Van Gogh |
Vincent van Gogh pintaba sin parar, comía tan mal como para estar desnutrido, fumaba mucho y dormía poco, y sufrió episodios de psicosis derivados del delirium tremens, la fase aguda del síndrome de abstinencia del alcohol. Ocurrió después de cortarse la oreja izquierda y ser ingresado en un sanatorio, donde no podía beber. El frenesí en que estaba inmerso ha dejado un famoso legado artístico, que le costó, literalmente, la vida, en 1890. Una nueva investigación sobre su estado mental, efectuada por un equipo de psiquiatras y neurólogos de los Países Bajos, señala que además de los brotes psicóticos pudo padecer varios desórdenes con síntomas asociados al trastorno límite de la personalidad y el bipolar. Todo ello exacerbado por su alcoholismo y su pobre alimentación. Publicado en el International Journal of Bipolar Disorders, el estudio se presenta como el más amplio efectuado hasta la fecha e indica que su estado se agravó con momentos de depresión severa de la que no pudo recuperarse, y explicaría su suicidio.
Analizada con la perspectiva del tiempo, la muerte de Van Gogh fue lenta y a la vista de todos, y el amarre vital de la pintura no pudo evitarla. Sin embargo, su aparente desequilibrio —que le llevó a tener buenos amigos entre sus colegas, al tiempo que rompía con violencia su relación artística con el pintor galo Paul Gauguin, en 1888; a pintar sin freno durante días sostenido apenas por la bebida y el café; a confiarse con lucidez y cariño a su hermano, Theo, al que escribió centenares de cartas— escondía algo más. Desde que se suicidó en la localidad francesa de Auvers-sur-Oise, han proliferado las teorías sobre su estado mental, y los facultativos que le atendieron llegaron a varias conclusiones. Felix Rey, el que tuvo en Arlés (Francia) entre 1888 y 1889, diagnosticó una “enajenación transitoria” tras el tajo de su oreja. Jules Urpar, jefe de Rey, añadió “un ataque maniático agudo con delirio generalizado”. En Saint-Rémy, donde fue internado en 1889, el doctor Théophile Peyron habló de “ataques de epilepsia separados por intervalos largos”.
Para el nuevo análisis, coordinado por el psiquiatra neerlandés Willem A. Nolen, los investigadores del Hospital Universitario de Groningen, han entrevistado a tres historiadores del arte expertos en su correspondencia y han consultado los informes de los médicos de la época. Han revisado además las cartas del pintor, y consideran poco probable que Vincent tuviera esquizofrenia. Tampoco porfiria, una enfermedad metabólica que provoca una disfunción del sistema nervioso. O bien neurosífilis, una infección bacteriana de la medula espinal o el cerebro, ocurrida cuando se ha tenido la enfermedad de transmisión sexual sin tratamiento durante años, y que sí acabó con Theo. No les convence que se intoxicara con el monóxido de carbono de las lámparas de gas, y dudan acerca de una posible epilepsia. “Lo más probable es que Van Gogh sufriera de comorbilidad [varios trastornos asociados a uno primario]. Desde su juventud, debió desarrollar rasgos de un desorden subyacente de límite de la personalidad, junto con el bipolar. Agudizados por el alcohol [bebía absenta, que puede tener hasta un 70% de alcohol], la malnutrición y tensiones psicosociales, la crisis resultante derivó en su mutilación de la oreja. Luego pudo padecer delirium tremens por la abstinencia obligada de la bebida al estar ingresado, y varios episodios depresivos severos con trazos psicóticos”, dice, al teléfono, Nolen. El artista se pegó un tiro el 29 de julio de 1890 a los 37 años, “y aunque creemos que tuvo problemas psicológicos desde la juventud, la diferencia es que hoy disponemos de tratamientos que le habrían facilitado la existencia”, sigue. Y luego añade: “Sus relaciones con las mujeres fueron complicadas y apenas vendió un cuadro en vida, a pesar de lo mucho que pintó. Luego el alcoholismo agudizó sus problemas mentales”.
Para los investigadores, Van Gogh mismo no entendía qué le ocurría. Escribió a Theo sobre “una fiebre nerviosa mental o locura, no sé bien cómo llamarlo”. Cuando el pintor residía en Ámsterdam, en 1877, escribió: “Mi cabeza arde a menudo y estoy confuso y tengo un gran temor”. También se describió como un hombre capaz de cometer locuras y luego arrepentirme, que tenía “los amores más imposibles" de los que salía "avergonzado”. Nolen subraya que sus cartas no eran una relación de síntomas dirigidas al médico, sino a parientes y amigos, “y es posible que le quitara importancia o lo suavizara para no alarmarles”. En un autorretrato firmado en 1889, que pertenece a la colección del Museo Nacional de Oslo (Noruega), Van Gogh acababa de estar enfermo y se muestra con la cabeza rapada y mira de reojo al espectador. Los historiadores del arte creen que intentó reflejar su estado. Los investigadores reseñan es versión y despiden su propio estudio con estilo. Dicen así: “Queremos subrayar que no solo fue un pintor grande e influyente, sino un hombre inteligente con enormes dosis de fuerza, resistencia y perseverancia. Que solo dejó de crear durante los episodios más severos de psicosis”. El desorden, apasionado, de Van Gogh.
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