. Harry soltó un gruñido y no se movió. Wilson le dio un empujoncito pero Harry espero a que el director de producción echara a andar y luego le siguió a unos pasos de distancia. Cuando llegaron al depósito, Wilson sacó un paquete de cigarrillos y les ofreció. Mike cogió uno y se lo puso en la boca. Harry no dijo nada, pero cogió uno de su propio paquete, ignoró el encendedor de Wilson y encendió su propio pitillo. Wilson les preguntó si les apetecía una Coca-cola y los dos declinaron la invitación. El obrero, que estaba sentado en un rincón, se acercó a Mike y le preguntó si podía volver al trabajo. Harry empezó a gritar algo, pero Mike le dijo al obrero que volviese al torno, pero que no lo pusiera en marcha. Que se limitase a esperar allí. Sólo era cuestión de un minuto. El tipo se fue y Wilson se volvió hacia Harry sonriendo y tratando de parecer relajado y de disimular el odio que sentía hacia él.
Wilson miró a Harry y decidió que no iba a servir de nada echarle el brazo por el hombro. Mira, Harry, comprendo y respeto tu posición. Te conozco y he tenido el placer de trabajar contigo durante unos cuantos años, y sé, lo mismo que sabe Mike, y saben todos los de la planta, que eres un buen trabajador, y que siempre te han preocupado los intereses de la empresa y los de los trabajadores. ¿No es así, Mike? Mike asintió automáticamente. Como te decía, Harry, todos sabemos que eres buena persona y que sólo tú podrías haber conseguido que funcionasen las cuestiones sindicales de esta planta, y te respetamos y admiramos por ello. Y te respetamos y admiramos por tu inteligencia y capacidad. Y créeme cuando te digo esto, porque no lo digo como directivo de la empresa, sino como hombre que trabaja con otros hombres, como compañero de trabajo. Sería la última persona del mundo que le pidiera a otra que dejara de cumplir la más mínima de las normas y reglas del sindicato. Para mí un contrato es algo sagrado que hay que defender a costa de lo que sea…,pero como decía, en tanto que trabajador y directivo…, mira, se trata de esto: es lo mismo que en el sindicato. Tenéis vuestro reglamento y vuestros estatutos. ¿No es así? Estoy seguro de que te los sabes de memoria y también estoy seguro de que te atendrás a ellos al pie de la letra, pero a veces hay que hacer una pequeña excepción necesaria. Espera un minuto —Harry se echó hacia adelante dispuesto a hablar—, espera a que te lo termine de explicar. Mira, imagina que el reglamento dice que una reunión debe empezar a las ocho pero de repente hay una tempestad de nieve y a los hombres les lleva media hora, o incluso una hora o más, llegar al sitio de la reunión. Bien, entonces habrá que esperar y empezar la reunión con retraso o habrá que empezar la reunión sin que esté presente el número exigido de miembros. Wilson sonrió relajado y dio una chupada a su pitillo, satisfecho de su habilidad y pensando que la postura de Harry era insostenible. Harry dio una chupada a su pitillo, soltó el humo en dirección a Wilson, tiró la colilla al suelo y la aplastó con el zapato. Lo que hacemos en las reuniones del sindicato no es asunto suyo a no ser que queramos hablarle de ello. Oh, ya lo sé, Harry, jamás pretendí decir lo contrario. Lo único que trato de decir es que esta empresa, lo mismo que tu sindicato, es, igual que todas las demás empresas, un equipo, y todo el que tiene algo que ver con la empresa, del presidente a los ascensoristas, es miembro de ese equipo y todos debemos arrimar el hombro. El trabajo de cada uno es importante. El trabajo del presidente no es más importante que el tuyo en el sentido de que si tú no cooperas, igual que debe cooperar él, no se puede hacer el trabajo. Eso es lo que trato de decir. Todos estamos implicados, igual que en el sindicato. Ahora tenemos que hacer un trabajo y debemos hacerlo ahora. El nuevo es el único capaz de hacerlo en este momento. Es el único motivo por el que lo hace. En absoluto hemos intentado pedir a nadie que hiciera nada en contra de las reglas del sindicato, pero hay que hacer el trabajo… Oiga, ese tipo es nuevo y no cortará el acero, así que no me toque los huevos. Si le hace trabajar en eso, avisaré a toda la fábrica, y la cara de Harry se fue poniendo más y más roja, le brillaban los ojos, ¿lo ha entendido? Si es necesario me pasaré el día entero pegado a ese jodido torno y si trata de que vuelva a hacer ese trabajo, juro por dios que los de toda la planta no tardarán ni dos jodidos segundos en largarse a la calle y ni usted ni ningún otro rompehuevos conseguirá impedírmelo. ¿Entendido? Si quiere huelga, la tendrá. Salió del cuarto, cerró de un portazo y volvió al torno. No dijo nada al hombre que estaba apoyado en el torno, se limitó a quedarse quieto al otro lado.
Mike y Wilson miraron un momento la puerta, luego Mike preguntó a Wilson si quería que le dijese al tipo que, a pesar de todo, siguiera con su trabajo. No, Mike, será mejor que no. No quiero problemas. Vuelve a tu despacho. Iré a ver a Mr. Harrington.
A Wilson le fastidiaba tener que recurrir a Mr. Harrington, pero no se le ocurría otra cosa que hacer. Lo que estaba claro era que no quería cargar con la responsabilidad de provocar una huelga. Mr. Harrington hizo seña de que se sentara y preguntó qué pasaba. Wilson se sentó y le contó la historia. En cuanto oyó el nombre de Harry, Mr. Harrington frunció el ceño y cuando Wilson le contó los detalles dio un fuerte puñetazo en la mesa. A medida que escuchaba se iba poniendo más enfadado, y no sólo porque Harry se atreviera a desafiarle a él, uno de los vicepresidentes, y a la empresa, sino porque sabía que tendría que transigir sin hacer migas a Harry como le apetecía para evitar el conflicto; según el programa había que hacer aquel trabajo especial. No podía haber retrasos. Pero pronto se produciría una huelga y entonces se desharía de Harry. Hacía años que le odiaba y nunca había conseguido echarle. Como principal representante del comité negociador de la empresa, sabía que conseguiría convencer a los otros miembros de que siguiesen rechazando las exigencias de los sindicatos aunque éstas fueran razonables. Sabía que la empresa podía permitirse que los hombres estuvieran de huelga lo que quedaba de año, pues sólo representaría una ligera pérdida en los beneficios netos. Presumía que a los seis meses de huelga, a los del sindicato les alegraría terminar la huelga si él accedía a la mayor parte de sus exigencias a condición de que le dejaran echar a Harry. Merecía la pena intentarlo. No tenía nada que perder.
Antes de que Wilson hubiera terminado de contarle lo que había pasado, ya sabía qué hacer. Miró a Wilson directamente a los ojos. Bien, al parecer ha armado usted un buen lío, ¿no cree? Las comisuras de los labios de Wilson se doblaron hacia abajo un poco más. No dijo nada. Se diría que, o bien yo me ocupo de todo, o toda la empresa se viene abajo, ¿no? Hice lo que… Ahora eso no importa. Lo único importante es que se haga ese trabajo. Bien…, sólo necesitamos a alguien que lo haga. ¿Cuántos hombres tienes trabajando en lo de la Kearny? Seis. Bien. Coja a uno de los de esa faena y cámbielo por el que trabaja en la de Collins. Creo recordar que el encargo para Kearny es sólo de latón. Así es. Pero llevará una hora o así terminar el encargo con el que lo hacía y trataba de ahorrar tiempo. ¡Ahorrar tiempo! Ya ha perdido más de una hora tratando de ahorrar tiempo. Y ahora vaya a hacer lo que le dije.
Wilson se levantó de inmediato y salió del despacho. Fue directamente a ver al que se encargaba de lo de Kearny y le expuso la situación. El tipo cogió a uno de sus hombres y éste fue a la sexta planta con Wilson. Wilson explicó a Mike y a Harry lo que iba a hacer, y luego le dijo al nuevo adónde debía ir. Cuando Harry vio que se iba, y que Mike y el tipo que había venido con Wilson seinclinaban sobre el torno con el acero inoxidable, él también se fue.
Cuando volvió a su propio torno, su capataz estaba acabando de prepararle un trabajo. ¿Crees que podrás terminarlo para mañana por la mañana, Harry? Corre prisa. Claro que sí. Podría haberlo terminado hoy, pero ese listillo de Wilson trató de hacerle la puñeta a uno y tuve que apretarle las tuercas un poco. Creía que se iba a quedar conmigo, pero le jodí bien jodido. Harry se volvió hacia su torno y el capataz se marchó. Se había alejado unos metros cuando Harry se dio cuenta de que se había ido y soltó un bufido y le llamó comemierda. Tiene miedo de que el jefe le vea conmigo. Harry apretó el botón que ponía en marcha el torno y se puso a trabajar. Que le den por el culo.
Harry trabajó lo más despacio que pudo, moviendo el aparato de cortar levemente, y cuando llegó la hora de ir a casa todavía le quedaban unas cuantas horas para terminar el trabajo.
Harry estaba de buen humor cuando llegó a casa. Después de lavarse manos y cara le contó a su mujer lo que había pasado y cuando ella le dijo que tuviera cuidado, que podría perder el empleo, Harry se rió y le dijo, nunca me podrán echar. Si tratan de echarme toda la fábrica irá a la huelga y la empresa lo sabe. No me podrán joder. Cuando terminó de cenar fue al bar y les contó a voces a los chicos cómo le había plantado cara al rompehuevos de la fábrica, puntuando la historia con risotadas.
Mary ya se había acostado cuando Harry volvió a casa, pero a él le daba igual que estuviera despierta o no, de todos modos durante un rato no le tocaría los huevos. Se desnudó y se dejó caer en la cama y miró a Mary para ver si despertaba, pero ella soltó un gruñido y encogió las rodillas acercándoselas todavía más a la barbilla. Harry se quedó quieto a su lado, de cara a Mary, y se durmió.
A la mañana siguiente Harry subió a la sexta planta antes de ir a su torno. Se aseguró de que el nuevo no trabajaba con el acero inoxidable. Sonrió al ver que no estaba en su torno y se quedó un rato por allí para asegurarse de que no le engañaban; y antes de irse fue a ver al capataz y le dijo que quería hablar con él más tarde. Hizo la ronda por el resto de la planta y cuando volvió a su torno habían pasado más de dos horas. Apretó el botón y se puso a trabajar. Se acercó el capataz y le preguntó cuándo tendría listo el trabajo, lo demás ya está terminado y sólo estamos esperando esta pieza. Harry le dijo al capataz que estaría lista cuando la terminase. El capataz lanzó una ojeada a la pieza, calculando cuánto tardaría en terminarla, y se fue. Harry se quedó unos minutos mirándole, jodido pelotas, luego volvió al trabajo.
Cuando Harry volvió de comer subió otra vez a la sexta planta y luego hizo su ronda habitual. Volvió a su torno y terminó el trabajo. Luego fue una vez más a la sexta planta. El nuevo había vuelto a su torno, pero en su máquina había una plancha de cobre. Harry se le acercó. Eso está mejor. Ayer estuviste a punto de perder los papeles, tío. El nuevo se limitó a mirar a Harry, con ganas de decirle lo que pensaba de él, pero se calló, pues por la mañana le habían advertido que Harry había retirado el carnet, más de una vez y sin motivo alguno, a más de un obrero. Harry se rió y se alejó. Volvió a su trabajo, sintiéndose omnipotente. No le interesaba especialmente el nuevo, pero estaba contento de que le hubiera servido para mandar a tomar por el culo a su jefe. Se quedó trabajando el resto del día, pensando de vez en cuando en lo de ayer y en que el convenio entre la empresa y el sindicato expiraba dentro de quince días y los comités que negociaban no habían llegado a un acuerdo para un nuevo convenio, seguro que habría huelga. Harry estaba tan contento de ir a la huelga —de cerrar la fábrica, de poner piquetes y ver como sólo entraban en la fábrica vacía los directivos y se sentaban en sus despachos y pensaban muy preocupados en todo el dinero que estaban perdiendo mientras él cobraba su sueldo del sindicato—, que de vez en cuando se reía para sus adentros y a veces le apetecía gritar tan fuerte como pudiera, ya os podéis joder, hijoputas. Vais a ver lo que es bueno. Os vamos a hundir la empresa. Pronto os tendremos de rodillas suplicándonos que volvamos al trabajo. Os vais a enterar de lo que es bueno.
Harry se sentía mejor de día en día. Paseaba por la planta saludando a los chicos, diciéndoles cosas por encima del ruido; pensando que pronto estaría todo en silencio. Toda la jodida fábrica parada. Y se imaginaba que billetes de dólar con alas salían volando por las ventanas desde los bolsillos y las carteras de un jefe muy gordo y calvo que fumaba un puro; y pensaba en hijoputas de camisa blanca y corbata y trajes muy caros sentados ante una mesa de despacho vacía abriendo sobres de paga vacíos. Se imaginaba gigantescos edificios de cemento que se venían abajo y planchas metálicas volando entre ellos y a él suspendido en el aire destrozando los edificios. También podía verse aplastando cabezas y cuerpos y tirándolos por las ventanas y viéndolos destrozarse contra las aceras de abajo y él se partía de risa mientras miraba los cuerpos flotando en charcos de sangre que tragaban los desagües, y él, Harry Black, de treinta y tres años, mecánico del taller 392, miraba y se partía de risa.
De noche, después de la cena, iba al local vacío que estaba preparando el sindicato para que sirviera de cuartel general durante la huelga. Trabajaba poco y hablaba un montón.
Dormía mejor, profundamente y sin sueños; pero antes de dormir se quedaba tumbado de lado y dejaba que imágenes de fábricas vacías, edificios que se hunden y cuerpos aplastados pasasen por su mente, más reales, más vívidas, los contornos y las imágenes definidos con mayor claridad, la carne más blanda, más fláccida que nunca; la punta de los purosencendidos, el olor a puro y a loción de afeitar más molesto que nunca. Luego las imágenes se entremezclaban lentamente unas con otras y se ponían a dar vueltas formando una imagen amorfa y demasiado iluminada y Harry sonreía con gesto torcido y se dormía.
El último día del convenio Harry silbaba al trabajar. No era un auténtico silbido, sino un siseo continuo que a veces casi se convertía en silbido. No habían firmado un nuevo convenio y aquella noche había reunión del sindicato. Cuando terminó la jornada de trabajo Harry salió de la fábrica muy contento, dando palmaditas en la espalda a muchos compañeros con el más intenso sentimiento de camaradería que era capaz de sentir, diciéndoles que no olvidasen la reunión y que quería verlos a todos a la entrada. Algunos hombres se pararon en el bar antes de ir a casa y tomaron unas cuantas cervezas con mucha parsimonia, mientras hablaban de la huelga, preguntándose cuánto duraría y qué conseguirían. Harry pidió una cerveza y se paseó por el bar dando una palmadita o apretando un hombro, sin hablar mucho, o diciendo simplemente, ya llegó el momento o, esta noche será el momento de la verdad. Anduvo como media hora por allí y luego se fue a casa.
Los dirigentes ya estaban en el estrado cuando Harry llegó a la reunión. Se apartó de los escalones de los lados del estrado y se dirigió a la parte delantera, subiendo al estrado. Estrechó las manos de todos, sin dejar de sonreír, y durante unos minutos escuchó lo que decían en cada grupo, sin dejar de ir de uno a otro, mientras se llenaba el local, hasta que pasaron diez minutos de la hora oficial del comienzo de la reunión y el presidente de la sala anunció que la reunión iba a empezar enseguida y los grupos se dispersaron y los hombres ocuparon sus asientos. Harry se sentó en la segunda fila y dispuso su silla de modo que pudiera vérsele entre los dos hombres que tenía delante.
El presidente se sentó y sacó unos documentos de la cartera de mano, los recorrió con la mirada, pasando alguno de vez en cuando a alguien, lo que provocaba breves y sordas discusiones. Finalmente ordenó los documentos como le pareció bien y se levantó, permaneciendo detrás del pequeño pupitre que tenía delante. Los hombres de la sala callaron y el presidente inició la reunión pidiendo al secretario que leyese los puntos más importantes de la última reunión. Los leyó, votaron y los obreros dieron oficialmente su conformidad. Después el tesorero leyó su informe, que consistía en muchas cifras y justificantes de gastos, en cuánto había en caja y cuánto en el fondo para la huelga. La cifra del fondo para la huelga fue lo último que leyó, lentamente y en voz muy alta, y los de la claque dispersos por la sala aplaudieron, como estaba previsto, y silbaron, y se les unieron muchos de los presentes. Este informe también se votó y fue aprobado.
Entonces el presidente llegó al asunto que los había convocado e informó a todos los presentes de por qué se habían reunido allí aquella noche. Más aplausos y silbidos de la claque. El presidente alzó las manos, solemne, pidiendo silencio. El comité negociador ha trabajado a fondo y durante mucho tiempo tratando de conseguir un buen convenio y salarios mejores. Aplausos. No pedimos mucho, sólo lo que vale nuestro trabajo. Pero la empresa quiere que hagáis todo el trabajo mientras ellos se quedan con todo el dinero. Abucheos y pateos. Voy a leeros su última oferta. Cogió unos documentos de la mesa y los miró con el ceño fruncido. Quieren que mantengamos la semana de treinta y cinco horas —un sonoro NO—, concedernos doce miserables días de vacaciones pagadas —otro NO—, el presidente seguía leyendo tratando de imponerse al tumulto que siguió. Nada de días libres por el cumpleaños, el mismo horario y un cincuenta por ciento más por las horas extra —otro rugido—, un vergonzoso aumento de veinticinco centavos por hora, y sólo una mínima contribución por su parte a las ayudas sociales, que quieren que sean controladas por un comisario independiente —gritos y silbidos—. Pero les hemos demostrado, y dio un puñetazo en la mesa aullando desafiante, les hemos demostrado de qué están hechos los hombres del sindicato: les hemos dicho que se fueran al infierno. Bebió agua, luego se secó la cara y esperó con la cabeza baja a que los hombres callaran. Todos sabemos lo mucho que trabajamos. No olvidéis que yo mismo me he pasado veinte años sudando ante un torno y que eso fue antes del sindicato, cuando nos hacían sudar de verdad —aplausos—; el presidente alzó las manos. Y la empresa sabe lo mucho que trabajáis, pero ¿les importa? —un NOOOOOO de la claque y de algunos más, luego muchos gritos—, pero a nosotros sí nos importa, ¿verdad? —un SIIII retumbante—, desde luego que sí, y por dios que ninguno de nosotros va a permitirles salirse con la suya —gritos— y podéis apostar la vida a que lo saben. Hizo una pausa, tomó un trago de agua, se aclaró la voz. Lo único que pedimos es un salario honesto por un trabajo honesto y condiciones de trabajo decentes, y eso es algo a lo que todo norteamericano en tanto que hombre libre tiene derecho, y dio puñetazos en la mesa para subrayar las palabras norteamericano, libre, derecho, y se inclinó ligeramente hacia los hombres mientras éstos gritaban y pateaban. Ahora todos sabemos lo que queremos —los hombres se miraron extrañados unos a otros tratando de recordar lo que querían—, pero voy a leeros lo que exigimos a la empresa. La semana de treinta horas —vítores—, un dólar de aumento por hora —vítores—, un veinticinco por ciento de incremento en las contribuciones de la empresa a la ayuda social, que debe ser supervisada por el sindicato, y levantó la vista del papel, se echó hacia adelante y dio un puñetazo en la mesa, digo que supervisada por el sindicato para que esos malditos picapleitos y plumíferosde la empresa no puedan echarle mano a lo que es vuestro —silbidos y pateos—, dieciséis días de vacaciones pagadas, incluido el cumpleaños de cada trabajador, o bien salario doble si debe trabajar uno de esos días de vacaciones —aplausos—. Se estiró. Bien…, vuestro comité de negociación se reunió con el suyo y después de quince días de regateos y discusiones el vicepresidente nos dijo que la empresa no podía acceder a nuestras demandas —abucheos—… Volveremos a reunirnos con ellos pero quiero que todos y cada uno de los presentes comprendan que no tenemos ni tendremos jamás intención de permitir que nos pisoteen obligándonos a aceptar un contrato que no les parezca justo a los miembros de este sindicato —silbidos, pateos, protestas—, y por muchas trampas que hagan o traten de hacer, y por mucho que dure la huelga, no se van a salir con la suya —gritos—, y si creen que están tratando con idiotas, comprenderán que se equivocan, y mucho…
El presidente de la Sección 392 siguió durante otros treinta minutos, interrumpido por vítores, pateos, silbidos, mientras explicaba que si ahora cedían ante la empresa los tratarían como esclavos el resto de sus vidas; y además, tenían a todos los miembros del sindicato de todo el país detrás de ellos, dispuestos a ayudarles —eso significa dinero— mientras dure la huelga; y el sindicato estaba preparado para la huelga —hemos alquilado temporalmente un almacén vacío para cuartel general de los huelguistas, hemos hecho pancartas e impreso panfletos contándoles a todos los camaradas lo que hay que hacer en un piquete de huelga—, denunciando y prometiendo que…
Cuando terminó, presentó a los restantes miembros de la junta, que hablaron de lo que iban a hacer para contribuir a la huelga y ayudar a sus camaradas del sindicato. Cuando terminaron, el presidente presentó a Harry Black, obrero y militante sindicalista, que estaba a cargo del cuartel general de la huelga. Harry trató de mirar por encima de los hombres del local mientras hablaba, pero fue incapaz de no verles las caras, así que bajó la cabeza y cerró los ojos, abriéndolos luego lo justo para verse los zapatos y el borde del estrado… Como ha explicado el camarada Jones, el sindicato alquiló un almacén para cuartel general de la huelga, como todos sabéis está cerca del bar de Willie, y se os entregará gratis un paquete de alimentos por valor de diez dólares todos los sábados por la mañana mientras dure la huelga y el sitio es bastante grande para guardar todo eso así que no tenemos que preocuparnos de nada y antes de que termine esta huelga tendremos a los patronos de rodillas pidiéndonos que volvamos al trabajo. Harry se volvió, abrió los ojos y trató de sentarse pero era incapaz de enfocar la vista y movió la cabeza a uno y otro lado tratando de orientarse y el presidente se acercó a él y le dio una palmadita en el hombro y le llevó hasta su asiento. Harry se tambaleó, tropezó con uno de los de la junta que se sentaba cerca de él y por fin encontró su silla y se sentó, sudando y con la camisa pegada a pecho y espalda. Bajó la cabeza, cerró los ojos durante unos momentos y no oyó nada hasta que por fin alzó la cabeza y vio que el presidente volvía a hablar a los reunidos.
Ahora tenéis alguna idea de lo difícil que ha sido trabajar para que todo estuviera preparado con objeto de que la huelga sea un éxito, dure lo que dure. Bebió un trago de agua y luego se secó la cara con el pañuelo. Se quedó allí de pie durante unos cuantos minutos, con la cabeza levemente inclinada, oyendo gritar a los hombres, y cuando se dio cuenta de que gritaban menos se volvió nuevamente hacia ellos y alzó las manos para pedir silencio. Los hombres se callaron y el presidente paseó la vista por el local, lentamente, con expresión de humildad, y empezó a hablar otra vez. Pasó revista a los preparativos que habían hecho; dijo que todos tenían que formar parte de los piquetes un par de horas a la semana y que les pondrían un tampón en el carnet después de cada turno y si alguno no tenía el tampón en el carnet, debería demostrar que no era capaz de poner un pie delante de otro o le quitarían el carnet, no vamos a permitir esquiroles —gritos y abucheos—, y a los hombres del piquete se les dará café y emparedados y explicó algunos detalles más de cómo se llevaría la huelga antes de preguntar a los presentes si aceptaban o no la oferta de la empresa e iban a la huelga. Justo cuando terminó de hablar, uno de los miembros no dirigentes propuso la moción de mandar a la mierda a la empresa e ir a la huelga. Otro miembro secundó la moción y el presidente gritó que se había presentado una moción y que contaba con apoyos. Que todos los que estén a favor digan sí, y se elevó un clamor, mientras algunos hombres murmuraban y unos cuantos miraban confusos a su alrededor, pero casi todos siguieron acordes con el tono de la reunión y unieron sus voces al tumulto que siguió al sí inicial. El presidente dio un puñetazo en la mesa, la moción queda aceptada por aclamación, volvió a dar otro puñetazo en el pupitre y se elevó otro tumulto unido al ruido de las sillas de los hombres que se levantaban y empezaban a darse palmadas en la espalda. La reunión había terminado. La huelga era oficial.
