Bernardine Evaristo |
Bernardine Evaristo
Niña, mujer, otras
A Bernardine Evaristo el flamante y ultraprestigioso premio literario británico Man Booker por su novena obra Niña, mujer, otras le pilló por sorpresa.
Nunca, en sus más de veinte años de carrera como escritora, había conseguido vender demasiado ni hacerse un hueco en la escena literaria londinense. Por eso, una de sus primeras palabras de agradecimiento fue para su editor, Simon Prosser, de la editorial Hamish Hamilton, que confió en ella desde el principio. “Por fin va a poder ganar dinero con mis obras”, dijo sonriendo.
Desde luego, Niña, mujer, otras se ha convertido en un auténtico fenómeno tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. Tan sólo cinco días después de anunciarse el premio ya se habían vendido 10.371 ejemplares. Estuvo durante nueve semanas seguidas en la lista de los más vendidos del Sunday Times (incluso por delante de Stephen King). Barack Obama lo escogió como uno de sus libros favoritos del 2019. Hace poco se anunció que la productora Potboiler Television (encargada de llevar a la pequeña pantalla las novelas de John LeCarré) estaba interesada en hacer una serie.
El éxito, sin embargo, no ha alterado un ápice a esta mujer londinense de origen nigeriano que ha tenido que luchar muy duro durante décadas para que sus obras tuvieran un mínimo de visibilidad. Hace un par de años, de hecho, prácticamente nadie había oído hablar de ella.
El libro, desde luego, rompe muchos esquemas. Para empezar, la gran mayoría de las doce protagonistas son mujeres negras. Hay mujeres lesbianas, no binarias, mujeres que han tenido experiencias homosexuales aunque no se reconocen como tales y un personaje que se considera pansexual. Hay una inmigrante nonagenaria, adolescentes que quieren romper normas, banqueras que han tenido que renunciar a sus orígenes para poder avanzar y una trabajadora de un supermercado del Londres menos turístico.
Aunque todas están relacionadas entre sí de algún modo u otro, no siempre se llevan bien. Más bien lo contrario. En el libro hay celos, rupturas y traiciones. Hay madres que han luchado lo indecible para superar barreras y ahora ven consternadas como sus hijas adolescentes desdeñan todo lo que han hecho y menosprecian sus esfuerzos. Hay abandonos dolorosos, infidelidades y relaciones tóxicas entre lesbianas.
“Quería crear tantas mujeres negras británicas como fuera posible”, explicó Bernardine Evaristo. “Decidí que cada mujer tendría su propia sección, pero que todas serían interdependientes. La primera protagonista que creé fue Carol, la banquera. Luego apareció su madre, Bummi. Y después resultó que Carol tuvo una profesora del colegio llamada Shirley. Y más tarde decidí que Shirley tendría una madre perteneciente a la primera generación de inmigrantes caribeños”.
A partir de ahí fue desgranando a las doce protagonistas. “Quería tener la mayor diversidad de pasados, experiencias vitales y cualidades humanas”.
Sin embargo, hubo una en especial que acabó llevando la voz cantante: Amma, una dramaturga de más de cincuenta años de edad, negra y lesbiana, que después de intentar triunfar profesionalmente repetidas veces —y de fracasar otras tantas— por fin va a llevar a los escenarios una obra, La última amazona de Dahoney. El libro arranca el día de su estreno en el Teatro Nacional de Londres.
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En 1979 se estrenó en un pequeño teatro de Londres una obra de teatro de la escritora afroamericana Ntozake Shange titulada For colored girls who have considered suicide / When the rainbow is enuf.
La obra era en realidad un largo poema en 20 partes (monólogos normalmente acompañados de música y danzas) que presentaba la vida de siete mujeres negras en Estados Unidos. Ninguna tenía nombre y se identificaban tan sólo por un color: “lady in red”, “lady in yellow” y así sucesivamente. A través de ellas, Shange explicaba lo que era crecer en medio de la opresión racial más abyecta: había una violación, un aborto, abandono, violencia de género. También había relaciones muy complejas entre las propias mujeres: la obra exploraba las fortalezas pero también los obstáculos y sobre todo los límites de lo que ahora llamaríamos sororidad.
Entre el público londinense que asistió a la representación de For colored girls… había una joven de apenas veinte años que estudiaba Arte Dramático en la Rose Bruford Drama School del sur de Londres. Su nombre era Bernardine Evaristo y aquella obra la marcaría enormemente.
Evaristo ya había sufrido en carne propia lo que era el racismo. Había nacido en 1959 en Woolwich, una zona de Greenwich, en el sudeste de Londres, en lo que hoy es una comunidad multicultural, pero entonces era un barrio de blancos. Bernardine, de hecho, fue la única niña negra en su colegio. Su familia no sólo tuvo que sufrir miradas desaprobadoras: algunos chavales del vecindario se dedicaban a lanzar piedras a las ventanas de su casa.
Además, el hecho de su padre fuese negro y su madre blanca no hizo más que incrementar los chismorreos. Su padre era un inmigrante nigeriano que trabajaba como soldador en una fábrica y se dedicaba al boxeo en sus ratos libres. Su madre era una maestra de escuela, de origen irlandés y profundamente católica que tuvo que ver como su propia familia la rechazaba por su matrimonio.
Ambos eran políticamente muy activos: él era del Partido Laborista y ella estaba en un sindicato. Eran los años más agresivos del thatcherismo, unas políticas que, según Evaristo, lastraron las posibilidades de avance social en un país, como Inglaterra, ya de por sí dominado por un clasismo atroz.