Aunque los piquetes no se iban a formar hasta las ocho de la mañana, hora del comienzo de la jornada normal de trabajo, a las seis y media Harry ya estaba en el cuartel general de los huelguistas. Era un pequeño almacén que llevaba vacío muchos años y en donde habían instalado un teléfono, y también una pequeña nevera, una cocina y una gran cafetera eléctrica. Había muchas sillas plegables y una vieja mesa de despacho en una esquina. Contra la pared del fondo había docenas de pancartas. Harry se sentó detrás de la mesa y miró el teléfono unos momentos deseando que sonase para responder: AquíSección 392, cuartel general de los huelguistas, habla el camarada Black. Probablemente no pasaría mucho tiempo antes de que el teléfono sonara sin parar y él tuviera que hablar con el presidente y todos los demás miembros de la junta sobre cómo se desarrollaba la huelga. Le apetecía que llamase alguien para decirle que estaba allí y contarle lo que pasaba. Ya no faltaba mucho para que se presentaran los hombres de los piquetes. Se echó hacia atrás en la silla y ésta se movió un poco. Miró las patas y se fijó en que tenían ruedas, así que se movió adelante y atrás unas cuantas veces. Se detuvo y volvió a mirar el teléfono durante unos minutos, luego se apoyó con fuerza en la mesa y la silla rodó hasta la pared.
Los primeros hombres llegaron un poco antes de las ocho. Harry se levantó haciendo que la silla rodase hacia atrás, les dio unas palmaditas en la espalda y les dijo que todo estaba preparado. Las pancartas están ahí. Coged una cada uno y formad el piquete delante del edificio. Harry se precipitó hacia las pancartas y eligió tres, dándole una a cada hombre y tratando de recordar qué más había que hacer. Los hombres ya se iban cuando uno de ellos preguntó cuándo les pondrían el tampón en el carnet. Harry quedó sorprendido durante un momento, los carnets, el tampón… Las mandíbulas le temblaban ligeramente. ¿Vas a ponerles el tampón ahora o cuando hayamos terminado? ¿Nos lo vas a poner después? Entraron más hombres y se pusieron a discutir —carnet, tampón— con los que ya estaban listos para salir con sus pancartas. A Harry no le miraba nadie. Se las arregló para volverse y dirigirse a la mesa. Debía poner el tampón a los carnets. Sí, señor. Abrió algunos cajones y por fin comprendió lo que andaba buscando. Un tampón de goma y una almohadilla. Sacó el cajón mayor. Miró. Sí, allí estaban. Los sacó. Creo que será mejor que os lo ponga ahora. Traed vuestros carnets. Los hombres de las pancartas se acercaron y Harry les selló sus carnets. Al hijoputa que no venga a que le sellemos el carnet le van a dar mucho por el culo. Uno de los hombres que acababan de entrar preguntó qué pasaba. Tengo que ponerte el tampón antes de que te vayas. Se acercó a la mesa con el carnet. Primero tienes que coger una pancarta, y Harry fue al montón de pancartas y les dio una a cada uno de los hombres. Muy bien, ahora os sellaré los carnets. Deberías poner un cartel, así todos se enterarían. Justamente era lo que iba a hacer, y Harry les selló los carnets y los hombres cogieron las pancartas y se miraron unos a otros, sonriendo y bromeando. Bien, pues ahora a la calle. Ya son más de las ocho. Y no os quedéis quietos en el mismo sitio. No estéis juntos y no os paréis.
Los hombres se fueron y Harry volvió a su mesa y a su tampón. Arrancó una hoja de un bloc y escribió, hay que sellar el carnet antes de salir, y la clavó encima del montón de pancartas. Siguieron entrando hombres y Harry les daba pancartas y les sellaba el carnet; y a unos cuantos les dijo que fueran a la parte de atrás de la fábrica y que no dejaran de moverse, que no se estuviesen quietos; y cuando entraban o volvían del piquete, los hombres se servían café y se quedaban en el almacén, o a la entrada, hablando y bromeando. Al cabo de unas cuantas horas Harry empezó a asustarse de tener tantos hombres alrededor. Algo dentro de su estómago, de sus brazos y piernas le obligaba a apretar los dientes. Dijo a uno de los hombres que ocupara su puesto durante un rato, recordándole que no se olvidara de sellar los carnets, y fue al Willies, allí al lado. Se dirigió al final de la barra y tomó un par de copas y se tranquilizó. Se quedó un rato, bebiendo, hasta que desapareció la tensión. Salió del bar y se dirigió hacia los piquetes a ver cómo iba la cosa. Miró con el ceño fruncido a los policías que rondaban por allí por si había problemas y saludó con la mano a los hombres mientras daba una vuelta para ver cómo iba la cosa. Preguntó a uno de los hombres si había alguien en la parte de atrás y el tipo le dijo que creía que sí y Harry decidió que debía ir a echar una ojeada. Se dirigió a la parte de atrás del edificio y habló unos minutos con los hombres, recordándoles que no dejaran de moverse para que los jodidos maderos no les dijeran nada, luego volvió al almacén. Volvió a la mesa y volvió a sellar carnets.
Ahora la oficina no estaba tan llena de gente, pues muchos de los hombres estaban afuera disfrutando del sol de mayo mientras charlaban, bromeaban, disfrutaban del día libre en el que no tenían otra cosa que hacer que andar por ahí y tomar cerveza y charlar con los otros chicos; y otros mataban el tiempo limpiando sus coches, por lo que una corriente continua de hombres atravesaba la oficina para llenar cubos de agua.
Durante el día Harry hizo unas cuantas escapadas más hasta el bar, quedándose un rato en la calle después de cada escapada para hablar con los hombres y decirles que iban a demostrarles a esos rompehuevos quién mandaba allí. Por la tarde apareció uno de los dirigentes del sindicato y preguntó a Harry cómo iba todo. Harry dijo que lo tenía todo controlado. Tengo a los chicos moviéndose sin parar. La policía no puede decirnos nada; y puedes apostar lo que quieras a que no ha entrado nadie a la fábrica excepto unos cuantos chupatintas. Muy bien, Harry. Harry sonrió. Y no olvides que si necesitas algo sólo tienes que cargarlo a la cuenta del sindicato y apuntarlo en una nota de gastos. Y no te olvides de mandar las notas todas las semanas. Harry estaba resplandeciente. Asintió. No te preocupes de nada. Podremos con ellos. El del sindicato se fue y Harry se estiró en su silla y fumó durante un rato, hablando de vez en cuando con alguno de los hombres, pero pronto volvió a notar la tensión. Se levantó de la silla y se dirigió a la parte de atrás y salió al patio y al poco tiempoempezó a encontrarse mejor, pero enseguida salieron más hombres, algunos con sillas, otros con cartas, y a los pocos minutos se había iniciado una partida y Harry volvió a la oficina. Se dijo que le apetecía tomar un trago y le preguntó a uno de los hombres si sabía de algún sitio por allí cerca que mandara cerveza a domicilio. Sí, hay un tipo en la Segunda Avenida. Harry llamó y una hora después llegó un camión que descargó un barril de cerveza. Le pusieron un grifo y Harry se sirvió el primer vaso. Antes de terminar el día, el barril estaba vacío y Harry llamó para que les mandaran otro, pero le dijeron que no se lo podrían mandar antes de las cinco, por lo que Harry dijo que se lo mandaran a primera hora de la mañana.
Cuando al fin terminaron con los piquetes, Harry estaba tranquilo y bromeaba con los hombres según entraban con las pancartas. Cuando todas las pancartas volvieron a estar apiladas junto a la pared, y todos se habían ido, Harry se quedó a fumar un último pitillo sentado detrás de la mesa. La tensión que le había hecho sentir como que le iba a explotar el cuerpo ahora había desaparecido. Habían devuelto todas las pancartas; los carnets estaban sellados; a los peces gordos les gustaba cómo estaba llevando la huelga y él se sentía cojonudamente. Todo iba muy bien. Los hombres hacían exactamente lo que había que hacer y todo el mundo colaboraba para joder bien jodidos a los patronos. Están en el bolsillo. Lo único que tenemos que hacer es que los piquetes no dejen de moverse, que la fábrica siga cerrada y pronto estarán de rodillas diciéndonos que aceptan nuestras condiciones. El primer día de huelga había terminado.
Harry se dejó caer en un asiento de la mesa de la cocina y trató de ignorar a su mujer, que le servía la cena y le preguntaba por la huelga y cuánto iba a durar… Sirvió los platos y se sentó y se puso a comer, sin dejar de hacerle preguntas. Harry respondía entre dientes. Miraba a su mujer de vez en cuando y el cuerpo pronto se le puso tenso hasta convertirse en un gigantesco nudo. Le apeteció cruzarle la cara. La miró. Ella seguía haciendo preguntas. Dejó el tenedor en el plato y se levantó de la mesa. ¿Adónde vas? Vuelvo a la oficina, me parece que he olvidado algo. Salió corriendo de la casa, antes de que ella pudiera decir nada, y fue al bar. Se dirigió al final de la barra y se quedó allí solo, bebiendo, sin decir nada. Al cabo de una hora o así, empezó a encontrarse bien otra vez y tomó conciencia de la presencia de unos cuantos tipos que se encontraban cerca. De hecho lo que atrajo su atención fue una voz femenina muy aguda. Tardó un poco en darse cuenta de que uno de los tipos que estaban cerca era maricón. Le miró, tratando de que no se notara, bajando la vista cada vez que alguien se volvía hacia él y mirando disimuladamente al marica. Harry no oía lo que estaba diciendo, pero se fijó en el modo delicado en que subrayaba con las manos lo que decía, y en el modo en que movía el cuello, hipnóticamente, como a cámara lenta, al hablar y gesticular. Parecía que hablaba de una fiesta, un baile de disfraces que se celebró el Día de Acción de Gracias pasado en un sitio llamado Charlie Blacks. Harry seguía mirando y escuchando fascinado.
Se quedaron más de una hora; Harry escuchaba, ignorando su cerveza. Cuando se fueron los miró salir y deseó que fueran a El Griego, al otro lado de la calle, para así ir detrás de ellos a los pocos minutos, pero subieron a un coche y se marcharon. Harry siguió mirando la puerta después de que se hubieran ido y sólo el sonido de la música del jukebox le hizo parpadear y volver la vista a la barra y terminar su cerveza.
Se quedó en el bar hasta cerca de las doce, con la imagen del la cara y las manos del marica aún en la mente, y su voz en el oído. Cuando terminó la última cerveza y volvió a casa no notaba el cuerpo; en parte porque le preocupaban aquella imagen y aquella voz, en parte por culpa de la cerveza. El aire fresco desdibujó la imagen un poco, pero allí seguía. Allí seguía mientras se desnudaba y se metía en la cama. Se tumbó en su lado, lejos de Mary, pero la mano y la voz de Mary hicieron que la imagen se disipara. Cuando ella empezó a acariciarle, la imagen todavía seguía allí y se excitó. Luego comprendió que era su mujer y sólo sintió odio, un odio que mantenía viva su excitación. Se volvió bruscamente y se echó encima de ella tratando desesperadamente de evocar la imagen y el sonido pero se habían ido de modo irrevocable y Mary gemía y le arañaba.
Se dejó caer a un lado, estuvo despierto un rato, casi llorando y cegado por la confusión, pero estaba tan agotado debido a todo lo que había pasado aquel día que pronto se durmió.
A la mañana siguiente se despertó pronto y se marchó antes de que Mary tuviera oportunidad de hablar con él. Fue a El Griego y tomó café y un bollo, mirando el reloj de vez en cuando, pero todavía no eran ni las seis y media. Tomó otro café, otro bollo, lo engulló de golpe, siempre sin dejar de mirar el reloj, a cada rato notando que necesitaba huir, no sabía de qué ni adónde, sólo era una vaga pero intensa presión del tiempo, un tiempo que parecía envolverle como una serpiente pitón. Dejó el dinero en la barra y cruzó la calle hacia su oficina. Fue directamente a la mesa y se sentó, mirando la mesa unos minutos —la serpiente no aflojaba su abrazo— incapaz de notar el aire que le rodeaba el cuerpo. Encendió un pitillo y echó una ojeada a la oficina. Fue hasta el barril de cerveza y trató de servirse un vaso, pero no quedaba nada. Ni siquiera espuma. Traerían otro enseguida.
La serpiente pitón seguía apretando y el tiempo parecía inmóvil. Las manecillas del reloj estaban fijas. Ahora no sólo necesitaba moverse, sino que el tiempo se moviese también; que vinieran los compañeros, que cogieran las pancartas, que se fueran…, quehicieran bromas, que tomaran café y cerveza mientras él sellaba carnets, escuchaba, hablaba, observaba. Tenían que venir enseguida. Fumar un pitillo sólo lleva un poco de tiempo y aunque lleva algo de tiempo parece que cuantos más se fuman menos duran y uno tiene que fumar muchísimos, por lo que llega un momento en que hay que parar…, por lo menos durante un rato.
Abrió la puerta de atrás y miró sin ver realmente nada. Nada parecía existir de verdad. Los objetos de la oficina estaban allí, en su sitio, y sin embargo estaban desordenados. Sabía lo que era cada cosa, para qué era y, sin embargo, nada resultaba claro. Se sentó un rato a su mesa, paseó un poco…, se sentó…, paseó…, se sentó…, paseó…, lo único que importaba era que llegaran los hombres. Tenían que venir. Tenía que empezar el día. Paseó…, se sentó…, fumó…, la serpiente pitón seguía allí. ¿Estaba parado el reloj? Fumó…, se sirvió café… Era fuerte, amargo, pero pasó por su boca y garganta sin saber a nada. Sólo como un líquido insípido. ¿Ya no andan los relojes? ¿Tampoco se mueve el sol? El agua hervía; la echó encima del café y el tiempo fue pasando…, aunque sólo fuera a gotas como el café. ¿Cuánto tarda la silla en ir de la mesa a la pared, que estaba a un metro escaso de él, al empujarla para que ruede? Hasta eso lleva tiempo: tiempo suficiente para que un hombre vaya de la puerta a las pancartas, o de la cafetera a la puerta; tiempo suficiente para sellar tres carnets uno detrás de otro: uno, dos, tres…, y sin embargo en su mente no se formaba ningún pensamiento concreto. Sólo un tremendo esfuerzo para pasar de un lado de la caja de cerillas al otro… Se abrió la puerta y entraron tres hombres. Harry se puso de pie de un salto. La serpiente quedó encerrada dentro de la caja de cerillas. El día había empezado.
¿Qué contáis?, y se levantó de la mesa en dirección a los hombres. Dispuestos a lo que sea, ¿eh? Como debe ser. Para esos hijoputas nunca es demasiado pronto. Queda algo de café. Pero enseguida haré más. Y también habrá cerveza. Los hombres se quedaron quietos oyendo lo que decía, luego se dirigieron a la cafetera. ¿Qué tal si le encargo unos bollos y pan al panadero? Uno no puede pasarse el día entero sin comer. Y el sindicato quiere que cuide de sus hombres. No se puede andar por ahí sin la tripa llena. Los hombres miraron el café, se sirvieron una taza y cogieron las pancartas. No os olvidéis de que os selle el carnet, y volvió corriendo a la mesa. Abrió el cajón y metió la mano tanteando hasta encontrar el tampón y la almohadilla. Tengo que sellaros el carnet. El que no tenga el tampón se arriesga a quedarse sin nada. El primer piquete de ayer hizo un buen trabajo. No dejéis de moveros o los maderos os tocarán los cojones. Los hombres dejaron sus carnets en la mesa, mirándose entre sí mientras Harry se los sellaba sin dejar de hablar. A esos policías hijoputas les gustaría dispersar los piquetes. Los hombres empezaron a dirigirse hacia la puerta. No forméis grupos, manteneos separados y no os paréis. Vosotros situaros en la parte de delante de la fábrica. Yo mandaré a otros chicos que se pongan en la parte de atrás y en los laterales y si alguien os molesta, gritad, nadie va a conseguir que fracase esta huelga. Los hombres salieron y miraron la fábrica, Harry gritaba a sus espaldas que no se parasen y que vigilasen por si entraba algún jodido esquirol. Los hombres no se pararon. Sólo eran unas horas y luego tendrían todo el día para ellos. Las huelgas a veces están bien. Y hacía buen tiempo.
Harry no paraba en la oficina. Pronto traerían la cerveza. Miró las pancartas. Ningún problema. Entraron más hombres y Harry dijo coged una pancarta, y les selló el carnet y les dijo dónde debían ir, y no dejéis de moveros, y entraron más hombres y cogieron más pancartas y el día ya había empezado y al poco llegó el hombre con la cerveza y Harry le dijo que trajera otros dos barriles después y Harry encargó cajas de galletas y firmó todas las facturas, poniendo su firma cruzada de arriba abajo y añadiendo debajo: obrero de la Sección 392, y se pasó el día entero con un vaso lleno de cerveza al lado y los hombres iban y venían, cogía las pancartas, sellaban sus carnets; limpiaban y sacaban brillo a sus coches, jugaban a las cartas o se quedaban por allí charlando y gastándose bromas y disfrutando del buen tiempo y del cielo despejado. Se iban cuando terminaba su turno y bromeaban sobre que aquel fin de semana tenía tres días y sobre que aquel viernes era el primero que no trabajaban desde no sabían cuándo, y pocos se tomaban la huelga en serio. Tenían que formar piquetes durante un rato, unos cuantos días, puede que una semana o dos, pero con este tiempo, ¿a quién le importaba? (si hiciera más calor hasta podrían ir a la playa después) y recuperarían el dinero enseguida gracias al aumento y el sindicato les daría comida el sábado, así que no había de qué preocuparse. Era como unas vacaciones.
El barril de cerveza se terminó casi una hora antes de que trajeran los otros dos, y Harry y unos cuantos que habían estado bebiendo sin parar estaban algo borrachos. Una vez instalados los otros dos barriles, Harry le dijo al tipo que les trajera cuatro más el lunes por la mañana. Así nos durará un poco, y se rió.
Por la tarde Harry se sentó en el patio de atrás, bebiendo y charlando con algunos de los hombres que jugaban a las cartas o simplemente andaban por allí. Cuando uno cogía una pancarta, le gritaba que viniera al fondo para que le sellase el carnet, y muchos le gastaban bromas sobre el trabajo tan jodido que tenía que hacer y Harry les daba palmaditas en la espalda y se reía y los hombres se reían y cogían las pancartas y se iban y se dirigían a la fábrica y hablaban con los policías, gastándoles bromas sobre que tenían que estar allí mientrasestuvieran ellos y los policías sonreían diciéndoles que ya les gustaría a ellos estar de huelga, era como estar de vacaciones, y añadían que esperaban que consiguiesen lo que querían sin estar sin trabajar demasiado tiempo y a veces uno de los hombres se quedaba un momento quieto y miraba a los policías y sonreía y a lo mejor uno gritaba que se moviera y los de los piquetes cambiaban cada hora o así y la conversación volvía a iniciarse desde el principio entre obreros y policías, sólo variaba alguna que otra palabra y luego se producía un relevo de policías y los que se iban se despedían de los obreros, contentos de que hubiera terminado su servicio y empezara el fin de semana, y los policías nuevos se quedaban un rato callados, pero pronto se ponían a hablar con los de los piquetes y todos disfrutaban del buen tiempo y de la novedad y el día avanzaba con el sol.
Harry estaba borracho cuando la última pancarta quedó apilada contra la pared. Guardó el tampón y la almohadilla en el cajón y se quedó con otros dos a terminar la cerveza. Cuando ya no salió más del barril, Harry pasó los brazos por los hombros de los otros dos y les dijo que ya verían aquellos hijoputas. Y especialmente Wilson, que era el peor de todos. Ya verá ese jodido maricón. Todos rieron.
Harry cruzó la calle hasta El Griego después de cerrar su oficina. Estaban algunos de los tipos de la noche anterior y Harry se sentó en la barra y pidió algo de comer hablando de vez en cuando de la huelga con los que le preguntaban cómo iba y les decía que los tenían acojonados y los tipos se acercaban y tomaban una copa. Se quedó en El Griego unas cuantas horas, y al fin los tipos se fueron y él también se largó a casa.
Al día siguiente durmió hasta tarde y salió de casa nada más comer y fue a El Griego, pero era demasiado pronto para que estuviera alguno de aquellos tipos. Se quedó un rato sentado; luego fue a su oficina y se sentó detrás de la mesa. Fumó unos cuantos pitillos, luego llamó al secretario de la Sección 392 y le dijo que había ido a la oficina para comprobar unas cosas y el secretario le dijo que estaba haciendo un buen trabajo y Harry colgó el teléfono y trató de pensar en alguien a quien llamar pero no se le ocurrió más que el número de los que les enviaban la cerveza. Les llamó. Dijo quién era y que daba igual que trajeran los cuatro barriles hoy o que esperaran hasta el lunes. Estuvo un rato sentado, llenó la nota de gastos y luego paseó por la oficina hasta que trajeron la cerveza; instalaron los barriles y llenó una jarra y se sentó a la mesa con ella y bebió mientras miraba la calle.
En un determinado momento, a media tarde, vio un coche que aparcaba delante de El Griego y del que bajaban algunos de los tipos, conque cerró la oficina y fue a El Griego. Preguntó a los chicos cómo les iba y ellos dijeron que bien y se sentó un rato con ellos. Al final les preguntó si les apetecía un poco de cerveza, tengo cuatro barriles en la oficina, y ellos dijeron que sí, conque salieron después de que los chicos le dijeran al barman adónde iban, y se dirigieron al despacho. Harry les dio unos vasos, y él y Vinnie, Sal y Malfie se sentaron. Harry les contó que la oficina, y hasta la misma huelga, estaban a su cargo, pero los chicos no le prestaban demasiado atención; le habían considerado un primo desde la primera vez que se dirigió a ellos y sólo respondían, claro, claro, y bebían cerveza y miraban la oficina. Malfie le dijo que debería tener una radio pues así podrían oír algo de música y Vinnie y Sal se mostraron de acuerdo y Harry dijo que no la tenía, pero que a lo mejor la podía conseguir. El sindicato debería darte una para que no te aburrieras aquí sin hacer nada. Claro. Por qué no. Harry les dijo que estaba muy ocupado con lo de la huelga. No sabéis todo lo que… Si el sindicato paga la cerveza debería comprarte también una radio. Claro. Si no les dices que la necesitas, ellos no te la van a ofrecer. Claro, claro, no van a decir nada si me hago con una. Eso, y después de la huelga te la podrás llevar a casa. Nadie se iba a enterar. Claro, y por qué no. Podríamos proporcionarte una por veinte o treinta pavos. Eso es muchísimo dinero. ¿Muchísimo dinero, dices? ¿Qué son treinta pavos para el sindicato? Tienen millones. Te conseguimos una radio y tú nos das el dinero y luego se lo sacas al sindicato. No te preocupes, no van a decir nada. En cuanto veamos una te la traeremos. Los chicos se miraron entre ellos y sonrieron pensando en la radio del escaparate de la tienda nueva de la Quinta Avenida. Podemos traerte una mañana. Sí, una ganga, ya verás.
Siguieron bebiendo y hablando. Harry les hablaba del sindicato y de lo que estaba haciendo. De vez en cuando cogía un vaso vacío, lo llenaba y lo dejaba en la mesa, asegurándose al levantarse de echar hacia atrás su silla para que rodase hasta la pared. Unas horas después, llegaron algunos chicos más y al ponerse el sol Harry empezaba a estar borracho y, rodeado por casi una docena de chicos, se sentía como un patriarca dado que era el responsable de la huelga. Los chicos bebían cerveza e ignoraban a Harry, hablando con él sólo lo imprescindible; sin embargo Harry se sentía feliz, estaba contento teniéndolos a su alrededor y le excitaba lo que iba a pasar. Preguntó a Vinnie, riendo y dándole una palmada en el hombro, quién era la loca que estaba con ellos la otra noche y Vinnie le dijo que sólo era uno de los maricones de la zona, una de las amigas de Georgette. ¿Lo quieres conocer? No, y dio un golpecito en la rodilla de Vinnie, ¿para qué coño voy a querer conocer a un jodido maricón? Y yo qué sé, a lo mejor te van los de esa clase. Se rió, mirando de reojo a Harry. Jaja, y se echó hacia atrás en su asiento, empujándolo al apoyar las manos en la mesa para que la silla rodara hasta la pared. Sólo me preguntaba lo que harían unos chicoscomo vosotros con una loca así. No creía que anduvieseis con gente de esa clase. A veces están bien. Cuando tienen pasta lo gastan contigo y te ponen bien cuando te apetece. Suele andar por aquí. A lo mejor aparece dentro de un rato, y sonreía. Jaja, e hizo rodar la silla hasta la mesa. No me gustan los que son así. Sólo me dedico a los coños. Sólo me preguntaba por qué andaría con vosotros, nada más que eso. Me he follado a más tías de las que todos vosotros os podríais follar en un año. Fijaos, ayer por la noche tuve que deshacerme de una, muy puta y muy guapa, pues le había prometido a mi vieja que me la follaría, ya sabéis cómo son esas cosas. A veces, uno tiene… Vinnie volvió la cabeza para hablar con Sal y los otros chicos, pero Harry no podía callar: prosiguió su monólogo hablando de la chica que se había ligado hacía unas semanas y de cómo le llevó a su casa y de que tenía un coche nuevo y de la rubia y de todas las otras que andaban detrás de él para que se las follase, pues se podía follar a cualquiera que le apeteciese y no le gustaban nada los maricas, siempre que veía a uno le apetecía partirle la boca, y cuando se follaba a su vieja, la tía daba gritos que se oían en todo el edificio, y Vinnie y algunos chicos se levantaron y se marcharon y Harry se volvió hacia los que tenía más cerca sin dejar de hablar; escupía las palabras, se reía de vez en cuando, tomaba cerveza, se llenaba el vaso y seguía hablando, en voz más baja, moviéndose y diciéndoles a los chicos que si necesitaban una tía buena se la podría proporcionar todas las veces que quisieran y unos cuantos asintieron, uno o dos incluso sonrieron, y pronto Harry pudo dejar de hablar y pronto volvió a su mesa y tomó cerveza, todavía más de prisa que antes, volvió a llenar todos los vasos animando a beber a los chicos, queda mucha, el sindicato quiere que haya cerveza para todos, jajaja, y vació otro vaso, lo volvió a llenar hasta que fue incapaz de moverse sin dar tumbos y se sentó, empujando su silla adelante y atrás de vez en cuando, tiró un vaso encima de la mesa y se rió mientras la cerveza goteaba por el borde, alguien dijo que era una buena huelga y otros dijeron, claro que sí, y Harry rió y quitó la cerveza de la mesa empujándola con la palma de la mano y dijo todavía queda mucha, y los chicos rieron y pronto se cansaron de Harry y le dijeron hasta la vista, ya nos veremos, ten la cerveza fría, y Harry les rogó que no se fueran, que se quedaran un poco más, pero los chicos dijeron que tenían cosas que hacer y se fueron.
Harry contempló la mesa, el vaso y la jarra de cerveza. Jaja. Mañana no trabajo. Tengo que mear. Se levantó, tropezó con la mesa, echó la silla hacia atrás y rió cuando chocó contra la pared, se dobló encima de la mesa mirando la cerveza y luego se dirigió al patio dando tumbos y meó, suspirando. Era lo que necesitaba. Una buena meada, jaja. No hay nada como una buena meada. A lo mejor esos chicos vuelven mañana…, así está mejor. Apagó las luces y se fue a casa.
A la mañana siguiente salió de casa nada más vestirse y fue a su oficina. Llenó una jarra de cerveza y se sentó a la mesa. Se recostó y puso los pies encima de la mesa. Estaba bien esto de sentarse y tomar cerveza. Le relajaba. Había trabajado mucho por lo de la huelga y mañana tendría otro día jodido. Era muy agradable estar allí solo en su oficina. Le gustaba mucho. Tampoco estaba tan mal. Cogió la jarra para rellenar el vaso. Estaba vacía. No creía que llevase allí tanto tiempo, pero quizá sí. Rió y se levantó y rellenó la jarra y luego el vaso. A lo mejor aparecen los chicos. Ya debe de ser bastante tarde. Se recostó y volvió a poner los pies encima de la mesa. Con todo, no estaba tan mal estar solo. Al menos, un rato.
Un coche se detuvo delante de El Griego y Harry se levantó de la mesa y fue a la puerta y llamó a los chicos que entraban en El Griego. Le miraron y cruzaron la calle sin prisa; Vinnie llevaba un paquete. Harry se quedó en la puerta mientras entraban y los chicos se dejaron caer en las sillas después de llenar unos vasos de cerveza. Vinnie puso el paquete encima de la mesa y rompió el papel del envoltorio. Aquí tienes, Harry. Dijimos que te conseguiríamos una radio. ¿Qué te parece? ¿No está nada mal, eh? Si no necesitásemos la pasta con tanta urgencia, jamás te la habríamos pasado. Harry se dirigió a la mesa y miró la radio, giró los botones y miró la aguja que se movía por el dial. Tienes suerte de que andemos tan mal de pasta, pues vale mucho más de los treinta pavos que te cobraremos. Por lo menos ahora tenemos un poco de música. Este sitio parecía la morgue, y la enchufó. Hasta tiene onda corta, tío, y giraba el dial y se paró cuando de la radio salió una voz que cantaba en un idioma extranjero. ¿Ves? Ya me gustaría poder quedármela yo. Sí, suena cojonudamente, y volvió a girar el dial, parándose cuando se oían idiomas extranjeros. Oye, Vinnie, ¿por qué no pones algo de música? Vinnie cambió a onda media y Harry se acercó y se puso a jugar con el dial. Miraba cómo se movía la aguja por los números encendidos y cuando se oyó el sonido de un saxo alguien gritó ahí, tío, y una mano apartó a Harry de la radio y sintonizó el saxo. Subieron el volumen al máximo y alguien dijo a Harry llena la jarra, y otro le dio una palmadita en la espalda, un aparato cojonudo, ¿eh?, y Harry asintió y la volvió a llenar y miraba y escuchaba a los chicos que chasqueaban los dedos y cantaban con la música y Harry notaba que eran sus amigos y también volvía a sentir espasmos de expectación y todo parecía ir de puta madre y Harry se sentía muy bien.
Cuando Vinnie le dijo que le diera el dinero ahora mismo, Harry sacó treinta dólares de la cartera y se los entregó y les dijo a los chicos bebed, a la fábrica de cerveza le hacen falta los barriles, y rió y les dijo quedamuchísima, y otra vez se puso a hablar del sindicato y de mujeres y los chicos le ignoraban y siguieron bebiendo hasta que se aburrieron y dejaron a Harry con su cerveza y su radio. Harry se quedó un rato oyendo la radio. Jugueteaba con el dial, bebía cerveza, se reía, apretaba los mandos y hacía que girasen de prisa y luego despacio, movía el dial según le apetecía, escuchaba una emisora unos minutos, la cambiaba, ponía onda corta y estaba encantado de poder escuchar las voces extranjeras que le apetecieran.
Se quedó en su mesa bebiendo cerveza y escuchando la radio hasta que la cabeza empezó a caérsele sobre el pecho. Vació su vaso, desenchufó la radio, la metió debajo de la mesa, apagó las luces, cerró la puerta con llave y se puso a caminar las pocas manzanas, algo que sólo le llevaría unos pocos minutos, hasta casa.
A la mañana siguiente Harry se encontraba mal, pero se arrastró de casa a la oficina. Tenía el cuerpo en tensión y tomó unas cuantas cervezas para ponerse a tono antes de que llegaran los hombres. Tomó dos vasos y media docena de aspirinas y poco a poco fue desapareciendo el dolor de cabeza y aplacándose el revoltijo de tripas. Con todo, notaba una tensión, una aprensión, y se cagó en los bares porque todavía no hubieran abierto y no podía tomar una copa para quitarse la resaca. Cuando empezaron a llegar los hombres, poco antes de las ocho, sus bromas y risas, cuando cogían las pancartas y les sellaban el carnet, enervaron a Harry. Cuando se distribuyeron todas las pancartas y prepararon café, Harry fue al bar a tomar un par de copas rápidas y volvió convencido de que se encontraba mejor. Cuando volvió a entrar en la oficina encendió la radio y se sentó detrás de la mesa y se puso a bromear con los hombres. Cuando llamó uno de los dirigentes, Harry le dijo que había comprado una radio para la oficina, pues consideraba que a los hombres les apetecería un poco de música o a lo mejor oír un partido cuando volvieran de formar los piquetes, y el dirigente le dijo que mandara la factura al sindicato y le pagarían. Harry colgó el teléfono y se recostó en su silla sintiéndose muy importante; y aunque la mañana había pasado muy despacio hasta que Harry se libró de la resaca, la tarde pasó rápidamente, especialmente después de su conversación telefónica (cuartel general de la huelga, Sección 392, compañero Black al habla) con el dirigente del sindicato.
Cuando aquella noche se marcharon los últimos hombres, Harry se quedó un rato sentado bebiendo y luego cruzó la calle hasta El Griego. Cenó lentamente hasta que entraron algunos de los chicos y luego cenó rápidamente, charlando y riendo. Cuando terminó volvieron a la oficina y bebieron y oyeron la radio. Los chicos, como de costumbre, ignoraban a Harry, se limitaban a asentir o a murmurar una rara respuesta. Entraron unos cuantos chicos más pero no se quedaron mucho, y Harry se quedó otra vez sentado con una jarra de cerveza y un vaso. El sol se había puesto y la calle estaba tranquila y fresca y aunque Harry se había pasado el día bebiendo, y durante horas se había sentido relajado, mientras se dirigía a casa volvieron a agitarse las mariposas de su estómago.
Cuando llegó, el niño ya estaba dormido y Mary miraba la TV esperándole. Le llamó al cuarto de estar y Harry se sentó en una butaca. Mary se inclinó para acariciarle la cabeza y Harry estaba demasiado confuso y no demasiado borracho como para apartarle la mano. Después de acariciarle la cabeza durante unos minutos sin que Harry la apartara, Mary se sentó en el brazo de la butaca para abrazarle. Poco después le llevó al dormitorio y Harry se desnudó y se tumbó junto a ella que lo atrajo hacia sí. Harry continuaba en otra cosa, tal y como había hecho durante todo el día, sólo que ahora en silencio y amodorrado y experimentando todavía la intensa depresión que se apoderó de él en cuanto se fueron los chicos y se encontró solo con su radio, la cerveza, la mesa y la silla: la depresión del desengaño que sigue a una larga espera. Cuando Mary lo atrajo hacia ella, Harry dejó que su cuerpo se moviera en la dirección correcta y ella lo abrazó y rodó debajo de él. Harry se limitó a estar tumbado encima de ella hasta que notó la voz de Mary y se apartó, encendió un pitillo y se quedó tumbado a su lado fumando. Mary le acariciaba la espalda, le besaba el cuello y Harry seguía fumando, siempre inmóvil, siempre en silencio, y Mary le acariciaba la oreja y los brazos hasta que Harry le apartó bruscamente la mano. Mary se quedó tumbada un momento, protestando y volviéndose ligeramente a un lado y a otro, hasta que Harry, que seguía callado, por fin dejó el pitillo y se dispuso a dormir. Mary le miró la espalda un momento, luego se puso de lado, subió las rodillas hasta la barbilla y finalmente se durmió.
Mary mandó a Harry a la mierda cuando éste dijo que le preparase el desayuno. Harry volvió a decirle que le preparase el desayuno o le rompería la cara. Prepáratelo tú, y no me fastidies. Harry la llamó puta y salió de casa. Harry no conseguía recordar cómo se encontraba la noche anterior, pero sí sabía que se sentía diferente esta mañana, cuando su resentimiento habitual contra Mary llenaba sus pensamientos. Una vez más la hacía responsable de sus desgracias, lo mismo que los jefes eran culpables de que no tuviera dinero. Entre una y otros trataban de amargarle la vida. Intentan joderme siempre que pueden; si no fuera por ellos las cosas serían distintas.
Harry se mostraba menos activo en la oficina a medida que transcurrían los días hasta que, al cabo de unas semanas, se pasaba la mayor parte del tiempo sentado detrás de su mesa, si bien de cuando en cuando iba hasta los piquetes para aliviar la tensión que le suponía estar sentado en aquella oficina tan pequeña. Los hombres también estaban menos activos y cuando formaban los piquetes se movíanlo justo para no estarse quietos. Cuando hablaban unos con otros lo hacían en voz bastante baja y cuando hablaban con la policía sólo decían una o dos palabras, o, con mayor frecuencia, se limitaban a asentir. No había desesperación en su actitud y actos, pero la novedad de la huelga se había acabado y ahora se había convertido en un trabajo como cualquier otro, sólo que por éste no les pagaban. La escasa animación que les quedaba después de la primera semana en los piquetes se desvaneció al hacer cola el sábado para llevar a casa el paquete de alimentos por valor de diez dólares. Tuvieron que ir a la sala de reuniones y antes de que se distribuyera la comida, el presidente soltó un discurso y el primer sábado les dijo que estaban haciendo un buen trabajo en los piquetes y en especial felicitó al compañero Harry Black por el modo en que cumplía con sus deberes de organizador y administrador del cuartel general de la huelga. Les contó que se habían reunido con el comité negociador de la empresa todos los días de la semana anterior, pero que sólo les ofrecían salarios de hambre y su comité se había negado a ceder, aunque tuvieran que seguir de huelga todo un año. Cuando terminó de hablar los de la claque aplaudieron y silbaron y pronto todos los hombres aplaudían al presidente que se bajó del estrado y pasó entre los hombres dándoles palmadas en la espalda y estrechando manos. Luego los hombres hicieron cola para recibir los paquetes de comida. Hubo muchos comentarios, bromas y risas mientras las colas se movían poco a poco y cada hombre recibía su paquete, pero cuando se quedaron solos, el paquete les pareció pequeño. El segundo sábado el discurso del presidente fue todavía más breve, los aplausos menos calurosos, y los hombres estaban más silenciosos cuando se pusieron en fila. Sólo a unos pocos se les ocurrió algo divertido que decir. Y así terminaba cada semana.
Al principio, cuando los hombres formaban piquetes delante de la fábrica hacían bromas sobre los pocos directivos que iban a trabajar, recibiéndolos con silbidos y abucheos, pero al poco tiempo se pusieron a insultarlos todas las mañanas y tardes, mientras la policía les decía que callasen y siguieran moviéndose. Al cabo de unas pocas semanas los hombres se paraban cuando los directivos entraban en el edificio y se ponían a amenazarles, mientras los policías agitaban las porras delante de sus narices y les decían que estuvieran callados y siguieran moviéndose o les pegarían. Día a día las voces, los insultos y amenazas de los obreros se hacían más vehementes y al cabo de unas semanas a la entrada del edificio, mañana y tarde, había bastantes más policías; y cuando decían a los obreros que se anduviesen con cuidado y siguieran moviéndose, éstos escupían delante de los policías o murmuraban algo sobre esquiroles; y las cosas siguieron así todos los días aunque con mayor tensión y los hombres continuamente andaban en busca de una excusa para pegar a alguien, a quien fuera; y la policía sólo esperaba que alguien empezara a hacer algo para poder librarse del aburrimiento y partirle la cabeza. Y al aumentar el aburrimiento, aumentó el resentimiento: el resentimiento de los hombres hacia la policía porque estaba allí y trataba de impedir que la huelga triunfara; y de la policía hacia los huelguistas por hacer que tuvieran que pasarse allí varias horas al día cuando a ellos no les dejaban declararse en huelga si querían ganar más. Los hombres se movían lo más despacio que podían, haciendo burla de los policías cuando pasaban por delante de ellos; y los policías estaban el día entero dando vueltas a sus porras y diciéndoles a los obreros que no dejaran de moverse; y los obreros a veces se quedaban quietos un momento, mirando desafiantes y esperando que alguien dijera vete a tomar por el culo a uno de los policías para poder romperles las pancartas en la cabeza, pero nadie decía nada y cuando un agente daba un paso hacia los obreros éstos volvían a moverse y la huelga y el juego proseguían.
Ahora, cuando los hombres volvían a la oficina, tiraban las pancartas al suelo. Al principio, Harry les decía que tuvieran cuidado. Luego, después de que le hubieran mandado a tomar por el culo unas cuantas veces, no decía nada y recogía las pancartas una vez que se habían ido. Pronto tuvieron que hacer pancartas nuevas y cada vez que los hombres veían las pancartas recién pintadas se ponían más cabreados y se cagaban en los de la empresa, que los tenían sin trabajo, y se cagaban en los policías por ayudar a aquellos jodidos explotadores.
La empresa se había estado preparando para la huelga meses antes de que se iniciara, y así, cuando el primer piquete cogió las pancartas y se puso a manifestarse delante de la fábrica, los encargos pendientes estaban terminados o se los habían encargado a otras fábricas del país, o los habían subcontratado con otras empresas, y la principal y casi única ocupación de los directivos de la fábrica de Brooklyn consistía en coordinar los envíos y la expedición de trabajo y de los productos terminados sobre las diversas plantas y subcontratos. Los primeros días de la huelga habían sido problemáticos y, en ocasiones, un tanto caóticos para estos directivos responsables de coordinar el trabajo entre las diferentes empresas, pero después de que todo funcionara de modo rutinario con sólo alguna emergencia ocasional que se podía solucionar por teléfono, la situación quedó otra vez controlada.
Cuando la huelga ya duraba unos meses hubo una llamada telefónica de una de las fábricas situadas en la parte norte del estado de Nueva York donde tenía lugar el ensamblaje final de las piezas más grandes. El contrato establecía una penalización por retraso, y si no se enviaban todas las piezas en una fecha concreta, la fábrica debería pagar mil dólares por día de retraso. El trabajo ya durabatres días de más debido a varias averías y errores, pero finalmente se había ajustado la línea de montaje y media fábrica se dedicó a terminar el trabajo para el día establecido. El trabajo se venía haciendo de un modo regular y constante, y estaba previsto que estaría terminado para la fecha prevista, cuando se descubrió que faltaba uno de los elementos finales, realizado en la fábrica de Brooklyn. Llamaron de inmediato a la fábrica de Brooklyn y una rápida verificación del archivo indicó que todas las piezas se habían terminado el día antes del comienzo de la huelga pero que, por alguna razón, no las habían mandado. El departamento de expediciones estaba casi vacío, de modo que encontraron enseguida las cajas que contenían esas piezas. Hubo una llamada a la fábrica del norte del estado y prometieron enviar las piezas aquella misma tarde.
Mr. Harrington maldijo a sus empleados, pero fue sólo un momento; enseguida se puso a llamar a pequeñas empresas de transportes cercanas buscando una capaz de atravesar los piquetes y entregar el material. Por fin encontró a una que dijo que lo haría y fijó un precio altísimo, pero el director no tenía más remedio que aceptar y extendió un cheque por la mitad de la cantidad; la otra mitad la pagaría cuando entregasen la mercancía.
Los hombres del piquete se sorprendieron cuando los camiones salieron de la avenida dirigiéndose a la plataforma de carga, pero sólo durante un segundo. Gritaron a los conductores que estaban en huelga y los conductores les gritaron que se fueran a tomar por el culo. Unos cuantos hombres trataron de subir a los capós de los camiones, pero cayeron; otros cogieron piedras y botes de hojalata y se los tiraron a los camioneros pero sólo dieron en las cabinas. Cuando los obreros trataron de seguir a los camiones hasta la plataforma de carga los policías les cortaron el paso y les obligaron a dar la vuelta. Los hombres que estaban junto a la oficina oyeron los gritos de los del piquete y llegaron corriendo; y uno de los policías llamó pidiendo más hombres. Algunos agentes formaron una cadena que atravesaba la entrada a la plataforma mientras otros echaban atrás a los obreros. Enseguida hubo cientos de hombres gritando y empujándose; los de atrás gritaban que había que abrirse paso para ajustarles las cuentas a aquellos jodidos camioneros; los que estaban en primera fila les gritaban en la cara a los policías mientras los de atrás les empujaban contra la cadena de policías, que empezó a romperse. Durante bastantes minutos, la masa, lo mismo que una ameba, se movió girando adelante y atrás; brazos y pancartas subían y bajaban por encima de las cabezas; se alzaban guantes blancos y porras; caras rojas de rabia casi chocaban unas con otras; palabras y escupitajos se escapaban de las bocas; la ira nublaba y humedecía los ojos. Entonces llegaron más coches de policía. Luego un camión de bomberos. Los agentes que bajaban de los coches quedaron absorbidos por la masa. Desenrollaron y conectaron rápidamente una manguera; un altavoz gritó a los obreros que se dispersaran. IROS A TOMAR POR EL CULO HIJOPUTAS, SI NO SE DISPERSAN INMEDIATAMENTE LES TENDREMOS QUE OBLIGAR A HACERLO, RETÍRENSE DE LA ENTRADA A LA PLATAFORMA DE CARGA AHORA MISMO, CABRONES, EN CUANTO LES PARTAMOS LA CARA A ESOS HIJOPUTAS QUE VIENEN A QUITARNOS EL PAN DE LA BOCA, LES DIGO POR ÚLTIMA VEZ QUE SE DISPERSEN O EMPEZAREMOS A SOLTAR AGUA, SOIS UNOS VENDIDOS HIJOPUTAS. La cadena de policías era más larga y empujaba a la multitud todo lo que podía, pero los obreros se excitaron todavía más cuando tuvieron más policías enfrente y la voz les amenazó y los obreros se dieron cuenta de la fuerza de su número y la frustración y desesperanza de todos aquellos meses en los piquetes y en las colas para la comida y por fin encontraron la posibilidad de librarse de ellas. Ahora tenían algo tangible por lo que estar en huelga. Y los policías que se habían pasado meses aburridos mientras los hombres paseaban arriba y abajo, diciéndoles que se movieran, envidiándoles porque al menos podían hacer algo tangible para conseguir más dinero mientras que todo lo que podían hacer ellos era elevar una petición al alcalde que sería rechazada por los podridos políticos, por fin encontraron también la salida que andaban buscando y la cadena enseguida quedó absorbida por la masa y dos o tres cayeron de rodillas y luego otros, huelguistas y policías, y el palo de una pancarta se estrelló contra una cabeza, y una mano con guante blanco se alzó y cayó una porra, y manos, porras, pancartas, piedras y botellas volaron y la masa se dispersó, unos cayendo sobre otros mientras por ventanas y puertas se asomaban cabezas y miraban y algunos coches aparcaron prudentemente y observaron durante un momento a la masa que seguía moviéndose ondulante por la Segunda Avenida como una galaxia a través del firmamento con la rápida caída de meteoritos y cometas y la voz que aullaba por el altavoz ahora se dirigió a los bomberos y éstos avanzaron lentamente hacia la masa y un guante blanco agarró una cabeza y el guante se volvió rojo y de vez en cuando un cuerpo ensangrentado era despedido de la masa y rodaba uno o dos metros y quedaba tumbado o a veces se retorcía levemente y cuatro o cinco policías golpeados y ensangrentados se las arreglaron para abrirse paso desde el centro de gravedad de la masa y se quedaron quietos uno junto a otro y volvieron hacia la masa blandiendo sus porras y gritando y el palo de una pancarta se rompió encima de una cabeza pero el policía se limitó a gritar más alto y siguió blandiendo la porra sin dejar de avanzar hasta que la descargó sobre una cabeza y cogió el palo roto de la pancarta sin salirse de la cadena y continuó avanzando y el ruido sordo de las porras sobre las cabezas apenas resultaba audible y no era desagradable del todo pues quedaba ensordecido por y los gritos losinsultos y los policías pasaron por encima de algunos cuerpos hasta que se formó una cadena de huelguistas que cargó y los policías no se detuvieron mientras descargaban metódicamente sus porras sobre las cabezas de los obreros y las dos cadenas formaron una nebulosa que giraba despedida de la galaxia para ir a desintegrarse mientras los huelguistas se echaban encima de los policías y les daban patadas y éstos trataban de volver a ponerse del pie y sonaban las sirenas pero no se oían y salieron más agentes de los coches y desenrollaron y enchufaron otra manguera de incendios y se dio orden de soltar el agua sin esperar a que los policías que se debatían con los huelguistas pudieran apartarse y unos cuantos huelguistas vieron la segunda manguera y luego la primera y cargaron contra los bomberos pero el agua salió disparada y un potente chorro alcanzó a uno de los hombres en pleno abdomen y la boca se le abrió brutalmente pero si emitió algún sonido no llegó a oírse y se vio empujado hacia atrás girando como un giroscopio descontrolado y se separó de los hombres que le seguían y cayó en la acera y a los que venían detrás también les alcanzó el chorro y se vieron empujados hacia atrás y unos policías corrieron frenéticamente hacia las distintas esquinas de la calle tratando de dirigir y desviar el tráfico pero todos los coches avanzaban muy despacio sin importarles la prisa que les metían los policías ya que no querían perderse el espectáculo y la voz volvió a dar órdenes y las dos potentes mangueras fueron dirigidas con experiencia y precisión y la masa pronto fue un caos de partículas que chocaban unas con otras, que rebotaban y giraban, y pronto hubo el silencio suficiente para que se oyeran las sirenas de las ambulancias y los gemidos que se elevaban de la masa, y la calle pronto quedó limpia de restos y hasta la sangre fue lavada.