Desde muy pequeña sus padres la llevaron a manifestaciones contra el racismo, lo que despertó en Bernardine una conciencia de activista muy marcada. Sin embargo, y a pesar de sus ideas progresistas, su padre no le habló de sus raíces nigerianas. “En aquella época”, explicó Evaristo, “nadie quería ser identificado como africano. La imagen de África en los medios era la de una tierra de salvajes. Por ello querías es ser considerado británico”.
Aparte, no había referencias negras, ni libros escritos por negros, ni personajes negros que no estuvieran estereotipados. Al menos, no en Inglaterra. Cuando se matriculó en la escuela de Arte Dramático, tuvo que comenzar a buscar referentes al otro lado del Atlántico: los encontró en las obras de Alice Walker, la poetisa Audre Lorde y, sobre todo, en Toni Morrison, de quien le enamoró la belleza del lenguaje y la complejidad de las historias que narraba.
En 1982, Bernardine Evaristo fue una de las fundadoras del “Theatre for Black Women”, una iniciativa que surgió por pura necesidad: la mayoría de los papeles para mujeres negras se reducían al rol de sirvientas y buscaban historias que pudiesen representar. Aquella fue su época de mayor activismo e implicación política, pero también su época más precaria económicamente. Mantener una compañía pequeña, completamente alternativa, era increíblemente complicado y sólo sobrevivía a duras penas. De hecho, hasta que no comenzó a dar clases de Escritura Creativa en la Universidad de Brunel en 1994 no supo lo que era la estabilidad financiera.
Sin embargo, sus años en los escenarios le permitieron encontrar una voz y darle una salida. Aparte del teatro, Bernardine comenzó a escribir poesía (su poeta favorito es Derek Walcott): le encantaba que sus palabras fluyesen sin ponerles orden ni límites. Experimentó con la forma, se saltó todas las nomas, fusionó pasado y presente y exploró temas complejos que observaba a su alrededor.
Su primera obra fue una colección de poemas, Island of Abraham. Luego vino su primera novela, Lara, escrita en 1997 totalmente en verso y que es, en realidad, una autobiografía donde explora los orígenes de su familia en Nigeria, Brasil, Irlanda, Alemania e Inglaterra.
En el 2001 apareció otra novela en verso, The Emperor’s Babe, sobre una adolescente negra en el Londres de la época romana, hace más de dos mil años (“Pensamos que toda la historia de Inglaterra la han protagonizado blancos, pero está documentada la presencia de negros ya en el siglo III aC”, explicó Evaristo). A continuación publicó Soul Tourists (2005), donde a través de una mezcla de prosa y poesía narra un road trip de una pareja cómicamente disfuncional que se va encontrando fantasmas de personajes negros famosos de la historia.
Su siguiente obra, Blonde Roots (2008), la primera que escribió íntegramente en prosa, era una sátira que explicaba lo que hubiese sido la esclavitud si los blancos hubiesen sido los esclavos en vez de los negros (la protagonista, Doris, es una mujer pobre europea que es raptada y enviada a “Londolo”, en “Aphrika”, donde ha de servir a Bwuanda).
En Mr. Loverman (2013), explica la historia de un hombre londinense, de origen caribeño y de unos 74 años que, sin que lo supiera su mujer, ha tenido una relación sentimental con su mejor amigo, Morris, durante sesenta años.
Sin embargo, a pesar de lo interesante de su producción literaria y de que muchas de sus obras ganaron premios (incluso fueron adaptadas como series de radio), prácticamente nadie conocía el nombre de Bernardine Evaristo fuera de círculos muy cerrados.
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Decía la escritora afroamericana Toni Morrison que si no encuentras el libro que quieres leer, quizás tengas que escribirlo. Y Bernardine Evaristo se propuso desde el principio de su carrera precisamente eso: escribir los libros que no encontraba por ninguna parte. “En los años ochenta, cuando inicié mi carrera como escritora, sólo había una novelista británica negra, Buchi Emecheta, que había emigrado desde Nigeria en los sesenta”.
Comenzó a escribir Niña, mujer, otras en el 2013. “Por entonces no era el tipo de libro para el que había público”, reconoció. Pero siguió adelante. Tardó dos años y medio en escribirlo, “lo cual es muy rápido para mí”, explicó. Cuando la editorial Hamish Hamilton lo publicó, Bernardine pensó que correría la misma suerte que el resto: la crítica independiente lo aplaudiría, quizás le dieran un premio que nadie conocía y ya está.
Pero el libro supuso una revolución. No sólo porque es la consagración de todo su arte como escritora (está escrito en una especie de versos largos sin demasiadas mayúsculas ni signos de puntuación), sino porque los personajes tejen una red de esperanzas, luchas, aspiraciones, sueños y frustraciones que ella presenta con maestría.
Hay quien ha comparado a Bernardine Evaristo con la escocesa Ali Smith y con la también londinense Diana Evans, y la comparación es acertada: el estilo libre, la fluidez en la narración, la complejidad social de la trama y la profundidad de los personajes.
Pero cada una tiene un acento propio que las hace únicas. Evaristo, en concreto, ha presentado un elenco de mujeres negras como pocas veces se había hecho antes. Mujeres de distintos orígenes, edades, condición social y orientación sexual. Mujeres unidas por su color de piel pero separadas por muchas otras características. Mujeres que se tienen que enfrentar a muchos obstáculos pero no siempre encuentran los apoyos donde creen que deberían estar.
Lo mejor de este libro es que no cae en estereotipos fáciles ni en una corrección política forzada. La obra presenta tantas capas que hay que leerla varias veces. En conjunto, es un libro muy inteligente que expone toda la complejidad del alma humana.
Un libro que, por fin, da voz a mujeres en toda su diversidad cuyas historias estuvieron ocultas durante demasiado tiempo.
Artículo escrito por Ana Polo Alonso.
COURBETT
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