Recogieron las mangueras de incendios y ayudaron a los heridos más graves que eran incapaces de moverse sin ayuda a llegar hasta la acera, donde se sentaron apoyados en los edificios, o les ayudaron a subir a una de las ambulancias que esperaban o a los coches patrulla para que los llevasen al hospital. La calle todavía seguía llena de hombres, coches, camiones, ambulancias y curiosos. Todavía había cientos de huelguistas reunidos en pequeños grupos, hablando, ayudando a los huelguistas heridos, mirando a los policías y esperando a que salieran los camiones. Harry, que había evitado cuidadosamente la pelea, iba de grupo en grupo, con la camisa desgarrada, el pelo desordenado y la cara sucia, insultando a los patronos, a los policías y a aquellos jodidos esquiroles, y preguntaba a los hombres qué tal estaban y les daba palmaditas en la espalda.
La policía también esperaba expectante en los camiones. Habían llegado refuerzos y levantaron una barricada para apartar a los huelguistas de la entrada a la plataforma de carga y situaron las mangueras en los lugares estratégicos. La voz volvió a decir a los huelguistas que se dispersaran y los obreros volvieron a gritar VETE A TOMAR POR EL CULO y se quedaron donde estaban, vigilando a los policías, que estaban detrás de la barricada, y a los bomberos con las mangueras. La voz les dijo que no querían emplear la fuerza, pero que si no se dispersaban inmediatamente, recurrirían a la fuerza. Los obreros gritaron e insultaron y empezaron a desplegarse dispuestos a cargar contra la barricada en cuanto salieran los camiones. La voz les dijo que tenían exactamente sesenta segundos antes de que abrieran las mangueras de nuevo y se puso a contar. Todavía quedaban treinta segundos cuando se oyó arrancar al primer camión. La voz dejó de contar y dio orden de que dispararan las mangueras. Los hombres aún no habían dado un solo paso hacia adelante cuando les alcanzó el agua. Las mangueras eran utilizadas por expertos y ninguno de los huelguistas consiguió llegar a la barricada hasta que los camiones ya se encontraron casi a una manzana de distancia y entonces sólo pudieron gritar e insultar.
Cuando los camiones se perdieron de vista, los obreros se alejaron de la barricada sin dejar de mirar a los policías. Al cabo de unos minutos se alejaron lentamente, camino de casa o de la oficina. La policía y los bomberos recogieron lentamente su equipo y volvieron a sus acuartelamientos. Fueron hospitalizados ochenta y tres hombres.
Algunos de los huelguistas que volvían a la oficina llevaban lo que quedaba de las pancartas y ayudaban a los que todavía sangraban o seguían aturdidos a causa de la refriega. Llevaron a los heridos a sus casas y Harry les dijo que trataría de que constara en sus carnets que los habían herido; los demás se reunieron en la oficina o sus alrededores.
Los hombres de la oficina seguían gritando y cagándose en todo lo posible. Harry servía cerveza y contaba cómo le había pegado a un policía con un adoquín —esperaba que nadie se hubiera fijado en que evitó el enfrentamiento—, o cómo había conseguido que no le dieran con una porra, pero todos estaban demasiado enfadados para prestarle atención, igual que habían estado demasiado ocupados para recordar quién había participado en la refriega. Harry se abrió paso hasta su mesa y se sentó con una cerveza, totalmente consciente del ruido y preguntándose si podría hacer algo. Se apoyó en la mesa y bebió poco a poco la cerveza deseando que se le ocurriera algo. Hasta que vio al presidente y a unos cuantos dirigentes del sindicato que se abrían paso entre la multitud que llenaba la oficina no se dio cuenta de que debería haber llamado al sindicato. Se levantó de un salto y tropezó con la mesa cuando les gritaba que había tratado de ponerse en comunicación con ellos, mientras todo el mundo gritaba y se arremolinaba alrededor de los dirigentes, que se pararon y gritaron que, por el amor de dios, se callasen. ¿Cómo nos vamos a enterar de lo que ha pasado si gritáistodos a la vez? Todos volvieron a gritar y los dirigentes pidieron silencio con la mano y los obreros empezaron a callarse y Harry trató de abrirse paso pero uno de los hombres se puso delante del presidente y le contó lo que había pasado. Estaba en el piquete cuando llegaron los camiones. ¿Qué camiones? Todos los hombres trataron de responder y los dirigentes volvieron a pedir silencio con la mano y el hombre que había empezado a hablar gritó a ver si os calláis. Yo les contaré lo que pasó. Estábamos en el piquete cuando de repente aparecieron esos cuatro camiones por la Segunda Avenida y se dirigieron a la plataforma de carga… Cuando terminó de contar toda la historia, el presidente preguntó si alguien había visto el nombre de la empresa de transportes y uno de los hombres dijo que él la conocía. He visto esos camiones por aquí cerca, y dijo el nombre de la empresa y les indicó dónde aparcaban habitualmente. Entonces el presidente les dijo que se ocuparían de todo y que ningún otro camión volvería a atravesar la línea de piquetes y que debían volver a casa y tranquilizarse y que de ahora en adelante siempre habría alguien vigilando la calle, quiero decir que si alguien intenta entrar en la fábrica, me importa un huevo quien sea, que acudan todos los hombres disponibles y bloqueen la entrada. Los hombres gritaron, sí, eso haremos, se van a enterar los muy cabrones. Pero no os paréis delante de la fábrica o los policías volverán a empezar. La ley dice que sólo puede haber un número determinado de hombres en los piquetes y recurrirán a cualquier excusa con tal de poder partiros la cabeza, así que no les deis la oportunidad de que lo hagan. Tratad de manteneros lo más lejos posible de la calle cuando no estéis en los piquetes y no podrán haceros nada.
El presidente se acercó a la mesa e hizo una llamada telefónica mientras los demás dirigentes estrechaban manos y daban palmaditas en la espalda a los hombres que se dirigían a la puerta. El presidente habló por teléfono un rato, disponiendo que se hicieran más pancartas y asegurándose de que estarían en la oficina de los huelguistas a las ocho en punto de la mañana; luego habló con algunas personas más del sindicato y cuando terminó, la oficina estaba vacía, si se exceptúan los otros dirigentes y a Harry, que se había mantenido de pie detrás del presidente desde el mismo momento en que cogió el teléfono.
Harry le ofreció un pitillo y luego se rebuscó los bolsillos tratando de encontrar una cerilla, hasta que al fin el presidente sacó una de su propia caja. Harry trató de contarle cómo había intentado detener los camiones, pero le interrumpieron los otros dirigentes, que empezaron a hablar con el presidente. Formaban un pequeño círculo, hablaban en voz baja y Harry se mantenía aparte, cuando entraron Vinnie y Sal. ¿Qué te cuentas, Harry? Oí por ahí que tuviste algún problemilla. Sí, tío, me contaron que nos perdimos un buen cachondeo. Llenaron un par de vasos de cerveza y se acercaron a Harry. No dejarás que se salgan con la suya, ¿verdad? Apuesto lo que sea a que no. No te preocupes, no volverá a pasar. Si no hubiera sido por los maderos no habrían conseguido entrar. Mira, tío, hay distintas maneras de pararles los pies. Claro que sí, y se sonreían uno al otro y tomaban cerveza. ¿Qué coño quieres decir con eso? Mira, lo único que tienes que hacer es… El presidente se acercó a Harry y le preguntó quiénes eran. Harry le dijo cómo se llamaban y que eran un par de amigos del barrio. Os presento al presidente del sindicato. ¿Qué tal, tío? Con problemas, ¿eh? No demasiados. Tenéis alguna idea, ¿no es así? Sólo es un negociete, ¿verdad, Sal? Eso mismo. ¿De qué tipo? Algo relacionado con los camiones y cómo librarse de ellos. ¿No te parece que por lo menos vale doscientos dólares? ¿No habrá ningún problema? Claro que no. Si están aparcados donde dijo ese tipo, la cosa está hecha. El presidente dio la espalda a los otros, les entregó doscientos dólares, se despidió de Harry y se fue con los demás dirigentes. Sal y Vinnie cogieron el dinero, apuraron sus cervezas, y se fueron. Había terminado otro día de huelga.
Al día siguiente había cientos de hombres en la oficina minutos después de las ocho. Hacia las ocho y media estaban desperdigados por la oficina y la calle tomando café, bollos y cerveza. Las pancartas llegaron minutos después de que Harry abriera la oficina y los obreros corrieron a cogerlas con el mismo ánimo queelprimerdíadelahuelga y fueron a formar los piquetes. Bromeaban, reían y se daban enérgicas palmadas en la espalda, como habían hecho el primer día, pero no estaban distendidos como entonces, sino tensos, ansiosos y con ganas de tener otro enfrentamiento aunque esta vez no les cogerían por sorpresa pues estaban preparados y cada hombre hacía realidad los sueños y fantasías de la noche anterior en los que detenía a los camiones, sacaba a los conductores de la cabina y les partía la cabeza, y cada uno lo hacía él solo o, cuando más, con ayuda de unos pocos amigos; y cuando los policías trataban de detenerlos les quitaban las porras y les zurraban la badana y luego cogían las mangueras y con los chorros empujaban a los muy hijoputas hasta las alcantarillas. Tomaban cerveza y café sin dejar de mirar hacia la fábrica, dándose golpes en el hombro, lo que hacía que se les pusieran los músculos tensos y que se llenaran de ganas de partirle la cara a uno de aquellos policías hijoputas o a uno de los camioneros esquiroles… o quizá a uno de los jodidos directivos.
Pero aquel día no vino nadie a trabajar y ningún camión se acercó a menos de dos manzanas de la fábrica. Mr. Harrington había dicho a los otros directivos que se quedaran en casa, era viernes y un día sin trabajar no se iba a notar. Ya habían expedido las piezas y no tenían nada más que hacer; y el lunes se habría aplacadola cólera de los obreros y todo volvería a la rutina de los días, meses, que precedieron a la refriega. Los hombres se quedaron el día entero recibiendo ruidosamente a cada recién llegado y dándoles palmadas, pero a medida que avanzaba el día y no pasaba nada se cansaron de hacer comentarios sobre todos los policías que tenían allí delante, debían de ser más de cien, y sobre cómo les iban a partir la cara; y a medida que pasaba el día su entusiasmo se iba apagando, y aumentaban la frustración y el enfado. Sus insultos eran más vehementes pero carecían de organización tanto como de dirección. Los policías se limitaban a seguir allí, sin decir nada; no había camiones que tratasen de entrar en la fábrica y ningún jodido chupatintas intentaba quitarles el pan de la boca.
El cielo estuvo despejado todo el día y brillaba el sol. Hacía calor. Mucho calor. Un perfecto día de playa, pero ninguno estaba con ánimo de disfrutar de la playa y se dedicaban a insultar a aquellos hijoputas, si no fuera por ellos ahora estarían en la playa o en casa con una lata de cerveza viendo el partido en la TV. Y siguieron insultando a aquellos hijoputas y hacia mediodía los cuatro barriles de cerveza estaban vacíos y Harry pidió unos cuantos más que les mandaron de inmediato, pero algunos de los hombres se habían cansado de tomar cerveza y se dirigieron, en pequeños grupos, al bar de al lado a tomar algo más fuerte, algo que les levantara más el ánimo, y cuando llegaron las cinco, y faltaban unas horas para que se pusiera el sol, su cólera no era más que cólera y no trataban de dirigirla contra nada sino que la dejaron aumentar hasta que fueron a casa y se calmaron o iniciaron peleas en un bar del barrio. Cuando los hombres se iban Harry les decía que el lunes por la mañana volvieran y en plena forma.
Harry se sentía muy bien sentado a su mesa tomando cerveza y fumando. Había pasado el día diciéndoles a los hombres que el sindicato no les abandonaría y con ganas de contarles lo que había planeado hacer con los camiones. Si por lo menos se lo pudiera contar… Entonces sabrían lo importante que soy. Pero, qué hostias, de todos modos ya lo sabrán. Claro que sí. Puso los pies encima de la mesa y vació el vaso y se reclinó en el asiento pensando en que muy pronto todos los hombres le saludarían al pasar y le respetarían de verdad y a lo mejor hasta se libraba de aquella hijaputa de mujer que tenía que siempre le andaba tocando los huevos y poniéndole tan nervioso que a veces casi ni podía trabajar y el jodido chupatintas de wilson se cagaría en cuanto viera aparecer a Harry Black y su sonrisa casi parecía una sonrisa de verdad y llenó de nuevo su vaso, encendió un pitillo, cerró los ojos e imaginó que wilson y algunos de los otros jodidos directivos se acojonaban ante su presencia.
Sal y Vinnie salieron de El Griego poco después de las once, robaron un coche, se hicieron con unos cuantos bidones de gasolina y se dirigieron al pequeño solar donde estaban aparcados los camiones. Se detuvieron un momento, lanzaron una ojeada alrededor, después rodearon la manzana unas cuantas veces, luego los alrededores durante unos diez minutos o así, asegurándose de que las calles no estaban cortadas ni había policías cerca, y luego volvieron al solar y aparcaron el coche. Los camiones eran viejos modelos con los depósitos de gasolina a un lado. Rociaron los camiones de gasolina, les abrieron los depósitos, empaparon trapos en gasolina y los metieron en las aberturas de los depósitos dejando que colgasen hasta el suelo. Luego derramaron un reguero de gasolina que unía un trapo con otro. Todos los regueros se unían dirigiéndose a la salida. Metieron las latas vacías en el coche y luego prendieron el reguero de gasolina y corrieron hacia el coche. Esperaron hasta ver que los primeros camiones ardían y luego se alejaron. Giraron a la izquierda en la Tercera Avenida y apretaron el acelerador a fondo durante unas cuantas manzanas; luego cogieron la Segunda Avenida que estaba completamente desierta. Al minuto de dejar el solar oyeron una explosión y vieron un resplandor rojo en el cielo. Ahí va el primero, Vin. No está nada mal, ¿eh? Claro que no. Pero estará mucho mejor cuando empiecen los otros. Pues claro, y rieron. Estaban a medio camino de El Griego cuando oyeron más explosiones, sordas pero perfectamente reconocibles, y el resplandor del cielo aumentó. Un bonito trabajo, ¿no te parece? Sí. Creo que nos hemos ganado la pasta. ¿Sabes una cosa, Sal? Podríamos hacer un buen negocio si la huelga dura bastante. Seguro que sí, y rieron. Abandonaron el coche, después de deshacerse de las latas de gasolina, y volvieron a El Griego.
Harry se había parado en la acera y miraba Segunda Avenida abajo hacia el resplandor del cielo. Harry soltó una risotada cuando vio a Sal y Vinnie. ¿Habéis usado una granada de mano?, jajaja. ¿Cómo dices, Harry? ¿Qué coño haces aquí? Vine a ver los fuegos artificiales, jaja. Chicos, sois cojonudos haciendo que las cosas vuelen por los aires, jaja. Tranquilo, tío. A ver si no hablas tan alto. No os preocupéis. No nos preocupamos, pero será mejor que vayas a casa. Si viene la pasma te van a calentar el culo. Y se alejaron de aquel carapijo y entraron en El Griego. Hasta la vista, y todavía se reía al entrar en casa.
Harry durmió bien y durante mucho tiempo. Cuando se despertó, avanzada la mañana, encendió un pitillo y miró al techo, cerrando los ojos de vez en cuando, y escuchando pero sin prestar atención a lo que oía: los ruidos que hacía Mary moviéndose por la casa, y a su hijo que jugaba en el cuarto de estar. Pensaba en aquel hermoso resplandor del cielo y en cuánto le gustaría ir a ver a wilson y a los demás jefes y decirles que se anduvieran con cuidado o también volarían ellos por los aires igual que aquellos jodidos camiones que habían mandado. Se creen muy listos, ¿eh? Bueno, puesserá mejor que no me anden jodiendo o lo lamentarán, ¿entendido? No anden jodiendo a Harry Black, de la Sección 392, porque no saben con quienes se las tendrán que ver. Ahora estoy en la nómina del sindicato, será mejor que no lo olviden porque el que manda en esta sección soy yo y me pagan todas las semanas sin importar lo que dure la huelga, cosa que Mary no sabe, mucho mejor, y puedo gastar el dinero en lo que me dé la gana, aquí el que manda soy yo y ella no me va a fastidiar nunca más o si no le parto la cara. La verdad es que estaría mucho más tranquilo si no me anduviera tocando los huevos…
Harry se quedó en la cama un par de horas. Miraba al techo, cerraba los ojos y fumaba, contraía de vez en cuando la cara en algo que casi era una sonrisa. Cuando se levantó, se vistió y fue a El Griego. Tomó un par de cafés y comió algo y se quedó allí sentado un rato. Luego le dijo al barman que les dijera a Sal y a Vinnie, o a cualquiera de los chicos que apareciera, que estaba enfrente, en la oficina.
Llenó una jarra de cerveza, cogió un vaso y se sentó a la mesa, haciendo rodar adelante y atrás la silla unas cuantas veces. Se quedó sentado unos minutos y de repente se levantó de un salto y fue al bar de al lado y preguntó al barman si tenía el periódico de hoy. Sí, hay uno en la mesa del fondo. Cógelo si quieres. Harry cogió el periódico y salió del bar. Hasta luego. Desplegó el periódico sobre su mesa; después de haber mirado la primera página, miró las del centro. Había una fotografía de unos cuantos camiones ardiendo. El titular decía que los camiones estaban aparcados en un solar la noche anterior y habían ardido y explotado. No había heridos. Harry tomó un largo trago de cerveza, se pasó la lengua por los labios y miró la foto, sonriendo casi, durante unos minutos. Luego llamó al sindicato. He leído en el periódico que la noche pasada ardieron unos cuantos camiones, jajaja. Sí, la policía ya ha estado aquí. Mierda, no puede ser. ¿Qué pasó? Nada. Hicieron algunas preguntas y les dijimos que no sabíamos nada. Que les den por el culo, los muy hijoputas. Bien, y la conversación terminó.
Harry casi había dado cuenta de la segunda jarra de cerveza cuando entraron Sal, Vinnie, algunos chicos más y el marica que había estado en el bar. Harry se levantó y saludó a los chicos, mirando al marica, fijándose en cómo caminaba con mucha delicadeza en dirección a él. Los chicos cogieron vasos. ¿Qué te pareció el trabajo que hicimos? No estuvo mal, ¿eh?, y alguien le dio un vaso al marica. Éste le miró desdeñosamente, supongo que no esperarás que beba en este vaso tan asqueroso… Hay un fregadero detrás. Vete a lavarlo. ¿Qué cojones andas haciendo? Tú todavía tienes más asquerosa la boca, y los chicos rieron. Cariño, yo no como nada que no lleve el sello de control sanitario del gobierno, y se dirigió dando saltitos al fregadero y lavó cuidadosamente el vaso. Harry le miró hasta que volvió y luego se volvió hacia Vinnie. Sí, fue un buen trabajo. Hay una foto en el periódico. Aquí. Miraron la foto y se rieron. Tío, vaya noche. Vaya cachondeo que montamos. Sí, Tío, hemos pasado la noche tomando anfetas y estamos muy pasados. Oye, ¿qué tal un poco de música?, y pusieron la radio. Oye, tío, este barril está casi vacío, joder. Ese otro está lleno. Ponle el grifo. Oye, Harry, te presento a Ginger, un chico muy agradable, y se rió ahogadamente, pero no folles con él. Antes era marinero y ahora es maricón. Los chicos rieron y Harry le miró de reojo. Oye, ¿es que no sabes ponerle un grifo a un barril? Lo has puesto todo perdido de cerveza. ¿Qué pasa contigo, tío? Además está tan caliente como una meada. Harry dijo hola, y Ginger hizo una reverencia. Vete al bar de al lado y que Al te dé un poco de hielo. Hace demasiado calor para beber cerveza caliente. No, tío, era marinero, de verdad. Sí, enséñale los músculos, Ginger. Ginger sonrió y se remangó y exhibió un gran bíceps. No está mal, ¿eh? Pero también tiene un buen culo, y chasqueó los dedos. Se ve pero no se toca. Venga, tío, a ver si consigues que ese hijoputa traiga el hielo. Me gusta la cerveza fresca. Vamos a ver, Harold, ¿estás a cargo de este establecimiento? Oye, cuidado con lo que dices. Harry se sentó, haciendo rodar su silla adelante y atrás y bebiendo cerveza. Estoy a cargo de la huelga, y se secó la boca con la mano sin dejar de mirar. Ginger sonrió y estuvo a punto de decirle que resultaba ridículo, pero tampoco merecía la pena molestarse en soltarle cuatro verdades a aquel idiota. Debe de ser un trabajo difícil. Sí, es un trabajo puto, pero me las arreglo. Soy importante en el sindicato, ya sabes. Sí, me lo puedo imaginar, y el estómago se le contrajo a fuerza de aguantar la risa. ¿Y qué hacemos sí no se enfría bastante? Me muero de sed. ¿Cómo cojones puedes beber la cerveza tan caliente? Con la boca, con esta misma boquita. Sabéis, tengo hambre. ¿Por qué no me va a buscar algo de comer alguno de estos caballeros? Yo tengo aquí algo que podrías ir chupando mientras tanto, guapa, y todos rieron. Lo siento, cariño, pero no me gustan las salchichas tan cortas y blandas. Seguro que a tu madre sí…, si es que la tienes. Jajaja, mi madre eres tú, ven a chupármela. Oye, Harry, ¿qué tal si llamas a algún sitio para que nos traigan algo de comer? Puedes firmar la cuenta. Oh, ¿de verdad que la puedes firmar, Harold? Claro que sí. Podéis pedir lo que os apetezca. Luego mando las facturas al sindicato. Tengo una hoja de gastos. Me apetece tomar pollo asado. ¿Cómo hostias puedes comer después de todas esas anfetas? No soportaría ver comida ahora. Lo único que quiero es beber. Estoy completamente seco. Sois unos novatos. ¿Tú crees? Harold, pídeme pollo asado y tarta de chocolate, y movió la mano majestuosamente, bajando la cabeza como para indicar que había dado una ordenirrevocable. Sí, que traigan unos pollos, unas tartas… y un par de litros de helado. Tío, no sabes lo que me apetece el helado. ¿Y qué os parecería una ensalada de patatas y unos embutidos? Sí, y también… Llama a Kramer, en la Quinta Avenida. Allí tienen de todo. Harry cogió el teléfono y los chicos siguieron diciendo lo que les apetecía y él se lo transmitía a Mr. Kramer. Cuando terminó de hacer los encargos se volvió a sentar y tomó otro largo trago de cerveza y miró a Ginger, que bailaba ligera por la oficina, la excitación que se había iniciado al despertar y que aumentó cuando vio la foto y continuó creciendo cuando llamó al sindicato y cuando entraron los chicos y Ginger, seguía aumentando, y se echó ligeramente hacia adelante mientras Ginger daba vueltas por la habitación moviendo las nalgas y Harry acarició su vaso y se pasó la lengua por los labios sin saber exactamente lo que estaba haciendo. Su cuerpo reaccionaba y se estremecía, consciente únicamente de su ligereza, que casi se hacía vértigo y fascinación. Y también de una sensación de fuerza y energía. Ahora las cosas iban a ser distintas. Él era Harry Black. Y estaba en la nómina de la Sección 392.
Cuando llegó la comida Ginger aceptó el amable ofrecimiento de Harry y se sentó en su silla y comió el pollo muy amaneradamente, y también ensalada de patata y de col, y tarta. Luego, cansada de tomar cerveza, que no era una bebida de damas, le dijo a Harry que encargase unas botellas de ginebra, agua tónica y unos cuantos limones, cosa que Harry hizo, añadiendo las facturas a la pila del cajón, y la fiesta continuó. Harry empezaba a estar muy borracho y Ginger, que estaba más animada y maliciosa que de costumbre, decidió que sería divertido jugar con él. Se levantó de la silla y le dijo a Harry que se sentase y luego ella se sentó encima de él, acariciándole la oreja y jugueteando con su pelo. Harry miraba de reojo, con la vista un poco perdida. Estaba borracho pero todavía era capaz de notar el temblor de sus nalgas —algo inconsciente— y el movimiento espasmódico de los dedos y la sequedad de la boca. Ginger acercó su cara todavía más a la de Harry, acariciándole tiernamente el cuello mientras se fijaba en que a Harry le temblaban los labios, y las piernas, y que tenía la mirada perdida. En el fondo, Ginger se reía histéricamente y se acercó todavía más a Harry, sonriéndole, hasta que notó su respiración agitada en la mejilla, entonces se puso de pie de un salto y le dio un golpecito cariñoso en la nariz. Mira que eres malo, hacer que una chica tan buena como yo se ponga toda excitada, y hacía gestos provocativos delante de él. Dio unos delicados pasos hacia atrás, sonriéndole coquetamente y contoneándose al ritmo de la música de la radio; mirándole de vez en cuando por encima del hombro y guiñándole el ojo. Harry continuaba echándose hacia adelante hasta que cayó de la silla, derramando su bebida y quedando de rodillas detrás de su mesa. Soltó el vaso y trató de levantarse mientras finos regueros de saliva le colgaban de labios y barbilla. Consiguió ponerse de pie y se echó hacia adelante. Ven, vamos a bailar, y Ginger se llevó las manos a la cadera mientras veía como se acercaba pesadamente a ella, consciente del poder que tenía sobre él y despreciándole. Le cogió por la cadera y empezó a llevarlo de un lado a otro de la habitación, alzando la rodilla de vez en cuando para rozarle la entrepierna. Harry daba tumbos pero aún trataba de sonreír y de acercarse torpemente a ella. Ginger le pellizcaba el cuello con las uñas y reía mientras Harry cerraba los ojos, luego le dio un cachete y le acarició la cabeza. Eres un perro muy bueno. ¿Sabes cómo se hace para pedir un hueso?, y alzó la rodilla rozándole el sexo. La cara de Harry se contrajo. Es una pena que ahora no estemos en el Mary’s. Podrías invitarme a copas y lo pasaríamos muy bien, y volvió a pellizcarle. Harry volvió a cerrar los ojos. ¿Qué es el Mary’s? Oh, un club encantador de la calle Setenta y dos que yo conozco y que está lleno de tipos raros como tú. Te gustaría, y levantó la pierna clavándole luego el tacón en el pie. Los ojos de Harry se humedecieron. Podríamos ir, y dejó que su mano se deslizase por el brazo de Ginger, que sacó músculo y apretó el brazo de Harry doblando el suyo por el codo hasta que éste dejó de bailar y trató de librarse mientras Ginger apretaba todavía más la mano de Harry, sonriendo, pero con toda su fuerza y su odio y su desagrado. Disfrutaba inmovilizando a Harry con sólo mantener doblado el brazo, sintiéndose David, pero sin deseos de matar a Goliat con una piedra de su honda, sino obligándole a que se doblara poco a poco por la simple presión de uno de los dedos de su pequeña y delicada mano de mujer. Ginger hacía toda la fuerza que podía y ahora también ella sentía dolor, pero seguía apretando la mano de Harry que trataba de soltarse. La cara se le puso más pálida, los ojos se le salían de las órbitas; demasiado asustado y superado por el dolor para gritar, con la boca abierta, babeaba separando las piernas para mantener el equilibrio y empujaba el brazo de Ginger con su otra mano mientras la miraba completamente desconcertado y sin entender lo que estaba pasando. Se encontraba demasiado borracho para hacerse cargo de lo incongruente que era la situación: un mariquita dominando al gigante con sólo doblar un brazo. Sus ojos preguntaban por qué pero en su mente no llegaba a plantearse ninguna pregunta; sólo trataba instintivamente de librarse de aquel dolor tan intenso. Ginger le miró a los ojos, todavía sonriendo, con ganas de aplastarle, de tenerle a sus pies. Puso el brazo de lado sin utilizar la otra mano contra Harry mientras su cara aparecía radiante al ver que el cuerpo de Harry empezaba a doblarse debido a la presión. Le entraron ganas de gritar: SOY MÁS HOMBRE QUE TÚ, ydespués, de repente, abrió el brazo y dejó a Harry en el suelo y éste la miró frotándose la mano mientras ella se preparaba una copa.
Ginger deambulaba por la habitación, dando largos tragos, hablando con los chicos y mirando a Harry de vez en cuando y sonriéndole. Harry volvió a la silla, llenó su vaso y se sentó, frotándose la mano, preguntándose lo que había pasado, haciéndose poco a poco consciente de los ruidos que hacían los chicos y la radio. Alguien le dio una palmada en la espalda: ¿Qué te cuentas, Harry?, rió y se apartó dando tumbos. Harry le miró aturdido haciendo un gesto de asentimiento. Ginger se le acercó por detrás y le pasó los dedos por el pelo y lentamente fue rodeándole hasta quedar apoyada en la mesa. Tu fiesta me gusta. Espero que la huelga dure bastante, podríamos organizar un baile. Harry asintió con la cabeza mientras movía su silla atrás y adelante. Casi se vuelve a caer. Ginger le dio una palmadita en la mejilla, eres muy guapo, me gustas, y sonreía y por dentro se partía de risa viendo que los ojos de Harry expresaban una vez más su desconcierto. Es una pena que no estemos solos, podríamos pasarlo muy bien. Harry puso la mano en la pierna de Ginger y ésta la levantó suavemente. Eres un fresco, pero sabes lo que les gusta a las chicas, y se cruzó de brazos. Harry se inclinó hacia ella, pasándose la lengua por los labios, murmurando algo, y Ginger le dio otro cachetito y se apartó, cansada del juego. Apagó la radio y propuso que fueran al centro. Encuentro que quedarse demasiado en Brooklyn resulta opresivo. Sí, vámonos. A lo mejor esta noche la cosa se anima. Harry trató de agarrar el brazo de Ginger cuando ésta cogía la botella de ginebra, pero se soltó y salió de la oficina. Harry se echó hacia adelante agarrándose al borde de la mesa y miró como se iba, sin fijarse en los chicos que se llevaban las demás botellas y la comida al marcharse.
Harry quedó apoyado en la mesa mirando la puerta en estado semicatatónico. La cabeza fue cayéndosele poco a poco a un lado hasta que al final chocó contra la mesa. La levantó bruscamente, parpadeó y volvió a mirar la puerta, deslizándose lentamente de la silla hasta caer al suelo. Harry se acurrucó debajo de la mesa y se durmió.
Harry durmió, acurrucado debajo de la mesa, hasta bien entrada la mañana. Brillaba el sol a través de la ventana de la oficina, iluminándola por completo, exceptuando el recoveco de Harry. Harry se sentó en la oscuridad de debajo de la mesa de despacho con la barbilla apoyada en las rodillas luchando por abrir los ojos y mirando su silla y su sombra en la pared, consciente únicamente de lo que le dolían los ojos. No intentaba hacer nada, ni siquiera cerrar los ojos ante el resplandor del sol que brillaba en la pared, un resplandor que sólo se reflejaba en sus ojos y no en la oscuridad de su cubículo. Se quedó allí sentado durante horas sin pensar en hacer frente a su letargo hasta que las ganas de mear fueron tan intensas que se vio obligado a arrastrarse fuera de su nicho. Después de mear se apoyó en el fregadero y dejó que el agua le corriera por la cabeza durante muchos minutos. Luego volvió a la silla y se sentó fumando y mirando fijamente hasta que el dolor de cabeza le obligó a levantarse de la silla e ir al bar de al lado después de cerrar la oficina con llave. Se sentó solo y en silencio en el extremo de la barra y bebió sin pensar ni presumir que podía gastar todo lo que quisiera porque luego se lo pagaría el sindicato como llevaba haciendo desde el comienzo de la huelga; tampoco se dio cuenta de que la cabeza había dejado de dolerle desde hacía un buen rato. Durante un instante, después de llevar bebiendo unas cuantas horas, pensó en el día anterior y sintió una gran excitación por todo el cuerpo, pero no pudo imponerse a la bruma que oscurecía la noche y pronto estuvo borracho. Empezaba la tarde cuando salió del bar. Fue dando tumbos hasta casa, se acostó, completamente vestido, se acurrucó en una esquina de la cama y se durmió.
El lunes por la mañana los hombres habían recuperado algo de su entusiasmo anterior ante la posibilidad de que tratase de entrar en la fábrica otro camión, un camión que estaban preparados a detener. El incidente de los camiones cobró mayor importancia para los obreros durante el fin de semana. Habían hablado continuamente de él el viernes y cuando tomaban la última cerveza el sábado por la noche, estaban convencidos de que el hecho de que la empresa hubiera necesitado que entraran los camiones en la fábrica significaba que tenía dificultades y que dentro de poco no podría permitirse mantener la fábrica cerrada. Algunos hasta pensaron, sólo un momento, en acercarse a la oficina el sábado por la tarde o el lunes a primerísima hora para ver si la empresa trataba de que entraran camiones a la fábrica antes de que se formaran los piquetes, pero pronto se convencieron de que no era necesario. Conque el lunes estaban bastante animados pues sabían que la huelga terminaría pronto y dejarían de discutir con sus mujeres por culpa del dinero. También estaban convencidos de que la empresa trataría de atravesar los piquetes antes de ceder ante los huelguistas y por eso todos, incluso los que se quedaban bebiendo en la oficina, estaban dispuestos a correr Segunda Avenida abajo en cuanto llegara la voz de que venían más camiones, y cuando los parasen, la empresa tendría que aceptar las exigencias del sindicato. Así que esperaban esperanzados.
Cada vez que Harry sellaba un carnet durante la mañana, preguntaba a los hombres si habían visto la foto del periódico con los camiones ardiendo, e insinuaba de todas las maneras posibles que el único responsable del incendio de los camiones era él. Al final de la mañana hasta el propio Harry estaba cansado de oír las mismas cosas durante horas así que dejó de hablar de los camiones y al poco rato,después de una jarra de cerveza o así, empezó a recordar lo que había pasado el sábado por la noche y recordó a los chicos entrando en la oficina, recordó la música, la ginebra y a Ginger bailando. El sábado por la noche se había sentido bien, era lo que en definitiva recordaba, y también recordaba que los chicos parecían respetarle debido a su posición en el sindicato y porque podía pedir lo que quisiera y el sindicato lo pagaba; y recordó cómo Ginger admiró su fuerza y cómo le gustaba hablar con él y sentir los músculos de sus brazos y piernas. Había algunas cosas más que no conseguía recordar, pero no debían de tener importancia y la idea de que hubieran existido pronto se borró de su mente y nunca habían existido.
Los hombres mantuvieron la esperanza a lo largo del día, pero cuando éste llegaba a su fin, el resultado de todos sus esperanzados esfuerzos casi era nulo. Los camiones que iban a ser el preludio del final de la huelga no llegaron y aunque al principio trataron de pensar que no vendrían hasta más tarde y que era natural que la empresa esperase un día o así antes de volver a intentarlo, los hombres no conseguían aceptar estas explicaciones por mucho que lo intentasen. Habían empezado el día esperando un deus ex machina con cuya aparición se terminarían sus problemas y la huelga; y aunque trataron de convencerse a sí mismos y a los demás, con todo tipo de explicaciones, de que la empresa se rendiría enseguida, encontraban que era imposible mantener el menor optimismo y cuando se terminó el día dejaron las pancartas en silencio, se despidieron unos de otros con signos de cabeza y se fueron. El día había sido largo y caluroso. Hacía muchas horas que ninguno de ellos miraba el cielo azul y claro. Todavía era verano y vendrían muchos más días calurosos.
El sindicato y los directivos de la empresa se reunían regularmente para intentar resolver sus desacuerdos. Cada parte se mostró más arrogante y ruidosa que de costumbre en la primera reunión que siguió al incidente de los camiones, pero el resultado fue el mismo que el de todas las anteriores. El sindicato no podía permitir que los fondos de ayuda social los administrase nadie, pues aunque los libros estaban en regla ya era demasiado tarde para ceder a las exigencias de la empresa. Después de llevar tanto tiempo en huelga no podían aceptar el mismo convenio que les habían ofrecido antes del comienzo de la huelga. Todavía quedaba bastante dinero en el fondo para la huelga, el suficiente para seguir dándoles a los hombres sus paquetes de comida todas las semanas durante un año, si era necesario; y otros sindicatos de todo el país les habían ofrecido su ayuda en cualquier momento que la necesitasen. Los representantes del sindicato estaban indignados ante la actitud de la empresa que se mostraba tan rígida y había enviado los camiones, y salieron de la reunión del lunes declarando que no se reunirían con ellos durante semanas, hasta que la empresa reconsiderase su postura arbitraria y comprendiera que los hombres estaban dispuestos a seguir en huelga durante un año si era necesario para conseguir un convenio decente. El secretario se quedó en la ciudad y los demás representantes fueron a descansar a Canadá. Necesitaban descansar de las tensiones de la huelga y del calor opresivo.
Mr. Harrington les dijo a los demás representantes de la empresa que debían mantenerse firmes. Salvo el contratiempo que había supuesto la necesidad de recurrir a una empresa de transportes para que llevara las piezas necesarias a la fábrica del norte del estado, todo había ido bien. Sus demás fábricas, y las subcontratadas de todo el país, habían sido advertidas con tiempo de sobra de que se ocuparan de los encargos en curso y de cualquiera de los que pudieran llegar en el inmediato futuro. Todos sus contratos con el gobierno se habían cumplido y no habría ninguno nuevo antes de febrero del próximo año. Por lo menos, ninguno importante. Y además, el modo en que se habían distribuido los contratos a las demás fábricas, y la manera en que esos contratos se habían registrado en los libros, significaban una importante reducción de impuestos. Claro, algunos de los directivos más jóvenes tenían mucho trabajo por culpa de la huelga, pero una importante gratificación en Navidad y una palmadita en la espalda les animaría a trabajar todavía más en el futuro. Y el coste de las gratificaciones sólo representaría un mínimo porcentaje del dinero ahorrado en salarios sin pagar. Tal vez esto les impidiera tomar sus vacaciones ahora, pero a Mr. Harrington no le importaba que alguien no tuviera vacaciones durante años, y estaba decidido a librarse de Harry Black. Después de todo, ¿qué podía perder?
Harry no notó el cambio de los hombres cuando apoyaron cuidadosamente las pancartas contra la pared y se fueron. Pocos minutos después de las cinco ya estaba solo en la oficina, así que se quedó un rato por allí, tomando cerveza y pensando vagamente en lo que había pasado últimamente hasta que recordó que Ginger había mencionado el Mary’s, en la calle Setenta y dos. Pensó un rato en ello y luego decidió ir. Cogió un taxi y cuando llegaron a la calle Setenta y dos le dijo al taxista que siguiera calle abajo y cuando vio el Mary’s le indicó al taxista que se detuviera en la esquina siguiente y volvió andando.
Hasta que se acercó a la puerta no empezó a sentirse inquieto al darse cuenta de que estaba en un barrio desconocido, delante de un bar muy raro. Entró y trató de mezclarse con los que estaban en la barra. Había tanta gente en el Mary’s y tanto ruido —el jukebox de la parte de atrás competía con el de la barra— que Harry consiguió perderse en el caos y su conciencia se desvaneció antes de terminar la primera copa. Por fin fue capaz de abrirse paso hasta un lugar de la barra desde el que podía ver el resto del bar. Al principio lesorprendió el modo en que se comportaban las mujeres, pero después de escuchar lo que decían y de fijarse en cómo se movían, comprendió que la mayoría eran hombres disfrazados de mujeres. Miraba fijamente cómo se movían y hablaban, nunca seguro de su sexo, pero disfrutando al observarles y disfrutando de la excitación que sentía al encontrarse en un sitio tan raro. Los que estaban al fondo le fascinaban más que los restantes, pues imaginaba lo que estaban haciendo con las manos debajo de las mesas, y se sorprendió especialmente cuando vio a un tipo alto, musculoso, con pinta de camionero, que besaba al tipo que estaba sentado a su lado. El beso pareció que duraba varios minutos y Harry casi pudo sentir cómo se tocaban sus lenguas. Miraba fijamente con la vista clavada en los tatuajes de los brazos de aquel tipo. Miró rápidamente sus propias uñas sucias y luego volvió a mirar a los que se besaban en la mesa. Sus bocas se separaron lentamente y se miraron uno al otro durante un momento antes de coger las copas mientras el brazo del alto seguía agarrando por los hombros al otro. Harry siguió mirando hasta que su incomodidad le obligó a bajar la vista y entonces cogió su copa y la terminó de un trago. Pidió otra, tomó un trago, encendió un pitillo y siguió mirando lo que pasaba a su alrededor.
De vez en cuando alguien sonreía a Harry, se rozaba contra él o le hablaba, y a veces él devolvía las sonrisas, pero eso era todo, conque Harry se quedó solo bebiendo y mirando hasta que vio que Ginger entraba y se dirigía al fondo. Antes de que Harry se decidiera a moverse la perdió de vista. Se quedó mirando por donde había pasado con ganas de ir detrás de ella, pero sabía que si lo hacía los chicos de El Griego se enterarían enseguida, así que al final decidió terminar su copa y marcharse a casa antes de que ella le viera.
A la mañana siguiente Mary quiso saber dónde había ido Harry la noche antes y dónde había estado el sábado anterior por la noche y si iba a venir a casa aquella noche y si creía que la casa era una pensión y podía entrar y salir cuando le diera la gana y que desde que había empezado la huelga andaba por ahí como si se creyera alguien y que no iba a aguantar todas aquellas putadas y…
Harry siguió echándose agua a la cara mientras Mary hablaba y la ignoró cuando pasó delante de ella camino del dormitorio a vestirse y cuando terminó y estuvo listo para irse dijo que te den por el culo. Mary le miró fijamente dispuesta a no tolerarle aquel desaire. Miró a Harry directamente a los ojos, esperando, deseando que bajara la vista o apartara la cabeza para decirle que no estaba dispuesta a seguir aguantando aquello. Harry se quedó donde estaba, siempre mirándola, pero cada vez más consciente de los ojos de su mujer, y empezó a titubear interiormente, y le entraron ganas de escupirle en la cara, de salir de casa, notando más y más sus pensamientos y su indecisión y casi le tenía miedo cuando su voz le hacía sentir todo aquello. No era lo que Mary decía —sus palabras sólo eran un sonido penetrante—, sino el movimiento de sus labios y el sonido, lo que creaba algo tangible que interrumpía sus vacilaciones. Mary acababa de dejar de hablar y todavía le miraba cuando Harry le cruzó la cara de una bofetada. Vete a tomar por el culo. Mary siguió mirando a Harry con la boca abierta, tocándose la mejilla con las yemas de los dedos. Harry salió de casa y se dirigió rápidamente a la oficina listo para iniciar otro día de huelga.
Los hombres cogieron las pancartas y dieron los carnets a Harry para que se los sellara; o tomaron un café, una cerveza, con cierta resignación y en silencio. No estaban de humor para bromas. Harry se sentía bien, liberado, pero también pensaba en el Mary’s, conque se sentó tranquilamente, asintiendo, hablando ocasionalmente, sin dar palmadas en la espalda ni gritar y como si compartiera la inquietud y preocupación de los hombres.
Harry no volvió al Mary’s hasta el viernes por la noche. Llenó su nota de gastos como de costumbre, habló con los chicos que habían venido a verle y a tomar una cerveza desde El Griego, se quedó en la oficina un rato después de que se fueran, y se dirigió al Mary’s. Entró y fue a la esquina de la barra, echó una ojeada para ver si estaba Ginger y luego pidió una copa. El Mary’s estaba todavía más abarrotado que la otra noche y los jukeboxs hacían el mismo ruido y la gente chillaba cosas que no conseguía entender; tampoco al barman cuando le preguntó si quería que le añadiese algo a la copa. Se echó sobre la barra para oírle, asintió, luego volvió su cara hacia atrás al oír un silbido. Un marica muy guapo le miraba, movía la cabeza, sonreía, decía algo, pero Harry no le conseguía oír. Harry volvió la cabeza pero miró ocasionalmente de reojo. Se apoyó un poco más en la barra, mirando ocasionalmente al jovencito tan guapo que seguía en el mismo sitio de la barra. Harry trató de imaginar qué hacían con las manos debajo de las mesas del fondo, y qué pasaba en las mesas que quedaban fuera de su vista.
Terminaba cada copa de un par de tragos y los tragos cada vez eran más seguidos. Se sentía bien cuando empezó la huelga. Se puso nervioso cuando les tuvo que hablar a los hombres en la reunión que supuso el comienzo de la huelga, pero entonces también se había sentido bien; y se había sentido bien un par de veces desde que venían a verle los chicos y hablaron y bebieron y esas cosas; y se había sentido bien cuando volaron los camiones, claro que sí…, se había sentido bien aquella noche y el día siguiente con la foto en el periódico…, sí, entonces empezaron a saber quién era él de verdad. Antes sabían que era alguien, pero después de eso lo supieron de verdad. Sí, estaba muy bien tener más dinero y gastar lo que quisiera con sólo llenar un papel, justo igual que esos mamones de la empresa y elhijoputa de wilson que se creían no se sabe bien qué con sus camisas blancas y toda esa mierda, pero él era tan cojonudo como cualquiera de ellos, sabía unas cuantas cosas y podía dejar un billete encima de la barra. Que les dieran por el culo a aquellos rompehuevos. Ya no podrían joderle más…, sí, y que le dieran a Mary también por el culo. No le iba a tocar los huevos nunca más… Era verdad, desde que empezó la huelga no había vuelto a soñar eso. Con volar otro par de camiones no soñaría nunca más. Que les den por el culo. De todos modos ya no sueño eso…, y las cosas serán muy distintas en cuanto termine la huelga. Apuesto lo que sea a que… Y volvió a mirar al marica guapo y cuando éste le devolvió la mirada, Harry no apartó la vista. Siguió mirándole a la cara y sonrió, pero esta vez con una sonrisa casi auténtica, y el guapo sonrió y le guiñó el ojo… Sí, las cosas le iban bien desde que empezó la huelga. Cuánto le gustaría ver ahora al mamón de wilson y al rompecojones de Harrington. Debieron cagarse en los pantalones cuando volaron los camiones. Apuesto a que sabe lo que le espera si me toca demasiado los huevos… El marica estaba junto a él. Harry le volvió a sonreír. El marica entrecerró los ojos. ¿Puedo invitarte a una copa? Claro. Harry terminó la copa y dejó que le invitase a otra. Se tambaleaba ligeramente. Me parece que estoy algo borracho. Tienes pinta de ser de esos que pueden beber mucho, y el marica le tocó el brazo y se echó hacia delante. Ya debo llevar bebido un litro, sin contar lo de esta tarde, y se agarró al borde de la barra doblando ligeramente el brazo para sacar músculo. ¿No te parece que éste es un sitio maravilloso? Sí, y trataba de estirarse y parecer más alto. Me gustan los hombres que hacen trabajos duros, quiero decir, los que tienen un trabajo manual. Sí, detesto a los chupatintas. Yo soy obrero. Pero en realidad trabajo para el sindicato. Oh, ¿eres funcionario del sindicato?, y sonreía. Todos esos mamones eran iguales siempre. Siempre estaban bien situados. Sí, soy bastante importante en el sindicato. Me ocupo de la huelga. Oh, eso debe de ser muy interesante, dijo sin molestarle aquella conversación mientras no fuera demasiado lejos. Esto está abarrotado y hace mucho ruido, ¿no te parece? Sí, pero no está mal. ¿No te apetece que nos vayamos? Podríamos ir a mi casa y tomar unas copas. Harry se quedó un momento mirándole y luego asintió.
Cuando llegaron a la casa Harry se dejó caer en el sofá. Se sentía borracho. Todo iba muy bien. Me llamo Alberta, y le dio una copa. ¿Y tú? Harry. Se sentó junto a él. ¿Por qué no te quitas la camisa? Aquí dentro hace calor. Claro, claro, y empezó a desabrochársela. Déjame que te ayude, y se echó hacia delante y le desabrochó la camisa lentamente sacándosela luego de los pantalones y dejándola encima del sofá. Harry miraba cómo le desabrochaba la camisa, notaba la ligera presión de sus dedos. Casi pensó en los chicos y en lo que dirían si le viesen ahora, pero la idea quedó absorbida por el alcohol antes de formarse del todo y cerró los ojos y disfrutó de la proximidad de Alberta.
Ésta se quedó muy cerca de él, descansando una mano en su hombro, mirándole, deslizando la mano del hombro hasta el cuello, observando su cara, sus ojos, a la espera de una reacción: se sentía un poco incómoda con Harry, pues no estaba absolutamente segura de cómo iba a reaccionar. Normalmente sabía cómo solían reaccionar estos tipos duros antes de que llegara a intentar nada, pero con Harry no estaba demasiado segura; había algo extraño en su mirada. Creía comprender lo que quería decir, pero prefería andarse con cuidado. Y encima, resultaba tan excitante… A veces tenía que hacer la calle y traer a casa gente con pinta peligrosa. Pero, poco a poco, mientras le acariciaba el cuello y la nuca y le miraba a la cara, se daba cuenta de que no debía tener miedo de Harry; y también se daba cuenta de que para Harry era una experiencia nueva. La expresión expectante de su cara la excitaba. Era un novato. Se estremeció. Le acarició el pecho con la palma de la otra mano. Tienes un pecho tan fuerte y peludo… Y se pasaba la lengua por los labios mientras le acariciaba suavemente la espalda. Eres tan fuerte, y se acercó más a él, tocándole el cuello con los labios, llevando la mano de su pecho al estómago, al cinturón, a la bragueta; luego le besó el pecho, y luego el estómago. Harry se levantó un poco mientras ella le tiraba del pantalón hacia abajo; después se relajó y volvió a ponerse en tensión cuando le besó los muslos y se metió la polla en la boca. Harry se hundió en el sofá retorciéndose de placer; casi gritó de gusto ante la imagen de su mujer a la que partía en dos una polla enorme que se convertía en un bastón gigante, y luego, de pronto, él estaba allí aplastándole la cara con el puño y reía, reía y escupía y seguía dando puñetazos hasta que la cara era una masa informe y luego se convertía en un viejo y él dejaba de pegar y de nuevo volvía a ser Mary, o alguien muy parecido a Mary, y daba gritos mientras una polla al rojo vivo la atravesaba y se hundía en su coño y después salía poco a poco, arrancándole las entrañas, y Harry se sentó mirando asombrado, riendo y gruñendo, gruñendo de placer y luego oyó gemidos, y los oyó no sólo en su interior, le entraban por el oído desde el exterior y abrió los ojos y vio a Alberta moviendo la cabeza con furia y se retorció frenéticamente.
Alberta mantuvo la cabeza quieta durante unos minutos antes de levantarse para ir al cuarto de baño. Harry la miró mientras se alejaba y luego se miró la polla que le colgaba medio rígida entre las piernas. Se sentía hipnotizado por ella y se quedó un momento mirándola sabiendo lo que era aunque sin reconocerla. ¿Cuántas veces la había tenido en la mano mientras meaba? ¿Por qué leparecía nueva? ¿Por qué le fascinaba de repente? Parpadeó y oyó correr el agua en el cuarto de baño. Volvió a mirarse el pene y la sensación de extrañeza desapareció. Trató de recordar lo que había pensado un momento antes. No lo consiguió. Se sentía bien. Miró hacia el cuarto de baño esperando ver la cara de Alberta.
La cara de Alberta tenía un brillo de cera y su pelo tan largo estaba perfectamente peinado. Se le acercó cimbreante; sonreía. Se rió brevemente al observar la mirada de asombro de Harry cuando se dio cuenta de que sólo llevaba puestas unas bragas de mujer llenas de encajes. Sirvió otras dos copas y se sentó junto a él. Harry tomó un trago y le tocó las bragas. ¿Te gustan? Harry retiró bruscamente la mano. Notaba la mano de Alberta en la nuca. Luego le guió la mano hasta su pierna. La adoro. Es tan suave, y le alzó la mano y le besó en el cuello, en la boca, metiendo la lengua dentro, buscando la de Harry que estaba recogida al fondo, acariciando la base de su lengua con la suya hasta que la de Harry se desdobló lentamente y se pegó a la de ella mientras con la mano le cogía la polla. Alberta le quitó la mano de su pierna, después volvió a ponerla mientras dejaba que la saliva de su lengua se uniera con la de Harry y se estremeció mientras él le apretaba la pierna. Casi notaba la saliva que tragaba Harry y cómo su lengua se hundía más y más en su boca como queriéndola ahogar; le chupaba la lengua y luego dejaba que él se la chupara a ella, girando la cabeza, acariciándole la espalda; poco a poco fue apartando la cabeza. Vamos a la cama, cariño. Harry la acercó a él y le chupó los labios. Alberta separó la boca lentamente y le empujó. Vámonos a la cama, y se puso de pie poco a poco sin dejar de empujarle. Harry se levantó, tambaleándose ligeramente. Alberta le miró y se rió. Todavía tienes puestos los zapatos y los calcetines. Harry parpadeó. Estaba de pie con las piernas separadas, el pene en erección delante de él, totalmente desnudo a excepción de sus zapatos y calcetines negros. Alberta soltó una risita y luego le quitó los zapatos y los calcetines. Ven, cariño. Le agarró por la polla y lo llevó a la habitación.
Harry se dejó caer en la cama, se echó sobre Alberta y la besó. No encontró la boca y la besó en la barbilla. Ella se rió y le guió hasta su boca. Harry la empujó para que se pusiera de lado y al principio Alberta estaba desconcertada y trataba de entender qué intentaba hacer. Luego se dio cuenta de que intentaba que se diera la vuelta. Volvió a soltar unas risitas. No hagas el tonto. ¿Es que nunca has follado con un mariquita? Harry gruñó sin dejar de besarle el cuello y el pecho. Hacemos el amor como los demás, guapo, y se sintió un poco molesta, pero enseguida se alegró de que fuera un novato. Relájate, y se dejó caer a un lado besándole y susurrándole al oído. Cuando terminó los preparativos volvió a ponerse de espaldas, Harry se echó encima de ella y se movió de modo rítmico con los brazos y las piernas de Alberta enrollados alrededor de él, retorciéndose, gruñendo.
Harry, al principio, arremetió con fuerza; luego, mirando a Alberta, se movió más lentamente; y al moverse era consciente de sus movimientos, de su excitación y goce, y no quería que se terminara; y aunque apretaba los dientes de deseo y pellizcaba la espalda de Alberta y le mordía el cuello, se notaba más distendido; los espasmos eran provocados por el placer y el deseo de estar donde estaba y hacer lo que estaba haciendo. Harry oía los gemidos de Alberta mezclarse con los suyos, la notaba debajo de él, notaba su carne y su boca; había muchas cosas tangibles y, sin embargo, la confusión seguía, pero originada por su inexperiencia, por las súbitas e intensas sensaciones de placer, de un placer nunca conocido hasta entonces, un placer lleno de excitación y ternura que nunca había experimentado. Le apetecía poseer y estrujar la carne que notaba en las manos, morderla, pero no destruirla; quería que siguiera allí, quería que volviera una y otra vez. Harry seguía moviéndose con el mismo ritmo; seguía mezclando sus gemidos con los de Alberta en aquel confuso torbellino; aturdido, pero no distraído ni molesto por estas nuevas emociones que una tras otra nacían en su mente, sólo se concentraba en el placer y se dejaba guiar por él como antes le había guiado Alberta. Cuando dejó de moverse se quedó tumbado un momento oyendo sus respiraciones agitadas, luego la besó, acarició sus brazos y luego, lenta y suavemente, se extendió en la cama durmiéndose enseguida. Harry era feliz.
Al despertar no abrió inmediatamente los ojos, sino que se quedó tumbado pensando, y luego los abrió de repente, se volvió y miró a Alberta. Harry se sentó. Por su mente pasó toda la noche anterior y se le nublaron los ojos a causa de una terrible ansiedad y confusión. Durante un instante muy breve se refugió en el alcohol y las imágenes acudían a su mente para irse después. Se volvió a dejar caer en la cama y quedó dormido otra vez. Cuando volvió a despertar ya no tenía ganas de huir. La aterradora claridad que había sentido la primera vez que despertó se mezclaba con la confusión habitual de la mente de Harry y ahora era capaz de mirar a Alberta y recordar la noche, de un modo más bien oscuro, y sin miedo de encontrarse allí —seguía temiendo las consecuencias de que alguien se enterara—, aunque el miedo y la confusión estuvieran atenuados por un sentimiento de felicidad.
De hecho, era este sentimiento de felicidad lo que más inquietaba a Harry en el momento en que se sentó en la cama y miró a Alberta y recordó, con placer, la noche anterior. Se daba cuenta de que se sentía bien, aunque no podía definir su sentimiento. No podía decir, soy feliz. No tenía nada con lo que comparar ese sentimiento. Se había sentido bien al mandar a wilson a la mierda; se habíasentido bien cuando tomaba copas con los chicos; en esas ocasiones se decía a sí mismo que era feliz, pero su sentimiento actual iba mucho más allá y le resultaba incomprensible. Se daba cuenta de que nunca había sido feliz, feliz de este modo, anteriormente.
Volvió a mirar a Alberta, luego se levantó de la cama y se sirvió una copa. Por su mente empezaban a pasar demasiadas cosas. No se sentía capaz de estar allí sentado, sobrio, dejándolas que se apoderasen de él. Encendió un pitillo y terminó la copa de un trago y se sirvió otra. Tardó algo más en terminarla y luego volvió al dormitorio y se sentó al borde de la cama con una tercera copa.
Le apetecía despertar a Alberta. No quería estar allí sentado solo y vulnerable; le apetecía hablar con ella, pero no sabía si debía llamarla o darle un meneo, o simplemente ponerse a dar saltos en la cama. Bebió un trago y dio una calada al pitillo; luego apagó el pitillo, haciendo ruido con el cenicero en la mesilla. Alberta se movió y Harry volvió la cabeza para que no pareciera que la estaba mirando y bostezó ruidosamente. Alberta se dio la vuelta y murmuró algo y Harry se volvió rápidamente, dando un salto en la cama, ¿qué decías? Alberta volvió a murmurar algo y abrió los ojos. Harry sonrió y tomó otro trago. Empezaba otro día.
A Alberta le llevó un rato despertar del todo, y aunque se levantó y se lavó y llevó a cabo sus tareas rutinarias matinales, tardó en enterarse de lo que le decía Harry, que la seguía por la casa. No iba pegado a ella, sino unos pasos detrás, y siempre que Alberta se volvía, allí estaba Harry sonriendo. La primera palabra de la que fue consciente, mientras tomaban café, fue huelga y aunque no estaba lo bastante despierta para entender todas las palabras, entendía que le estaba contando que se encargaba de una huelga, o algo por el estilo, y que iba a ajustarle las cuentas a alguien. Alberta esperaba a que se parase o hablara más despacio o a contar con la suficiente energía para decir algo con lo que cambiar de tema; pero al cabo de unas copas Harry se tranquilizó y disfrutaron de su mutua compañía. Por la tarde fueron al cine; al salir comieron algo; luego estuvieron horas sentados en un bar. Cuando volvieron a casa Harry hizo el amor con Alberta, luego estuvieron sentados bebiendo y oyendo música. Alberta encontraba divertido a Harry y le gustaba estar con él, excepto cuando trataba de convencerla de que era alguien importante —no olvidaba, sin embargo, cómo había derrochado el dinero en el bar o que habían vuelto a casa en taxi aunque sólo estaban a unas pocas manzanas—, y tenía que cambiar de tema; y también le gustaba el modo en que la besaba Harry. No era que la besase mejor o que fuera menos brusco que los otros, sino que notaba su excitación, producto de la novedad de la experiencia. Estuvieron horas sentados en el sofá, bebiendo, vagamente conscientes de la música de la radio, cogidos de la mano y besándose. Alberta apoyó la cabeza en el hombro de Harry con los ojos semicerrados, tarareando, volviéndose de vez en cuando para mirar a Harry. Harry sonreía y en su sonrisa había cierta dulzura; hasta en sus ojos había un poco de ternura. Acarició el pelo de Alberta y le apretaba el hombro con la mano. Hablaban raramente y cuando lo hacían era en voz baja. Harry incluso había perdido algo de su rudeza. Siguieron acurrucados en el sofá durante horas, mientras Alberta movía el pie al ritmo de la música; a Harry le gustaba tener el brazo alrededor de ella y sentirla cerca. Cuando Alberta le preguntó si le apetecía que fueran a la cama, él asintió y los dos se levantaron y, siempre cogidos de la mano, se dirigieron lentamente al dormitorio.
Cuando Harry se separó de Alberta el domingo por la tarde estaba en las nubes. No había pensado en irse. Si ella no le hubiera dicho que tenía que ver a alguien aquella tarde y que sería mejor que se marchase, Harry habría seguido sin tener conciencia del tiempo y del hecho de que mañana era lunes y tenía que ponerles el tampón a los carnets. Recordaba el fin de semana y todo lo que había pasado, pero no podía creer que fuera domingo. El tiempo no podía haber pasado tan de prisa. Los saltos del taxi y los ruidos de la calle le obligaron a volver a la realidad y se dio cuenta de que iba de vuelta a Brooklyn. Hubiera querido preguntar a Alberta si la podría volver a ver, pero no supo cómo, las palabras no acudieron a su boca; ni siquiera llegaron a formarse en su mente. Había tratado de pensar en cómo plantearle la cuestión, pero la puerta se cerró y se encontró caminando calle abajo de vuelta a Brooklyn. ¿Cómo podría volver a verla? Probablemente la encontraría en Mary’s. Volvería por allí.
No fue directamente a casa, sino que entró en un bar donde pasó varias horas. Cuando entró en casa, Mary estaba viendo la televisión. Harry no dijo nada, sino que se desnudó y se metió en la cama, fumó y pensó en Alberta, recordando sin cesar el último beso que se dieron a la puerta. Antes de quedarse dormido el niño se despertó y se puso a llorar y Mary entró en la habitación, habló al niño y meció la cuna. El sonido de sus voces parecía venir de un sueño y no interfirió sus pensamientos o el recuerdo del beso.
A la mañana siguiente Harry se lavó y vistió sin decir ni una palabra. Mary le miró decidida a decir algo. Estaba nerviosa y hasta una bofetada sería mejor que nada. Cuando Harry estaba a punto de irse le preguntó si iba a venir a casa aquella noche. Harry se encogió de hombros. ¿Dónde estuviste el viernes y el sábado? Harry alzó el brazo, con el puño cerrado, y le pegó en la boca con el revés del puño. No la había mirado, tampoco había pensado en nada, se había limitado a cerrar el puño y pegar. No prestó atención a la sensación de mordisco que notó en la mano al pegar en los dientes de Mary ni después pensó en el hecho de queera la primera vez que le daba un puñetazo —lo había pensado cientos de veces, lo había soñado, lo había intentado—, ni se volvió para ver si le había hecho daño.
Se frotaba la mano mientras caminaba. Se sentía bien. Aliviado. Hacía mucho tiempo que no había tenido su pesadilla. Esta ya no era ni un recuerdo.
Harry selló los carnets con precisión, conservando aquel humor introspectivo y silencioso recientemente adquirido. Los hombres estaban más silenciosos y más solemnes mientras cogían las pancartas y les sellaban los carnets, el humor de Harry les permitía ignorarle, y se dirigieron a formar los piquetes con el mismo aire abatido con que hacían todo lo demás. Últimamente muchos de ellos habían tratado de conseguir otro trabajo, pero como estaban en huelga era imposible que los contrataran pues las empresas pensaban que se irían en cuanto terminase la huelga, conque se movían muy despacio alrededor de la fábrica, saludándose con la cabeza unos a otros, sacaban sus carnets, se servían café o cerveza, dejaban las pancartas, decían adiós y se iban con el mismo aire de desesperanza. Desde el incidente de los camiones el número de policías había aumentado y los agentes se turnaban para que ninguno estuviera más de tres horas a la semana: en comisaría pensaban que eso evitaría que cualquier posible disputa personal provocada por el aburrimiento de estar allí sin hacer nada se convirtiera en un incidente de importancia; de modo que los policías se mantenían en sus puestos, charlaban entre sí, y vigilaban a los huelguistas de un modo atento y desinteresado, siguiendo las órdenes.
En la primera reunión después de vacaciones entre la empresa y el sindicato, hablaron un rato sin decir nada y decidieron volver a reunirse a los dos días. En esa reunión se debatieron algunos de los problemas antes de aplazar la reunión y decidir que se volverían a reunir a los dos días. Se reunían tres veces, incluso cuatro, a la semana, ponían sus carteras de mano encima de la gran mesa, se sentaban unos frente a otros, sacaban sus papeles de las carteras y se ponían a hablar. Lentamente, por grados casi infinitesimales, discutían seriamente algunos de los puntos que impedían el fin de la huelga. El verano casi había terminado. Harrington no tenía ninguna prisa de que terminase la huelga, habiendo convencido a los demás directivos de la empresa y al comité negociador de que la empresa se podía permitir que la huelga durase muchos meses más sin pérdidas apreciables, y no creía que ejercieran la presión suficiente sobre el sindicato para que se libraran de Harry, y estaba decidido a no llegar a ningún acuerdo hasta que se hubiera hecho todo lo posible para desembarazarse de Harry Black.
Al sindicato le hubiera gustado que la huelga terminase lo más pronto posible, pero sólo imponiendo sus condiciones: debían tener control absoluto sobre el plan de ayuda social. Aunque la huelga ya duraba muchos meses, los representantes sindicales no sufrieron presión alguna. Todo se desarrollaba normalmente y, aunque sus ingresos personales habían sido reducidos —no habían recibido ninguna contribución de la ayuda social desde que había empezado la huelga—, contaban con importantes fondos procedentes de los demás sindicatos del país a los que recurrir y así tener el dinero extra que necesitaban. Y los huelguistas seguían recibiendo su paquete de comida todas las semanas. Algunos de ellos tal vez empezaban a estar cortos de dinero, lo que era una pena, pero la huelga continuaría, durante meses si era necesario, hasta conseguir que fueran ellos los que controlaran el plan de ayuda social. Y así, no existía ninguna urgencia por ninguna de las partes.
El presidente, u otro miembro del comité, soltaba un breve discurso todos los sábados antes de la distribución de comida. Aseguraba a los hombres que estaban haciendo todo lo posible para que terminara la huelga —sabía que los hombres querían volver al trabajo; que no se podían permitir estar sin trabajo para siempre; que sus cuentas bancarias disminuían; y que, en muchos casos, sus mujeres tenían que trabajar—, pero también les decían que sabían que los obreros no aceptarían la vuelta al trabajo sin un convenio decente y unos salarios decentes, y que lo iban a conseguir. No estaban dispuestos a firmar un convenio indigno, ni a dejar que la empresa siguiera quitándoles el pan de la boca… y la claque silbaba y gritaba y unos cuantos se les unían y el orador bajaba de la tarima y se mezclaba con los hombres, dándoles palmaditas en la espalda, animándoles y saludando a los que recogían los paquetes de comida.
Harry iba al Mary’s todos los fines de semana y, después de las primeras semanas, entre semana de vez en cuando. La primera vez que fue después de conocer a Alberta, ésta le presentó a algunos de sus amigos y los meses que siguieron Harry conoció a bastantes jóvenes encantadores en Mary’s y en las fiestas a las que iba con ellos. Cuando entraba en Mary’s ya no se sentaba en un sitio de la barra cerca de la puerta, sino que daba una vuelta por el local para ver quién había, saludando y sentándose en algunas mesas; preguntándose quién le estaría envidiando cuando pasaba el brazo sobre el hombro de uno de sus jóvenes amigos. A la mayoría de los maricas les gustaba —follaba bien y tenía dinero—, pero nunca querían quedarse con él demasiado tiempo. No era únicamente el que hablara sin parar de la huelga lo que les hacía alejarse de él, aunque fuera un palurdo, sino una sensación de extrañeza y de inseguridad que solía ponerles incómodos. Todos ellos habían visto, besado y habían follado con hombres de todas clases que incluso se habían pasado la mayor parte de su vida en la cárcel y sólo gozaban con chicos, hombres que eran capaces de degollar a alguien sin sentir nada, y sin motivo, hombres que se encerraban en el cuarto de baño cuandosalían sus mujeres y se vestían con la ropa de éstas, y de vez en cuando se dejaban caer por el Mary’s. Pero estos hombres no les resultaban nada extraños a los maricas y sabían hasta dónde debían llegar con ellos. Harry era diferente, o al menos les parecía que lo era. Había algo que no conseguían comprender, no sabían exactamente qué, pero que acababa poniéndoles nerviosos. A lo mejor sólo era que a Harry le podría apetecer vestirse de mujer para ir a un baile de travestidos, o pasear por Brooklyn en ese plan; o a lo mejor que un día se volvía loco y mataba a alguien. No lo sabían.
Al acabar el verano y llegar los agradables días del otoño, Harry se unía a sus nuevos amigos cuando iban a dar un paseo en coche por el campo. Se metían en un coche con unas cuantas botellas de ginebra y anfetas, ponían la radio y daban golpes en las puertas del coche al ritmo de algún blues o un tema de jazz cantando al mismo tiempo mientras chasqueaban los dedos y saltaban en los asientos —Oh, cariño, no sé lo que sería de mí sin esta música—, y se pasaban la botella, tomaban anfetas de vez en cuando y flirteaban con los hombres de los otros coches; o, si estaban con ánimo, oían óperas italianas y suspiraban después de cada aria; contaban anécdotas del maravilloso tenor o de la temperamental diva, moviendo suavemente la cabeza al compás de la música; bebían de la botella; gritaban señalando árboles cuyas hojas les recordaban un Renoir y saltaban en los asientos para ver una nueva combinación de colores, casi por turnos, señalando un bosquecillo que resultaba maravilloso con aquellos rojos, ocres, naranjas y oro, u otro donde todos los colores se mezclaban y las hojas parecían jugar con el sol, que hacía sus colores más brillantes; y entre ellos estaba el verde de los pinos y el azul de los abetos y a veces se paraban junto a un lago o un estanque y reían al dispersarse para coger castañas o nueces y se quitaban los zapatos y metían los pies en el agua y reían viendo a los gorriones que les miraban durante un momento antes de volver a emprender el vuelo; y se sentaban junto al lago o debajo de un árbol y bebían ginebra, tomaban más anfetas, luego llenaban el maletero de hojas, se quedaban con algunas para mirarlas, olerlas, frotarlas con el pañuelo, sin dejar de hablar de lo maravilloso que era todo… Y Harry, sentado atrás, hablaba poco, sin interesarle la música o sus grititos sobre las hojas, pero feliz de estar con ellos.
Formar los piquetes, ahora que el tiempo era más fresco, resultaba menos cansado. Cuando los hombres terminaban su turno en los piquetes y habían entregado las pancartas a los que los relevaban, o las dejaban en la oficina por la tarde, ya no estaban sudorosos ni cansados como en verano, si bien siempre empezaban y terminaban el día un poco más desalentados que el día anterior. Aunque algunos se quedaban sentados en la oficina bebiendo cerveza cuando no estaban en los piquetes, la mayoría se quedaban sentados sin beber o hablando en pequeños grupos. Los dos barriles de cerveza que al principio solían pedir a diario ahora duraban tres y cuatro días —Harry añadía el dinero extra que gastaba en cerveza a su nota de gastos—, y por lo general eran bebidos únicamente por Harry y los chicos de El Griego. Y, a medida que se iba haciendo de noche más temprano, cada vez eran más los hombres que se iban después de su turno en los piquetes y volvían a sus casas a ver la TV o a preparar la cena y esperar a que sus mujeres volvieran del trabajo; algunos iban a un bar y volvían a casa tarde para evitar la discusión sobre quién iba a cocinar y limpiar la casa ahora que su mujer trabajaba.
Los hombres ya no miraban hacia la Segunda Avenida esperando ver aparecer los camiones. El incidente no se había olvidado, pero las esperanzas que había despertado —y el odio que había hecho revivir su entusiasmo— se habían perdido irrevocablemente y cumplían con sus deberes de huelguistas con indiferencia y desesperanza. Algunos de ellos consiguieron un nuevo empleo y se les retiró el carnet. Cuando esto se anunció en la reunión de un sábado, los abucheos e insultos de la claque no fueron seguidos por los demás, que se quedaron en silencio, unos envidiando a sus compañeros con nuevo empleo, otros incapaces de otra cosa que seguir en un estado de letargo; y casi nadie pensaba, si es que lo hacía alguno, en aquellos a los que se les había retirado el carnet cuando los huelguistas se unían a los cientos de trabajadores del Cuartel del Ejército a las cinco, y calle Cincuenta y ocho abajo se dirigían al metro.
Estaban en la semana anterior al cambio al horario de invierno cuando la empresa hizo la concesión tan largo tiempo esperada: por fin aceptó considerar que el sindicato siguiera administrando el fondo de ayuda social. Pero había condiciones. Unas cuantas se referían a la cantidad que debía aportar la empresa y a ciertos aspectos de la supervisión de la fábrica; aparte de algunos detalles en los que ambas partes sabían que podrían negociar fácilmente; pero los de la empresa también querían despedir a Harry Black. Los representantes del sindicato se pusieron de pie inmediatamente y declararon que aquella exigencia era irracional e inaceptable. Se trataba de algo más que el caso concreto de Harry, que era un buen sindicalista y un trabajador capaz; el simple hecho de sugerir que debían violar la confianza y la seguridad de uno de sus miembros constituía un insulto a su integridad. Y no sólo eso, era un insulto a cada miembro y dirigente del sindicato del país. Cerraron ruidosamente sus carteras de mano y las dos fuerzas se encontraron cara a cara discutiendo durante algunos minutos antes de que los representantes del sindicato se marcharan.
La empresa y el sindicato se habían reunido más de cien veces desde el comienzo de la huelga y llevaban reuniéndose todos los días, durante muchashoras agotadoras, desde hacía un mes. Aunque ninguna de las partes se encontraba en una situación desesperada, la tensión aumentaba. Los representantes del sindicato sabían que no podían dejar que la huelga continuase mucho más sin una buena razón tangible que dar a los obreros. Había mucho descontento; era evidente que los hombres no estaban satisfechos y la tensión había ido aumentando poco a poco por parte de ciertos departamentos gubernamentales que podrían tal vez investigar los motivos de la prolongación de la huelga.
Harrington comprendió que los hombres con los que negociaba eran capaces de aceptar que la fábrica estuviera un año cerrada antes que renunciar a su control sobre el fondo de ayudas sociales y ahora estaba dispuesto a comprarles —ofreciéndoles una concesión—, es decir, a permitir que lo siguieran administrando, pero ellos también tenían que hacer concesiones. Las presiones sobre la empresa estaban aumentando, pero Harrington estaba decidido a librarse de Harry Black y se mostraba dispuesto a seguir con la fábrica cerrada durante muchos meses más con tal de conseguirlo. La empresa llegaría a fines de año sin demasiadas pérdidas, según habían determinado claramente sus contables y especialistas. Las presiones aumentaban en la empresa, pero Harrington sabía que en el sindicato también aumentaban, así que decidió que había llegado el momento de negociar. Creía que le darían a Harry a cambio del fondo que, era evidente, no podían permitir que controlara nadie, aparte de ellos. Incluso después de que los representantes del sindicato hubieran dejado la reunión, seguía abrigando esta esperanza, sabiendo también que no iban a ceder de inmediato, sino que les llevaría un mes, y puede que todavía más, imaginar un método que permitiera llegar a ese resultado dentro del marco legal del sindicato.
Claro está que cada uno de los representantes del sindicato pensó, al principio sólo para sí mismo, en un modo de librarse de Harry sin por ello hacerse objeto de críticas: podían librarse fácilmente de él y dar como excusa que había defraudado en los vales de gastos; o cualquier otro motivo. De hecho, podían contar lo que quisieran a los demás dirigentes y nadie se fijaría en si lo hacían justo antes de que la empresa aceptara firmar el nuevo convenio. Nadie echaría de menos a Harry.
Debatieron unas cuantas ideas, evaluaron todas las posibilidades y decidieron que lo mejor que podían hacer era mantener su posición actual: Harry era un hombre válido y conservaría su puesto de trabajo. Harry estaba grillado, pero eso era precisamente lo que le hacía tan valioso. Siempre iba más allá de los límites del convenio en lo que se refería al trabajo, pero esto, a su modo, contribuía a evitar que la empresa tratara de hacer lo mismo. Harry obligaba a la empresa a luchar con tal dureza y a perder tanto tiempo para lograr lo que les correspondía de acuerdo con el convenio, que no tenían tiempo de sobrepasar las limitaciones que establecía el convenio. Reconocían que Harry era el mejor instrumento de diversión que tenían. Y además, esto hacía que a los representantes les resultase más fácil tratar con la empresa. Aunque la mayoría de los representantes de la empresa, si no todos, detestaban al sindicato, gran parte de su odio era cuestión personal y se dirigía contra Harry, de modo que a los representantes sindicales les resultaba mucho más fácil hablar con ellos y, en circunstancias normales, tratar con ellos. Harry, además de todas las demás funciones que desempeñaba, era una de sus piedras de toque. No volverían a encontrar a otro obrero para la Sección 392 tan bien dispuesto y tan capaz como Harry Black. Era irreemplazable.
Pero, claro, la auténtica razón por la que no podían permitir que despidieran a Harry era que si lo hacían sería conceder un punto, por poco importante que fuera, a la empresa; y, lo más importante de todo, porque si concedían a la empresa el privilegio y la autoridad de despedir a alguien, perderían un derecho que sólo a ellos les pertenecía; y si lo permitían, aunque sólo fuera una vez, podrían verse forzados a permitirlo más veces. Y aunque estaban seguros de que la empresa no volvería a tratar de ejercer este derecho, no podían permitir que lo ejerciera ni una sola vez. Podrían hacerse ideas falsas sobre ellos. Ya hacía tiempo que habían tratado de quitarles su sección (un intento que fue fácilmente impedido al precio de varios muertos), y si permitían aquello, seguro que habría alguien que pensara que eran demasiado débiles para conservarla ahora. No creían, de hecho, que nadie se la fuera a quitar, pero no querían verse obligados a perder tiempo y dinero en conservar lo que era suyo, en especial ahora que tenían, además de muchas otras cosas, funcionando a su favor el fondo de ayuda social. Todos ellos habían pedido préstamos a largo plazo basados en una parte de los fondos de ese plan, y tener los libros al día exigía tiempo y atención, y encima cuando hay problemas las cosas siempre se escapan un poco y hay investigaciones y entonces se pierde más tiempo y más dinero.
Consideraron todas estas cosas fumando y bebiendo, y ahora que la empresa, obviamente, no iba a oponerse al hecho de que fueran ellos quienes siguieran administrando el fondo, no merecía la pena preocuparse. Las presiones seguían aumentando, pero en la empresa debían de ser mayores, dado que era ella quien había hecho la oferta. Y ahora tenían algo con lo que disminuir un poco las presiones, al menos durante cierto tiempo. El sábado siguiente, antes de que a los hombres les dieran el paquete de comida, les dirían que esos ladrones, que esos hijoputas, estaban dispuestos a ceder en algunos puntos si les dejaban despedir a algunos hombres. Y, claro, se lo recordarían todos los sábados, y eso bastaría para que dirigieran su odio de modo activo contra la empresa. Losrepresentantes sindicales se miraron entre sí. Ninguno tenía nada que añadir. Estaban de acuerdo en que su plan era el más adecuado para la situación actual. No necesitaban decir nada más. No renunciarían a su fuerza.
Los chicos de El Griego seguían viniendo casi todas las noches después de que se hubieran ido los de los piquetes y se sentaban con Harry bebiendo cerveza y, si les apetecía, encargaban comida. Harry apuntaba el total en su nota de gastos. Harry les soltaba su rollo de costumbre sobre la huelga y, como de costumbre, los chicos le ignoraban y ponían la radio y bebían y, como de costumbre, Harry proseguía su relato.
Durante la semana, cuando Harry no iba al Mary’s, cerraba la oficina con llave después de que se hubieran marchado los chicos e iba a casa. Mary y él sólo habían cruzado unas pocas palabras después de la mañana del puñetazo. Ella había estado unos días fuera con el niño después de eso —Harry ni se dio cuenta de que se había ido—, pero todavía era peor estar con sus padres, conque al cabo de unos pocos días volvió a donde por lo menos podía ver la TV. Harry se metía directamente en la cama y se quedaba tumbado de lado, pensativo, sin fijarse en Mary cuando ésta se acostaba. Pensaba pocas veces en ella, a no ser cuando dejaba algo de dinero en la mesa para que comprase comida. Se quedaba tumbado pensando, y no sólo en todos sus amigos del Mary’s, sino que esperaba, como tantas veces, conocer a alguien mañana por la noche que no sólo le pidiera que fuera a su casa aquella noche, sino todas las noches; esperando conocer a alguien que quisiera vivir con él para hacer el amor todas las noches o quedarse sentados cogidos de la mano y notar su blandura y suavidad en los brazos… no una asquerosa mujer rompecojones.
El sábado, el presidente habló a los hombres antes de que repartieran los paquetes. Los hombres, durante los últimos meses, se quedaban a los lados del local cerca de las puertas donde les entregaban los paquetes, y la mitad del local estaba vacío mientras se empujaban unos a otros para conservar su puesto cerca de las puertas; y de semana en semana aumentaban los empujones y los gritos. Los dirigentes trataban de que los hombres se sentasen, pero éstos se negaban a abandonar su puesto cerca de las puertas y así más de mil hombres se empujaban y discutían mientras hablaba el presidente.
Compañeros… Compañeros, ¡estamos ganando! ¡Están empezando a VENIRSE ABAJO! Los hombres se tranquilizaron un poco y la mayoría miró al presidente. Ha pasado mucho tiempo —y bien sabe dios que hemos sufrido con vosotros— pero se acerca el final. Todavía no han cedido del todo, pero sólo es cuestión de tiempo. Han aceptado la mayor parte de nuestras exigencias y no tardarán en aceptar las demás. Los hombres empezaron a moverse inquietos al oír otra vez las mismas palabras y el ruido aumentó. El presidente alzó los brazos y gritó con más fuerza. Hubiéramos podido terminar con la huelga esta misma semana, pero no lo hemos hecho. ¿Queréis saber por qué? Los hombres volvieron a tranquilizarse y miraron. ¿Porque nos gusta hablar con esos hijoputas? ¿Porque nos gusta discutir con hombres que tratan de quitarles el pan de la boca a nuestras familias? ¿¿¿Porque nos gusta trabajar dieciséis y dieciocho horas diarias??? ¡NO! Voy a deciros por qué. Porque quieren tener el derecho de despedir a quien les dé la gana, por eso. Si se levantan con el pie izquierdo y deciden que no les gusta la pinta de alguien, quieren poder ponerle en la calle de inmediato. Sin ninguna explicación. Le dan una patada en el culo y que su familia se muera de hambre. Por eso pelean con tanta fuerza esos hijoputas; por eso llevamos tanto tiempo discutiendo. Los hombres estaban en silencio, quietos. Más de mil hombres se amontonaron cerca de las puertas mirando al que hablaba. Desde que iniciamos las negociaciones con ellos han tratado de comprarnos más de una vez de uno u otro modo para que les dejásemos que despidieran a quienes les apetezca. ¿Y sabéis lo que les dijimos? ¿Sabéis lo que les dijimos cuando intentaron jodernos? Voy a deciros lo que les dijimos. Nos pusimos de pie y miramos a esos hijoputas a los ojos y les dijimos en plena cara: ¡QUE OS DEN POR EL CULO! La claque gritó demostrando su aprobación —eso fue lo que les dijimos— y casi todos se les unieron gritando y silbando. Eso fue lo que los dirigentes electos de vuestro sindicato les dijeron antes de marcharse —más gritos y pateos— y nos fuimos y los dejamos allí plantados. Y podéis apostar lo que queráis a que esos hijoputas saben que en este sindicato la unión es absoluta —casi todos los hombres gritaron y silbaron—, y los veremos muertos y enterrados y mearemos encima de sus tumbas antes de permitir que pongan en la calle a uno de nuestros compañeros —los hombres siguieron gritando y el presidente se acercó al borde del estrado y gritó con más fuerza en los intervalos de silencio—. Hemos hecho saber a esos cabrones que lo único que queremos es un sueldo justo por un trabajo justo…, que no queremos limosnas, que queremos trabajar para ganarnos el salario, pero tened por seguro que no vamos a dejar que se aprovechen de nuestro sudor. Nos matamos trabajando mientras ellos están sentados con sus culos tan gordos en sillones mullidos y en despachos con aire acondicionado contando el dinero que ganan con nuestro trabajo. ¿Y sabéis lo que dicen? Dicen que para vosotros el salario medio debe ser de ocho mil dólares al año más otros mil dólares de beneficios. Dicen que eso es bastante. Dicen que no pueden pagar más sin despedir a quienes les apetezca. ¿Sabéis lo que les dijimos? Les dijimos que nos dieran todo lo que les queda después de cobrar los cincuenta mil dólares anuales que ganan ellos y se callaron como muertos —los hombres gritaron tan fuerte que tuvo que dejar de hablar durante un momento—, eso fue loque les dijimos. Quedó allí, con la cabeza baja, luego la fue levantando poco a poco y murmuró como dirigiéndose a cada hombre en particular, camaradas, os digo que pase lo que pase, aunque eso me costase la vida, no os debéis preocupar de si vais a tener trabajo mañana o el día siguiente o el otro —y hablaba despacio como si cada palabra saliera con gran esfuerzo de su cuerpo cansado y débil—, os lo digo ahora y os garantizo que cuando firmemos un convenio podréis ir del trabajo a casa todas las noches sabiendo que tenéis un trabajo esperándoos al día siguiente. No habrá más noches de insomnio, ni más tripas vacías. Se echó hacia atrás y se sentó con el resto de los representantes sindicales, con la cabeza baja. Los hombres gritaron, se daban palmadas unos a otros y reían y se pusieron en fila para recibir el paquete de comida. No tendrían problemas durante unas cuantas semanas.
El lunes siguiente la moral de los hombres todavía era alta. No era la atmósfera de fiesta campestre de los primeros días de la huelga cuando se gastaban bromas, jugaban al fútbol, limpiaban y sacaban brillo a sus coches; pero el abatimiento y la desesperanza de los meses anteriores habían desaparecido, al menos temporalmente. Ahora, como cuando el incidente de los camiones, contaban con un motivo tangible para odiar a los patronos y eso les permitía ignorar la realidad de la huelga, que no tenían dinero, que llevaban seis meses sin trabajar y seguían sin saber cuánto más duraría la huelga; las discusiones diarias con sus mujeres, y que debían apretarse el cinturón para pagar la casa y las letras del coche y, en algunos casos, haberse tenido que quedar sin coche. Ahora su odio y su cólera ya no estaban dispersos contra todos y todo lo que les rodeaba, sino que se dirigían contra la empresa y los hombres que trataban de romper su unidad. Incluso tenían un aspecto animado cuando se dirigían a formar los piquetes y había un punto de optimismo en sus voces cuando hablaban entre ellos; y de vez en cuando se reían.
Harry se paseaba entre los hombres, dándoles palmaditas en la espalda y diciéndoles vamos a poderles a esos rompecojones. Se enterarán de que no nos pueden joder, y sonreía y sellaba carnets.
Con sólo recordárselo brevemente, el sábado siguiente los hombres seguían animados, pero las sonrisas pronto se volvieron a borrar convirtiéndose en rictus y los rictus también se borraron y sólo quedaron rostros inexpresivos y aunque el presidente soltó un exuberante y sonoro discurso antes de entregarles los paquetes de comida y les dijo del modo más paternal que pudo que el Día de Acción de Gracias por la mañana cada uno recibiría, además de su paquete habitual de alimentos, un pavo de dos kilos —la claque aplaudió—, se pusieron en fila, empezaron a andar y a hablar con idéntica tristeza y desesperanza que varias semanas atrás. Y luego fue el Día de Acción de Gracias. Por lo menos hoy sus mujeres estarían en casa cocinando.
Aquella noche Harry fue a un baile de travestidos. Había cientos de maricas vestidos de mujer. Algunos habían alquilado pelucas muy caras, joyas y estolas de piel. Paseaban por el amplio salón saludándose unas a otras, abrazándose unas a otras, admirándose unas a otras, sonriendo desdeñosamente cuando pasaba una loca enemiga. Oh, fíjate los harapos que lleva. Ni que fuera una puta del Bowery. Mira, vamos a ser sinceras, no es la ropa que lleva. Estaría igual de espantosa con un modelo de Dior, y miraban despreciativas y seguían paseando.
También había otros cientos que no iban vestidos de mujer: algunos eran maricas que paseaban con los otros, pero la mayoría eran chulos, cabritos y bisexuales. Se sentaban alrededor de la pista de baile en sillas plegables o se apoyaban en la pared, apenas visibles en las sombras de la pista escasamente iluminada, guiñando el ojo y sonriendo a las locas. Toda la sala estaba iluminada por cuatro proyectores de tamaño mediano, uno en cada esquina, y la luz se filtraba a través de discos multicolores de modo que los haces de luces de colores se deslizaban por el techo y las paredes, caían al suelo y se deslizaban por él o a lo largo de una pierna o una espalda para volver luego a la esquina. Las locas que estaban de pie o paseaban eran iluminadas continuamente por los haces de colores y sus brazos desnudos y brillantes quedaban salpicados de verde, rojo, púrpura, violeta, amarillo o combinaciones de esos colores, y su carne quedaba cubierta de puntos pardos o azulados con varias elipses de diversos colores; o una mejilla que estaba maquillada de rosa o blanco de pronto quedaba moteada por una mancha gangrenosa mientras el resto de la cara quedaba sombreada de amarillo y violeta, y luego la mejilla se ponía púrpura, y luego roja; y de vez en cuando una luz recorría las caras de los que estaban apoyados en las paredes de la gran sala de baile, y un ojo muy abierto o unos labios verdes muy húmedos resultaban visibles durante un momento entre las sombras; las luces recorrían la pared, pasaban sobre las caras, luego seguían por el suelo hasta su rincón y volvían a iniciar el mismo recorrido. Algunas de las sombras hablaban, otras hasta reían, pero la mayoría estaban sentadas quietas y silenciosas, un poco echadas hacia adelante para seguir el movimiento de las luces y las locas. De vez en cuando aparecía una llama cuando alguien encendía un pitillo y un rostro naranja se echaba hacia adelante y luego resultaba invisible otra vez durante unos segundos antes de volver a surgir poco a poco de las sombras mirando nuevamente a las locas y a las luces en movimiento.
Harry se detuvo a la entrada de la gran sala de baile mirando a su alrededor, después se hizo a un lado y se apoyó en la pared tratando de reconocer a sus amigos. Sabía que casi todos los que iban al Mary’s estarían allí, pero con los disfraces no los conseguía reconocer. Cuando sus ojos seacostumbraron a la luz miró más atentamente a las locas de la pista. Estaba sorprendido, aunque sabía que eran hombres, de que parecieran mujeres de verdad. Mujeres muy guapas. En toda su vida jamás había visto a mujeres tan guapas y femeninas como aquellas locas que se movían por la pista. Sin embargo, cuando se le pasó la sorpresa, se sintió un poco decepcionado y miró a los maricas que no iban disfrazados. Localizó a unos cuantos conocidos y se dirigió a ellos. Al principio se sintió incómodo por tener que dejar la zona en sombras de la sala y atravesar la pista con las luces iluminándole, pero cuando se detuvo y empezó a hablar con sus amigos le apeteció que las luces fueran todavía más brillantes. De vez en cuando, algunos de sus amigos, que se habían disfrazado, se les unían, y aunque Harry seguía sorprendido de que estuvieran tan guapas, deseaba que se marchasen.
Más tarde una pequeña orquesta tocó música de baile y las parejas se deslizaron, tropezando y dando vueltas por la pista. De vez en cuando una pareja se quedaba casi inmóvil, cada uno abrazado al otro, besándose, y una loca malvada que bailaba cerca les daba un golpecito en el hombro y les decía que se lo tomaran con calma. Ten cuidado, guapa, podría ponérsete dura y destrozarías ese vestido tan mono, y se reía y se alejaba bailando; y la gente iba y venía de la barra y otros se quedaban en la escalera bebiendo de una botella; y algunas parejas subían y bajaban la escalera buscando un rincón oscuro y la orquesta tocó un charlestón y las locas y sus cabritos y novios se pusieron a dar saltos y unas cuantas locas se subieron la falda, dando grititos, cada una tratando de levantar la pierna más que las demás, y los haces luminosos les pasaban por las piernas y los genitales; y no quedaba nadie contra las paredes o en los rincones excepto las parejas que se besaban; y Harry salió y compró un par de botellas de ginebra y él y sus amigos maricas que no iban disfrazados hicieron frecuentes viajes al vestíbulo y Harry miró por primera vez en toda la tarde a las locas, pero cuando terminó el charlestón volvió a ignorar a las parejas de la pista de la gran sala de baile.
Ahora todas las locas estaban bastante pasadas de ginebra y anfetas y la pista era un caos de risitas de locas que se movían vertiginosamente seguidas de cerca por las sombras envidiosas que las rodeaban. A lo largo de la noche las locas se acercaban sin parar a Harry y a sus amigos y hablaban con ellos y muchas le decían a Harry si bailaba o salían a dar una vuelta y él siempre decía que no y cuando se iban se volvía a hablar con Regina, un marica al que había visto en el Mary’s muchas veces, pero con el que, por algún motivo, nunca había ido a casa ni se le había ocurrido hacerlo; y pronto estuvo pegado a Regina, hablando, bebiendo, fumando o simplemente permaneciendo a su lado, y siempre que ella se alejaba un poco, Harry iba detrás. Regina llevaba un pantalón muy ajustado y una camisa sport y el torbellino de faldas de la sala parecía empujar a Harry a su lado. Después de que terminara el charlestón Harry la abrazó y ella sonrió y le besó. Harry sonrió y le acarició la nuca y salieron al vestíbulo con los demás, terminaron la ginebra que quedaba, charlaron un rato con sus amigos y cuando los otros volvieron a la pista, se fueron y Harry llevó a Regina a casa.
Las semanas que siguieron al Día de Acción de Gracias fueron encantadoras y muy excitantes para Harry. Veía con frecuencia a Regina y aunque pensaba, cuando lo hacía, que hubiera preferido estar con Alberta u otro de los maricas con los que había hecho el amor, le gustaba estar con ella, hacer el amor con ella y llamarla por teléfono para citarse en el Mary’s. Era un poco diferente de las demás y su actitud hacia Harry no era como la de las demás. No se ponía nerviosa por estar con él. No dudaba de lo que quería hacer Harry. Se parecía más a Ginger cuando bailó en la oficina con él y casi le rompió la mano. Y a Harry le gustaba mucho ir al Mary’s y dirigirse a las mesas del fondo sabiendo que había alguien que esperaba específicamente por él. Todavía se quedaba un rato en la oficina después de las cinco tomando cerveza con los chicos de El Griego, pero se iba en cuanto lo hacían ellos y cogía un taxi para ir al centro. Salía con Regina con más frecuencia de lo que había salido con ninguna de las otras y de vez en cuando le compraba una camisa o algo que ella le hubiera pedido. Y de ese modo añadía unos cuantos dólares más a su nota de gastos.
Para los demás huelguistas las semanas que siguieron al Día de Acción de Gracias supusieron el comienzo del invierno. Había días de fina lluvia glacial en que los hombres tenían tanto frío después de formar los piquetes, debido al tiempo y a su abatimiento, que el café, por muy caliente que estuviera, no les calentaba ni revivía lo suficiente como para que dejaran de tiritar. Se limitaban a formar los piquetes o a esperar en la oficina, y sólo muy pocos se molestaban en cagarse en el tiempo y si lo hacían era entre dientes. Y todos los sábados se ponían en cola, después de que uno de los dirigentes les hubiera tranquilizado, y recogían su paquete de diez dólares de alimentos sin demostrar el más mínimo interés por lo tratado en la última reunión de los comités negociadores, o por el hecho de que todos los sindicatos del país estuvieran mandándoles dinero todas las semanas para que pudieran proporcionar a sus hombres el mínimo para sobrevivir.
A Harry le gustaba muchísimo estar sentado en la parte de atrás del Mary’s con el brazo sobre los hombros de Regina, mientras saludaba a sus amigos, pagaba rondas, invitaba a la gente a su mesa; una noche hasta saludó con la mano a Ginger, que entraba en el bar, e hizo que estuviera sentada a su mesa hasta que él se marchó con Regina. Otra noche Harry llevó a Regina a casa y a primerísima hora de la mañana siguiente le despertó, muy lentamente, algo que le hacía cosquillas en la cara. Abrió los ojos y Regina estaba arrodillada a su lado frotando la polla contra su boca. Abrió los ojos estupefacto, luego se sentó. ¿Qué cojones estás haciendo?, dijo, y fue incapaz de mirarle a los ojos durante más de un segundo. Miraba la polla de Regina y la mano que la sujetaba, con las uñas muy bien cuidadas y pintadas. Regina se rió y luego Harry también se rió y se dejaron caer en la cama sin parar de reír hasta que finalmente Regina le besó.
El día de Nochebuena los obreros acudieron al sindicato a por sus paquetes de alimentos. El local tenía adornos y sobre el estrado había un gran cartel que iba de pared a pared: FELICES PASCUAS Y PROSPERO AÑO NUEVO. Se oían discos de villancicos y los dirigentes desearon a cada hombre, individualmente, unas felices pascuas. Cada hombre recibió un paquete adicional de cinco dólares de alimentos, otro pavo de dos kilos y una caja de bombones.
En la primera reunión después de navidades se acordó el fin de la huelga. La empresa había firmado nuevos contratos con el gobierno y el trabajo debía empezar a mediados de enero, así que Harrington se vio obligado a aceptar que terminase la huelga. Estaba seguro de que si la huelga se hubiera prolongado un mes más habría podido librarse de Harry Black, pero el consejo de administración le informó que la fábrica debía estar a pleno rendimiento hacia mediados de enero, así que llegaron a un acuerdo.
Aunque los dirigentes sindicales habían sacado miles de dólares del fondo para la huelga y todos los días seguía llegando dinero de los sindicatos de todo el país, la suma no era tan alta como la que manejarían del fondo de ayudas sociales, y el acuerdo alcanzado era satisfactorio. Y además, al cabo de tantos años de no dar golpe, el esfuerzo de tener que trabajar unas cuantas horas algunos días durante la huelga, les había agotado y tenían prisa de que terminase la huelga para poder descansar. Y, claro, el fondo de ayudas sociales había aumentado y su administración seguía bajo su control.
El 29 de diciembre, a la una y media del mediodía, los hombres se reunieron una vez más en la oficina y aunque sabían que la huelga había terminado se amontonaron al lado de las puertas mientras el presidente les daba la noticia. Bien, compañeros, esto se ha terminado. Han aceptado nuestras propuestas en un cien por cien. La claque soltó vivas. Algunos se les unieron. Ha sido una lucha muy larga pero les hemos demostrado lo que se puede conseguir con un sindicato unido. Unos cuantos vivas más. El presidente de la Sección 392 contó lo mucho que habían tenido que trabajar él y el resto de los negociadores; les recordó lo hijoputas que eran los de la empresa; expresó su agradecimiento y el de todos los hombres por el trabajo hecho por el compañero Harry; y les dijo que todo el mérito era suyo, de los obreros del sindicato, el corazón de la organización, que formaron los piquetes con lluvia y con sol, que habían donado su tiempo y su sangre para que el sindicato pudiera vencer y conseguir un convenio decente. Luego les habló del convenio y de los complementos que se añadían al plan de ayuda social y de cómo tenían sus contratos seguros; evitando contarles que debían pagar diez dólares al mes durante todo el año próximo —casi la mitad del aumento de sueldo— para rehacer el fondo que la huelga había dejado esquilmado. Cuando terminó pidió que se votara el nuevo convenio, anunció que los síes habían ganado y de ese modo quedó ratificado el convenio. La claque gritaba y aplaudía. Se les unieron unos cuantos. Empezarían a trabajar al día siguiente. Cuando salían con los dirigentes mezclados entre ellos, dándose palmadas y sonriendo, se oía un disco de «esto sólo es un hasta pronto».
Cuando terminó la reunión Harry llamó a Regina, luego saltó a un taxi y fue a su casa. Cuando pagaba al taxista y empezaba a subir la escalera se dio cuenta de que ya no podría seguir cogiendo taxis para ir y venir, que ya no podría seguir gastando el dinero como había venido haciendo durante la huelga. Ya no estaba en la nómina del sindicato ni tenía cuenta de gastos. Comprendió que no le quedaría casi nada después de pagar el alquiler y darle a Mary unos cuantos dólares para comida. Regina abrió la puerta y Harry entró. ¿Sabes?, me has despertado de un sueño sencillamente delicioso. No sé por qué me tenias que haber llamado tan temprano. Vengo de una reunión. La huelga ha terminado. Oh, tú y tu huelga. Voy a ducharme, vestirme y arreglarme un poco la cara, y luego podemos ir al Mary’s a tomar unas copas y después podrías llevarme a cenar y puede que al cine si me encuentro con ánimos. Yo…, yo…, verás, Regina, no sé si podremos ir al Mary’s. Regina se metió rápidamente en el cuarto de baño. De pronto se oyó salpicar el agua. A lo mejor podríamos quedarnos aquí. No oigo ni una palabra de lo que estás diciendo. —Harry seguía de pie en mitad del cuarto—. Digo que a lo mejor podríamos comer aquí. —Regina cantaba—. Harry dejó de hablar pero siguió de pie en el centro del cuarto. Veinte minutos después Regina cerró el grifo, abrió la puerta del cuarto de baño y se puso a peinarse. Estás muy guapa, Regina. Ella siguió peinándose. Tarareaba y de vez en cuando cantaba una estrofa o dos. Sé amable y tráeme el cepillo del dormitorio. Harry dejó el sitio donde estaba, cogió el cepillo, se dirigió a la puerta del cuarto de baño y le dio el cepillo a Regina. Ésta lo cogió y siguió peinándose. Harry se quedó en la puerta mirando. Oh, Harry, por el amor de dios, no te quedes ahí. Venga. Quítate de en medio. Harry se sentó en el sofá, el sofá donde tantas veces había estado sentado con ella. ¿Sabes qué? Puedes llevarme al Stewarts a tomar marisco. Adoro ese sitio y tienen una langostay unas gambas divinas. Fue al dormitorio y Harry se levantó y la siguió. No tengo bastante dinero para ir al Stewarts. ¿Qué es eso de que no tienes bastante dinero? Vete a por él. Y, por favor, no andes a mi alrededor en ese plan. Me pones nerviosa. Harry se sentó en la cama. Ya no volveré a tenerlo nunca. Sólo me quedan unos pocos dólares. Oh, no seas idiota, Harry. Claro que podrás conseguir más. Vete a buscarme el pañuelo al cuarto de baño. Harry se lo trajo. Se quedó detrás de ella un momento, luego la agarró y se puso a besarle el cuello. Regina se retorció y le apartó de ella. No hagas el tonto. ¿Cómo nos vamos a quedar aquí toda la tarde? Iré a comprar unas cervezas. Pero, ¿de qué estás hablando? Tenemos que salir. ¿Y por qué no nos quedamos aquí? Oh, Harry, a veces eres excesivo. No tengo la más mínima intención de quedarme aquí ni esta noche ni ninguna noche. Y ahora, por favor, déjame en paz. Pero es que no tengo bastante dinero para que salgamos por ahí y me apetece quedarme aquí y podríamos tomar unas cervezas y nadie nos molestará y además no tengo hambre y de todos modos podríamos tomar unos emparedados y… ¡Por el amor de dios! ¿quieres dejar de hablar como un niño pequeño? Esta noche voy a salir. Si tienes dinero me encontrarás en el Mary’s, y si no, no me sigas dando la lata. Y ahora déjame vestirme. Pero no tienes ninguna necesidad de… Y Regina le empujó hacia la puerta. De verdad, Harry. Me estás poniendo histérica. Abrió la puerta y le empujó al descansillo. La puerta se cerró de un portazo. Harry se quedó allí bastante rato, notando que algo se le estaba hinchando detrás de los ojos. ¿Desde cuándo no había sentido aquello? Casi era una sensación nueva y, sin embargo, Harry sabía que no lo era. Luego dejó el edificio y cogió el metro para ir al Mary’s.
Se paró un momento junto a la puerta mirando alrededor, luego se dirigió al fondo y se sentó a una mesa. Los que ya estaban sentados a la mesa le hablaban de vez en cuando pero Harry se limitaba a asentir o a gruñir cualquier cosa. Pidió una copa y cuando los otros le preguntaron si les iba a invitar les dijo que no tenía dinero. Le gastaron bromas, pero cuando comprendieron que hablaba en serio le ignoraron y Harry se quedó sentado acariciando el vaso y mirando hacia la puerta. Todavía tenía unos cuantos cubitos de hielo medio deshechos en el vaso cuando por fin llegó Regina. Se sentó y charló con las chicas unos minutos, antes de preguntarle a Harry si iba a llevarla al Stewarts. Harry murmuró algo y balbuceó y Regina volvió la cabeza con aire desdeñoso y le dijo que lo olvidara. Ya conseguiría a otro que la llevara. ¿Por qué no tomas una copa y hablamos?, y acariciaba su vaso con la yema del dedo. Hay una mesa vacía al fondo. Podríamos estar solos y hablar. ¿Y de qué vamos a hablar? ¿De altas finanzas?, y tenía un aire desdeñoso al mirar a Harry; luego miró a las demás chicas, que se rieron. Ven, Regina. Oh, la verdad es que… Y se levantó y se encogió de hombros varias veces antes de dirigirse a la cabina telefónica. Cuando volvió miró a Harry. ¿Todavía sigues aquí? ¿Cuánto rato piensas quedarte ahí sentado acariciando ese vaso? Sabes que es una costumbre espantosa de verdad. Harry levantó la vista hacia ella, luego bajó la cabeza mientras apretaba el vaso con más fuerza. Harry se quedó en la mesa mirando a Regina de vez en cuando, pero Regina y las otras le ignoraron por completo y continuaron hablando entre ellas hasta que Regina se levantó y se ajustó la ropa, mi cabrito acaba de llegar. Estoy segura de que me perdonaréis, chicas, y se dirigió a la barra. Los maricas se rieron y Harry estuvo mirando a Regina hasta que se fue con el tipo. Harry se quedó mirando su vaso durante muchos minutos y luego salió y volvió a Brooklyn en metro. Hacía tiempo que no subía al metro y le pareció excepcionalmente frío y sofocante y cada movimiento y cada traqueteo parecían dirigidos contra su comodidad y tuvo que hacer esfuerzos para mantenerse en el asiento y no estrellarse contra el techo o caer al suelo o salir despedido contra el asiento de enfrente. Cuando salió del metro cogió un taxi para recorrer las dos manzanas que había hasta el bar situado junto a la oficina de la huelga y lo lamentó cuando tuvo que pagar al taxista, mientras dudaba si darle propina o no, dándole por fin cinco centavos. Se sentó en la barra y pensó durante una hora en los treinta y cinco centavos que había gastado en el taxi. Lo que había pasado, pasó con demasiada rapidez. No conseguía entenderlo. Pero parecía que las cosas otra vez le venían mal dadas. Podría haber llevado a Regina al Stewarts. Todavía tenía algo de dinero. Lo hubieran pasado bien. Miró la cartera. Un par de dólares. Mierda. Una hora después llamó a Regina. El teléfono sonó y sonó y por fin colgó y volvió a la barra. Una hora después o así volvió a llamar. Diga. ¿Regina?, soy Harry. ¿Nos vemos mañana por la tarde?, podríamos ir a Stewarts si te apetece. ¿De verdad, Harry? Podremos ir adonde quieras. Oh, no me des la lata. Estoy muy ocupada. Regina colgó y Harry miró el auricular. ¿Regina? ¿Regina?
Dejó caer el auricular y salió del bar y se dirigió dando tumbos a casa. Mary estaba acostada y él se quedó de pie mirándola. Poco a poco empezó a inclinarse sobre la cama. Una de las manos de Mary mantenía la ropa sujeta alrededor de su cuello. Tenía el pelo extendido sobre la almohada. Hijaputa, cabrona. —Mary se agitó y luego se quedó tumbada de espaldas y abrió los ojos—. Sí, eres una puta, y la cogió del brazo, retorciéndoselo y obligándola a que se sentara en la cama, jodida puta. ¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto loco o qué?, y trataba de soltar el brazo. Sí, me he vuelto loco, loco de que me andes tocando los cojones —el niño despertó y se puso a llorar—. Como no me sueltes te mato. Te digo queme sueltes, borracho asqueroso. ¿Conque borracho asqueroso, eh? Te vas a enterar, y le retorcía el brazo dándole bofetadas. ¿Asqueroso borracho, eh? Te vas a enterar, y le retorcía el brazo y le daba meneos y bofetadas. HIJOPUTA DE MIERDA. TE VOY A MATAR. NO SIGAS PEGÁNDOME, y le clavó las uñas en la mano. PUTA ASQUEROSA. SI NO FUERA POR TI TODO SERIA DISTINTO. TODO ES CULPA TUYA. Mary le mordió la mano y él le soltó el brazo y se sacudió la mano gritando. El niño se golpeó contra el borde de la cuna sin dejar de llorar. Harry fue al cuarto de baño y Mary se quedó sentada en la cama gritando e insultándole; luego se dejó caer y metió la cabeza debajo de la almohada para no oír llorar al niño. Harry puso la mano debajo del grifo, luego se sentó a la mesa de la cocina, apoyó la cabeza en los brazos y, sin dejar de murmurar, pronto se quedó dormido. Al cabo de un rato el niño, agotado, se durmió, sin dejar de gemir.
Los hombres se sentían raros el primer día de trabajo. Había sido una huelga tan larga que casi se perdieron tratando de encontrar las máquinas que les correspondían. El primer día de huelga había sido un día cálido de primavera y los hombres se habían gastado bromas, habían lavado sus coches, tomado cerveza… Ahora había nieve en el suelo y era un nuevo año. Hacía meses que ya ni se sentían capaces de esperar. Los directivos y los capataces dieron prisa distribuyendo el trabajo, poniéndolo en marcha, proporcionando las herramientas adecuadas; y los obreros estaban junto a sus máquinas, esperando que les llevaran lo necesario para empezar el trabajo; luego trabajaron sin entusiasmo, deteniéndose de vez en cuando al darse cuenta de que trabajaban de nuevo.
Harry estuvo junto a su máquina sin hacer casi nada, contemplando a los hombres que corrían de un torno a otro, de una planta a otra, observando a Wilson, pensando en Harrington, oyendo el ruido de la maquinaria, enervado por la pieza que tenía en su torno y por los sonidos de siempre. El capataz le preparó el trabajo y puso el torno en marcha. Harry miraba la fina espiral de metal que salía de la pieza. Miraba la jodida pieza que daba vueltas. Pensó que podría echar una ojeada por allí, hacer una de sus rondas, pero no tenía ganas de moverse. Cuando terminó con la pieza no volvió a preparar la máquina, y se quedó allí quieto hasta que el capataz se acercó y le volvió a preparar la máquina y se alejó. Por fin, Harry también se alejó del torno. No paró el motor ni le dijo a nadie que se iba. Sólo se volvió, dio un paso y luego siguió andando.
Pasó toda la tarde en el bar bebiendo whisky; llamó a Regina unas cuantas veces más, pero o no contestó o colgó nada más oír su voz. Podría haber ido al centro. Eran todos unos hijoputas de mierda.
Salió del bar poco después de las ocho. Andaba apoyándose en la pared, incapaz de mantenerse en pie y resbalando en el suelo helado. Se apoyó en el escaparate del almacén vacío que habían usado como oficina de la huelga. Encendió unas cuantas cerillas para ver lo que había dentro, pero no consiguió ver nada. De todos modos, no había nada que ver. Ya había llevado la radio a casa. Otra vez era un almacén vacío con un cartel de se alquila en la puerta.
Se dirigió a la esquina, resbalando varias veces, y por fin tuvo que agarrarse a un farol para mantenerse de pie. Estuvo agarrado al farol unos cuantos minutos recuperando la respiración. Un niño de unos diez años, que vivía en su bloque, se le acercó y empezó a reírse de él. Es usted un borracho, Mr. Black. Harry le tocó la cabeza; luego metió la mano por el cuello de la chaqueta del niño y le acarició la nuca. Estaba muy caliente. Incluso un tanto húmeda. El niño se volvió a reír. Tiene las manos muy frías. Déjeme en paz. Harry sonrió y lo atrajo hacia sí. ¿Adónde vas, Joey? Ahí a la esquina, a ver a los amigos. Ahora la mano de Harry estaba caliente y Joey dejó de hacer muecas. ¿Te apetece un refresco? ¿Me invita? Sí. Estupendo. Siguieron calle Cincuenta y siete arriba, Harry siempre con la mano en el cuello de Joey. Cuando llevaban caminados unos metros Harry se detuvo. Se quedaron inmóviles durante un segundo y luego Harry empezó a dirigirse hacia un solar. ¿Adónde vamos? Ahí mismo. Ven, quiero enseñarte algo. ¿Qué me quiere enseñar? Ven. Cruzaron el descampado y fueron hasta el cartel de un anuncio muy grande. ¿Es aquí? Harry se apoyó en el anuncio durante un momento y luego se fue poniendo de rodillas poco a poco. Joey le miraba con las manos en los bolsillos. Harry abrió la bragueta de Joey y le sacó la polla. Pero ¿qué coño está haciendo?, y trataba de echarse hacia atrás. Harry le retuvo agarrándole por las piernas y se metió el pequeño y caliente pene de Joey en la boca, mientras su cabeza iba de un lado a otro empujada por los esfuerzos que hacía Joey tratando de soltarse, pero le agarraba por las piernas y mantenía su pene en la boca y murmuraba: Por favor…, por favor. Joey le daba puñetazos en la cabeza y trataba de pegarle con la rodilla. ¡DÉJEME! ¡DÉJEME, JODIDO MARICÓN! Harry notaba los puñetazos en la cabeza, el suelo frío bajo sus rodillas; notaba las piernas que se debatían y calambres en las manos, que agarraban con fuerza al niño; y notaba el pene caliente en la boca y la saliva que le rodaba por la barbilla; y Joey seguía gritando, debatiéndose y dándole puñetazos hasta que por fin consiguió soltarse y escapó corriendo del solar y se dirigió, sin dejar de gritar, a El Griego. Cuando Joey se soltó, Harry cayó de cara y las lágrimas le corrían por la cara. Trató de levantarse pero cayó de rodillas y luego otra vez de cara, murmurando por favor, por favor. Un minuto después Joey, Vinnie y Sal y los demás chicos de El Griego bajaron corriendo por la Segunda Avenida hasta el solar. Harry casi había conseguido ponerse de pie agarrándose al anuncio cuandollegaron hasta donde estaba. AHÍ LO TENÉIS. ESE ES. EL HIJOPUTA QUISO CHUPÁRMELA. Harry soltó el anuncio y empezaba a extender los brazos cuando Vinnie le pegó en la cara. Jodido maricón de mierda. Otro le pegó también por detrás y Harry cayó al suelo y le dieron patadas y pisotones. Joey se abría paso entre los otros para darle patadas también y Harry apenas se movía, apenas emitía otro sonido que no fuera un gemido. Dos de los chicos le cogieron y le sujetaron los brazos a uno de los soportes del anuncio y se colgaron de sus brazos con todas sus fuerzas hasta que los brazos de Harry estuvieron a punto de romperse y empezaron por turnos a pegarle puñetazos en el estómago y el pecho y la cara hasta que los ojos le sangraron. Luego algunos de los chicos se unieron a los que se colgaban de los brazos y tiraron con fuerza hasta que se oyó un crujido. Luego le retorcieron los brazos a la espalda, haciendo casi un nudo, y cuando lo soltaron Harry siguió colgando del soporte. Luego poco a poco empezó a caer hasta que un brazo se le soltó y quedó basculando como una rama sujeta únicamente por una delgada corteza y el hombro se le alzó hasta alcanzar casi el nivel de la cabeza y los chicos miraron a Harry Black, que caía lentamente del anuncio con los brazos columpiándosele adelante y atrás hasta que la chaqueta quedó agarrada en un saliente del soporte y el otro brazo seguía balanceándose y allí quedó colgado, empalado, y los chicos le dieron patadas y le pegaron sin piedad hasta que el soporte cedió y Harry cayó al suelo.
Harry permaneció inmóvil; sollozaba. Lloró y luego soltó un prolongado AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA que quedó ahogado cuando la cabeza se le hundió en el barro del solar.
Trató de levantar la cabeza pero no pudo. Sólo consiguió girarla levemente para apoyar la mejilla. Al cabo de un momento fue capaz de abrir un poco los ojos, pero le cegaba la sangre. Volvió a gritar. Oía un ruido muy potente dentro de la cabeza: DIOS MIO, DIOS MIO
gritó, pero de su boca no salió ningún sonido. A sus labios sólo llegó un débil gorgoteo. DIOS MIO, DIOS MIO
QUISO CHUPARME LA POLLA
La luna ni se fijó en Harry, que yacía a los pies del cartel, ni le ignoró, sino que continuó inalterable su viaje. Los chicos se lavaron en El Griego, se secaron las manos con papel higiénico y se rieron tirándose unos a otros bolas húmedas de papel. Era la primera vez que se habían divertido desde que volaron los camiones. El primer follón divertido de verdad desde aquella vez que le pegaron al sorchi. Se repantigaron en la barra y en las mesas y pidieron café.
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